Novedades de la vacuna de Oxford: puede, y debe, espaciarse tres meses

Tan linda y tan lejana: una redoma de la vacuna Oxford en un hospital de Katmandú, Nepal. ¿Y la Argentina está pintada en la pared, o qué?

Otra cauta alegría para argentos nos da la revista británica “The Lancet”, una de las cuatro más importantes del mundo en medicina clínica. La semana pasada certificó que una de las dos vacunas elegidas por la Argentina, la debatida Sputnik V rusa, es 91,6 por ciento eficaz.

Ahora, con fecha del 3 de este mes, la misma revista asevera que la vacuna Oxford de AstraZeneca (AZ) se puede espaciar muchísimo: si la primera y segunda dosis se separan no los 21 días “de manual” sino 3 meses, su eficacia en prevenir Covid sintomático sube del 76 al 82,4%.

Esto permitiría vacunar al doble de argentinos mientras llegan –si llegan, o cuando lleguen– las segundas dosis. Como dijimos el jueves, AZ nos iba a entregar 22,4 millones de dosis a partir de marzo, pero ni asomos de ello. Ahora dice que nos enviarán 580.000 dosis en febrero, en lugar de las 5 millones que esperábamos este mes. Pero la firma viene clavando con atrasos a todos los países que le hicieron pedidos.

Lo de AZ no es nada original: todos los fabricantes del pelotón de punta (Moderna, Pfizer, e incluso los rusos) incumplen a mansalva. Y es que la demanda es indescriptible, y les falta capacidad instalada de manufactura, sea propia o tercerizada.

Hemos elegido un par de marcas, pero no ellas a nosotros. Ojo, le pasa a todo el mundo.  (Casi, hay mundos A, B y C).

En casa de herrero, cuchillo de palo

Planta de mAbxience en Garín, Provincia de Buenos Aires, Argentina, donde se están fabricando 250 millones de dosis de la vacuna Oxford.

            “Si llegan, o cuando lleguen” no es escepticismo criollo. Argentina sólo ha visto las redomas de la Oxford en fotos, aunque la fórmula se fabrica a granel aquí, en la planta de mAbxience, Garín, provincia de Buenos Aires, Argentina. Hubo un arreglo rarísimo entre partes: el grupo argentino Insud, la empresa anglosueca y el multimillonario mexicano Carlos Slim.

Lo que produce mAbxience es esto: un concentrado de un adenovirus del resfrío exclusivo del chimpance, pero genéticamente recombinado para expresar epitopes del antígeno Spike del coronavirus. ¿Clarito, no?

Aunque lo lea de nuevo, con tanta palabreja griega, va a seguir sin entenderlo salvo que sea “del palo biotech”. Lo explicamos en castellano derecho y al final, pero el mensaje a retener es que se trata de una operación muy sofisticada. En la que la materia prima (juramos) son células de chimpancé.

No es un trabajo que se pueda llevar a cabo en una planta de drogas farmoquímicas complejas, como las de antibióticos, y tampoco es apta para ello una planta de medicamentos biológicos comunes. Y el personal de una firma como ésta es “crema de la crema” de las carreras científicas de las universidades públicas, abunda en postdoctorados y no llegó a su puesto con los clasificados del Gran Diario Argentino bajo el brazo.

El volumen planificado allá por julio de 2020 para mAbxience era de 250 millones de dosis. Antes de que estallara la pandemia, la planta iba a dedicarse a cosas menos urgentes pero muy complejas: anticuerpos monoclonales genéricos, como proveedor invisible de primeras marcas en oncología del Hemisferio Norte, muy duchas en packaging y marketing pero cortas de capacidad instalada de fabricación.

Venderle genéricos a la Big Pharma estadounidense y de la UE es un filón reedituable para países como Corea del Sur, la India, Brasil y Argentina, con buen desarrollo biotecnológico pero poca chapa farmacológica propia.  No son cosas de las que la calle se entere, ni aquí en el Sur que también existe, ni en el Norte.

El equivalente a granel de unas 6 millones de dosis ya viajó a México, donde recibe el discutible valor agregado del fraccionamiento y el etiquetado por parte de laboratorios Liomont. Y de la logística también, porque desde allí se redistribuye al resto de Latinoamérica, que tiene 630 millones de habitantes, algunos países literalmente incendiados de Covid-19 y desde hace dos meses, hasta una cepa nueva del SARS CoV2, la variedad P.1 brasileña, aparentemente más contagiosa e intratable que las que hemos venido sufriendo.

A medida que vaya exportando sus 250 millones de dosis, Argentina recibirá de regreso sus 22,4 millones, en sus respectivas redomas. Etiquetadas, además, ojo. Asunto que puede suceder o no (el regreso), porque México a fecha de hoy cierra el día con 1,9 millones de infectados, 162.000 muertes, y la peor tasa continental de muertes por cada 100 infectados: más de 8,5.

Con esos números, ¿el presidente Andrés Manuel López Obrador no debería atrasar la reexportación de la vacuna hasta apagar un poco su propia hoguera? Si no lo plantea él, lo hará su oposición.

Lo que lleva a la pregunta de por qué, con un incendio similar en casos, la Argentina, como país productor de la que hoy pinta ser una de las mejores vacunas, no garantizó que al menos su cuotaparte no se fuera del país. ¿Poca confianza en el etiquetado nacional? ¿Falta de vidrio? ¿O una delegación absurda de autoridad estatal sobre salud pública en actores privados, el grupo Insud, Slim y AZ?

Fabricamos la Oxford pero no la tenemos. En casa de herrero…

AstraZeneca, rara hasta por nombre

 Filial de AstraZeneca en Bruselas, poco antes de ser ocupada por la policía belga.

            No es fácil entender a AZ: por el lado altruista, venden su Oxford al costo rabioso (una décima parte de los últimos precios de Moderna y Pfizer): están por el bronce, parece, no por el oro. Chapeau! Por el lado tecnológico, tienen una vacuna que, al igual que la Sputnik, puede liofilizarse (deshidratarse al alto vacío) y distribuirse en polvo, lo que facilita una distribución a entre 2 y 8º sobre cero, como quien dice, un frío de delivery de heladería. Aplausos.

Por el lado regulatorio, al parecer son un poco incapaces de presentar informes unificados y coherentes para licenciamiento. Por el lado logístico, son el fabricante de vacunas anti-Covid con más proveedores de genéricos subcontratados en el planeta: sumados todos, según “The Economist”, podrían vacunar hasta el 20% de la población mundial, si no tuvieran algunos líos de fabricación, por ahora no aclarados.

Pero por el lado de su percepción política de ese fenómeno llamado “estados nación”, los popes de AZ son más autistas que la United Fruit Company en Centroamérica: al exportar libremente la Oxford según sus propios designios, están enfureciendo a todos los países donde anclan su fabricación. Estos, ingenuamente y hasta hace un mes, creían tener razonablemente asegurada su provisión propia.

A escala macro, tal es el caso de la Unión Europea, donde la fábrica de vacunas de AZ en Seneffe, Bélgica, fue allanada por la policía belga  el 28 de enero. ¿Por qué? Porque la producción entera se va a Gran Bretaña. Días antes,  la empresa les había comunicado a los 27 países de la UE que de los  100 millones de dosis que iban a recibir inmediatamente, lo lamentaba, pero en realidad sólo les tocarían 25 millones, “por problemas de producción”.

El raid policial fue en realidad un segundo tiro de advertencia de la UE contra AZ. El primero había sido una amenaza de incautación del producto de la fábrica de Seneffe, el 25 de enero. El tercero viene siendo la decisión de muchos países integrantes de la UE de no licenciar la Oxford para mayores de 65 años, aunque va a contrapelo de la decisión regulatoria comunitaria de la EMA (European Medicaments Agency) que la licencia desde los 18 años, sin límite.

Como medida de presión es un poco estúpida, cuando por incumplimiento de TODAS las fabricantes, la UE y el mundo todo están sin vacunas, sin discriminación de edad. “No te voy a dejar venderme la vacuna que de todos modos no me estás vendiendo, y eso porque no me la estás vendiendo”, o algo así. La lógica de AZ y la de la UE se parecen.

Ante el hecho de que las 22,4 millones de dosis de la Oxford pedidas (y fabricadas) por Argentina probablemente tarden mucho en volver, lo que propuso la Dra. Carla Vizotti, Secretaria de Acceso a la Salud del Ministerio, fue darle primera dosis al máximo posible de argentinos para lograr una inmunidad inicial, y esperar para la segunda.

¿Para qué abrió la boca? Sus propios conmilitones del Frente para Todos la crucificaron públicamente por su falta de ortodoxia: es que la fase III de la Oxford se atenía a 21 días de separación entre el primer y el segundo pinchazo. Pero “The Lancet” acaba de darle la razón a Vizzotti una vez más.

La primera vez que “The Lancet” le dio razón a Vizzotti fue 24 horas antes, el 2 de febrero, cuando publicó finalmente la fase III del estudio a doble ciego con más de 20.000 voluntarios de la Sputnik V. La revista le reconoció un 91,6% de efectividad. Ya no es más “la vacuna floja de papeles”, como la han llamado distinguidos panelistas y opinólogos argentinos.

Como la  Oxford, la Sputnik comparte el precio razonable (U$ 10 la dosis), la posibilidad de distribuirse liofilizada y con una cadena de frío basada en heladeras domésticas, y la tecnología de base: hay un mensajero y un mensaje. El mensajero es un virus del resfrío al que se dejó sin capacidad de reproducción. El mensaje es una serie de secuencias genéticas de ADN que codifican epitopes, o partes funcionales, del antígeno Spike del coronavirus SARS CoV2.

No es cualquier antígeno: es el gancho de abordaje que el virus usa para anclarse a las células epiteliales respiratorias, y luego  invadirlas. Un SARS CoV2 con la coronita de antígenos Spike pegoteada de anticuerpos se queda afuera de las células. Su expectativa de vida es la de un sapo que cruza la Panamericana.

La idea de cualquier vacuna es presentar antígenos, nombre culto de cualquier proteína ajena e irritante, típica de bicho invasor. Los antígenos se presentan solos (sin el bicho, o con éste muerto o muy atenuado) al sistema inmune, de modo de entrenarlo sin peligro de infección. Cuando el invasor aparezca vivo y en serio, su “ficha” antigénica ya estará circulando almacenada en los linfocitos “B” y “T” llamados “de memoria”, los informantes del sistema inmune. Entonces el bicho real se encontrará con una respuesta masiva y relativamente rápida de anticuerpos neutralizantes y células T “natural killer”, que –en el caso de un virus- destruyen toda célula colonizada.

Las decenas de aspirantes a fabricantes que optaron por esta tecnología de mensajero adenoviral y mensaje es notable. Su ventaja evidente respecto de las vacunas tradicionales, a virus entero inactivado o a fracciones virales, es que no hay que fabricar antígenos: lo hace el propio vacunado en sus células. Sólo se le da el manual genético para hacerlo. La respuesta inmunológica puede ser muy fuerte.

Y si el virus evoluciona para escapar a la vacuna, la plataforma evoluciona también: es reconfigurable por sus fabricantes. Sin cambiar el mensajero, se le cambia el mensaje. El proceso regulatorio para licenciar una sustitución de este tipo necesariamente debería ser más breve. Al menos, en un mundo regido por la lógica.

La desventaja de estas plataformas es que el mensajero es, después de todo, un adenovirus del resfrío, bicho que, por muy muerto que esté, despierta “per se” una respuesta inmunológica indeseada. Eso hace probable que la segunda dosis dosis de refuerzo sea atacada y destruida o al menos atenuada por el sistema inmune. El segundo pinchazo origina un caso clásico de “mensajero mata mensaje”. Y es que con el primer pinchazo uno ha sido, en rigor, vacunado contra la vacuna. Ante esta situación, tres firmas optaron por tres estrategias:

  • Johnson y Johnson acaba de presentar la fase III de su vacuna a adenovirus, pero es de una sola dosis. Eficacia: 85%.
  • AZ como mensajero usa un adenovirus del resfrío del chimpancé, con el que la mayor parte de la humanidad no tiene historia, y por lo tanto tampoco memoria inmunológica. Eficacia: hasta anteayer, 76%. Ahora probablemente 82,4%, con dosis más espaciadas.
  • Gamaleya, el instituto que diseñó la Sputnik, optó por dos adenovirus distintos, ambos del ser humano: el rAd26 para el primer pinchazo, y el rAd5 para el 2do. De este modo no puede haber “mensajero mata mensaje”. Parece el enfoque más astuto, y las cifras lo demuestran: 91,6%.

“The Lancet” probó tres cosas en dos días sucesivos: que la Dra. Vizzotti tuvo razón en elegir la Sputnik como plan B, por si nos quedábamos sin la Oxford, y que volvió a tener razón cuando sucedió exactamente eso, y que tuvo razón una tercera vez al proponer que toda dosis que llegara de esta última vacuna se aplicara, de modo de cubrir la mayor cantidad de habitantes posible.

Según la revista británica, ese primer pinchazo ya garantiza un 67% de protección absoluta contra contagio. No es brillante, pero si se da a muchísima gente puede bajar enormemente la transmisión comunitaria.

Y luego a esperar que AZ dé nuevas señales de vida. Lo de dar sólo la primera dosis y esperar que lleguen las segundas es la política oficial del Reino Unido ante el desabastecimiento mundial. Pese a que, por ahora, son el país menos desabastecido del mundo. Bueno, no por nada AZ en Inglaterra es una marca propia.

La promesa de hacernos llegar 580.000 dosis antes de que termine el mes es una señal de vida de AZ, aunque insuficiente. Evidencia que AZ empieza a creer que está irritando demasiado a la Argentina, que nuestra paciencia con la libre exportación puede volverse inversamente proporcional al número de nuestros muertos por Covid-19, y que si nos sigue desabasteciendo a mansalva no es imposible que la cosa termine con la Policía Federal en mAbxience, y la producción decomisada judicialmente hasta juntar las 22,4 millones de dosis comprometidas.

Y a cantarle a Gardel, como dicen por aquí. Es peor vérselas con una neumonía aguda y un respirador que con los abogados de AZ o de don Carlos Slim.

Daniel E. Arias