La semana pasada, para ser precisos el 3 de marzo, se cumplió un año del «paciente cero» de Covid 19 en Argentina. Sobre lo que dejó este período como aprendizaje, compartimos estas reflexiones del Dr. Daniel Grassi, director de Posgrado de la Facultad de Ciencias Biomédicas y del Departamento de Medicina Interna del Hospital Universitario Austral. Y añadimos que todavía es mucho lo que nos falta aprender.
«El 3 de marzo se cumple, en nuestro país, un año del diagnóstico del primer paciente con infección por el coronavirus tipo 2, responsable del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS-COV 2). Mucho es lo que hemos aprendido durante este año, tanto que lo podríamos listar en diferentes aspectos de nuestra vida, y del país en su conjunto.
Desde un punto de vista virológico, lamentablemente el mundo científico ha descubierto esta nueva variante de la familia de los coronavirus que causa la enfermedad Covid 19, que tiene la capacidad de diseminarse fácilmente entre las personas y ha iniciado la pandemia que aún estamos viviendo.
La infección por SARS-CoV-2 puede ser asintomática o producir un amplio espectro de síntomas. Si bien la mayoría de las personas infectadas presentan cuadros leves o moderados, las personas mayores y las que padecen afecciones médicas subyacentes tienen más probabilidades de cursar una enfermedad grave e inclusive llegar a la muerte.
Hoy sabemos que la vía aérea es la forma más importante de transmisión del virus, ya que las partículas virales contenidas en las microgotas que eliminamos por la nariz y la boca pueden mantenerse suspendidas en el aire durante horas.
Hemos aprendido que cuidarnos es la mejor forma de prevenir el contagio y que cuidar de nosotros mismos significa también que cuidamos a los demás, que es la principal responsabilidad social de todos, seamos adultos o adolescentes.
Cuidarnos incluye mantener la distancia social de 1,5 o 2 metros entre las personas, usar bien el barbijo (fundamentalmente cubriendo bien la nariz), desinfectarse las manos frecuentemente con agua y jabón o usando un gel hidroalcohólico, taparnos la boca con el codo flexionado al toser o estornudar, y evitar las aglomeraciones de personas, especialmente en lugares cerrados y poco ventilados, que hemos comprobado pueden transformarse en eventos supercontagiadores.
Vimos que algunas terapéuticas han resultado eficaces para pacientes afectados por el SARS-COV2, pero no debemos dar crédito a falsos tratamientos que no han demostrado beneficio en la evolución de la enfermedad en estudios de investigación y que, lamentablemente, se recomiendan desde diversos sitios poco responsables.
Ahora estamos aprendiendo sobre las vacunas y su eficacia para prevenir el contagio, aunque su efecto más importante es que si eventualmente nos contagiamos, el cuadro sea leve y, entonces, disminuya la mortalidad de la enfermedad. Aspiramos a que los gobiernos organicen eficazmente la provisión y la aplicación de las vacunas para lograr rápidamente una inmunización de rebaño que baje la mortalidad de la pandemia.
La vacunación es prioritaria en personas mayores, en aquellos con problemas de salud subyacentes y en los trabajadores de la salud. Es un deber moral respetar estas prioridades, en lugar de buscar el propio beneficio al no hacerlo.
Seguramente aún queda aprender mucho más sobre este virus y sus consecuencias, pero considero que lo más importante que hemos aprendido los seres humanos es que somos vulnerables, muy vulnerables, y que debemos cuidarnos entre todos sin egoísmo, y especialmente cuidar a la población de mayor riesgo.
Finalmente, hemos aprendido que, si bien resulta clave adoptar las medidas de protección que han probado ser efectivas, no debemos vivir con un miedo excesivo y paralizarnos mientras dure la pandemia. Tenemos que seguir viviendo del modo más cercano posible a la normalidad, aprendiendo de esta nueva circunstancia que nos impone la vida en comunidad, y disfrutar de la vida junto a nuestros seres queridos, que es el bien más preciado que tenemos.»