Fukushima, a 10 años: ni una víctima fatal, pero muchos problemas. Los hechos que no se conocen

El 11 de marzo de 2011 un triple desastre sacudió la costa este de Japón: un gran terremoto de magnitud 9, un posterior tsunami con olas gigantescas y, como consecuencia de ello y por fallos humanos, un accidente nuclear de nivel 7 (el más alto) en la central de Fukushima Daiichi.

Sus diques de contención cedieron, la planta se inundó, quedaron fuera de servicio los sistemas eléctricos y de refrigeración de los reactores, en tres de ellos (1, 2 y 3) se produjo la fusión del combustible nuclear, se generó gran cantidad de hidrógeno y explotaron los reactores 1, 3 y 4, descargando cantidades de radiactividad: 18 mil terabequerelios (el bequerelio es una medida muy mínima de actividad radioactiva: 3,7 terabequerelios equivalen a 1 curio) fueron liberados al mar.
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En el décimo aniversario de las explosiones en la planta atómica japonesa, cerca de 5.000 empleados continúan las labores de desmantelamiento y descontaminación.
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De los casi 165.000 vecinos que tuvieron que abandonar sus hogares por el accidente nuclear, según la Prefectura de Fukushima, aproximadamente 37.000 todavía viven fuera, «unos 43.000 si sumamos también los evacuados por el terremoto y el tsunami», ha explicado Eduardo Gallego, catedrático de Ingeniería Nuclear de la Universidad Politécnica de Madrid, durante el seminario organizado esta semana por la Sociedad Española de Protección Radiológica (SEPR) para analizar la situación diez años después del accidente de Fukushima.
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Gallego confirmó que a lo largo de esta década se redujeron los niveles de radioisótopos: «Salvo el cesio Cs-137 (el contaminante principal, todavía activo al 80 %), del resto de productos radiactivos que escaparon en cantidades significativas no queda ninguno, como se puede comprobar en el último mapa de contaminación (octubre 2019) y dosis de radiación (octubre 2020)». Los exhaustivos controles que se realizan a los alimentos de la zona, como el arroz y el pescado, también verifican que son aptos para el consumo.
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En el mismo seminario, Luis Echávarri, ex director general de la Agencia de la Energía Nuclear (NEA) y asesor del Instituto de Investigación para el Desmantelamiento Nuclear de Japón, comentó que cerca de 5.000 empleados trabajan por turnos actualmente eliminando los contaminantes y desmantelando la central: «Para que lo puedan hacer se ha descontaminado el 96 % del sitio (radiación inferior a 5 microsivers/hora), solo queda un 4 % con mayor protección, y lógicamente no se puede entrar en los reactores. Hay áreas de descanso y una cantina que sirve 2.000 comidas diarias».
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La empresa propietaria y responsable de la central, TEPCO, ofrece un tour virtual para que los internautas vean cómo están hoy las instalaciones.
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Echávarri recordó que el compromiso del Gobierno japonés «es dejar un emplazamiento totalmente limpio, completando el desmantelamiento en un plazo de 30 a 40 años». El coste oficial se estima en 74 mil millones de dólares, pero expertos del Japan Center for Economic Research consideran que la factura total podría ser mucho mayor. Ante la presión de la ciudadanía se descartaron otras opciones más baratas, como enterrar y proteger los reactores dañados.
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Las prioridades de las operaciones se establecieron según el riesgo creciente que conllevan: refrigeración de los núcleos fundidos, desescombrado y descontaminación del emplazamiento, control y eliminación de las aguas contaminadas, control y evacuación de los elementos de combustible (gastado y nuevo) en las piscinas, extracción del combustible fundido y la futura gestión de los numerosos residuos.
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«La eliminación del combustible fundido es lo más complicado y no se ve la luz al final del túnel», reconoció Echávarri. «Un objetivo político era sacar la primera viruta de la unidad 2 antes de este décimo aniversario, pero no se consiguió. En esto influyó la pandemia, aunque en Japón se ha seguido trabajando, pero un brazo robótico que tenía que llegar desde Inglaterra se está retrasando por sus problemas con el Covid».
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El experto también explicó la complicada gestión del agua, que es de cuatro tipos: la que se introduce para refrigerar los reactores, la de lluvia, la subterránea y la que se filtra por debajo de los edificios dañados a pesar de los esfuerzos por evitarlo.
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Se construyó un primer muro en la costa para que no entre agua de mar o salga la contaminada, y otra barrera hermética de tierra congelada, de unos 30 metros de profundidad alrededor de todo el perímetro de los reactores, que trata de bloquear las aguas subterráneas o marinas fuera y la radiactiva dentro.
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«Después de construir las barreras, la cantidad de agua a descontaminar y almacenar ha descendido de 540 m3/día a unos 150 m3/día», apunta Echávarri, que añade: «Mediante un sistema llamado ALPS (Advanced Liquid Processing System) se logra eliminar 62 radionucléidos de esta agua, todos excepto el tritio, para luego pasarla a los tanques, donde ya hay 1,2 millones de m3 acumulados».
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«Ahora se discute qué hacer con esta agua extraída de los reactores, y la descarga controlada al mar es la opción con menos impacto», apunta el experto, quien recuerda que en su día ya fue al océano Pacífico una cantidad mucho mayor y con más componentes radiactivos. Esta descarga sólo llevaría tritio.
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«Las decenas de miles de tanques con esta agua pueden colapsar el emplazamiento entre 2022 o 2023, ocupando un territorio muy precioso que se podría usar para probar tecnologías de desmantelamiento, por ejemplo», señala por su parte otro ponente del seminario, Juan Carlos Lentijo, director general adjunto del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).
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«En este tema hay que ser muy prudentes —continúa—, porque intervienen muchos actores (operadores, regulador, la comunidad japonesa, pescadores, países vecinos…) y hay colectivos muy estresados ya por las dificultades tras el accidente, pero con el balance ventajas-inconvenientes creo que no va a quedar más remedio, y tampoco hay que hacerlo todo de una vez. Si no se descarga, cualquier día va a haber otro tsunami o un terremoto, como el del mes pasado (de magnitud 7,1 que volvió a sacudir la central), y sería peor que se vertiera esta agua al mar sin control. Además ya hubo accidentes entre vigilantes de los tanques, alguno falleció al caer».
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Como conclusión al seminario de la Sociedad Española de Protección Radiológica, su presidente, Ricardo Torres, lanzó un mensaje: «La transmisión de una información correcta es clave para dar confianza a la ciudadanía. Cuando se oculta información o no es la correcta se genera desconfianza y es un error garrafal«.
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El análisis de AgendAR:

Pleno acuerdo con el Dr. Ricardo Torres. Pero somos conscientes que Fukushima ha sido y es usado como un cuco para despertar temores en torno a la energía nuclear. Hubo errores muy básicos en la elección del tipo de planta y del lugar de su emplazamiento:
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* Las 4 unidades se situaron a sólo 10 m. de altura sobre la línea de pleamar para ahorrar plata en bombeo ascendente de agua marina. En estas4 plantas se usa (usaba) como refrigerante externo del condensador externo del vapor salido de la turbina. La escarpa costera habría permitido poner el conjunto de unidades a una altura de seguridad de 40 o más metros, pero se la socavó intencionalmente para formar una platea a bajo nivel. Una forma particularmente estúpida de ahorro que le salió carísima a Japón y al mundo nuclear.
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* En el país donde se inventó la palabra «tsunami», las fuentes de potencia auxiliar para refrigerar los núcleos de las unidades en caso de colapso de la electricidad de red eran un banco de baterías y un motor diesel… situados bajo el nivel de la planta baja, en el sector más inundable. El tsunami, que en Fukushima llegó a medir 33 metros sobre la línea de pleamar, los eliminó. El recalentamiento y fusión del combustible fue inevitable.
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* El edificio de contención abotellado de estos reactores GE MK1 había sido severamente criticado en EEUU, el país que lo vendió, por su pésima relación volumen/potencia. Carece de espacio para aguantar la expansión brusca de gases. No estaba en condiciones de soportar explosiones internas de vapor, y menos aún, la deflagración del gas hidrógeno. Este gas se forma por descomposición del agua al contacto con el combustible en fusión, calentado a más de 2000 grados. Y en espacios herméticos, el hidrógeno se acumula y su ignición puede ser explosiva.
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*   En la unidad apagada de las 4 que componían el complejo, el combustible gastado se estibaba en un piletón de enfriamiento en la planta más alta (y por ende la más vulnerable a sacudidas sísmicas). El terremoto, que llegó al grado 9.0 en la escala Richter, la rajó y vació. El apagón total de la planta hizo imposible bombear agua a lo alto para evitar que se recalentaran. En las GE MK1 todo está al revés, donde NO tiene que estar. Este diseño absurdo provocó el primer incendio y explosión de hidrógeno en la historia nuclear de un piletón de enfriamiento… ¡Y en una unidad inactiva!
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* Los errores anteriores evidencian la falta de supervisión estatal sobre el negocio nuclear privado en Japón, donde esta función se diluía en un laberinto burocrático que ocultaba la falta de una agencia reguladora con autoridad para objetar compras, diseños y procedimientos, y eventualmente poner multas o clausurar instalaciones. Con una empresa como TEPCO -famosa mundialmente por sus incumplimientos de normas- librada de todo control, lo raro es que no hayan ocurrido accidentes graves antes de 2011.
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Éste fue un resumen rápido del Dr. Abel González, argentino y el hombre de mayor prestigio mundial en radioprotección en las dos grandes agencias nucleares de Naciones Unidas: el OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) y el UNSCEAR (el Comité Científico de la ONU sobre los Efectos de la Radiación Atómica), así como en el universo académico de decenas de países. En la última reunión por Zoom de la SAR (Sociedad Argentina de Radioprotección) sobre Fukushima, su presidenta, la Dra. Marina Di Giorgio, intentó leer el currículum de cargos, trabajos y premios de González: tardó 5 minutos y la tuvo que relevar otro organizador, porque se le cansaba la voz. Tantas distinciones me asombraron. Y conozco a González desde 1986…
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González tiene su propia opinión sobre la gestión del residuo más voluminoso a gestionar en Fukushima: el agua con tritio. Lo considera un problema político antes que radiológico. Dice que a diferencia de otros radionucleídos acumulables por los organismos vivientes, el agua con uno o dos átomos de tritio es químicamente casi idéntica al agua liviana, es decir la formada por un oxígeno y dos hidrógenos. Como tal, tiene el mismo tránsito rápido que el agua a través del organismo humano (o cualquier otra forma de vida animal o vegetal): pasa de largo, se elimina sin fijarse en ningún tejido.
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Esta característica del agua tritiada, sumada a su radiación beta de muy baja potencia, la vuelve unas 100.000 veces menos ionizante que el Cesio 137, uno de los dos productos de fisión típicos de una fusión de núcleo que rompe un edificio de contención. O que no encuentra ninguno, porque el reactor -miserablemente diseñado en función del puro ahorro- está encerrado en un simple galpón, como el caso de Chernobyl (caso de casi todo el parque nucleoeléctrico británico, pero de eso no se habla).
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Añade González que el agua de mar tiene un inventario natural de tritio formado por los rayos cósmicos que impactan átomos de hidrógeno, y ése inventario está sujeto a descomposición por emisión beta, con entradas y salidas en un equilibrio más o menos constante. En el total ingente de agua del Océano Pacífico, el agua tritiada depositada en la costa de Fukushima, aunque semejante calidad de piletones sellados impresiona la vista, no es nada ni cambia nada.
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González cree que el problema político lo generaron los bandazos de manejo regulatorio japonés posteriores al accidente. Los inventarios de agua tritiada debieron haberse eliminado de a poco liberándolos al mar desde los primeros días de la gestión del desastre. Pero las autoridades nucleares locales estaban paralizadas de miedo a las críticas, no se atrevieron a cambiar de rumbo y dejaron que el problema se acumulara toda una década.
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Hoy es inmanejable, o poco menos. Japón tiene fronteras marítimas disputadas con varios de sus vecinos, países a los que invadió y maltrató brutalmente antes y durante la Segunda Guerra Mundial, y que no se olvidan de ello, básicamente, China y Corea (pero no son los únicos). En un teatro geográfico que está nuevamente casi al borde de una guerra, ambos países -aunque rivales entre sí- están dispuestos a desatar un infierno diplomático en la ONU si Japón intenta resolver el problema del tritio liberándolo en el mar. De pronto se han vuelto todos ecologistas.
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Dice González: «Es como si vivieras en un tres ambientes porteño y todos los días te tomaras un litro de agua mineral, pero sin compactar la botella de plástico y tirarla a la basura. En 10 años, tenés 60 metros cuadrados cubiertos de botellas y no podés ni caminar. Tratá de tirar todo eso junto, si en el consorcio te tienen bronca, y contame cómo te va».
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Seguiremos con el tema. Porque el tema seguirá.
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Daniel E. Arias
VIAEl Diario.AR