China, rica, pero sin agua ni aire

Mañana del lunes 15 de Marzo de 2021 en Beijing
  1. TORMENTA PERFECTA EN BEIJING (OTRA VEZ…)

Argentinos, esto nos afecta (y ya se verá por qué).

El lunes 15 de marzo sobre Beijing se desencadenó la tormenta perfecta: una mixta, de arena y polvo, como hace diez años que no se veían. El cielo se puso naranja a la mañana, color plomo a la tarde, la visibilidad, según zona, andaba entre los 200 metros… y los 10, y el gobierno ordenó que viejos y chicos no salieran de sus casas a enfrentar el aire irrespirable.

El asunto no se limitó a la capital china: fue el país en todo su ancho fenomenal. Más de 400 vuelos fueron suspendidos y miles de escuelas y colegios cerraron puertas entre la provincia de Xinjiang, muy occidental, hasta el Mar de Bohai en el Este extremo.

La tormenta de invierno transportó incontables toneladas de arena y polvo, apagó el cielo en medio país y cegó también luces al tumbar torres de líneas de alta tensión. Por esa sola causa hay al menos 9 muertos. A sumar a los 341 desaparecidos en el sitio de origen de ese frente frío, el desierto de Gobi, en la provincia noroccidental de Mongolia Interior.

Los sólidos que entorpecieron el lunes el aire de más de la mitad de China son finos, de una granulometría inferior a 10 micrones, y los hay de dos tipos: la arena de Mongolia, donde los pastizales milenarios siguen desapareciendo, y el hollín, proveniente de las fábricas de cemento y de las acerías del polo industrial de Hebei. Esas plantas estaban trabajando a tres turnos por la reactivación post-pandemia, que China prefiere suponer terminada.

Según el Air Quality Index (AQI), un índice internacional de contaminación aérea, la densidad de partículas PM 10 en Beijing el lunes llegó a 999. Es casi 40 veces el máximo que la Organización Mundial de la Salud considera peligroso. Como referencia, el Dock Sud de Avellaneda (a) “El Doque”, con la peor calidad de aire del AMBA, ese día estaba en 30, apenas 5 puntos encima del máximo.

Áridos y hollines son tóxicos cada uno a su modo. La inhalación persistente por décadas de los primeros causa silicosis, o “pulmón de minero”. Los segundos, en cambio, son hipertensivos y aterogénicos. Vivir respirando una sopa de ambas cosas va dejando el parénquima pulmonar duro como cartón, aunque muy agujereado por los hollines, y las arterias de todo calibre –coronarias incluidas- entorpecidas por dentro de piedras de grasa calcificada.

La reacción inflamatoria generada por los hollines va socavando los alvéolos pulmonares en cavernas de tamaño creciente hasta generar Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica  (EPOC), que en las ciudades chinas empieza a aparecer entre los 30 y 40 años y se ha vuelto la causa principal de muerte prematura en China, con 400.000 decesos/año oficiales. Un estudio del Health Effects Institute, que analiza cifras desde 1990 en adelante y que se publicó en abril de 2018, indica que en China son más bien 1,6 millones/año.

El Health Effects Institute (HEI) es un “think tank” científico de Boston, Massachusetts, EEUU, especializado en la correlación contaminación aérea/salud. En 2018 sorprendió al mundo con el cálculo de que sumando hipertensión, ateroesclerosis y EPOC, el aire contaminado estaba matando prematuramente a 8,8 millones de humanos/año, lo que excede los números de la OMS, que supone «apenas» 7 millones. Lo interesante es que la OMS no impugnó siquiera los números del HEI. Ergo: por ahora, valen.

Según el HEI, aún cuando China está logrando en algunas ciudades descensos de hollines y áridos de tipo PM 2,5 (las partículas más finas, penetrantes y peligrosas), el daño sobre la población juvenil, adulta y madura ya está hecho, es irreversible y se mide como disminución de expectativa de vida, variable según cada región y ciudad.

Los días de diluvios aéreos de arena en Beijing fueron bajando de 26 por año en la década del ’50 a sólo 3 por año a partir de 2010, pero parecen estar volviendo. Y eso pese a que Xi Jingping, secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh) e ingeniero químico por formación, estuvo de campaña para mejorar la calidad de aire en las ciudades desde su consolidación como hombre fuerte del país, en 2013.

Y el esfuerzo se nota. Para mitigar las galernas de polvo emitidas por Mongolia Interior, Xi ya hizo forestar 5.200 km2 de desierto. No es poco: equivale casi a la extensión del bosque andinopatagónico argentino a principios del siglo XX. Pero hay fuerzas mayores que las del PCCh operando. Ni Xi puede hacer que llueva.

2020 en el Noroeste chino fue otro año muy seco. Pese a los arbolitos que reemplazan, voluntariosos, aquellos bosques talados por Mao Zedong, el terreno se sigue volando porque los milenarios pastizales mongoles siguen desapareciendo por un combo de mal manejo ganadero y sequía repotenciada. Amén de lo cual (y/o por lo cual) los ventarrones emitidos por el Gobi son peores y más frecuentes.

Este año, cuando el smog de reactivación de cementeras y siderúrgicas volvió a oscurecer el cielo de Beijing, Xi Jingping ordenó parar varias plantas en Tangshan, capital de Hebei, y no siempre fue obedecido. Las opciones para los trabajadores de esa provincia se simplifican: pueden comer o pueden respirar, según decidan el gobierno local o el nacional, secretamente enfrentados al respecto.

Más allá de opciones brutales, hay otras cosas en China fuera del control de Xi Jinping: los eventos meteorológicos extremos ya son parte del menú del recalentamiento global, al que China, cuyo capitalismo “high tech” del siglo XXI funciona todavía a carbón como el de Europa en el siglo XIX, contribuye con las mayores emisiones de gases de efecto invernadero del mundo. Ya son el 26% del total global, y empeorando.

Centro de Beijing el 15 de marzo: los habitantes, incrédulos, sacaban fotos, fotos, fotos

            Sin embargo, el desquicio climático planetario hoy por hoy está lleno de círculos viciosos que se realimentan a sí mismos, dice el IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de la ONU), y por ahora fuera de control de cualquier autoridad humana, nacional o supranacional. Es un tren sin conductor y a la carrera. China se limita a ser la locomotora.

La tormenta de polvo y arena del 15 en Beijing recordó los “airpocalypses” de los tiempos del hombre fuerte anterior, Deng Xiaoping. Los jóvenes rurales nuevos aún en la capital se sorprendieron: ignoraban que un cielo pueda ser naranja rabioso.

Ese color, que en el código de la Prefectura Nacional Argentina se llama “Naranja Señal” y equivale a un pedido de rescate, en este caso conlleva un mensaje parecido: el viejo Reino del Medio superó hace mucho su “capacidad de porte”, según un concepto básico de los ecólogos. Hablo de científicos experimentales, biólogos especializados en la laberíntica interconexión de los organismos vivientes entre sí y con su entorno físico. No se deben confundir con el vasto arco político de los ecologistas, aunque algunos ecólogos son ambas cosas. E incluso, como científicos, pueden medir la capacidad de porte de distintos modos, o del mismo y sin embargo desacordar sobre ella. Pero China más bien suscita consensos.

En capacidad de porte, China está para pedir rescate y jamás lo admitirá. Algo a considerar por Argentina, que está muy debajo de su propia capacidad de porte, cuando negocia con ese país.

(Continuará mañana)

Daniel E. Arias