(La primera parte de este artículo está aquí)
- El PBI sube en rampa, pero los recursos caen en picada
La idea de capacidad de porte aplicada a los ecosistemas humanos se resume en que un conjunto de ellos, como el de China, tiene límites en materia de cuántos humanos pueden vivir en él y de él, administrando del mejor modo posible los recursos naturales existentes “in situ”: agua, aire, tierra fértil, fotosíntesis, materias primas y recursos energéticos.
Con su población que en tiempos de Mao Zedong estaba en 500 millones y hoy anda por los 1393 millones, no hay consenso científico sobre si China sobrepasó su capacidad de porte hace décadas o siglos. Pero un número elocuente es que de cada 5 personas en los 195 países del mundo, una es china o vive en China.
Pese a que su demografía dejó la rampa y va insinuando una probable y lenta baja, pese a ocupar 9,6 millones de km2 del continente asiático, hoy la dilatada y continental China vive como el insular y minúsculo Japón, que tiene 11 veces menos población; en ambos casos hacinada en las exiguas llanuras fluviales y/o costeras.
Ambos países forman, a su pesar, parte de esos sitios del mundo que importan casi todo lo que comen y queman, y a los cuales el agotamiento de suelos y de aguas no logra eximir de generar catástrofes en suelo propio o a distancia. El refinamiento tecnológico trata de huir hacia el futuro, pero el presente a veces interpone paredes. Y no todas son rodeables o derribables.
Como ejemplo de tapa de libro, con su apuesta explícita a la hidroelectricidad, las turbinas eólicas y las centrales nucleares, Xi Jingping encabezó lo que llamó “una revolución verde”. Ese slogan, en tiempos de Deng habría sido una herejía anti-desarrollista y en los de Mao (cuando las revoluciones sólo podían ser muy rojas), causal de tiro en la nuca.
Hoy la continuidad de Xi en el poder depende de que la economía siga creciendo “a tasas chinas”, como se dice fuera de China, y éste es un tema ya no tanto de demografía como de energía. Con una población cada vez más urbana y consumidora de electricidad, cada punto logrado cuesta arriba en la rampa del Producto Bruto Interno (PBI) es imposible sin una rampa subyacente porcentual de 1,5 puntos en oferta eléctrica. Por ello, la mejora del nivel de vida de las masas suele medirse indirectamente por su consumo de electricidad per capita. Y en China, entre 2009 y 2019, pasó de 2.782 kw/h a 5.161 kw/h. Pero esa pendiente se trepó básicamente a carbón. Y continúa.
Suecia, como referencia de país en el otro extremo del arco, con escasa población y muy altos índices de desarrollo humano, andaba en los 13.000 kw/h y a la baja desde los ‘90, por el constante ahorro de energía. Con algo más de 10 millones de habitantes, a Suecia le sobra a tal punto la electricidad que exporta el 15%, pero además logra eso emitiendo la mitad de C02 a la atmósfera que en 1979, y para envidia de alemanes e ingleses, hace eso mientras reconvierte su flota automotriz a vehículos “full electric”: en 2030 prohibirá el motor de combustión interna, hasta aquí llegaste. Parece un acto circense pero les está saliendo bien: se descarbonizan, punto.
Suecia logra eso no por sus 3600 molinos eólicos -que son muchos- sino porque tiene centrales hidroeléctricas que dan el 45% de la potencia de base anual y 10 centrales nucleares que dan el 40%. Éstas no piensa cerrarlas ni a palos, visto cómo la ha ido a los alemanes con esa idea.
Los considerables excesos de potencia generados por los parques eólicos –en otros circuitos, su principal peste- se exportan caros a la red eléctrica europea. Ésta los absorbe fácil por su traza de alta tensión, muy mallada, con tramos cortos entre miríadas de ciudades consumidoras, y por la enorme demanda crónica generada en Europa Occidental por el cierre de las centrales nucleares alemanas. Los suecos no dependen del viento o del sol (¿cuál sol?) para lo básico: iluminar sus ciudades, mover su industria o recargar sus autos. Para eso, ríos y el átomo, a bajo precio. El viento lo venden afuera, y caro.
Sin embargo, en su consumo eléctrico per cápita China parece todavía muy lejos del techo, si Suecia fuera el techo posible. El país que la prensa boba suele llamar “gigante asiático” choca con los límites objetivos de su realidad geofísica. El gigantismo chino es muy overo: está muy intercurrido de enanismo.
China desplazó a Brasil como el país más hidroeléctrico del mundo, pero, a pura continentalidad, carece de sus lluvias. En 2009 tenía 172 GW instalados en sus represas, en 2015 ya eran 356 GW, y el gobierno cree que el techo de ingeniería estaría entre los 500 y 600 GW.
Con esa quimera a la vista, se siguen construyendo represas a lo bestia, pero la mayor parte de las cabeceras de cuenca están en la llamada “Torre del Agua de Asia”: el altiplano del Tibet. Si China en 1950 ocupó militarmente esa región, si se dedicó 71 años a pavimentarla de chinos Han traídos a carretadas, si desde entonces enfrenta sublevaciones populares de tibetanos, y recurrentes, todo eso sucede porque ese altiplano de casi 4000 metros de altura promedio es la fuente de los ríos que permiten la vida de la mitad de la humanidad, desde los hormigueros demográficos de Pakistán y del Sudeste Asiático hasta la desolada frontera sino-siberiana.
Pero si China sigue represando a escape las altas cuencas del Indus, del Ganges, del Brahmaputra, del Irrawady, del Solween, del Mekong, del Yang Tze y del Amarillo, que dan bebida, riego, pesca y potencia a países vecinos aguas abajo, terminará generando conflictos con todos ellos. Sólo tiene paz garantizada con Pakistán, por ahora su único y verdadero aliado estratégico en el vecindario. Pese a la impresionante habilidad de China para una diplomacia de zanahoria y/o garrote, los países que ya resienten las bajantes drásticas e imprevistas, las inundaciones repentinas, la desaparición de pesca y la mala calidad de agua creadas cuenca arriba por los proyectos hidroeléctricos chinos en Tibet son la India, Bangladesh, Vietnam, Camboya, Tailandia, Laos y Mianmar.
Sin perjudicar a más población ribereña que la propia (y eso también se paga), China sólo podría proseguir su desarrollo hidroeléctrico en el Yang Tze y el Río Amarillo, cuyos cursos, medios y finales (no así las cabeceras de cuenca), son exclusivamente chinos. Con la India y con Vietnam, en cambio, China tuvo guerras en 1962 y 1979 respectivamente, todas de corta duración pero masivas, sangrientas y mal saldadas. Y eso sucedió mucho antes de que hubiera mediado siquiera la cuestión hídrica.
Pero ahí está, y en los países más agraviados por los proyectos hidroeléctricos chinos, viven más de 3000 millones de habitantes. Ni China puede sobornar a todos esos estados-nación a la vez, y menos aún, pelearse con todos.
Tampoco puede darles el ejemplo, que eso también sirve. El 70% de los ríos chinos está severamente contaminado, lo que deja en escasez de agua potable a 300 millones de chinos.
Y tampoco puede vender ilusiones científicas de la abundancia hídrica en el Sudeste Asiático: el recurso básico de la hidrología en ese rincón del mundo son los 46.298 glaciares tibetanos inventariados por la Academia China de Ciencias, y forman el máximo reservorio planetario de agua dulce después de la Antártida y Groenlandia. Pero ese stock está en retroceso.
La Academia admite una pérdida del volumen glaciario del 7% desde 1960. Suena a poco. Circle of Blue, una publicación dedicada a hidrología y geopolítica, cree que la fusión glaciaria es peor y que para 2035 muchos de tales formaciones «permanentes» van a haber desaparecido en quebradas inaccesibles, así como están volviéndose caminables por el fondo cientos de lagos tibetanos, y eso debido al recalentamiento global. Los datos los provee el Environmental Change and Security Program del Woodrow Wilson International Center for Scholars in Washington, D.C, es decir un “think tank” estadounidense.
Puede ser una visión sesgada, por estadounidense. Los científicos chinos, en cambio, se maravillan de sus enormes recursos hidroeléctricos, y parecería que se creen Brasil, sólo que el agua brasileña llueve sobre Brasil y fluye por Brasil: no proviene de un país vecino anexado militarmente por Brasil. Para muestra, un botón: este “paper” de Xiaoling Chang, Xinhong Liu y Wei Zhou en la revista Energy, accesible aquí.
La opinión forzosamente equilibrada la da el IPCC, el Panel Internacional de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, que representa a 195 países, y dice que el derretimiento glaciario en los Himalayas y el Tibet es el más rápido del planeta.
China comparte un problema hídrico con Argentina: una superficie árida en su 70%. Pero aunque los chinos gozan de un territorio 3,42 veces mayor que el nuestro, encierran en él una población 30,45 veces mayor, y eso en un país de clima incomparablemente más continental, es decir, seco. Mucha menos agua en mucha menos tierra y para alimentar a mucha más gente.
Nuestras exportaciones a China son, básicamente, ventas de agua y nutrientes de la llanura chacopampeana, con la soja a la cabeza. Así como los suecos exportan viento a Europa, nosotros vendemos la lluvia y la tierra negra de la Cuenca del Plata a China, cosas que los chinos tienen cada vez menos y vienen perdiendo desde inicios de la dinastía Han.
Me eximo de hablar del impresionante desarrollo chino en energías alternativas. Genera mucho trabajo calificado y exportaciones. Sucede obviamente que una economía de ese porte tiene que funcionar también de noche o cuando el viento se plancha, y la red eléctrica de alta tensión es más lineal que mallada y no permite exportar picos de generación. De modo que el viento no les resuelve la vida.
En los hechos, como se ve en muchos otros países, China tiene el 21% de su potencia instalada metida en viento y sol. Pero la intermitencia y el factor de disponibilidad relativamente bajo de ambos recursos, amén de las altas pérdidas en transmisión a distancia, esa inversión rinde sólo el 9% de su producción eléctrica.
Por ello y para entender a China en comparación con otros países, me remito a comparar únicamente fuentes de potencia de base, o “despachables”, las que están disponibles 24×7.
Gas y petróleo, se sabe, en China no hay un metro cúbico o una gota: todo eso se importa. Carbón, en cambio, hay a patadas, pero tan a lo bruto lo queman que aún así se debe importar desde Australia. China depende entre un 70 y 80% del carbón, con un 45% usado por la industria y el resto para electricidad. Consume alrededor del 48% de la producción carbonífera mundial, aunque triplicó la suya entre los ’90 y 2010.
Baile de máscaras (bueno, de mascarillas) en Fuyang, Anhui, año 2017.
El periodismo bobo tiene un segundo lugar común para China, además de aquello del “gigante asiático”: es el título de “la locomotora de la economía mundial”. Este último pasa por alto que la ecológica Australia viene a ser la carbonera de esa vieja locomotora a carbón.
Pero sobre todo, pasa por alto que en algún momento, un mundo archipodrido de sequías, incendios masivos, olas mortales de calor y pérdidas por inundación o salinización de llanuras costeras le va a tocar el silbato a ambos países. Y les va a bolear las exportaciones con unos aranceles que te la cuento.
Serán medidas defensivas, probablemente descoordinadas y unilaterales, pero reventarán en cascada no bien algún audaz o desesperado tire la primera piedra. Probablemente las cosas sucedan de ese modo, ya que antes se va a congelar el infierno que la ONU le dé bola a su propio organismo científico, el IPCC, e imponga un impuesto universal y severo a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). China, EEUU y Rusia no lo permiten.
El desarrollo nucleoeléctrico chino empezó recién en 1981, 7 años detrás del nuestro. Hasta entonces, y desde finales de los ’50, todo el desarrollo atómico chino había sido bélico, con una primer arma testeada en 1964. Pero comprando patentes de transferencia de tecnología estadounidense, canadiense y francesa, han venido desarrollando su núcleoelectricidad a la carrera, al punto que hoy tienen la segunda flota de centrales después de la yanqui, y que la china es incomparablemente más joven (y mejor).
Los chinos han comprado, probado, adoptado, adaptado y en algunos casos mejorado todos los diseños de planta occidentales. Su modelo ya tecnológicamente propio, «de bandera» y exportable es el Hualong-1, inspirado en un PWR francés de 900 MW desarrollado por Ëlectricité de France en los ’70 que, a fecha de hoy, sigue siendo el reactor más exitoso, seguro y barato del mundo. Tal vez el Hualong-1 tenga esa misma trayectoria. Pero hoy, pese a sus 47.498 MW nucleares instalados en 49 centrales, y a los 15.906 MW de otras 16 en construcción, China sólo extrae del átomo el 6% de su consumo eléctrico. Éste es justamente el único recurso eléctrico en el cual China, realmente, no tiene techo.
Centrales nucleares operativas, en construcción y planeadas. En el “Far West” chino, las enormes, desérticas y conflictivas provincias occidentales, no hay ni planeadas, y más por falta de agua como refrigerante que de población.
Tampoco tiene casi uranio, para el caso, pero tiene aprovisionamiento externo muy bien asegurado, y además está preparando un programa nucleoeléctrico 2.0 movido por torio, elemento del que su geología propia dispone con cierta largueza. Y en esas dos cosas China se parece a la India, y por eso ambos países siguen construyendo tenazmente centrales nucleares de agua pesada y tubos de presión tipo CANDU, los chinos aún bajo licencia canadiense. Permiten quemar óxidos mixtos de uranio y plutonio reciclados de combustibles gastados, y son el puente hacia otras máquinas muy distintas, los “breeders”, o reactores reproductores, activadas a torio.
Si China no avanzó con reactores convencionales más tierra adentro (aunque planes, sobran) es por su reticencia a interpolarlos en los cursos medios de sus ríos. Estos están llenos de ciudades aguas abajo, y esos municipios podrían objetar (bajo la mesa las patadas son peores) las descargas de agua caliente de los circuitos terciarios, y su posible efecto eutrofizante. La palabrita griega significa “generador de algas unicelulares”. Éstas, en combinación con las descargas cloacales y la lixiviación de fertilizantes que atormenta al 70% de los ríos chinos, suman un combo infalible para pudrir aguas.
Pero definitivamente, si el PCCh hoy prefiere la ubicación costera para desarrollos futuros es porque, además de más población e industria a pie de central, la dirección comunista es aversa a 1) las pérdidas de potencia en líneas de alta tensión demasiado largas, 2) las consecuencias de accidentes de grado INES 7, como Chernobyl y Fukushima, en despliegues intracontinentales.
La ubicación costera del complejo nuclear japonés (y también la pura suerte) determinaron que las plumas de iodo 131 y cesio 137 emitidas en cada accidente tuvieran destinos muy distintos. La nube de productos de fisión emitida por Chernobyl IV, central ucraniana accidentada en 1986, se depositó desde Escocia hasta Italia sobre los suelos de media Europa, Medio Oriente y Asia Central.
Amén de exacerbar las tensiones OTAN-Pacto de Varsovia, a retaguardia de ese último, este hecho destruyó las ya flacas lealtades políticas entre la URSS, Europa Oriental y los países bálticos y turcomanos, y precipitó su secesión, que no fue menor: derrumbada la URSS, se cortaron solos 15 estados-nación que hoy no son parte de la Federación Rusa.
En cambio, salvo por la municipalidad de Itate, la pluma de Fukushima mayormente fue soplada mar adentro por los vientos costeros. Pese a protestas de los vecinos de ultramar con peores recuerdos de la ocupación japonesa de preguerra y guerra (Corea, Filipinas, China y Vietnam), en esos países no hubo precipitación de productos de fisión. Y dentro del archipiélago japones, el impacto sanitario y político fue menor: no se murió nadie, no cayó siquiera el gobierno nacional, y tampoco se secesionó ninguna prefectura.
La central Hualong-1 podría clonarse N veces. Así lo hizo EDF con su modelo de 900 MW durante las presidencias de Georges Pompidou, Valéry Giscard d’ Éstaing y de Francois Mitterrand, al punto que todavía hoy Francia obtiene del átomo el 70,6% de su consumo eléctrico, y un territorio en el que se distribuyen 56 centrales nucleares casi idénticas entre sí, con predominio de la EDF de 900 MW y 3 «loops» de refrigeración.
Son las únicas máquinas nucleoeléctricas del mundo que realmente se llegaron a fabricar en serie, y por ello también las más baratas del mundo. Gracias a ellas, los franceses pagan la tarifa eléctrica domiciliaria promedio a mitad de precio que los alemanes. Estos son muy ecologistas y cerraron sus 18 centrales. Por lo cual han vuelto a quemar carbón, incluso a importarlo de Polonia, y aún así se ven obligados a comprarle electricidad a Francia. Es decir electricidad nuclear.
¿Accidentes de consecuencias? Cero. Sólo incidentes. Con los abundantes ríos y acuíferos de Francia, estas máquinas PWR de EDF, que necesitan de bastante agua lo suficientemente fría para refrigerar el circuito secundario, pudieron distribuirse uniformemente sobre todo el territorio, al punto que sólo 18 están sobre el litoral marino.
De hecho, con el recalentamiento global sucedido desde los ’70 fogoneado (en todo sentido) por la troika de grandes emisores de carbono (EEUU, el resto de la UE y China), durante la ola de calor de agosto de 2018 los franceses tuvieron que cerrar 4 plantas situadas sobre los ríos Rhin y el Ródano, cuyas aguas bajaban demasiado calientes como para refrigerar las máquinas. Cuando las plantas se construyeron, ése parecía un escenario imposible, de climatología-ficción…
En China la continentalidad del clima se impone con otra dureza. La Hualong-1, parecida a la EDF francesa hasta en sus 3 loops, parece el «fierro» ideal para un despliegue en el «hinterland», pero éste es muy seco. Por ahora, el abarrotamiento de ubicaciones costeras -y por ende, entreveradas con el tejido urbano de las megalópolis- constituye un freno simultáneamente geográfico y político al desarrollo nucleoeléctrico chino. Y eso es especialmente notorio en el “Far West” nacional, en el Tibet y en el Xingjiang uighur, donde el cariño por Beijing mide en números negativos. De esos límites, que no sólo son políticos sino físicos, en el Reino del Medio, se habla poco y nada.
Todo esto hoy por hoy, equivale a una condena a que la electricidad china salga de combustibles fósiles en un 70%, cifras casi calcadas de la Argentina, aunque lo que queman ellos es carbón y no gas natural. Y eso se hace con aproximadamente la mitad de eficiencia térmica, es decir el doble de emisiones de carbono por MW/h producido.
No sin consecuencias: la Organización Mundial de la Salud fija un máximo tolerable de 25 microgramos de hollines finos de tipo 2,5 micrómetros, los que más hondo calan en los alvéolos pulmonares, donde por su correlación superficie/masa, logran traspasar fácilmente productos de combustión incompleta de hidrocarburos a la circulación. Y son muy irritantes.
Algunos argentinos que viven o han vivido en Beijing me dicen que lo normal es el aire con 200 mg. de partículas PM 2,5. Pero que en la primera década de este siglo eran casi normales los eventos como el del lunes 15, con casi 1000 mg, es decir 30 veces la carga de particulados ultrafinos de hollín que el de Villa Inflamable. Para los no bonaerenses, es el barrio al pie de las refinerías de petróleo de “El Doque”, en Avellaneda, situado también a sotavento de las chimeneas de la Central Eléctrica Costanera de Edesur.
El portal Statista estima que a fines de año el PBI chino habrá crecido un 8,1%. Lo que no entra en esas cuentas son las externalidades, las pérdidas económicas causadas en su propio país y en otros por destrucción o maltrato de recursos sin reposición.
Entre esos recursos, además del agua y el aire, está el parénquima pulmonar de 1,6 millones de habitantes/año, cuyo comentario respecto de la calidad de aire en las ciudades chinas es resignado, silencioso y elocuente: se mueren.
(Concluirá mañana)
Daniel E. Arias