Avanza la obra para almacenar combustibles gastados de las centrales nucleares de Atucha

El Ing. Rubén Quintana, Vicepresidente NA-SA es el autor de esta nota que describe lo que está haciendo Nucleoeléctrica Argentina, la empresa generadora de energía nucleoeléctrica y operadora de nuestras centrales nucleares.

Como en nuestras páginas se ha desarrollado una polémica con NA-SA sobre la política nuclear más adecuada, agregamos al final una breve nota sobre los puntos en desacuerdo y en acuerdo.

«Una obra nuclear muy atrasada se va poniendo al día. Sirve para garantizar la operación de las Atuchas I y II: es el almacenamiento “a seco” del combustible nuclear gastado. Una y otra centrales suman aproximadamente 1000 MWe de potencia bruta instalada. En operación normal sustituyen cada año anualmente el quemado de 1.600 millones de m3 de gas, y para ello sólo consumen 2 elementos combustibles nucleares cada día.

Los elementos combustibles de una y otra central tanto de Atucha I como de Atucha II son casi idénticos: largos haces (5,3 metros de longitud) de 37 tubos de zircaloy. Ésta es  una aleación de zirconio (metal emparentado con el titanio) y níquel resistente al calor, la presión, la corrosión y la radiación pero “transparente” al paso de los neutrones que alimentan una reacción nuclear.

Los tubos están llenos por dentro de pastillas cerámicas de dióxido de uranio. Se considera “gastados” o “quemados” a los haces cuya proporción entre uranio 235 y productos de fisión ya no permite generar suficiente energía, por lo cual se decide retirarlos del reactor.

Estos elementos combustibles gastados son “material caliente” en dos sentidos: el térmico (necesitan años enteros de lento enfriamiento) y el radiológico (emiten rayos gamma, por lo que deben guardarse blindados por agua o por grandes masas de hormigón).

Testeo de la grúa puente del futuro recinto ASECQ con un elemento combustible simulado.

El almacenamiento “a seco” es la etapa posterior al enfriamiento en piletones de agua. Estos van ubicados dentro de los respectivos edificios de cada central. La etapa de guardado bajo agua dura años enteros. De acuerdo a cada tipo de central de las aproximadamente 440 activas en el mundo, se toma el tiempo que tardan los combustibles gastados en alcanzar el equilibrio térmico necesario para salir de los piletones sin deteriorarse por su propio calor interno, y pasar entonces a estructuras de hormigón reforzado. Dentro de ellas, alcanza con la circulación natural de aire para que los elementos combustibles sigan perdiendo su temperatura lentamente.

Esto se hace desde hace 15 años con los combustibles gastados por la CNE, la Central Nuclear de Embalse, emplazada en la provincia de Córdoba. Tras 6 años de pre-enfriamiento en el piletón de la central, los elementos combustibles salen considerablemente más fríos para continuar refrigerándose por convección natural de aire en torres de hormigón llamadas ASECQ (Almacenamiento en Seco de Elementos Combustibles Quemados). Éstas se construyeron contiguas a la planta nuclear. Faltaba hacer lo mismo en las Centrales Nucleares Atucha I y II, que sumadas, representan casi dos tercios de la capacidad instalada nucleoeléctrica argentina.

Los “canisters” ASECQ de enfriamiento en seco de los combustibles gastados de la Central Nuclear de Embalse, Córdoba, en enero de 2014.

La reanudación de esta obra detenida durante la administración nuclear anterior (el almacenamiento a seco) es importante porque los piletones de enfriamiento húmedo, aunque considerables, tienen una capacidad limitada. Si no está garantizado el tránsito de los elementos combustibles a enfriamiento en seco, los piletones se empiezan a llenar. Ante ello, las disposiciones regulatorias de seguridad dicen que hay que empezar a bajar la potencia o incluso sacar de servicio ambas centrales nucleares para limitar ingresos a pileta. Esto no sucedió jamás y sería pésimo para el consumidor, tanto de electricidad como de gas natural.

Las centrales nucleares son máquinas de generación de “potencia de base” (disponible 24×7). Dentro de su categoría, son las de mayor confiabilidad y seguridad del país. También son las únicas que, por estar disociadas tecnológica y contractualmente del mundo hidrocarburífero, siguen produciendo a U$ 30 el MW/hora incluso cuando sube el precio del gas.

¿Qué tiene entonces de importante para el/la ciudadano/a de a pie esta modesta obra de “back-end”, es decir de ciclo final de combustibles agotados gastados en las Atuchas? La respuesta es: garantiza la potencia nuclear plena. Si las Atuchas salieran de línea, en el área metropolitana del país hay habría que empezar a sustituirlas quemando mucho más gas en las centrales de ciclos combinados.

Esto, especialmente en invierno, lleva de cabeza al cierre temporario de las industrias sin contrato firme de provisión de gas, medida que se tomó más de una vez, desde que se despresurizaron los campos de gas de Loma de la Lata, allá por 2004, para hacer economía forzosa y garantizar el fluido en los domicilios. Pero la situación de escasez también dispara tarifazos de gas a los consumidores domiciliarios.

Microcentro porteño en una mañana de smog. Una parte del mismo proviene de las generadoras termoeléctricas urbanas y suburbanas.

Todo esto modifica para mal las cifras de desocupación y las de la línea de pobreza. Pero también hay un detrimento ambiental: el mayor consumo de gas para generar electricidad implica menor calidad de aire para los y las vecinos/as de las centrales termoeléctricas, que en Argentina suelen ubicarse en zonas urbanizadas o semiurbanizadas.

Peor aún, cuando en los inviernos crudos de todos modos falta gas, porque el poco disponible se deriva al consumo domiciliario, las centrales termoeléctricas empiezan a quemar un combustible sustitutivo, el fueloil. Éste genera humos densos llenos de partículas de hollín nocivas para el sistema cardiopulmonar: las célebres PM 2,5.

Por lo demás, el contenido normalmente alto de azufre del fueloil argentino, una vez aerotransportado como humo, genera lluvia ácida a sotavento. Y ésta va corroyendo despacio pero seguro las estructuras de acero y hormigón de las ciudades y rutas, quitándoles vida útil.

Con su trayectoria de 71 años en energía nuclear nuestro país podría y debería tener fondeada en muchas centrales nucleares al menos el 30 o 40% de su generación eléctrica. Hoy tiene apenas un 5%, tras haber llegado a un máximo promedio del 10% a mediados de los años ‘80.

Más generación nuclear a la Argentina le generaría:

  • saldos exportables de petróleo y gas (es decir, dólares),
  • a los usuarios domiliciarios y comerciales les daría tarifas eléctricas y gasíferas más estables y bajas,
  • a la industria que usa gas pero no tiene contrato firme, le otorgaría mayor estabilidad laboral durante la temporada fría,
  • le extendería la vida útil a los puentes y obras de infraestructura de acero y hormigón,
  • y disminuiría el impacto de la EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) en la población urbana.

Todos esos detrimentos ocurren cuando escasea la oferta de potencia nuclear en el Sistema Argentino de Interconexión. Esto no es especulativo sino descriptivo, ha sucedido todo el tiempo en que hubo reactivación, poco gas y Atucha II estaba sin terminar. Aquella situación crónica pasó, pero se agudiza cuando un repunte del PBI aumenta el consumo eléctrico, o cuando alguna de nuestras tres centrales nucleares debe salir de línea para hacer un mantenimiento o una reingeniería largos. Detener las centrales nucleares por falta de sitios donde estoquear en seco el combustible gastado sería perder plata pública y salud pública.

Un parque nucleoeléctrico como el de Francia produce el 70% de la electricidad nacional con sus 56 centrales operativas. Los franceses respiran aire más limpio en sus ciudades y pagan la electricidad más barata que el resto de la Unión Europea. Algo parecido se dice de Suecia, donde el 34% del consumo eléctrico es nuclear. Ésas son economías “descarbonizadas”.

Que la Argentina sea por una parte el más exitoso exportador de reactores nucleares de investigación y de producción de radioisótopos, pero que simultáneamente tenga apenas 3 centrales operativas da para pensar que estamos haciendo algo mal. Estimados/as: debemos pensar en aumentar la capacidad nucleoeléctrica instalada.

RUBEN QUINTANA – Vicepresidente de NA-SA

 

Nota de AgendAR: Elogiamos que se estén construyendo los edificios de guarda en seco de las Atuchas I y II. Y concordamos con NA-SA que con la impresionante trayectoria del país como generador y exportador de tecnología nuclear, es anacrónico y dañino que no tengamos 10 o 15 centrales nucleoeléctricas, en lugar de sólo 3.

Pero creemos –y ésta ha sido una diferencia con NA-SA desde 2018- que justamente, porque somos exportadores de tecnología, no podemos ni debemos importar ninguna central más. Tenemos que construir las nuestras, con tecnología desarrollada aquí, y eventualmente, exportarlas, como venimos exportando nuestros reactores nucleares desde 1978.

No vemos otras posibilidades para ello que:

  • Terminar el prototipo del CAREM 25 y empezar el desarrollo del modelo comercial, de 480 o 500 MW, esto en la línea del uranio enriquecido.
  • Desarrollar un modelo argentino de central de tubos de presión, agua pesada y uranio natural.

Se tome una u otra vía, o ambas, éstas no son tareas que se puedan llevar a cabo en menos de una década, y estaríamos hablando de una década atípica, signada por una decisión fuerte de seguir ese camino tomada por toda la dirigencia política y económica del país. Francia no se volvió el país más “nuclearizado” del mundo de otro modo.

No se nos ocurre que nada de esto vaya a suceder si se compra una Hualong-1 de 1180 MW a la China National Nuclear Corporation (CNNC) simplemente porque China nos ofrece un crédito, que ni siquiera es barato, y además en condiciones tan asimétricas e imperiales que debemos pagar licencias restrictivas por la fabricación del combustible, o aceptar que éste sea importado. Eso, en un país que se autoabastece de combustibles nucleares, y que además exporta componentes…

La compra de la Hualong-1 comprometería de inmediato unos U$ 2500 millones a pagar a China, y durante los 20 años de pago de la deuda por capital e intereses los desarrollos propios del programa nuclear argentino se quedarían sin un centavo.