¿Habrá un «apartheid» sanitario? Los países empiezan a poner barreras a los no inmunizados

(No. El talento de Quino no anticipó el coronavirus y las barreras sanitarias. Pero sus dibujos nos muestran algunos rasgos humanos que aparecen en muchas ocasiones. Esta pandemia es una de ellas).

Como el punto de partida fue un «Sálvese quien pueda», en lugar de haber marchado hacia una respuesta solidaria en común, el mundo parece encaminado hacia un “apartheid sanitario”. Eso sugiere que haya países hablando de carnet de vacunación y de pasaportes sanitarios. Si se partió de un sálvese quien pueda, el punto de arribo es un mundo con salvados y desguarnecidos.

Apartheid significa “separar” en afrikáans, el idioma de la minoría blanca sudafricana. Esa palabra denominó al sistema de segregación racial impuesto en 1948, por el cual los “no blancos” tenían vedados los sitios habitados y transitados por los blancos. El mismo término ayuda a imaginar el mundo al que podría encaminarse la humanidad empujada por el covid.

La realidad impuesta por un virus desconocido es tan inédita que implicó una prueba crucial para la especie. La forma de enfrentarla, o bien generaría optimismo sobre la condición humana, o bien abonaría el escepticismo.

Por primera vez en la historia, la humanidad se enfrentó a un enemigo común: una pandemia totalmente globalizada. A diferencia de pandemias anteriores, como la poliomielitis o el sida, con modalidades de transmisión más complejas y limitadas, al tratarse de una infección respiratoria su capacidad de contagio es ilimitada porque la vía por la que se expande es el aire.

Cuando se calibró su letalidad, la proyección estadística mostró la devastación que alcanzará si la ciencia no logra detenerla. Y debe detenerla a tiempo, porque la vacunación debe ganarle la carrera a las mutaciones del virus. Ante semejante situación, sin antecedentes en la historia, corresponde pararse en el “deber ser”: la conformación de una alianza global anti-pandemia para combatirla simultáneamente en todo el planeta.

Si el virus no tiene fronteras, tampoco debe tenerlas la lucha para contenerlo. En el terreno del deber ser impera la lógica pura y esa lógica muestra el absurdo de las fronteras y de los intereses estatales y empresariales. Lo lógico habría sido que las potencias conformaran un comando conjunto que dirija la obtención de fórmulas inmunológicas, la producción universal de vacunas y la realización de campañas globales de vacunación.

En la dimensión del deber ser, el comando global lograría que todos los países puedan producir vacunas en sus territorios en lugar de esperar que, por efecto derrame, les lleguen en aviones desde los países de origen. Los laboratorios tienen derecho a obtener ganancias por las vacunas que crean, pero un liderazgo global debió compatibilizar ese derecho empresarial con el deber histórico de vacunar al mundo con la mayor velocidad y simultaneidad posible.

La humanidad presenció la proeza científica de crear vacunas eficaces y seguras en tiempos record, pero luego llegó el fracaso político y humano: laboratorios y estados no cedieron las fórmulas y los permisos para que sus vacunas puedan producirse simultáneamente en la máxima cantidad posible de países. Las fronteras impidieron el libre tránsito de esas fórmulas y permisos.

Si un edificio se incendia, quien logre apagar las llamas en su departamento no puede relajarse y sentirse seguro. Si hay fuego en el edificio, en algún momento llegará de nuevo al departamento o fundirá la estructura de acero, derrumbándolo como las torres gemelas de Manhattan. O se apaga el incendio en todo el edificio, o todos los departamentos seguirán en riesgo y tarde o temprano resultarán destruidos.

Algo similar plantean el calentamiento global y la pandemia. Ante amenazas globales, las respuestas deben ser globales. De nada sirve que un país o región reduzca la emisión de gases con efecto invernadero, si otros países y regiones no lo hacen. No existe la salvación individual. Pero en el caso de la pandemia, existe la mejoría individual momentánea, cuya duración depende de las posibilidades de mantener alejados a los infectados, algo que la globalización económica impide sostener de manera indefinida.

Al descubrirse ante una amenaza sin precedentes, podía aflorar lo mejor de la naturaleza humana. Pero las vacunaciones de privilegio, las fiestas clandestinas, las migraciones vacacionales y las disputas por mayores ganancias y posicionamientos de liderazgo mundial, muestran el rasgo oscuro que hizo afirmar a Hobbes que “el hombre es el lobo del hombre”.

El Papa Francisco lo resume en el reclamo de una justa distribución de las vacunas. Pero no se trata sólo de justicia distributiva. Se trata de lógica pura. Un devastador enemigo común impone alianzas tan impensadas como indispensables.

Desde su irrupción, el coronavirus fue visto como un “enemigo invisible” que ataca a la humanidad. Para enfrentar a un enemigo común, lo lógico es un frente común. Pero las superpotencias convirtieron la pandemia en otro escenario de sus competencias por el liderazgo mundial. Trump habló de “virus chino”, haciendo de la pandemia un arma para atacar a China. Pero el gigante asiático, que lo cuestionó por lanzar esos golpes bajos, bautizó «china a las vacunas que creó.

Sinovac es el nombre del laboratorio que la produce pero significa vacuna china. Otra es Sinopharm. El prefijo “sino”, más que al país en sí, hace referencia a “lo chino”, es un concepto cultural que alude a todo lo producido en China.

Mientras las potencias más ricas de Occidente acumulan vacunas sin pensar en el desabastecimiento del resto del mundo, Vladimir Putin convierte la vacuna del laboratorio Gamaleya en instrumento de propaganda nacionalista y en ficha del tablero geopolítico. Por eso en lugar de llevar el nombre de la prestigiosa institución científica que la creo, la vacuna se llama Sputnik, evocando a la primera victoria rusa contra Estados Unidos en la carrera espacial, cuando puso en órbita el primer satélite en 1957.

Llamarse vacuna Gamaleya apuntalaría la confianza que merece ese instituto cuyo prestigio tiene origen en el siglo XIX. La competencia entre superpotencias, en lugar de la lucha mancomunada contra un enemigo común, señala que la humanidad está en riego de apartheid sanitario.

Observación de AgendAR:

El planteo moral que hace la revista Noticias y que nosotros reproducimos es válido. Y, lamentablemente, debemos agregar que es realista, al menos para este año y probablemente para el siguiente.

Es previsible que los países piensen -como la mayoría de los seres humanos- que «caridad comienza por casa». Por la familia de uno, los compatriotas de uno… Y también debemos esperar que las naciones que cuenten, ahora en el futuro cercano, con disponibilidad de vacunas las usen como instrumento de «poder blando».

Pero los hechos que se mencionan arriba también son ciertos. El coronavirus y sus nuevas cepas serán una amenaza hasta que una gran mayoría de la raza humana esté vacunada. Sólo así será derrotado, como lo fue la viruela. Pero falta todavía para que los Estados nacionales estén en condiciones de aceptar esta lógica y obrar en consecuencia.

Hasta entonces, conviviiremos -probablemente por largo tiempo- con nuevas fronteras sanitarias.

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