El último confinamiento anunciado por el Presidente, que intercala días de cierre y días de apertura, y las declaraciones de la ministra Carla Vizzotti -«de ser necesario, habrá cierres intermitentes durante el invierno»- sugieren que en las próximas semanas podría implementarse un sistema pergeñado por tres científicos del Conicet en el marco de la Unidad Covid del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
En otros esquemas, se plantea la alternancia de nueve jornadas de aislamiento con 12 de apertura. El plan debería llegar en estos días a la mesa de Alberto Fernández.
A diferencia del aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) que se implementó (pero no se cumplió. Nota de AgendAR) durante todo el año pasado, esta estrategia recibió el nombre de aislamiento selectivo programado intermitente (ASPI). La pusieron a disposición de decenas de funcionarios de distintas jurisdicciones, pero nunca lograron plantearla formalmente ante las autoridades nacionales de salud. Ahora, los científicos advierten que no ofrecerá los resultados esperados si solo se hace una vez y sin respetar ciertas condiciones ineludibles.
Ya a comienzos de la pandemia, Rodrigo Castro –director del Laboratorio de Simulación de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA– y a Ernesto Kofman –vicedirector del Centro Franco-Argentino de Ciencias de la Información y de Sistemas de la Universidad Nacional de Rosario– vieron que la fidelidad a la cuarentena se iba deteriorando con el paso de las semanas. Se les ocurrió una idea que no había sido probada en ninguna parte del mundo: en lugar de un lapso largo de restricción continuada, establecer un sistema de cierres y aperturas programadas e intermitentes. Esto permitiría ir bajando la circulación del virus “de a escalones” y, no menos importante, evitar la incertidumbre al permitir una organización de la vida económica, social y familiar.
Decidieron investigarlo. Se sumó el sociólogo Daniel Feierstein, investigador del Conicet en UNTREF, y ensayaron cientos de escenarios posibles. “Analizamos cierres de nueve días, de 14, de 16, de 21. Cuanto más duras son las medidas, menos tiempo necesitan para tener impacto. Pero lo que siempre vemos es que es más efectivo hacer eso que empezar con un cierre duro y que se vaya desgranando”, destaca Kofman.
“En este esquema lo fundamental es la previsibilidad, que se anuncie claramente cuándo se va a cerrar y cuándo se va a abrir –afirma Kofman–. Aunque estemos con 20.000 o 30.000 casos, hay que abrir en la fecha prometida, pero saber que después vamos a cerrar en tal otra fecha. Y luego volvemos a abrir”.
Según explica Castro, la estrategia pretende hacer descender la curva para que los sistemas de testeo y rastreo, que pierden gran parte de su eficacia cuando la cantidad de notificados es muy alta, vuelvan a ser eficientes. “Si llegamos a pocos miles de casos diarios en el AMBA, la diferencia entre tener y no tener el sistema operando es abismal –afirma–. Ambas estrategias deben complementarse para mantener un número mínimo mientras avanza la vacunación”.
En qué consiste
El esquema de cierres y aperturas intermitentes admite muchos “modelos”, pero los científicos están trabajando más intensamente en tres: uno de nueve días de confinamiento y 12 de apertura, otro de 16 y 12, y otro de 16 y 19, respectivamente.
“En realidad, no pensamos que esta sea la estrategia ideal para combatir el Covid –aclara Feierstein–. La mejor es no permitir que el virus ingrese, como hicieron en Nueva Zelanda o Noruega. La segunda son las cuarentenas extensas y estrictas de cinco o seis semanas, que permiten una reducción muy significativa de la tasa de contagio. El problema es que a medida que se extienden en el tiempo, a veces las dos primeras se vuelven inviables. En esa situación, se necesita una tercera posibilidad.
Con lo que nosotros proponemos, es posible organizar las actividades y disminuir el impacto económico. Y al mismo tiempo se maximiza el efecto del cierre, porque sostenerlo nueve o 16 días es mucho más viable; sobre todo, si uno ve que va logrando resultados. Por otra parte, la apertura tiene que notarse lo más que se pueda, es el momento de desahogo para permitir volver a la restricción. También, en la medida en que el cierre se respete más, la apertura puede ser más amplia. Pero la única forma de que funcionen estos esquemas (que pueden alternarse de acuerdo con los resultados) es que sean cíclicos y reiterados”.
Así, el ASPI plantea encontrar un equilibrio entre lo deseable y lo posible, entre lo que se necesita desde el punto de vista sanitario y lo realizable por la sociedad. Al mismo tiempo, tiene que diseñarse en torno de un objetivo, una meta alcanzable. “La ventaja de lo que hacen Rodrigo y Ernesto es que se puede simular lo que va a ocurrir –destaca Feierstein–. El objetivo no es la eliminación del contagio en el primer ciclo, sino llevarlo a un nivel X. Y esto se puede compartir con la sociedad para saber que si llegamos, estamos haciendo las cosas bien y si no, hay que proponerse un compromiso mayor o se pone en juego la posibilidad de volver a abrir.
Nosotros lo que sugerimos es que esa meta sea el mínimo esperable, porque a la sociedad le hace falta algún éxito; y si uno tiene expectativas muy altas, también tiene un alto riesgo de fracaso. Por ejemplo, si uno considera que el confinamiento estricto debe reducir más de un 20% la movilidad, proponer como mínimo esa cantidad. En la medida en que eso se logra, da mucha fuerza para poder encarar un nuevo ciclo”.
La imagen que pergeñaron para una mejor comprensión es que la estrategia actúa como si uno le “pegara golpes” a la curva de casos: bajan durante el ciclo de cierre, suben un poquito cuando se abre, pero no tanto como habían bajado; con el siguiente cierre vuelven a bajar, luego suben otro poquito y de nuevo a “martillar”. “Es un sacrificio, pero se suma al esfuerzo de la vacunación –comenta Feierstein–. Y, aunque llegaran millones de vacunas, hay que implementarla de todas formas, porque estamos con cifras récord de uso de camas de terapia intensiva y el efecto de esas dosis recién se va a sentir tres a cuatro semanas después de haberlas aplicado”.
Según los cálculos de este equipo, en el AMBA, con un ASPI de nueve días más 12 y alrededor de un 30% de reducción de los contagios, se requerirían entre tres y cuatro ciclos para bajar los casos desde alrededor de 8500 diarios a unos 2500. “Es una estimación, pero indica que son necesarios apenas un puñado (dos, tres, cuatro) dependiendo de qué tan bien nos vaya durante el cierre”, subraya Castro.
El científico confiesa que hicieron un esfuerzo enorme para poner esta contribución a disposición de los funcionarios. “La primera vez que propusimos estas cosas nos dijeron que en teoría los modelos matemáticos eran muy lindos, pero que después había que gestionar en el terreno, que era mucho más difícil. El año pasado todas ‘las fichas’ estaban puestas en las vacunas. Pero dada la incertidumbre que hay sobre cuándo llegan, cómo llegan, cómo van a funcionar con las variantes del coronavirus, es perfectamente razonable acostumbrar a la población a un ritmo de cuarentenas intermitentes para ayudar a bajar los casos y reducir las muertes. Si las vacunas vienen y sale todo bien, genial. Pero si no, habremos instalado un sistema sostenible”.
Y concluye: “Esto no debería pensarse como una amenaza. Si lo hacemos bien, vamos a poder tener aperturas cada vez más largas mientras bajan los casos. Tenemos que sumar a la población a este plan y entre todos, gobierno y sociedad, lograr un objetivo común con una estrategia predecible que permita organizar la vida. Ya lo dijo Einstein: no es posible llegar a resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”.