Los ministros de Finanzas de los países del G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Gran Bretaña) alcanzaron hace una semana, el 5 de junio, un «acuerdo histórico»: la creación de una tasa impositiva mínima mundial para las empresas de un 15%, lo que sería la base de un pacto global. Ahora están reunidos, en Cornwall, Inglaterra, los Jefes de Estado y de gobierno del G-7, y ahí -se anuncie o no públicamente- se tomará la decisión final sobre la velocidad con que va a avanzar esta propuesta.
El impuesto mínimo global pretende poner fin a lo que la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, ha calificado de “carrera a la baja de 30 años en las tasas de impuestos a las empresas”, en una competencia por atraer a las multinacionales.
¿Por qué un impuesto mínimo global?
Las principales economías -en especial EE.UU., pero también Alemania- pretenden disuadir a las multinacionales de trasladar sus ganancias a países donde se cobran bajos impuestos, sin importar el lugar donde se realicen sus ventas.
Cada vez más, los ingresos procedentes de fuentes intangibles, -las patentes de medicamentos, los programas informáticos, los derechos de propiedad intelectual, han emigrado a estas jurisdicciones, lo que permite a las empresas evitar el pago de impuestos más altos en sus países de origen tradicionales.
¿En qué punto están las conversaciones?
El acuerdo de los ministros de Finanzas del G-7 se inscribe en un esfuerzo mucho más amplio. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) lleva años coordinando las negociaciones fiscales entre 140 países sobre las normas para gravar los servicios digitales transfronterizos y frenar la erosión de la base imponible. Una de las medidas propuestas es un impuesto mínimo de sociedades a nivel mundial.
Los países de la OCDE y del G-20 pretenden llegar a un consenso sobre ambos temas a mediados de año, pero las conversaciones sobre el mínimo global para empresas son técnicamente más sencillas y menos polémicas. Si se alcanzara un amplio consenso, será muy difícil para cualquier país de baja tributación intentar bloquear el acuerdo.
Se espera que el mínimo represente la mayor parte de los 50.000 millones a 80.000 millones de dólares de impuestos más que, según la OCDE, las empresas acabarán pagando en todo el mundo si se alcanzaran acuerdos en ambos frentes.
¿Cómo funcionará un impuesto mínimo global?
El tipo impositivo mínimo global se aplicaría a las ganancias en el extranjero. Los gobiernos podrán seguir fijando la tasa de impuestos local que deseen, pero si las empresas pagan tipos más bajos en un país concreto, sus gobiernos de origen podrían “completar” sus impuestos hasta el tipo mínimo, lo que eliminaría la ventaja de trasladar los beneficios.
La OCDE había dicho el mes pasado que los gobiernos estaban de acuerdo en el diseño básico del impuesto mínimo, pero no en el tipo. Los expertos fiscales afirman que ésta es la cuestión más espinosa, aunque el acuerdo del G-7 crea un fuerte impulso en torno al nivel del 15% o más.
Otros puntos que aún deben negociarse son si los fondos de inversión y los fondos de inversión inmobiliario deben estar cubiertos, cuándo aplicar la nueva tasa y garantizar que sea compatible con las reformas fiscales de Estados Unidos destinadas a disuadir la erosión.
Cómo sigue
En la reunión del G-20, que incluye a la Argentina, prevista en Venecia para julio, se verá como recibirán el acuerdo del G-7 los principales países en vías de desarrollo.
Aún quedan muchas cosas por concretar, como los parámetros que determinarán cómo y a qué empresas multinacionales se aplicará el impuesto.
El comunicado del G-7 dejó abierto lo que sucederá mientras tanto con los impuestos sobre los servicios digitales de las grandes empresas tecnológicas en varias jurisdicciones, que Estados Unidos quería que se eliminaran tan pronto como se llegara a un acuerdo.
Solo dijo que debería haber “una coordinación adecuada entre la aplicación de las nuevas normas fiscales internacionales y la eliminación de todos los impuestos sobre los servicios digitales”.
Cualquier acuerdo final podría tener importantes repercusiones para los países de baja tributación y los paraísos fiscales.
Por ejemplo, la economía de Irlanda se ha disparado con la entrada de miles de millones de dólares en inversiones de multinacionales. Dublín, que se ha resistido a los intentos de la Unión Europea de armonizar sus normas fiscales, no es probable que acepte un tipo mínimo más alto sin luchar.
Sin embargo, es menos probable que la batalla de los países de baja tributación consista en echar por tierra las conversaciones generales y más en conseguir apoyo para un tipo mínimo lo más cercano posible a su 12,5% o en buscar ciertas exenciones.
Desde el punto de vista geopolítico, se ha dicho que el gran ganador de la aplicación de un impuesto mínimo global serían los EE.UU. La mayoría de las grandes empresas tienen su origen ahí, y una norma como esa les quitaría el incentivo para trasladar sus sedes… y sus ganancias.
Pero desde un punto de vista más estratégico, es necesario tener claro que ningún Estado nacional termina ganando en una competencia por cobrar impuestos más bajos.