Los últimos días del Champlain Towers: «El mar no perdona» – I

(La conclusión de esta nota está aquí)

Cuando terminó esta nota Daniel Arias, en AgendAR debatimos el título (en cualquier redacción se sabe que es un paso decisivo). «Los últimos días de Miami»… parecía demasiado «catastrofista», que no es la tradición del portal. «El mar no perdona», la película de Tyrone Power de 1957 pareció apropiado, sobre todo porque la nota es secuela de la del martes El derrumbe en Miami ¿puede ocurrir algo parecido en la costa argentina?

(Una preocupación: alguien recordó que el título original de esa película era «Abandon ship!» ¿se verá como una sugerencia a abandonar Miami? ¿las ciudades costeras?)

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MÁS SOBRE EL DERRUMBE DE CHAMPLAIN TOWERS

Lo que derrumbó de golpe el ala este de las Champlain Towers en Dade County, Miami, Florida, lo hizo desde abajo, de un modo algo parecido al de las demoliciones deliberadas con explosivos: cortando las columnas y dejando el edificio en el aire, para que caiga verticalmente, sin afectar construcción contigua. Y de hecho, la Torre Norte sigue en pie.

Pero aquí de deliberado no hubo nada. Negligencia, la que quieras, pero muy repartida y multigeneracional.

La investigación de este fallo estructural por ahora se concentra en los sótanos permanentemente inundados de los edificios del Surfside, el barrio de torres costeras edificado sobre una península artificial. Hasta los ’50, eso fue un manglar, es decir un pantano costero salobre.

El colapso del Champlain sin duda está asociado de uno o varios modos al “nuisance flooding” o “sunshine flooding”, esas inundaciones de marea sin mediar tormenta. En este tipo de inundación, boba de apariencia tan benigna (las apariencias matan), el agua dulce de napa –sometida a las mismas fuerzas gravitacionales de la Luna y el Sol que la de marea- percola desde abajo en los sótanos y estacionamientos del Surfside.

Allí las bombas de achique trabajan casi 24×7. Empapan incluso las calles con 5 o 10 centímetros de agua, y si casi nadie se empapa los zapatos es porque casi todos los floridianos viven en zapatillas.

Desde los ’80 (y el Champlain data de esa década) las “nuisance floods” han aumentado un 400% en número de días e intensidad de los eventos. La infraestructura cloacal y pluvial del Surfside entra en reflujo, y a veces deja recuerdos de que el Atlántico está volviendo al lugar de donde se lo expulsó. Y lo hace a través del suelo, y/o por los caños.

Al respecto, se está viralizando este video de un canal de la TV local, que muestra un pulpo de cierto tamaño vomitado por un sumidero. Flota, muerto, en otro garage subterráneo inundado del Surfside.

Es verlo y acordarse de “El Padrino”: Luca Brasi, matón de don Vito Corleone, ha sido asesinado, y quien lo mató, don Sollozzo, envía a los Corleone el chaleco antibalas de Brasi con dos peces adentro. El mensaje se decodifica fácil: “Luca duerme con los peces”.

Me pregunto qué mensaje le está mandando el Océano Atlántico al “Mayor” (intendente) de Dade County y al gobernador de Florida con ese pulpo. “¿De aquí me echaron pero aquí vuelvo?” Algo así.

La química y la meteorología de un derrumbe posible

            El Atlántico se recalienta, y el número de huracanes pasa de 5,7/año entre los 61 y los 90 a 7,2/año entre el 91 y 2020. Los huracanes catastróficos, de grados 3 a 5, pasan de 1,9/año a 3,2/año. Las “tormentas con nombre” (bravas, pero no llegan a huracanes) pasan de 10 a 14,4. Viene mal la mano…

El salitre marino, de suyo, se lleva como la mona con el hormigón armado: el agua salada tiene sales de sodio y de calcio químicamente disociados en iones, y los iones cloruro son muy agresivos. Y esto se sabe desde que el mar es mar, y sobre todo desde que existe la ingeniería estructural de costas, como disciplina. Los iones cloruro atacan vorazmente el hierro de las armaduras internas del hormigón. ¿Pero cómo llegan hasta ahí adentro?

La novedad es que a su encono fundacional contra el hormigón, el agua de mar ha venido sumando un componente nuevo: su acidez por carbonatación. Efectivamente, los océanos absorbieron aproximadamente 1/3 de todo el dióxido de carbono fósil emitido a la atmósfera durante ya 3 siglos de sucesivas revoluciones industriales.

El dióxido de carbono (C02) en solución acuosa genera ácido carbónico, el mismo que esteriliza contra el Vibrio cholerae el agua carbonatada de un sifón o una gaseosa. La soda, efectivamente antes de transformarse en una moda, fue un método de potabilización del siglo XIX.

La absorción continua de C02 de origen fósil “carbonató” los océanos: los hizo retrogradar 1/10 en la escala pH, que mide acidez o alcalinidad. Como la escala es logarítimica, un décimo de punto hacia abajo, en cristiano, significa el doble de iones hidrógeno ácidos. Epa.

Probablemente a la luz de cómo evolucionaron las cosas, el hormigón armado del Champlain debería haber sido como el que se usa en los muelles y defensas costeras, y también en represas y centrales nucleares: hormigón de alta densidad y con un tratamiento externo impermeabilizante.

Debería tener también un recubrimiento anti-corrosión de las varillas de acero de las armaduras, y una limitación drástica del contenido inicial de cloruros del hormigón. Todo eso está tabulado en manuales tan masticables como el hormigón mismo. Pero cualquier calculista de estructuras los ha tenido que leer.

Sucede que el hormigón para estructuras costeras es muy caro. Incluso la arena que realmente sirve para construcción es cara. Es de playa, por la cantidad de aristas y filos de los granos: una vez integrado a la matriz calcárea del cemento, cada grano se traba con las aristas de los granos contiguos, otorgando tenacidad dimensional a la mezcla, una vez fraguada.

Pero antes de añadir la arena a la mezcla hay que lavarla en agua limpia hasta eliminar sus sales marinas residuales. Porque si quedan como residuo, empiezan a comerse el cemento desde adentro para afuera.

Sí, claro, edificios hechos con materiales estructurales tan pipí-cucú habrían resultado incomprables. Pero hoy hay uno derrumbado, 150 personas desaparecidas, 11 confirmadas muertas, y el valor inmobiliario de todos los demás edificios del Surfside acaba de estrellarse. ¿Se ganó mucha plata, entonces, Su Señoría?

El salitre marino disuelve el carbonato de calcio, uno de los componentes del cemento. Esto le da porosidad más abierta a la matriz del cemento común, y ésta aumenta su absorción de agua por capilaridad, y también su permeabilidad al oxígeno atmosférico y a los iones cloruro.

Cuando estos ingredientes se combinan, las barras de hierro (“rebar” las llaman allá) se disgregan en sales rojizas que carecen de toda resistencia tensional. Pero al hacerlo, además, se expanden en volumen. Y esto a su vez abre redes internas de microfisuras en la matriz del cemento, que termina desagregándose en terrones carentes de toda su tenacidad mecánica. El fenómeno se llama genéricamente “spalling”.

Una inspección privada pedida por el consorcio del Champlain hace 3 años mostraba “spalling” avanzado en las uniones de las columnas del garage subterráneo con la platea y las losas superiores. Como toda la estructura aérea de columnas y vigas descansa sobre las del garage, el edificio estaba en algún grado de peligro estructural, y a punto de encarar obras de refuerzo por U$ 18 millones. Eso es plata, incluso para un consorcio de clase media bacana en Florida. Pero de aquel informe de inspección no emana la urgencia del asunto.

Me pongo en acusador, que es fácil. Hoy todo constructor, ingeniero civil jubilado, ex concejal, ex diputado y ex gobernador y “realtor” (agente inmobiliario); en fin, todos los que pusieron sucesivamente sus firmas para autorizar o posibilitar el desastre de Champlain y el Surfside está muerto, o en el geriátrico, o vivo, suelto y silbando bajito para pasar desapercibido, su Señoría.

Y es injusto. Porque si existiera la imbecilidad como agravante doloso de la pura angurria inmobiliaria (que en sí no configura crimen penal), no alcanzaría el desaforado sistema carcelario estadounidense para albergar a tanto miserable, Su Señoría.

Ahora paso de fiscal a defensor, Su Señoría.

Por empezar, mi colega, el fiscal, olvida que la acidez marina era menos peligrosa en todo sentido allá por los ’80, cuando el condado autorizó la construcción del Champlain (y de su mucha parentela costera). Las “nuisance floodings” eran infrecuentes, el mar menos ácido, su altura promedio más baja (está subiendo ya 3,4 mm/año, pero en los ’70 eran 2,1mm/año).

Pero además de menos inundaciones bobas, en Miami había menos inundaciones catastróficas: eran menos las tormentas del Atlántico que por velocidad de viento alcanzaban la dignidad de llamarse con nombre de persona, y aún más pocas aquellas que alcanzaban el malévolo grado de huracán. Abajo incluyo una clasificación para ilustración del jurado.

La temporada de huracanes además era más corta y menos violenta, en general. Porque era raro que en el Golfo de México hubiera agua superficial a 26º C o más caliente aún, y hasta 700 metros de profundidad, como ocurre ahora.

Y eso se explica por la ecuación de Clausius-Clayperon, que por cada grado Celsius de recalentamiento del aire, éste puede aumentar un 7% su contenido de vapor de agua. Y mucho aire muy húmedo y muy caliente, fogoneado por el mar, es una receta buenísima para huracanes.

El Secretario General de la Organización Meteorológica Mundial (WMO) de las Nacions Unidas, Prof. Petteri Taalas, lo explicó así ante la BBC: desde los ’60, la fecha oficial de inicio de la temporada de huracanes del Atlántico se fijaba el 1 de junio.

A partir de esa fecha los aviones de exploración del National Hurricane Center (NHC) salían a caza de las las tormentas que se van formando frente a las costas africanas. Avanzan en línea casi recta, como los viejos acorazados en formación de combate, y vienen una tras otra a estrellarse contra las Antillas, Centroamérica y las costas del Golfo de México, incluida la península de Florida.

Pero según Dennis Feltgen, meteorólogo del NHC, la temporada de búsqueda y seguimiento de tormentas debe empezar el 15 de marzo. Porque está cambiando todo, hasta el calendario.

Dice Feltgen que la temporada de 2020 fue la peor en los 40 años de existencia del Programa de Ciclones Tropicales de la OMC. Añade que en los últimos 15 años las tormentas subtropicales a las que se pone nombre (las más bravas) se adelantaron al 1 de junio en la mitad de los casos. Dos de ellas, Arthur y Berta, sucedieron en mayo.

Dice también que sólo en 2020 hubo 30 eventos de estos, y agotada la lista oficial de nombres de los meteorólogos (más corta aún que la de nuestro viejo Registro Civil), se las empezó a llamar con letras del alfabeto griego. Es la segunda vez en la historia que hay que echar mano del mismo.

El nivel marino mundial promedio creció 22,5 cm. desde 1880 a la fecha, y no tanto por derretimiento de masas glaciarias terrestres (que lo hay), como por vulgar expansión térmica. En grandes cantidades, el agua caliente ocupa más volumen de modo medible.

Y el fenómeno se agrava en rampa: 2/3 de ese aumento sucedieron a partir de los años ’70. El problema es que según el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), vamos de cabeza a 1 metro más de altura promedio mundial en 2100, en el escenario más benigno. Y el problema del problema es que con el pelo de agua normal 30 centímetros arriba, las marejadas de tormenta de un huracán de clase 1, con vientos de 130 km/h, alcanzan la penetración tierra adentro de uno de clase 2, de hasta 177 km/h.

Y se pone peor, Su Señoría, porque los huracanes de ahora son un 15% más “llovedores” que los de los de los ’80, cuando se construyeron los edificios del Surfside, por esa ley de Clausius-Clayperon. Mire Ud., en 2017 el Harvey hizo caer 1000 milímetros de un saque sobre Texas y Luisiana. ¿Qué tal, un metro de agua, todo junto el mismo dia?

Y eso se debe en parte también a otro fenómeno, reciente y no explicado: en su pasaje de Este a Oeste y luego de Sur a Norte, a lo largo de esa huella con forma de J acostada que les es típica, los huracanes de ahora son más remolones, ergo, se quedan más tiempo sobre el mismo punto y por eso tienen más capacidad de daño. El Harvey, en 2019, destruyó la Gran Bahama porque con sus vientos de 215 km/h le pasó por encima a sólo 2 km/h, velocidad 3 veces inferior a la de un humano caminando.

En fin, que todo está más caliente, más jodido y más mojado, Su Señoría. I hereby rest my case, como dicen en Hollywood.

(Concluirá mañana)

Daniel E. Arias