Un adiós a Miguel Ángel Virasoro, el físico argentino pionero de la «teoría de cuerdas»

A los 81 años, murió este viernes 23 el destacado físico argentino Miguel Ángel Virasoro. Pionero de la «teoría de cuerdas», que pretende trazar una descripción unificada de la estructura del universo, el año pasado había recibido la prestigiosa «medalla Dirac», que otorga el Centro Internacional para la Física Teórica Abdus Salam, junto con sus colegas y amigos André Neveu, de la Universidad de Montpellier, y Pierre Ramond, de la Universidad de Florida.

El galardón le llegó a 50 años de que publicara lo que hoy se conoce como «Álgebra de Virasoro», que tiene aplicaciones en la gravedad cuántica y en el estudio de los agujeros negros, un avance matemático revolucionario. «Fue un golpe de fortuna que sí, tiene su importancia, pero que estaba en la teoría que estábamos construyendo», comentó el propio Virasoro en esa ocasión. El trabajo en el que la desarrolla se publicó el 15 de mayo de 1970 en Physical Review D.

«Fue un científico brillante y uno de los tipos más lúcidos que me haya sido dado conocer –afirma con tristeza Gastón Giribet, docente de la UBA e investigador en física teórica, agujeros negros y teoría de cuerdas–. De renombre mundial, Virasoro realizó tal cantidad de aportes que se hace prácticamente imposible enumerar todos ellos en este espacio. Podríamos decir que Virasoro supo erguirse como contraejemplo de ese dictum insidioso de Paul Valéry: ‘La gloria de un hombre exige que su mérito pueda ser explicado con pocas palabras'».

Y enseguida agrega Giribet: «Mientras lo recordábamos, un reconocido colega me dijo: ‘Qué notable que Virasoro haya hecho contribuciones importantes en tantos temas distintos’. Su comentario me llevó, en una suerte de homenaje privado, a repasar de memoria algunos de sus aportes científicos: en física de partículas, es reconocido como uno de los pioneros en la construcción de la teoría de cuerdas, área de investigación en la que su nombre es ineludible.

Los ‘vínculos de Virasoro’, los ‘operadores de Virasoro’, el ‘álgebra de Virasoro’, las ‘amplitudes de Shapiro-Virasoro’ son elementos fundamentales de esa teoría. En 1970, mientras se encontraba en la Universidad de Wisconsin, descubrió el álgebra que hoy lleva su nombre y que lo hizo conocido también en el área de la matemática pura. A cincuenta años de aquel trabajo suyo, el ‘álgebra de Virasoro’ se convirtió en una visitante ubicua de nuestros pizarrones.

También son notables sus aportes en la física estadística, área en la que, junto con sus colegas Giorgio Parisi y Marc Mézard, realizó importantes descubrimientos en el estudio de los sistemas denominados ‘vidrios de espín’. Y son muchas más las disciplinas científicas que iluminó con su mirada, siempre aguda y original».

Fidel Shaposnik, docente de la Universidad Nacional de La Plata e investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires, que lo conoció en París, recuerda que formó parte del grupo de los físicos más creativos de toda Europa. En ocasión de otorgarle el Premio Gans de esa casa de estudios, en 1989, afirmó: «Hay quienes sostienen que una idea en la física es una cosa entre las cosas, perdida entre las ideas que pueblan el universo, indiferente hasta dar con el hombre o la mujer capaces de descifrar sus símbolos. De ser esto cierto, son muchas las ideas que tuvieron que esperar a Virasoro para ser descifradas».

Nacido en Buenos Aires el 9 de mayo de 1940, fue hijo del destacado filósofo del mismo nombre. Después de dar un año libre, Miguel ingresó al Colegio Nacional de Buenos Aires y luego a la Facultad de Ciencias Exactas de la misma universidad, de la que llegaría a ser decano. Fue alumno de figuras legendarias como Rolando García, Juan José Giambiagi y Carlos Bollini. Estaba terminando su tesis cuando se produjo la noche de los bastones largos, en 1966, y aceptó una invitación para ir a trabajar al Instituto Weizmann, en Israel, con lo que iniciaría un periplo que lo llevó a vivir más años en el extranjero que en su propio país.

Decidió dedicarse a la física cuando estaba terminando la escuela secundaria. Aunque en el Nacional Buenos Aires no tenían que hacer curso de ingreso a la universidad, como se dictaba cerca del colegio, asistió al que estaba dando Rolando García sobre lógica simbólica. En esos días a su papá lo había echado de su cátedra la Revolución Libertadora y la familia estaba en muy mala situación económica. Pudo estudiar gracias a la ayuda de Rolando García y Manuel Sadosky, que le dieron una beca de la Fundación Einstein, porque su familia no quería que se dedicara a algo tan abstracto.

Tras los sucesos de la noche de los bastones largos, pudo terminar su tesis merced a la ayuda de la Fundación Bariloche, se graduó y al día siguiente se fue al Instituto Weizmann, en Israel, donde trabajó con Gabriele Veneziano. Volvió a la Argentina para casarse y partió a los Estados Unidos. En 1971 regresó por un breve período y en 1973 fue nombrado decano de Exactas, pero debió renunciar al poco tiempo. Después de unos meses turbulentos en los que tuvo que buscar refugio en el Instituto de Tecnologías Hídricas para no perder su puesto en el Conicet (aunque era físico teórico, tenía que calcular las subidas del Paraná), decidió aceptar una invitación para trabajar dos años en la Universidad de Princeton. Allí conoció a Tullio Regge, «una persona absolutamente incomparable, increíble». Cuando éste decidió volverse a Italia, lo convenció de trasladarse a Turín, donde desembarcó después de un año en L’École Normale Supérieure, de París. En abril de 1976, el gobierno militar lo había declarado «prescindible» en el Conicet. En Italia, investigó y enseñó en Turín y Roma y, durante 1995 y 2002, fue director del Centro Internacional de Física Teórica (ICTP).

Junto con Giorgio Parisi, Virasoro también realizó contribuciones seminales en unos sistemas magnéticos conocidos como «vidrios de spin», un tema que lo entusiasmó «porque era más cercano a la realidad». En 2011, pensando que podría ser más útil aquí que en Europa, decidió volver a la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), donde organizó un programa interdisciplinario en Sistemas Complejos y una colaboración con el INA (Instituto Nacional del Agua) para modelizar los ríos de nuestras pampas.

«Miguel Virasoro fue un hombre con una enorme curiosidad en muchos campos; tuvo que escapar de la Argentina durante la dictadura –cuenta Parisi, via email–. Trabajar con él fue un placer humano e intelectual. Sus contribuciones científicas fueron absolutamente magníficas y estimularon incontables aventuras científicas en muchas áreas independientes. Una vez me contó que después de dar un seminario sobre prosopagnosia (un desorden cognitivo que impide el reconocimiento de rostros), le preguntaron si era el hijo del inventor del álgebra de Virasoro (uno de sus principales descubrimientos de veinte años antes). Este episodio lo divirtió y enorgulleció. Fue un amigo maravilloso y franco. Discutíamos sobre muchos temas diferentes e, incluso si finalmente no coincidíamos, yo aprendía mucho. Lo extraño profundamente».

Era también una persona de una calidez y una modestia que no abundan. El año pasado, cuando se le preguntó por sus aportes, contestó con abrumadora sencillez: «Seguramente hice avanzar la ciencia un día, porque si no encontraba yo esa solución, al día siguiente la encontraba otro». Y agregó: «La ciencia avanza por un esfuerzo de muchos. El premiado es el que llega antes en tiempo, en general no por mucho. Este premio [por la medalla Dirac] representa un reconocimiento al grupo de científicos que construyó la futura teoría de cuerdas en los años 68-70 y al hacerlo encontró nuevas simetrías. Eran muchos, el jurado tuvo que elegir a tres y eligió a aquellos que llegaron antes a algún resultado».

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