El Senado de Estados Unidos aprobó ayer martes el enorme plan de inversión en infraestructuras de Joe Biden de 1,2 billones de dólares (billones como decimos nosotros: Un millón doscientos mil millones de dólares; en EE.UU. le dicen 1 trillón, doscientos billones). Es una gran victoria para el presidente Demócrata, pero todavía debe esperar a la votación final en la cámara de representantes.
Tras meses de negociaciones, este paquete fue aprobado por mayoría simple, con el respaldo de varios republicanos, un hecho inusual en un Congreso polarizado.
Pero su futuro parece más incierto en la Cámara de Representantes, donde surgieron fisuras dentro de la estrecha mayoría demócrata, entre el ala izquierda y los centristas. Es probable que las negociaciones sean duras y que la votación final en el Congreso no llegue hasta el otoño boreal.
Biden está en la Casa Blanca «desde hace solo siete meses y ya el Senado le aprueba el primer gran paquete de infraestructura en más de una década» con apoyo de los republicanos, había dicho el jefe de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, poco antes de la votación.
El ex presidente republicano Donald Trump calificó el acuerdo como «una vergüenza» y amenazó con tomar represalias electorales contra los republicanos que votaron a favor, advirtiendo que su aplicación daría una «victoria» a su sucesor demócrata.
Al menos tres senadores republicanos que participaron en las negociaciones finalmente decidieron votar en contra.
Pero su influyente líder, Mitch McConnell, dio su voto a favor, muy consciente de la popularidad de un programa de este tipo en un país con infraestructuras deficientes. El acuerdo entre estos republicanos y los demócratas durará muy poco tiempo después de la aprobación del proyecto.
Mencionan al «New Deal» de Roosevelt
Ahora que el plan de infraestructuras se adoptó, el Senado se vuelca a examinar otra parte importante del programa de Joe Biden: un plan titánico de invertir 3,5 billones de dólares, casi el equivalente al PIB en 2020 del gigante económico Alemania, en «infraestructuras humanas».
Esto supone una avalancha de gasto social en educación, salud, mercado laboral y clima, incluyendo medidas de transición energética diseñadas para «poner a Estados Unidos en camino de cumplir» los ambiciosos objetivos climáticos de Joe Biden, que consisten en reducir a cero los niveles de contaminación en el sector energético estadounidense para 2035 y hacer que la economía del país sea neutra en carbono para 2050.
Es el «proyecto de ley más importante para los trabajadores, los ancianos, los enfermos y los pobres desde FDR (el presidente Franklin Delano Roosevelt) y el New Deal de los años 30», dijo el senador independiente Bernie Sanders, presidente de la Comisión de Presupuestos.
Una «inversión única en una generación» para arreglar una economía que ahora es demasiado «injusta», según la Casa Blanca. Un gasto loco, según los republicanos, que han prometido oponerse ferozmente.
Para sortear su posible bloqueo en el Senado, los demócratas recurrirán a un procedimiento parlamentario que les permitirá aprobarlo sólo con sus votos (50 además del de la vicepresidenta Harris, que puede votar en caso de empate).
La batalla comenzó ayer con la votación de la resolución presupuestaria que perfila el proyecto de ley. Los senadores tendrán hasta el 15 de septiembre para presentar el proyecto de ley definitivo con un importe final y los medios para financiarlo.
Estos dos puntos aún no cuentan con el apoyo unánime de los demócratas, pues algunos centristas ya han indicado que el proyecto de ley les parece demasiado caro.
También en este caso las negociaciones serán probablemente arriesgadas y es posible que la votación final en la Cámara no se produzca hasta octubre o incluso noviembre.
Comentario de AgendAR:
Más allá del forcejeo político por el poder – el ex presidente Trump, y los republicanos en general, perciben que si Biden se afirma con un programa de estímulos estatales a la economía, la «gran coalición» que forjó el Donald entre una parte considerable del poder económico más sectores de la clase media enlas pequeñas ciudades, los evangélidos y los trabajadores blancos irritados con un «progresismo» globalista y ajeno a sus valores, puede desintegrarse.
Más allá de ese irritado forcejeo, y también del fastidio de ese progresismo que se siente incómodo con la tradicional alianza del partido Demócrata con otra parte del poder económico, las grandes instituciones financieras de la Costa Este, se ha puesto en marcha un cambio considerable en los objetivos planteables desde la política en Estados Unidos.
Por primera vez desde que Reagan en los ´80 planteó que «el Estado no es la solución; es el problema», un presidente plantea un protagonismo abierto del Estado en el desarrollo económico y en los cambios sociales. No lo hicieron ni Clinton ni Obama (con algunas excepciones, entre ellas, el tímido «Obamacare»).
Es necesario tener claro que el Estado federal no dejó en ningún momento de ser un actor poderoso en la economía y en la sociedad de EE.UU. a través de sus múltiples y gigantescas reparticiones. Pero no lo asumía. Ahora, lo hace.
¿Tendrá éxito Biden en su arriesgada jugada política? ¿Y si lo logra, inyectará dinamismo a la economía y a la sociedad? Estoy tentado de usar una frase habitual en mi blog personal «El que viva lo verá».
A. B. F.