El lado oscuro de Vaca Muerta: ¿qué hacer con la «sopa química» del fracking?

Ni el barro ni el agua que se necesita para extraer el hidrocarburo de Vaca Muerta pueden reutilizarse. El descarte se hace en plantas de tratamiento y pozos sumideros.

Vaca Muerta es una roca generadora gas y petróleo. Son 30 mil kilómetros cuadrados, unas tres millones de hectáreas, de hidrocarburos de excelente calidad.

La que no es de calidad es la roca: en un yacimiento convencional, sería muy porosa y los hidrocarburos líquidos y gaseosos la ocuparían como el agua a una esponja, o como las aguas subterráneas a un acuífero. La roca de un yacimiento convencional es receptora. Era lo suficientemente porosa, por empezar, como para que los hidrocarburos, originados en una formación madre, o generadora, geográficamente contigua o comunicada, la fueran llenando.

Pero la roca generadora es otra cosa. A simple vista parece roca sólida. Su porosidad sólo se ve al microscopio, y los hidrocarburos contenidos en estos microporos son imposibles de explotar por inmóviles: no hay diferencia de presión que logre que se desplacen horizontalmente hasta el caño de un pozo. Salvo que se triture esa formación de roca con tremendas ondas de choque hidráulicas generadas por equipos ubicados en la superficie, se incrusten granos de arena mecánicamente resistentes en las fisuras así generadas para que no se vuelvan a cerrar, y se inyecten surfactantes (no muy distintos de los detergentes industriales) que ayuden a despegar los hidrocarburos líquidos más bituminosos y obstructivos de la roca.

Entonces sí, en esa roca ahora transformada en una esponja a martillazos hidráulicos y sometida a un lavado químico, el peso de los miles de rocas sedimentarias amontonadas encima y que la aplastan, empieza a hacer lo suyo. Impelidos por las diferencias de presión estática, el gas y el petróleo fluyen hacia la red de caños horizontales perforados que se abren desde la perforación vertical, como los rayos de una rueda de bicicleta. Una rueda colocada en horizontal, entiéndase: hablamos de roca sedimentaria.

Finalmente, los hidrocarburos ascienden con enorme energía por la perforación vertical hasta la superficie, donde si no hay cabezales que atajen, el torrente de lodos, roca triturada, agua, arena e hidrocarburos brota explosivamente. Este proceso es súbito y a veces, sorpresivo y desparrama contaminantes en superficie. Como dicen en Vaca Muerta: «los pozos de fracking se vienen, se vienen de repente».

La fractura hidráulica, o «fracking», nació en los yacimientos convencionales como una forma de prolongar la vida útil de pozos verticales hechos en roca receptora, cuya producción empezaba a declinar. Como no hay nada más caro o económicamente riesgoso que buscar nuevos yacimientos convencionales, la Argentina está llena de pozos sobremaduros.

En esos típicos acuerdos magistrales y a veces secretos que firma el estado argentino con las petroleras privadas, la exploración la suele hacer YPF a pérdida. Pero cuando aparece petróleo o gas, se concede el área a las privadas durante décadas. Para ello, basta bautizar como «zonas a explorar» a las ya exploradas con éxito, operación de baja tecnología que se hace en superficie y con contratos raros.

Pero la Argentina, y particularmente Neuquén, están llenas de campos «sobremaduros», es decir poco productivos. Es la consecuencia de décadas en que sólo YPF exploraba en serio. Repsol, cuando la sustituyó, jamás lo hizo. Sí lo hicieron algunas pequeñas petroleras canadienses privadas, llamadas en tiempos de Menem y De la Rúa a remediar el agotamiento de la producción, hasta que las echaron debido a su éxito.

De modo que el fracking no es nuevo en el país: es el único modo de mantener en producción los pozos en declinación. Y es que perder un pozo convencional de 1800 metros de profundidad (el promedio nacional de entonces) es dar de baja una obra que en los 90 había costado al menos U$ 20 millones de dólares.

Pero simultáneamente, en los ’90 apareció en EEUU (y también en la Argentina, un desarrollo de INVAP pagado por San Antonio Pride) la novedad de los cabezales de perforación dirigibles desde la superficie. El asunto implicaba electrónica de control muy robusta, capaz de empezar verticalmente un pozo y al llegar a una formación interesante, empezar a perforar en horizontal, en lo posible sin salir de la misma, e ir tendiendo a la zaga del trépano una red de caños perforados colectores. Un pozo de fracking no es un simple agujero encamisado de cemento: es toda una construcción subterránea, laboriosa y cara.

Esto transformó los pozos de producción y también la geopolítica mundial del petróleo. Permitió que los pozos se hicieran directamente sobre roca generadora, muy abundante, en lugar de roca productora, muy escasa. Y le dió a los pozos petroleros esa curiosa morfología subterránea de rueda de bicicleta, con decenas de rayos que se abren horizontalmente desde un eje vertical.

En superficie, equipos enormes, camiones de doble acoplado que cargan con motores navales, inyectan agua, arena y surfactantes a presión y destruyen la roca sólida, en las profundidades, hasta volverla porosa y productiva. Brevemente productiva, en general, porque los pozos que son puramente de «fracking» son impredecibles en materia de duración. Se agotan de pronto.

EEUU, hasta los ’90 el primer consumidor mundial y deficitario crónico en hidrocarburos, pasó a ser autosuficiente en gas, e incluso exportador de petróleo en la formación llamada Permian, porque se sedimentó durante el Pérmico. Atraviesa zonas enormes de las Grandes Llanuras donde durante más de un siglo la única población eran «farmers» blancos que producían cereales y vivían como la familia de Lassie e incluso como los Ingalls. De pronto esos sitios se llenaron de trabajadores petroleros de todos los colores y con plata, y los precios de todo (alquileres, comida) se fueron a las nubes.

Y como las formaciones «frackeadas» no siempre están geológicamente aisladas de otras rocas más superficiales, como las del acuífero de Ogallalla, el mayor de los EEUU, en algunos pueblos empezó a salir gas natural por las canillas. Uno abría la canilla y la encendía con un fósforo, y la llama ardía hasta cerrarla. Podía mandar las fotos a los amigos. Lo que no se podía tomar era el agua. Y no sólo por el gas, sino por los surfactantes, amén de los ácidos y metales pesados lixiviados desde la roca generadora. Regar cultivos con ese agua tampoco era una gran idea. No se puede tener todo. Algunos «farmers» cerraron y se fueron.

Arabia Saudita y otros grandes productores convencionales perdieron parte de su importancia estratégica y mucho lucro potencial. Algunos príncipes saudíes wahhabis se enojaron, y algunas Torres Gemelas se derrumbaron.

En Argentina, esa formación de roca generadora e inútil durante décadas llamada «Vaca Muerta», descubierta por YPF en tiempos del Proceso, se empezó a conceder a las petroleras multinacionales. Generalmente con el argumento, más falso que dólar rojo, de que sólo éstas tenían la tecnología de perforación guiada, de motores de superficie para fractura hidráulica, y de construcción de redes de caños horizontales colectores a 3000 metros de la superficie, la profundidad media de la formación Vaca Muerta.

Que a todo esto, tiene la superficie de Bélgica: ocupa los subsuelos muy profundos de Neuquén y parte de provincias aledañas, como Río Negro y algo de La Pampa, aunque su espesor es de unos pocos centenares de metros. La producción será impredecible, pero por puro volumen, hay para rato. Y en Neuquén permite la continuidad del estado benefactor, tan desaparecido en el resto de la Argentina.

Pero a un costo. Aquí todavía no hay pintorescas fotos de canillas escupiendo fuego. Pero ese método, y ahora nos metemos en materia, genera residuos, lodos y líquidos contaminados con químicos que no pueden ser reutilizados. Esa es otra cara (algunos dicen “un controversial lado b”) de la extracción de gas y shale oil en la Cuenca Neuquina.

Las empresas petroleras que operan en la zona juntan los barros, que pueden ser sólidos, semi sólidos o líquidos y no deberían tener más de 9% de hidrocarburos. Las empresas de tratamiento transportan ese material y los arrojan en predios, tierras fiscales cedidas por el Estado provincial. Un triángulo cuyos dos vértices son privados y el otro, público. Son tres las compañías que tratan lodos: Treater, Indarsa y Comarsa.

Dos de ellas, Comarsa y Treater, han sido denunciadas en la Justicia por organizaciones civiles preocupadas por el impacto ambiental. En mayo del año pasado, el ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié, afirmó en la Cámara de Senadores que los residuos de Vaca Muerta son “alarmantes” y que las empresas “se manejan con impunidad”.

Los líquidos terminan en pozos sumideros hechos para ese fin por las empresas petroleras. También hay pozos adaptados, es decir, que ya han sido explotados o que quedaron abandonados y fueron reconvertidos. A medida que se van llenando, más pozos se necesitan. Entre 2012 y 2020, en ocho años, se habían inyectado doce millones de metros cúbicos en los sumideros, lo que equivale a llenar de agua 18 Bomboneras. El 80 % de esas inyecciones corresponden al periodo 2018-2020.

Hay pozos sumideros muy cerca de lagos de donde se extrae agua potable para consumo humano. Y hay sismos justo donde están esos grandes recipientes subterráneos llenos de líquido tóxico. Hay basureros petroleros inmediatamente al lado de barrios que se levantaron a fuerza de tomas en la capital neuquina, personas que llegaron con la esperanza de conseguir un trabajo, una changa o una casa en una provincia que depende exclusivamente del extractivismo. El agua mala se barre debajo de la alfombra. Y las montañas de tierra empetrolada desbordan en piletones dentro del ejido urbano. El problema es ambiental, pero también social.

Vivir al lado de una montaña de tierra empetrolada

“El viento trae el olor y la nariz, la garganta, la boca se secan. Ahora ya no hay hornos, ahí quemaban la tierra. Eso es lo peor, porque el humo… ¿vio? Ahora que siguen removiendo la tierra igual hay olor. Y con el calor se siente más. ¿Erupciones en la piel? No. ¿Casos de cáncer? No sabemos. Pero con el olor no se puede estar”. Habla Gladys Wilka, jujeña, diez hijos, en pareja. Gladys llegó hace apenas un año y medio y vive en la toma de Casimiro Gómez.

Detrás suyo, a unos 200 metros, está el tapial que divide la planta de tratamiento de Comarsa (Compañía de Saneamiento y Recuperación de Materiales S.A.) de la barriada que habita. Desde aquí se ven los picos de esa tierra demasiado negra y la pala mecánica de una retroexcavadora que se hunde y asoma, con un ritmo programado, removiendo barro. El aire es agrio.

Algunas familias fueron reubicadas. Ahora el asentamiento de Casimiro Gómez está dividido en cuatro sectores, cada uno con un referente, y ocupado por unas 200 familias que deben ser mudadas porque la zona industrial no es apta para vivienda. La toma y la planta de tratamiento están una al lado de la otra y ambas a sólo doce kilómetros de la ciudad de Neuquén. Comarsa donó un generador eléctrico para sus nuevos vecinos. También ha dispuesto una guardia armada las 24 horas para custodiar su predio.

En 2015, en Neuquén promulgaron una ley que prohíbe las plantas de tratamiento de descarte de hidrocarburos dentro de los diez kilómetros del ejido urbano. Como la norma es posterior a la habilitación de la planta, le comunicaron a la empresa que debía trasladarse y que no podía seguir usando las tecnologías instaladas para dar tratamiento al stock en planta. El plazo es hasta 2022.

La bio-remediación es un proceso natural, según explicaron, por el cual las mismas bacterias que conviven con los hidrocarburos y el suelo degradan el hidrocarburo rompiendo el enlace entre la molécula de carbono e hidrógeno. “Dicho proceso, si bien eficiente y ambientalmente seguro, requiere grandes extensiones de espacio y condiciones ambientales”, agregaron.

La Asociación Argentina de Abogados y Abogadas Ambientalistas (AAdeAA) denunció penalmente a dos empresas tratantes de los descartes que generan las empresas que operan en el yacimiento de Vaca Muerta en diciembre pasado. La Fiscalía Especializada en Derecho Ambiental del Ministerio Público Fiscal de Neuquén lleva las causas contra Treater y Comarsa, en ambos casos por irregularidades en el tratamiento de los residuos petroleros. La AAdeAA pide que se investigue la responsabilidad de las compañías, de las petroleras y de las autoridades estatales. Y denuncia un negocio millonario: “No forman parte de la estrategia sólo un grupo de empresas, sino muchos actores del establishment político de la provincia y la Nación”, dice el abogado ambientalista Rafael Colombo, miembro de la Asociación.

Entre la radicación de la denuncia en la Justicia en diciembre pasado y abril hubo algunos avances. Luego de un pedido de acceso a información pública, vino un “escopetazo de información”: 1.182 páginas provistas por el Estado provincial con información surgida de las actas de inspección.

El Observatorio Petrolero Sur (Opsur), el Taller Ecologista y la Izquierda Diario los analizaron y recogieron datos para ampliar la denuncia. Los y las abogadas ambientalistas nucleadas en la asociación creen que los residuos no son tratados, sino que simplemente se trata de lugares de acopio que ponen en peligro a las personas y el entorno que habitan: suelo, agua, atmósfera y ambiente.

Sigue Colombo: “Los basureros petroleros son la cara más visible del fracking. El hecho de que pongan en riesgo el ambiente y la salud de los habitantes configura el tipo penal. Vamos por la comprobación efectiva de los daños”. Que Comarsa se apropió de tierras con las complicidad del Estado, que declaran tratar una cantidad de descartes mucho mayor a la real, que acumulan más basura de la que deberían y que no suspendieron las tareas a pesar del mal funcionamiento de los hornos “poniendo en peligro a la población con emisiones de dioxinas y material particulado” son parte de la la denuncia ampliada.

“El riesgo a la salud pública es inmenso, porque las personas no están viviendo a pocos metros de residuos peligrosos de altísima toxicidad con los cuales si las personas entraran en contacto directo y/o continuo probablemente morirían al poco tiempo, más allá de los potenciales y gravísimos riesgos a la salud que implica el hecho de vivir inhalando los gases que emanan estos residuos peligrosos”, dice la denuncia en la que no se detallan cuáles son las consecuencias de vivir al lado de una planta de tratamiento a corto o mediano plazo. “Estamos a disposición de la Justicia y de todos los organismos de control”, dijeron desde Comarsa.

A los pozos sumideros van los líquidos que se usan en el fracking y que ya no se pueden tratar. Es agua totalmente inutilizable, irrecuperable. De hecho, sólo pueden reutilizar hasta un 10% del agua de retorno y por única vez. Las empresas petroleras toman el agua del río Neuquén y pagan 90 pesos cada mil litros. Esa “sopa química” no se ve: está alojada a 80, mil, mil quinientos metros bajo tierra.

Sismos, pozos sumideros y plantas de tratamiento.

Javier Grosso es geógrafo, docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue y del Instituto de Formación Docente de Villa Regina, y advierte sobre la propagación de los pozos sumideros: “Hay una normativa específica para que los líquidos no entren en contacto con las napas, pero hoy es el riesgo es que los sismos que se están dando en esta zona pueden romper los sumideros y generar filtraciones de agua contaminada a las napas. Pero además, el tiempo que llevan acumulando liquido residual puede generar efectos adversos”. Sauzal Bonito volvió a temblar el domingo.

De acuerdo a sus datos, hay cerca de 160 pozos sumideros en la provincia de Neuquén. Unos 60 están activos. Allí van a parar los descartes de aguas, al que llaman flowback o fluidos de retorno. Alrededor de 40 de esos pozos fueron perforados desde 2017, un año caliente para la industria del petróleo. A más actividad, más necesidad de pozos.

“La empresa Pan American Energy tiene un pozo sumidero a 2.900 metros de distancia del lago Mari Menuco. Y la distancia entre el sumidero y la boca de toma de donde sale el 70% del agua para consumo de Neuquén está a 3.300 metros”, agrega Grosso. Ante la consulta, desde Pan American Energy informaron que no tienen pozos sumideros a esa distancia.

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