Las lecciones de la reciente caída de WhatsApp

En AgendAR ya hemos tratado este tema. Nos enfocamos en la necesidad de contar con una alternativa propia, frente a la interrupción de un servicio que se ha convertido en esencial. Ahora, Fernando Schapachnik, director ejecutivo de la Fundación Sadosky, se enfoca en la aplicación en sí, y en la diferencia entre sistemas abiertos y cerrados.

Y nuestros enfoques coinciden en la importancia de la alfabetización tecnológica.

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«La reciente caída masiva del servicio de WhatsApp es una buena oportunidad para reflexionar sobre algunos aspectos de la tecnología actual. Una pregunta puede servir cómo disparadora: ¿podría el mail caerse de manera tan masiva? ¿Cuál es la verdadera diferencia entre el mail y el WhatsApp? No se trata de la velocidad de respuesta, no se trata de la facilidad de uso, no se trata de poder o no mandar audios. La verdadera diferencia es que el mail está basado en un protocolo abierto y el WhatsApp es un producto cerrado. ¿Pero qué significa eso?

En ambas aplicaciones tenemos que distinguir dos elementos que las constituyen, están los “clientes” (también llamadas “las apps”), que son la parte que tenemos instalada en nuestro teléfono, en nuestra computadora o que accedemos desde la web, en una dirección particular. Pero no son el único componente. Se complementan con otra parte que no vemos. El “servidor”: este nombre lo recibe la parte de la infraestructura encargada de recibir la información, y de saber cómo hacerla llegar de un lugar a otro de la red, de almacenarla mientras el destinatario/a no está conectado, etc. En realidad, deberíamos escribir también entre comillas “el”, porque no se trata de uno solo. Es una cantidad muy grande de computadoras, distribuidas en enormes centros de cómputo, esparcidos por todo el mundo. Tanto WhatsApp como el mail tienen sus clientes y sus servidores. Pero hay una diferencia fundamental.

En el caso de WhatsApp, todos ellos pertenecen a una misma empresa. De hecho, el episodio que ocasionó la falla masiva fue, por lo que sabemos, un error humano, una configuración mal hecha en una parte nodal de la infraestructura de la empresa dueña de las plataformas Facebook, Instagram y WhatsApp. Y como toda la operación depende de esa parte de la infraestructura (por lo que sabemos, se trata del DNS, el componente que transforma los “nombres de dominio” en direcciones IP, es decir, el que transforma esos nombres inteligibles para humanos que tipeamos en el navegador en formas en que las computadoras pueden localizarse entre sí), al caerse se caen todos los servicios asociados.

Sólo WhatsApp Inc puede hacer clientes de WhatsApp, porque el mecanismo de comunicación entre el cliente de WhatsApp y los servidores de la compañía es un secreto comercial. No se difunde esa información ni se autoriza a terceros a hacer sus propios clientes. Mucho menos sus propios servidores de WhatsApp.

¿Podría darse una caída tan masiva con el mail? Es altamente improbable, debido a su naturaleza: en este caso los múltiples servidores que hacen que nuestro correo electrónico llegue de un lugar a otro se encuentran desconcentrados: tienen muchos, muchísimos dueños, de distinto tamaño: grandes corporaciones, Estados, ONGs, pequeñas empresas, etc. Cada uno de ellos es, en buena medida, independiente del resto, porque además de su propiedad los diferencia otra cosa: utilizan software distinto. Hay muchísimos tipos de servidores de mail y también de clientes de mail. Y eso se debe a una de las virtudes de origen de Internet: fue pensada en base a protocolos abiertos. En este caso, el famoso SMTP (Simple Mail Transfer Protocol, que en castellano sería algo así como “protocolo simple para la transferencia de correo electrónico”). Qué es un protocolo? Un grupo de expertos y expertas discute las particularidades técnicas y cuando llegan a un acuerdo publican un documento que explica, en absoluto detalle, cómo debería funcionar tanto un cliente de mail como un servidor. En el caso de SMTP la primera versión data del año 1982 (www.rfc-editor.org/rfc/rfc821 para quienes quieran curiosear) y tiene muchas revisiones que han ido mejorando el servicio e incorporando aspectos que no fueron considerados en el diseño original como la encripción, el spam, etc.

En realidad, el protocolo lo que define es cómo hacen clientes y servidores para intercambiar información, dejando de lado aspectos como la forma en la que cada cliente de mail decide interactuar con sus usuarios. Eso permite tener clientes de mail para todos los gustos, hechos por personas diversas, algunos gratuitos, otros parte de paquetes comerciales. Todo eso es posible porque el mail está basado en un protocolo abierto.

Hay varios productos de mensajería instantánea que, basándose en las ideas del software libre, brindan diverso nivel de apertura, incluida la posibilidad de que personas u organizaciones monten sus propios servidores de mensajería (Telegram, Signal, Mastodon, por poner algunos ejemplos) pero en términos de resistencia a fallas masivas y apertura, seguimos estando un escalón más abajo que en el caso de la tecnología que se monta sobre estándares abiertos que permiten la interconexión.

Un país puede tener su propia infraestructura de mail, comunicarse con el resto y seguir funcionando si hay fallas en otros lugares. Los protocolos abiertos son habilitadores de la soberanía tecnológica. Las plataformas cerradas limitan estas posibilidades.

Entender estas diferencias, profundamente conceptuales, entre tecnologías se vuelve cada vez más importante para poder vivir como ciudadanos y ciudadanas de primera, que pueden opinar con voz propia sobre los debates socialmente pertinentes de su tiempo. Por eso es que desde la Fundación Sadosky abogamos por la incorporación en la escolaridad del área del conocimiento que da cuenta de la tecnología clave de nuestra época. No es sólo programación: debemos avanzar hacia la incorporación de las Ciencias de la Computación en la escuela.»

VIAFundacion Sadosky