Juan Manuel Telechea, licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires, y uno de los expositores más lúcidos sobre temas económicos que tenemos en Argentsina, publicó este artículo en Cenital. Lo reproducimo, y agregamos un comentario al final.
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«¿Cómo hacemos para aumentar el empleo?
La falta de generación de empleo es, sin dudas, una de las asignaturas pendientes de los últimos años. Los datos del SIPA muestran que el empleo total registrado pasó de 11.118.000 de puestos de trabajo en 2012 a 12.151.400 en la actualidad. Esto significa que, en promedio, se crearon 115.000 puestos por año, lo cual está muy por debajo de la cantidad necesaria para sostener el crecimiento poblacional (alrededor de unos 450.000 jóvenes por año pasan a estar en condiciones de trabajar, aunque no todos deciden buscar trabajo desde el primer año).
La situación se agrava si tenemos en cuenta que no todos los empleos son iguales, tanto en términos de calidad como de remuneración. Entre 2012 y 2021 el empleo privado registrado no solo no se incrementó, sino que se redujo: se perdieron casi 194.000 empleos. Eso fue más que compensado por el empleo público (+634.500 puestos) y los monotributistas (+542.400 puestos), mientras que el empleo doméstico (+73.000) y los autónomos (-22.900) se mantuvieron relativamente constantes.
El panorama global muestra entonces que el mercado laboral presenta un deterioro significativo, reflejado en la falta de creación de puestos de calidad y el incremento del sector informal.
Las elecciones hicieron resurgir este tema, con medidas y propuestas tanto del oficialismo como de la oposición. El gobierno hace unos días lanzó una reducción transitoria de las contribuciones patronales para quienes contraten trabajadores dentro del próximo año, mientras que Cambiemos llevó al Congreso un proyecto para eliminar la indemnización y reemplazarla por un fondo de cese laboral. En ambos casos, la lógica es la misma: el problema por detrás de la falta de generación de trabajo es que el costo salarial es muy elevado, por ende hay que reducirlo y eso llevará a que las empresas contraten a más trabajadores.
Respecto de la propuesta oficial, es algo que ya se hizo varias veces. Es más, puede sonar increíble, pero luego de perder las PASO en 2019, Macri anunció una medida prácticamente idéntica. Sin embargo, el caso paradigmático fue el de Ménem, que entre 1994 y 1999 las redujo más del 50%. La medida evidentemente no tuvo el resultado deseado, dado que el desempleo aumentó del 11,5% al 14,2% en dicho período, además de desfinanciar al sistema previsional (a quien le interese el tema, recomiendo este trabajo de Luis Beccaria y Pedro Galin). Una diferencia importante de la propuesta actual del gobierno respecto de la aplicada en los ’90 es que es una reducción transitoria de las cargas sociales.
Por otro lado, el problema más grave de la propuesta de la oposición es que cercena derechos laborales de los trabajadores, por lo que no solo no sería aceptado por los sindicatos sino directamente por la Corte Suprema, como destaca Eduardo Levy Yeyati, especialista en estos temas (y que difícilmente pueda ser asociado con el oficialismo, más bien todo lo contrario).
Como dijimos antes, el razonamiento que está por detrás de ambas propuestas es una idea muy arraigada en la economía de que el desempleo -o la falta de generación de trabajo- se explica por el hecho de que los salarios son muy elevados (técnicamente, que se encuentran por encima del nivel de equilibrio de la economía y eso provoca un “exceso de oferta” de trabajadores, es decir desempleo). Por ende, la solución sería reducir el salario y/o sus costos asociados -cargas sociales, indemnización, entre otras- de modo que eso incentive la contratación por parte de las empresas.
Este modo de razonar tiene varias objeciones. Una que nos interesa mencionar acá es la cuestión empírica. En abril de 1992, el Estado de Nueva Jersey aumentó el salario mínimo casi 20% (pasando de USD 4,25 a 5,05 la hora). A partir de eso, los economistas David Card y Alan Krueger buscaron estimar el efecto que eso tenía en el nivel de empleo. Para eso, se les ocurrió una idea brillante que era comparar con lo sucedido en el Estado de al lado, Pensilvania, donde el salario mínimo no se aumentó y se pagaba exactamente lo mismo (USD 4,25 la hora). De esta manera, tenían lo más parecido a un experimento de laboratorio: dos muestras muy similares (dos Estados aledaños de Estados Unidos), donde una se mantuvo igual, y en la otra solo se modificó una variable: el salario mínimo. Con lo cual, la diferencia entre ambos resultados podía ser atribuida exclusivamente a lo sucedido con el salario mínimo. ¿Cuál fue el resultado? El aumento del salario mínimo en Nueva Jersey llevó a un aumento del 13% en el empleo, concluyendo lo contrario de lo que predecía la teoría. Por ese trabajo, y varios posteriores, David Card obtuvo esta semana el premio Nobel de economía (junto a otros dos colegas).
¿Cómo se explica esto? Pueden haber varios argumentos, pero creo que el más relevante está vinculado al hecho de que el principal motivo que está por detrás de la decisión de una empresa de contratar a un trabajador es para aumentar su producción. Por lo tanto, lo que podría haber sucedido en Nueva Jersey es que el aumento del salario mínimo llevara a que los trabajadores gasten y consuman más. Frente a ese aumento de la demanda, las empresas deciden expandir su producción, y para eso necesitan aumentar el empleo.
Fíjense que esta explicación lleva a una relación entre el nivel de empleo y el salario diametralmente opuesta a la que plantea el enfoque anterior. Acá deberíamos observar que el salario y el empleo se mueven en sintonía (mayores salarios llevan a un mayor nivel de empleo, y viceversa), mientras que el enfoque anterior sostiene lo contrario (mayores salarios reducen el nivel de empleo, y viceversa). Como muestra el gráfico a continuación, los datos del mercado laboral argentino avalan la idea de que el aumento del salario viene acompañado de mayores niveles de empleo.
Salario real (RIPTE) y empleo privado registrado (en miles de puestos)
Fuente: Elaboración propia en base a INDEC y SIPA.
De lo anterior se desprende que no parecen apropiadas para incentivar el empleo las medidas que conciben al salario como un mero costo, dado que pierden de vista el hecho de que las empresas aumentan el empleo porque buscan producir más, y para eso primero debe haber un incremento en la demanda de sus productos, es decir, una mejora del poder adquisitivo de los trabajadores. Hacia allí deberían apuntar las medidas para mejorar el mercado laboral.»
Juan Manuel Telechea
Observaciones de AgendAR:
Este análisis de Telechea y coincidimos con su conclusión: los trabajadores son la mayor parte, por lejos, del mercado al que las empresas aspiran.
Pero eso es válido para el conjunto del aparato productivo de un país. Aún los sectores de la exportación requieren una economía en equilibrio y una sociedad que les pueda proporcionar los insumos y los servidos que necesitan.
Pero eso es cierto para el conjunto. Para el empresario individual, el salario es un costo, que tratará de disminuir, porque sus empleados son una parte infinitesimal de su mercado.
La época de Henry Ford y los sueldos que pagaba a sus trabajadores para que ellos y sus pares pudieran comprar su modelo T ha quedado más de un siglo atrás en el tiempo. Hoy gran parte de la industria produce para cadenas de valor globales, y eso es aún más cierto para el agro.
¿Cómo puede lograrse que el interés individual del empresario coincida con los intereses del conjunto? Esa es la pregunta clave de la economía capitalista. Hay casos de éxito en el mundo que demuestran que es posible. Pero no es fácil.
A. B. F.