La perspectiva de un planeta llegando a los 11 mil millones de habitantes en 2100, según las tendencias demográficas descritas hasta hace poco por la ONU, contrasta con el anuncio del país más poblado del mundo, China, de revertir sus rígidas políticas de control de natalidad y estimular a las familias a tener hasta tres hijos.
Las repetidas alertas sobre una explosión demográfica insostenible para el planeta -en parte, todavía justificadas- entran también en un terreno de duda si se revisan nuevas estadísticas particulares, como la baja de la tasa de fecundidad, en especial en el otro gigante asiático, India, hoy el segundo país más poblado y pronto, el más poblado.
Estas novedades en dos países que reúnen más de un tercio de los 7.900 millones de habitantes de la Tierra (1.410 millones de chinos y 1.393 millones de indios) alimentan una relectura permanente -hoy más esperanzadora- de las proyecciones demográficas y sobre la sostenibilidad del planeta hacia finales del siglo.
En 1950, cinco años después de creada la ONU, se estimaba que la población mundial era de 2.600 millones de personas. Se alcanzaron los 5.000 millones en 1987 y, en 1999, los 6.000 millones. En 2011, se llegó a 7.000 millones de personas. En 2015, la ONU estimó un 95 % de probabilidades de que la población mundial llegaría a ser de entre 9.500 y 13.300 millones en 2100 (9.700 millones en 2050).
Pero esa proyección promedio incluía ya un descenso de las tasas de fecundidad (2,5 niños por mujer en 2019 a 2,2 en 2050) y un aumento de las expectativas de vida (72,6 años en 2019 a 77,1 en 2050). Así, si bien se daba como “prácticamente seguro” que la población mundial crecería en el corto plazo, se reconocía un 25% de probabilidades de que la cifra se estabilizara o empezara caer antes de 2100.
En 2019, el 61% de la población mundial vivía en Asia (4.700 millones), el 17% en África (1.300 millones), el 10% en Europa (750 millones), el 8% en América Latina y el Caribe (650 millones) y el 5% restante en América del Norte (370 millones) y Oceanía (43 millones). Según esos cálculos de la ONU, China va en camino de reducir su población en 31,4 millones (-2.2%) entre 2019 y 2050 y podrá ser superada por India como el país más poblado ya en 2027.
Nuestra región también acompaña la baja en las tasas globales de fecundidad (TGF). Hoy, 18 países de América Latina presentan tasas por debajo del nivel de reemplazo (2,1 hijos por mujer) que mantendría las poblaciones sin cambios, aunque todavía ninguno cayó debajo del límite de fecundidad muy baja (1,5).
El giro político de China se condice, entonces, con un escenario en el que salvo en África (sobre todo su región subsahariana), las tasas de fecundidad cayeron durante las últimas dos décadas y provocaron un menor ritmo de crecimiento demográfico. A ese cambio contribuyeron otros factores: una mejora de la educación, un aumento de la urbanización (desde 2007, más de la mitad de la humanidad vive en ciudades, donde se tiene menos hijos) y un mejor acceso a servicios de planificación familiar.
«El periodo de alta fecundidad está a punto de terminar«, reconoció Frank Swiaczny, jefe de la sección de tendencias y análisis de la población de la División de Población de la ONU. A mitad de camino entre las miradas alarmistas del pasado y las menos pesimistas de hoy, el funcionario matiza que la evolución demográfica depende de un conjunto de “cuestiones realmente abiertas”, que incluyen las migraciones y cambios culturales como el rol de la mujer en la sociedad.
Para perfeccionar las proyecciones, algunos estudiosos sugieren ampliar las clásicas variables de mortalidad, fertilidad y movilidad, y empezar a considerar aquellas culturales -de género, estilo de vida y hasta vocacional- que pueden llevar a las familias a querer tener menos hijos por primera vez en la historia, en un contexto en el que el problema creciente es la pobreza y no la escasez de alimentos.
Desde el punto de vista económico, hay ventajas y riesgos. Las poblaciones con más jóvenes tienen un gran potencial si invierten en el desarrollo humano (educación y salud), y aquellas que envejecen deben reforzar sus sistemas de protección social para evitar un daño mayor, mientras todos, en conjunto, gestionan los flujos migratorios en busca de nuevos equilibrios demográficos.
El tercer hijo
Pero en 2016, cuatro décadas de boom económico, rápida urbanización y cambios culturales despertaron la preocupación contraria, un envejecimiento demasiado acelerado de la población. Beijing autorizó entonces dos hijos por familia, todavía con multas de hasta 20 mil dólares por tener un tercer hijo.
Ahora, el gobierno terminó permitiendo hasta tres hijos por pareja para “hacer frente activamente al envejecimiento” (la población mayor de 65 años pasó en diez años de 8,87% a 13,5%). Según el último censo, en 2020 sólo nacieron 12 millones de bebés, casi 20% menos que en 2019, el nivel más bajo desde la década de 1960.
Beijing necesitará tiempo para saber si la medida impacta en la tasa de fecundidad, clave en el futuro para potenciar una fuerza de trabajo joven y numerosa y neutralizar el peso económico de las pensiones de los mayores de 65 años, un problema que ahora mismo agobia a muchos países de Europa. Cuando el gobierno chino autorizó a tener dos hijos, esperaba mejores resultados y aunque hubo un repunte de nacimientos (17,9 millones en ese 2016) pronto volvió a descender.
Entre los factores que impiden ahora una recuperación más veloz del crecimiento demográfico figuran los económicos -los costos de vivienda y educación para las familias- pero también los sociales, como las obligaciones que impone el cuidado de padres ancianos a los hijos únicos ya adultos. A su vez, la masiva migración interna a nuevos centros productivos fue y es posible gracias a tantos trabajadores sin hijos.
A sabiendas de tales dificultades, el gobierno anunció mejores servicios de guardería, de cuidados de adultos mayores, más ayudas por vivienda, maternidad y educación y prometió «proteger los derechos de las mujeres en el empleo», después de décadas de desalentar, Estado y empresas, sus planes de maternidad.
En septiembre, China instó inclusive a reducir los abortos que «no son necesarios médicamente», como parte de sus nuevas directivas sobre la salud sexual de las mujeres. A diferencia de la mayoría de los países de Asia, el aborto es legal y muy asequible en China.
El caso de India
En 2019, el primer ministro Narendra Modi expresó abiertamente su preocupación por una “explosión demográfica”, abogó por una población educada y con salud, y consideró que mantener familias pequeñas un “acto de patriotismo”. Según la ONU, más de 10 millones de mujeres indias al año tienen embarazos no deseados.
Sin embargo, el crecimiento demográfico de India ha ido disminuyendo en las últimas décadas, por una reducción parcial de la pobreza, mejoras en la educación, sobre todo entre las mujeres, y la creciente urbanización. En 2017, la tasa de fecundidad ya había caído a una media de 2,2 hijos por mujer (desde los 5,9 de 1960) y a sólo 1,7 en las ciudades, aunque la proporción de jóvenes hace presumir que un descenso será lento.
La urbanización juega un papel clave en los procesos demográficos e India lo confirma. En 1911, sólo una décima parte de la población era urbana, hoy ya es un tercio (34%), con al menos 460 millones de habitantes.
En 1951, India tenía cinco áreas metropolitanas (Calcuta, Bombay, Delhi, Chennai y Hyderabad). En 2011, ya había 52 que reunían casi la mitad de la población (42,3%) y la capital, Nueva Delhi, multiplicó su población por siete en un siglo y va camino de superar esta década a Bombay como la ciudad más poblada de India.
En el caso de India, hay un fenómeno adicional de implicaciones religiosas y geopolíticas, que es el ritmo de crecimiento demográfico de los musulmanes, mayoría en el vecino Pakistán. La minoría musulmana india ha sido objeto de fuertes presiones y represalias, incluso desde el gobierno.
La población hindú cayó recientemente por debajo del 80 por ciento del total, pero también ha ocurrido con la musulmana (14,2%). Los temores entre los hindúes, sin embargo, son alimentados por el hecho de que mientras su propia tasa de crecimiento ha sido del 1,55% anual (era de 1,8% en los 90) la de los musulmanes es de 2,2% (2,6% en los 90).
En 2006, el informe «Situación social, económica y educativa de la comunidad musulmana de la India«, elaborado por un comité de expertos presidido por el juez Rajindar Sachar, concluyó que si bien el crecimiento de la población de India seguirá por un tiempo “acabará cesando y posiblemente disminuyendo para todas las comunidades, incluidos los musulmanes, a medida que avance el proceso de transición demográfica en curso.