Los robots van a la guerra – Videos, videos

Perros de muy distinta raza se estudian con la postura de “hagámonos amigos” en la Base Aérea Scott de la USAF. El de la derecha se llama Hammer y tiene cola, y el de la izquierda, SPUR, y es un robot autónomo, en este caso desprovisto de su fusil 6,5 mm. de francotirador.

UN “PERRO-BOT” FRANCOTIRADOR

La Fuerza Aérea de los EEUU (USAF) parece el próximo cliente de este robot con morfología y locomoción de perro, pero armado con un rifle de francotirador SPUR calibre 6,5 mm. El arma está apuntada con visores diurnos y nocturnos capaces de amplificar 30 veces la imagen en tamaño. El apuntamiento puede corregirse con un sensor remoto de dirección y velocidad de viento, y el tiro tiene un alcance efectivo de 1200 metros.

Este “perrobot” (seudónimo por cuenta de AgendAR) es liviano y puede deambular a con bastante velocidad por zonas inundadas, terreno accidentado y subir y bajar escaleras mientras busca posibles blancos. ¿Puede decidir por su cuenta si liquidarlos o no?

Según Jiren Parikh, CEO de la firma Ghost Robotics, de Filadelfia, no. El SPUR sólo se usaría en la guardia perimetral de bases aéreas en territorio hostil. En este momento, la USAF lo está testeando en la base aérea Tyndall, en Florida.

Parikh miente, por supuesto. Esta distopía cuadrúpeda está operativa desde hace al menos dos años, y sus usuarios son menos pasivos y conspicuos que los soldaditos comunes aburriéndose de guardia.

El “perrobot” SPUR con su rifle 6,5 mm. de francotirador. Tomar nota del silenciador, de la cámara de apuntamiento en luz visible e infrarroja con hasta 30 aumentos, y del blindaje cerámico angulado “stealth”, que disimula las emisiones térmicas del arma y deflecta las microondas de los radares portátiles de infantería tipo RASIT.

En 2019 el SPUR lo adoptaron las Fuerzas Especiales del Ejército, la Marina, los Marines y la Aviación de los EEUU. Es decir, los Rangers, los Green Berets, los Seals y los Air Commandos, cuyas operaciones “negras” dentro de otros países aparecen a veces en películas heroicas de Netflix o de HBO, pero raramente en los noticieros.

La viralización de fotos y videos del perrobot suscitó bastante indignación desinformada: el artilugio cruza “la delgada línea roja” en términos éticos y deja en manos de su inteligencia artificial –probablemente, basada en “machine learning”- la decisión de ejecutar humanos.

La guerra se robotiza.

Lo único prohibido en guerra es perder

Primer uso bélico documentado de un robot aéreo: el destructor HMS Sheffield, incendiado y hundido por un misil AM39 Exocet en la Guerra de Malvinas en 1982.

 

La automatización de la guerra ha ido avanzado de sistemas “Forget” muy básicos, como las minas terrestres antipersonal, al “Fire & Forget” de misiles como el AM39 Exocet que debutó en Malvinas y el Tomahawk, casi infaltable en las innumerables guerras de EEUU desde 1991.

Y desde el “Fire & Forget”, la automatización avanzó al “Fire, Forget & Find” de las municiones robóticas de sobrevuelo israelíes y turcas que anduvieron cazando tanques, camiones y tropas en forma autónoma en la 2da Guerra de Karabaj, entre septiembre y octubre de 2020.

En marzo de 2021 volvió a suceder lo mismo, en un episodio quizás definitorio de la interminable guerra civil de Libia, iniciada por la OTAN en 2011 para voltear al gobierno del coronel Muammar Khaddafy. Una columna blindada del mariscal de campo rebelde Khalifa Haftar, que se retiraba desde Trípoli, fue atacada día y noche por robots enviados por la Coalición del Acuerdo Nacional (una suerte de gobierno). Aparentemente fue destruida.

Lo notable del proceso es el avance por pasos hacia:

1) la toma de decisiones autónomas de ejecución de personas por robots,

2) la negación en público de los dueños de robots letales de su autonomía,

3) la aparición de sistemas como el Kargu-2 turco, cuyo bajo costo banaliza su uso,

4) la creación de un nicho en el mercado de armas con unos 25 nuevos jugadores, como IAI de Israel, STM de Turquía o EDGE, de los Emiratos Árabes. (Ver el video)

Hoy los países con diseño y producción de municiones de sobrevuelo son China, Israel, Irán, Taiwan, los EEUU, Rusia y Turquía. Si el presidente Mauricio Macri no hubiera abortado el desarrollo del Sistema Aéreo Robótico Argentino (SARA), que venían desarrollando INVAP y el Ejército en 2016, hoy la Argentina probablemente sería otro usuario y oferente en este lista. Que tiene compradores de bolsillos profundos: Azerbaiján y Armenia desde ya, pero también Alemania, la India y Corea del Sur, y siguen las firmas. Su Graciosa Majestad, agradecidísima.

El perro robótico SPUR y Ghost Robotics es una parte casi banal de la movida hacia la guerra en modo autónomo, como se ve.

La indignación por la robotización de la guerra es desinformada, tardía y probablemente inútil. Empezó en la guerra de Vietnam y sobre todo, la de Yom Kippur, de 1973. En ambas, los SAM, o misiles tierra-aire, generalmente guiados por radar, probaron ser el modo barato de destruir aviones carísimos: EEUU perdió más de 200 a lo largo de 10 años de combates sobre Vietnam del Norte, pero Israel perdió al menos 104 -la mitad de su fuerza de cazas y cazabombarderos- en la primera semana desde el ataque egipcio y sirio. La guerra aérea se había vuelto «hiperletal» (palabra que nació entonces) y por ende, insostenible.

Surgió entonces la necesidad de sistemas anti-antiaéreos. En Vietnam, este rol lo cumplieron pilotos humanos que volaban las misiones llamadas “Wild Weasel” (comadreja salvaje). Típicamente un caza yanqui F-105 equipado para guerra electrónica activaba sus radares sobre el territorio a desbrozar de baterías misilísticas. Cuando éstas encendían sus propios radares para iluminarlo y hacerlo puré, delataban sus coordenadas, y acto seguido eran atacadas con bombas y misiles por el resto de la escuadrilla.

Escudo de los Wild Weasel estadounidenses en Vietnam. La graciosa comadreja que empuña relámpagos cabalga sobre dos misiles anti-radar Shrike.

Esta operación anti-antiaérea es tan de riesgo como cortarle las uñas a un tigre despierto, de modo que no tardó en semi-automatizarse: surgieron misiles que “enganchan” las emisiones de los radares terrestre de tiro e impactan sobre las antenas, como el Shrike.

El 3 de junio de 1982, en Malvinas a las 06:20, aún de noche y en medio de una llovizna, uno de estos Shrike reventó la casilla del radar Skyguard director de tiro de una batería de cañones antiaéreos de 35 mm. que protegía la pista de Puerto Argentino. Mató a sus cuatro operadores, un teniente, un sargento y dos colimbas de aviación.

La dotación del director de tiro Skyguard que un misil Shrike inglés destruyó el 3 de junio. La antena del radar está pegada al habitáculo, tremendo error de diseño.

Sin embargo, el bombardero Vulcan que disparó traía más Shrikes bajo las alas: en aquella noche de perros, venía jugando al gato y el ratón con la Fuerza Aérea Argentina desde las 5 de la madrugada. Su objetivo principal, el radar AN-TPS de Puerto Argentino, el que dirigió todo el accionar de la Fuerza Aérea y la Aviación Naval argentina durante la guerra, quedó sin atacar.

Muy prudentes, sus operadores apagaban la antena toda vez que el Vulcan (que iba y venía “haciendo ochos” frente a la costa), se acercaba a 40 km, que viene a ser el alcance de un misil de estos. Los operadores del Skyguard, en cambio, se tentaron con dejar acercarse al Vulcan, un blanco enorme, para cepillarle una buena andanada. Pero un cañón Oerlikon de 35 mm. no le pega a nada a menos que no se acerque a menos de 4 kilómetros.

Los gringos no tuvieron la gentileza de hacerlo, pero tampoco la sacaron gratis. Con un Shrike “vivo” y listo para explotar que no logró desprenderse del ala de estribor, el Vulcan quedó en triple peligro: el primero era que la espoleta del misil decidiera que, después de todo, aquel era su día de estallar, el segundo, era que se encendiera el motor del misil pegado al intradós del ala, atiborrada de combustible. El tercero era aquella carga alar aerodinámicamente asimétrica, que ladeaba al enorme bombardero y le hacía gastar demasiado combustible.

Con sus turbinas gastadas y gastadoras de los años ’50, el venerable Vulcan en aquellas condiciones no regresaba a su base en la isla Ascención ni empujándolo. Tuvo que enfilar por combustible para Rio de Janeiro, donde los brasucas encanaron a la tripulación, pisaron el avión hasta terminada la guerra, y de yapa le incautaron los misiles –lo más aprovechable- para un poco de ingeniería inversa.

Pese a lo mucho que trataron de liquidarlo, aquel radar argentino AN-TPS (el único de largo alcance que tuvo la Argentina en el archipiélago) siguió jodiéndole la vida a la Task Force hasta firmada la rendición, el 14 de aquel mes.

Esta historia muestra las limitaciones de los vuelos tipo Wild Weasel, como el que intentó aquel Vulcan inglés. Un misil antirradar como el Shrike entonces tenía alcance y tiempo de vuelo cortos, y había muchos modos de burlarlo: apagar el radar, dotarlo de varias antenas alternantes y distantes entre sí, y todas bien lejos de los operadores. También poner el radar a emitir microondas con saltos de frecuencia y de modulación de señal irregulares y azarosos. Y esas son las jugarretas de manual. Hay otras.

El avión que lleva un misil antirradar está limitado por su combustible, y además, aunque apele a contramedidas, si éstas no son perfectas, se vuelve un blanco perfecto.

El paso para salir de este mal paso es una munición de bajo costo, lo menos detectable que se pueda para la vista, el oído o el radar, y que pueda sobrevolar el sitio a limpiar de baterías antiaéreas durante al menos 20 o 40 minutos, y si se puede, horas enteras. Si se trata de un robot, además, puede terminar su misión con una picada de kamikaze. Si se trata de muchos, misión cumplida.

El diseño de las primeras municiones de sobrevuelo estaba a medio suceder cuando la robótica irrumpió en Malvinas muy por otro wing. Aquel 1982, la aviación naval argentina usó 5 misiles antibuque franceses AM39 Exocet, con su entonces novedosa capacidad de búsqueda semiactiva de blancos. Y estos fueron 3 naves de la Task Force británica.

De ellas, el destructor HMS Sheffield y la conteinera STUFT Atlantic Conveyor, se incendiaron y hundieron días después de cada sorpresivo impacto. La tercera embarcación (el portaaviones HMS Invincible) quedó fuera de combate y sólo volvió a Inglaterra a más de 3 meses de pasada la guerra, pintado a nuevo y con un insólito cambio de turbinas que -por alguna causa- debió hacerse en altamar.

Tantas reparaciones deben haber sido necesarias por la ayuda que tuvo el Exocet, cortesía de 6 “bombas bobas” de gravedad lanzadas por 2 aviones tripulados A4C de la Fuerza Aérea al minuto y medio del impacto. Otros 2 A4C de la misma escuadrilla habían sido misileados en la corrida de bombas final hacia el Invincible desde algón destructor británico con misiles Sea Dart oculto hacia el Oeste, bajo el horizonte. La artillería antiaérea del propio portaaviones no hizo nada: debió haber quedado electrónicamente “knock out” desde el impacto del Exocet.

El Reino Unido niega toda eficacia del ataque. Nuestros aviadores confundieron un portaaviones de casi 20.000 toneladas con una fragata de 2750 toneladas, a la que de todos modos le pifiaron todas las bombas (y fueron 6). ¡Anteojos para ellos!

Mejor aún, el Exocet fue parado en vuelo por un cañonazo de alguna fragata desplegada hacia el Oeste, como piquete. Es como atajar una bala .45 con un tiro .22: lo que se dice, apuntar «joya». Sin embargo, Su Graciosa Majestad sólo “desclasificará” la información sobre este episodio hacia fines de este siglo. No cambien de canal.

El Exocet AM39 de 1982 nunca fue llamado “robot”. Sin embargo empieza a serlo a los 2 minutos de lanzado, cuando deja de seguir la navegación con la que lo programó el piloto del avión atacante Super Étendard, prende su propio radar y empieza la búsqueda y selección activa de blancos, en esa fase terminal de su vuelo en la que puede alterar bastante su trayectoria. A todo lo cual los pilotos que lo dispararon ya están al menos a 70 km. de distancia, pegados al agua para no aparecer en los radares de los atacados, y escapandose a todo gas rumbo a su base. “Fire & Forget”, disparalo y olvidate.

En vuelo terminal, el AM39 de 1982 sólo podía ser desviado con contramedidas, pero ya tenía un par de trucos primitivos para neutralizarlas. Probablemente explican su eficacia del 50% en Malvinas (muy alta). Fue el primer sistema “Fire and Forget” en presentarse en guerra de un modo MUY público.

El automatismo ya existe en armas tan primitivas e inmóviles como las minas terrestres, cuyo único sensor de activación es la presión de un borceguí, de un neumático o de una oruga. Una mina terresre se podría llamar un sistema “Forget”: es banalmente barata, no procesa información, no discrimina blancos y sigue siendo peligrosa durante décadas.

El camino que va de una trampa cazabobos pasiva a un avioncito robotico kamikaze “Fire, Forget and Find” como el cuadricóptero Kargu-2 o el ya veterano motovelero Harop pasa por sistemas de movilidad, sensores de complejidad cada vez mayor y por software de procesamiento de datos para identificar blancos, navegar hasta ellos y estallar a la distancia más conveniente para liquidarlos. Son, a su modo, minas aéreas, o afinando más la definición, trampas cazabobos anti-antiaéreas.

Desde el conflicto de Malvinas la robotización de las guerras viene avanzando a saltos. El más notable fue la 2da Guerra de Karabaj, a fines de 2020. En ella el poco mentado estado petrolero de Azerbaiján destruyó en 3 semanas a las considerables fuerzas armadas de Armenia usando los Kargu-2 turcos

y Harop israelíes:

En aquel momento, Azerbaiján no mencionó en absoluto que sus “bots” voladores operaran en modo autónomo: habría sido quitarse gloria y ponerse en contra a la opinión mundial. Salvo en Japón, donde los androides son culturalmente más queridos que la gente, la idea de robots que asesinan a humanos es invendible, salvo en Hollywood. Pero sólo si al final ganan los humanos.

Los analistas no definen los cuadricópteros Kargu-2 o el motoplaneador de ala fija Harop como misiles. Las llaman “loitering ammo”. Son “municiones de sobrevuelo”, capaces de estacionarse en el aire a alturas en las que son casi invisibles e inaudibles. Logran permanecer sobre un punto de interés muy fuera del rango visual del sitio de despegue mientras les dure la fuente de potencia, razón por la cual se propulsan a hélice (mucho más eficiente en términos termodinámicos que un cohete o una turbina).

El Kargu-2 pesa 7 kg., puede llevar hasta 1,3 kg. de explosivos (una bomba de fragmentación parecida a una mina Claymore o una carga hueca antiblindaje), viaja hasta 70 km/h, tiene un techo de vuelo de 2800 metros y un alcance de 5 km., con una capacidad de sobrevuelo de hasta 40 minutos. Ésa es una opción minimalista.

El Harop, en cambio, es un avioncito en toda regla, con diseño “stealth” antirradar, un ala delta fija de 3 metros de punta a punta, más de 400 km/h de velocidad, gran capacidad de planeo, casi 25 kg. de carga explosiva, 1000 km. de alcance lineal y 9 horas de autonomía de vuelo. Los israelíes no informan ni siquiera del tipo de motor, casi seguramente un turbohélice de baja potencia.

Un motociclista fotografía un Harop israelí que se cayó en medio del campo… en Irán. No parece un error de navegación.

La presa “de diseño” del Kargu-2 y del Harop son las baterías antiaéreas, no importa si misilísticas o de tubo: generalmente se orienta hacia sus radares como una polilla hacia la luz. Pero si estos están apagados, tiene buenos sensores visuales. Se lo ha usado también contra todo tipo de móviles terrestres, incluidos autobuses llenos de tropa. O lo que parecía tropa.

Estos dos vehículos tan distintos pueden decidir volver intactos a base “si no pinta nada jugoso”, con el consabido ahorro de recursos. Pero si identifican un blanco, dictaminan por su cuenta si es enemigo y si es redituable, y pican sobre el mismo sin solicitar autorización.

Los fabricantes insisten mucho en que puede y debe insertarse un humano en el “loop” de toma de decisiones, pero te guiñan un ojo cuando te lo dicen. Dado que los humanos son -al menos todavía- los que firman las órdenes de compra y los cheques, no hay por qué insultarlos llamándolos “redundantes”. Aunque ya lo sean.

Del Kargu-2 lo más interesante es el aspecto tan inofensivo: es idéntico a cualquier cuadricóptero de filmación de los que uno se compra por Mercado Libre. Lo único que lo vuelve un arma es el explosivo a bordo y el software, que le permite volar solo u operar en enjambre:

Al comunicarse entre sí, los Kargu-2 aumentan no sólo su capacidad ofensiva sino la de procesamiento, es decir su inteligencia.

Se parecen bastante a aquellas tremendas mosquitas robóticas de la novela “El Invencible” de Stanislaw Lem, aquel polaco obsesionado que sucedería cuando la robótica quedara librada a la evolución natural, y que además escribía como un dios. En Turquía lo han leido, evidentemente.

Pero por ahora estos drones turcos tienen un límite probablemente fijado por el ancho de banda: el número tope del enjambre en 2021 es de 20 unidades. Una vez que este cuadricóptero aparentemente civil estalló, ya no queda nada que le permita al enemigo hacer ingeniería inversa: la parte más importante y endiablada de copiar, el software de visión, navegación y toma de decisiones, ya era bastante inmaterial antes del “Booom”.

En marzo de 2021, fue la ONU la que admitió que la Coalición del Acuerdo Nacional, dominante por ahora en la inacabable guerra civil de Libia, usó centenares de Kargu-2 para desatar una larga cacería de aniquilación contra las fuerzas del mariscal de campo rebelde, Khalifa Haftar, que se batían en retirada desde Trípoli. No es el primer episodio de guerra robótica, pero sí el primero llamado por ese nombre por un organismo multilateral.

Si el mucho menos espectacular SPUR está operativo desde 2019 y ofrecido en venta desde la semana pasada, es casi de cajón que ya se haya cargado algunos prójimos de nuestra especie en Medio Oriente y en Asia Central, pese a su motricidad más bien parkinsoniana.

El slogan de Ghost Robotics en los stands de las ferias de armas donde la firma está exhibiendo públicamente este equipo es “Manteniendo a nuestros equipos [de operaciones especiales] armados con la última innovación en letalidad”. Es admitir que ya fue desplegado. Y es que no es fácil vender sistemas complejos que no hayan sido probadas en operaciones reales por el país oferente, y máxime si cuando el fabricante todavía es poco conocido.

Las dos plataformas sensoriales, informáticas y electromecánicas, tanto el “perro” como el fusil, y la integración de ambas, son obviamente la parte relevante del asunto. Y sobre esto, la información de Ghost resulta de lo más vaga.

Lo que uno sospecha es que el rope robótico, al igual que otros sistemas de armas muy cibernéticos, sabe operar muy por su cuenta debido a una causa sumamente sencilla: el enlace a distancia con su operador humano, el “data link” en jerga de aviación, es su máxima debilidad.

¿Qué enemigo que no sea totalmente bruto resistiría la tentación de interferirlo, o darle instrucciones truchas? «Tu dueño te trata mal, Fido. Jamás una hamburguesa, nunca un hueso. ¿No se merece un buen corchazo?»

Hablando del tema, sobre el tipo de bala de la plataforma fusil, en cambio, sobran datos, pero es la parte estúpida del sistema. Como también nos da por ese lado, vamos a ello.

La mejor bala para su perro

Balas consideradas medianas: la 6,5 mm Creedmoor es casi idéntica a la 308 Winchester (o la 7,62 NATO), pero con un proyectil más flaco y menos propelente en el cartucho

Desde 2019, los Seals, Rangers, Green Berets y también los menos meneados grupos tácticos del AFSOC (los “Rambos” de la USAF) vienen adoptando el cartucho 6,5 mm. Creedmoor. Lo usan en todo lo que llevan encima: sus fusiles de francotirador, los de sus tropas de asalto y en sus ametralladoras.

La 6,5 Creedmoor es una bala encapsulada y abotellada, como la de todos los fusiles de asalto copiados del Sturmgewehr 44 alemán de la 2da Guerra. La desarrolló Hornady, un fabricante de munición yanqui finolis, y es lo suficientemente compatible con el 7,62×51 mm. NATO de nuestros viejos FAL al punto de poder usar los mismos cargadores.

Comparado con nuestro venerable pero poderoso cartucho, el tiro 6,5 Creedmor tiene 4 ventajas: por su menor sección eficaz es capaz de mantenerse supersónico a más de 1000 metros, alcanza el doble de agrupamiento a esa distancia y tiene un tercio menos de deriva lateral por viento. Pero además, presenta un retroceso menos brutal. El que haya disparado un FAL durante su ya lejana colimba y todavía recuerde el culatazo, sabe de qué estamos hablando.

Comparado en cambio con el sutil tiro 5,56 x 45 mm. que EEUU le impuso al resto de la OTAN desde la década de los ‘80, el 6,5 Creedmoor es un proyectil veloz pero con algo más de inercia. Eso lo vuelve un tiro menos “histérico” (propenso a desviarse al rozar la hoja de una planta). También le permite mantenerse supersónico a más de 1000 metros, y romper los refuerzos cerámicos de un chaleco de kevlar a 200 metros. Fue desarrollado justamente porque el soldado contemporáneo, a diferencia del de hace 30 años, anda por la vida con el torso blindado de materiales tecnológicos compuestos como un cascarudo bípedo.

Por el lado de las desventajas, la “cavidad temporaria” generada en los tejidos por la la onda de choque de una bala es muy proporcional a su velocidad. Con el veloz tiro 5,56 mm llega a tener 30 veces (SIC) el diámetro del proyectil. Si bien esa cavidad se cierra de inmediato y se vuelve virtual, la masa de tejido traumatizado por ruptura de vasos y fragmentación de huesos a distancia del túnel es enorme. El proyectil 6,5 mm Creedmore es así de veloz.

Como el tiro es más pesado, su retroceso resulta inevitablemente mayor que el del 5,56 mm, pero no llega a ser esa patada de mula del 7,62 x 51 del FAL. Y en este caso de referencia, no logra desestabilizar la puntería de un robotito tamaño perro.

Eso puede ser útil si el sistema experto a bordo del SPUR cree necesario un segundo corchazo pegado espacial y temporalmente al primero: un “double-tap” en la jerga. Y es que por limitaciones de diseño, el fusil del perrobot tiene un cargador de sólo 10 tiros. Nada es perfecto.

Jiren Parikh, el CEO de Ghost, no es de perrear a nadie. Insistió en que su SPUR es inquietante sólo por tener el aspecto, la motricidad y el tamaño de un ovejero alemán grandote. Subrayó que otros drones terrestres con propulsión a oruga o a ruedas no causan el mismo efecto psicológico.

Pero los efectos de un corcho de 120 “grains” de plomo encamisado en cuproníquel que viaja a 920 metros/segundo no te los cura un psicólogo. Y eso es independiente de que lo dispare un cristiano, un robot símil-tanqueta o uno símil-pichicho. Si la letalidad es parecida a la del tiro de FAL (sólo que el 6,5 mm. Creedmore la conserva a mayor distancia), estamos hablando de un 70% de posibilidades de no sobrevivir a un impacto en el torso.

Jiren Parikh insistió en que su símil-pichicho jamás haría uso de capacidades autónomas. Negó enérgicamente que su engendro SPUR las tuviera, en realidad, y añadió que estaba condenado por diseño a quedar siempre bajo la autoridad de un controlador humano a distancia. Como manda la doctrina militar oficial de los EEUU para sistemas de armas robóticos.

Sí, ponele.

Daniel E. Arias