Las muertes y resurrecciones de INVAP

Cuando decimos que la antena de radar en banda C de los satélites SAOCOM es enorme, no exageramos. Fuera de Japón y Argentina, no hay otros países que hayan podido hacer satélites-radar en esta banda. El SAOCOM es casi único en su tipo en el mundo: cuenta con una gran antena –de 35 metros cuadrados–, que posee un radar de apertura sintética (SAR, en inglés) en banda L, que permite tomar registros de la superficie terrestres de hasta dos metros de profundidad.

Es la primera vez -que sepamos nosotros- que el Ing. Tulio Calderón, gerente de proyectos nucleares en INVAP, da un reportaje largo como éste que reproducimos aquí. Es un personaje que hizo mucho y habla poco dentro de una empresa de suyo más conocida por sus obras que por sus proyectos, y sin un discurso propio, o al menos público, y por razones excelentes: supervivencia.

Y es que son proyectos en general audaces y de alto vuelo. Pero cada vez que la Argentina se endeuda demasiado e incurre en «gobiernos de ajuste permanente», el techo de soberanía tecnológica del país baja tanto que son aplastados.

De modo que valoramos la prudencia de Calderón cuando dice que a INVAP le conviene no mantener una base numéricamente alta de recursos humanos y asume que la empresa está condenada a ciclos de expansión y contracción. Pero nos vemos obligados a aclararle a nuestros lectores que esto no sucede debido a ciclos climáticos o astrofísicos, sino políticos y diplomáticos.

¿La hacemos fácil? Cuando llegó Carlos Menem al gobierno, INVAP ya tenía dos reactores nucleares vendidos en Medio Oriente, uno de investigación en Argelia y otro de fabricación de radioisótopos médicos en Egipto. El paso siguiente, asunto en que INVAP habría participado con la CNEA, habría sido vender centrales de potencia en esa zona del planeta. El de las centrales nucleoeléctricas es un mercado miles de veces mayor, en dinero, que el de los reactores de investigación y/o producción de radioisótopos. La CNEA tenía incluso un socio internacional importante para irrumpir en el rubro nucleoeléctrico: SIEMENS de Alemania. Había formado una empresa mixta con esa firma alemana, de sede en Buenos Aires (ENACE). De modo que a fines del gobierno de Alfonsín, la Argentina tenía dos proyectos innovadores exportables, a falta de uno.

El primer proyecto era la central de uranio natural y agua pesada ARGOS 380, una especie de Atucha I con mejoras en potencia (60 megavatios más) y seguridad. ¿Interesados? Egipto, Arabia Saudita e incluso Irán como clientes posibles. Si el último cliente le parece objetable, era nuestro máximo comprador de trigo, en sustitución de la ya implosiva Unión Soviétca. Además de lo cual, la venta de una central se hace bajo la supervisión poco menos que paranoica del Organismo Internacional de Energía Atómica, y la tecnología nucleoeléctrica es bastante inútil para generar aplicaciones militares.

Si bien el negocio básico habría sido de ENACE, y por ende de CNEA y SIEMENS, la hora de ingeniería argentina costaba un tercio de la alemana, e INVAP habría debido inevitablemente movilizar parte de sus huestes nucleares como subcontratista a esa zona del planeta para la construcción.

El segundo proyecto era aún más interesante: la central nuclear compacta CAREM, de agua natural y uranio enriquecido. Había un socio posible y vivamente interesado en construir el CAREM de a decenas: Turquía. El CAREM está diseñado en módulos fabricables a gran escala y ensamblables en el sitio de construcción. El socio para fabricarlo y venderlo en medio planeta era Turquía, país con ya una considerable industria pesada pero cero experiencia nuclear, cuyos cuatro partidos políticos habían votado por alocar al CAREM una cifra hoy equivalente a U$ 400 millones.

Las Fuerzas Armadas turcas (todavía políticamente muy relevantes, a fines de los ’80) estaban también a favor de esta asociación con Argentina. La voluntad turca era la de entrar al mercado nuclear directamente por la puerta grande y como vendedor, sin pasar -como la Argentina- por una larga etapa formativa como comprador, absorbiendo tecnología ajena y desarrollando lentamente una propia. Los medios de Ánkara, comprensiblemente, estaban emocionados y entusiasmados.

No nos hace falta que nos la cuenten: en Abril de 1988 estuvimos en Turquía junto al embajador Adolfo Saracho, gestor de la movida, y vimos todo. Había un ir y venir de los entonces escasos expertos de la TAEK (la Comisión de Energía Atómica de Turquía) a Bariloche, sede de INVAP, y de ingenieros y físicos barilochenses a Ánkara.

El dinero votado por unanimidad en el Parlamento turco era el costo estimado de un prototipo de 25 MW eléctricos del CAREM en suelo turco, bajo dirección de una UTE binacional creada ad-hoc entre la TAEK e INVAP. Pero la Argentina debía a su vez al menos iniciar la fabricación de una planta de producción de componentes para el CAREM en suelo propio. Sin embargo, nuestro país estaba absorto en el caos de la hiperinflación y la crisis de gobernabilidad de Alfonsín, y ni se enteraba de estas cosas.

Los turcos estaban fuera de la neblina. Nosotros no.

Vimos también cuando -a pedido del Canciller Guido di Tella– el nuevo presidente Menem destruyó de un saque ambas movidas comerciales. Cerró ENACE (adiós al ARGOS), y descarriló deliberadamente la negociación de transferencia de tecnología con la TAEK, pidiéndole una comisión escandalosa incluso para los inventores originales, hace miles de años, del comercio entre estados. Pero al mismo tiempo, Menem intentó abiertamente que INVAP quebrara: tenía exportaciones por U$ 30 millones (a valor de hoy) embarcadas en el puerto de Campana para una planta de concentrado de uranio. Di Tella las hizo bajar al muelle.

E INVAP, que en su preparación para el ARGOS y para el CAREM tenía 1300 empleados (en su 90% ingenieros, físicos y químicos nucleares, expertos en materiales y combustibles), tuvo que dejar a 1000 en la calle para sobrevivir. Y sin garantías de hacerlo.

En los largos años siguientes, no habría perdurado sin dos salvatajes: la terminación del reactor ETRR2 en Inshas, Egipto, y el providencial pedido de Conrado Varotto, el nuevo presidente de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), para la construcción del satélite SAC-B… y los que siguieron. Al salvar a INVAP Varotto estaba salvando su propia obra: en 1974, había sido el fundador de esa empresa.

Probablemente para desilusión de la diplomacia de los EEUU, que operó todo esto entre bambalinas, la industria nuclear yanqui no se benefició en nada. Y es que desde los ’70 los autodenominados americanos no tienen nada bueno para vender en el rubro nucleoeléctrico.

Los vacíos que dejaron ENACE e INVAP en el mercado de tecnología nuclear de África y Medio Oriente, por ende, no tardaron en ser llenados por competidores en algunos casos emergentes. En lugar de reactores CAREM, que habrían sido los primeras centrales modulares compactas del mundo, aptas para exportadas a 20 o 30 países, Turquía terminó comprándole centrales nucleares gigantes y nada innovadoras bajo régimen BOO (Build, Own and Operate) a Atomtroyexsport de Rusia, sin ninguna transferencia de tecnología. Jurídicamente, las centrales rusas de Akkuyu en Turquía son tan extraterritoriales como la embajada rusa. Turquía se limita a poner el sitio y comprar la electricidad.

En términos no tan distintos, los Emiratos Árabes Unidos compraron centrales «llave en mano» a la KEPCO coreana la planta de Barakh, nuevamente sin un gran beneficio tecnológico e industrial para el comprador, salvo el producto eléctrico. Y el ARGOS 380 de ENACE, tan paseado en planos y ambicionado por los países del Magreb, jamás se construyó en ningún lado. Aquí tampoco.

La reconstrucción de los recursos humanos de INVAP fue lenta y cautelosa, pero la hizo posible el estado. El estado australiano, claro está.

Sucedió cuando en 2000 y contra los pronósticos sombríos de mucho mufa y mucho idiota, INVAP le ganó a los principales constructores nucleares de entonces (Francia, Rusia, EEUU, Canadá y Japón) la licitación por el reactor OPAL de Sydney, Australia. Se entregó en 2006 y desde entonces es, además de un reactor de investigación, la mejor planta de producción de radioisótopos médicos del mundo por disponibilidad y por eficiencia. Con apenas 20 MW provee el 40% del mercado europeo y norteamericano, además del propio y el regional.

Pileta abierta del reactor OPAL de Sydney, Australia, considerado el mejor reactor multipropósito del mundo desde su inauguración en 2006. La licitación se ganó en 2000, y salvó a INVAP del cierre.

 

En 2006 el kirchnerismo, nacido en una provincia petrolera, se dio cuenta de que sin energía nuclear el «levántate y anda» industrial argentino posterior al crack de 2001 se quedaba sin electricidad, o condenado a pagarle más de U$ 5000 millones/año a Bolivia y los Emiratos por su gas. Y así, por necesidad, el peronismo, inventor del átomo argentino, redescubrió el átomo argentino. La CNEA resucitó, se desempolvaron los planos de Atucha II y la Argentina inició una reconstrucción de otros proyectos y fierros nucleares abandonados. La participación de INVAP fue importante en todos ellos.

Pero la empresa aprovechó la rareza histórica de tener al estado argentino a su favor, en lugar de en contra, para hacerse fuerte en el área espacial con los satélites SAC-A, SAC-C, SAC-D, y SAOCOM 1A y 1B de la CONAE. Néstor Kirchner, además, en 2006 fundó la empresa ARSAT para que la Argentina no perdiera por abandono sus últimas dos posiciones orbitales geoestacionarias, una de las cuales (la 81o Oeste), explotada a fondo, puede producir tanta rentabilidad en telecomunicaciones como una provincia chica… pero sin sus gastos.

El fundador y primer director de ARSAT algo sabía de ingeniería espacial: es el Ing. Pablo Tognetti, diseñador y constructor en INVAP de todos los satélites de la CONAE. Con un «invapio» con pedigrí dirigiendo ARSAT (hasta 2013), INVAP construyó los exitosos ARSAT-1 y ARSAT-2, en vuelo desde 2014 y 2015, y se dotó de equipamiento, RRHH y además del respaldo legal para producir los ARSAT siguientes hasta el 8, a razón de uno cada 2 años, con potencias y ancho de banda crecientes y nuevos y mejores medios de propulsión. Esto, como se sabe, no sucedió.

Inevitablemente, mientras parecía que iba a suceder y que nos volveríamos la 8va potencia en telecomunicaciones espaciales, hubo países interesados en asociarse a ARSAT e INVAP, distintos entre sí y de distintos modos. Francia estaba interesada en diseñar conjuntamente con ARSAT motores iónicos, totalmente distintos de los químicos (de mucho mayor impulso específico y de menor peso). Turquía, en cambio, reapareció como posible cliente de satélites geoestacionarios. Y todavía no se fue.

Durante todo el período que va de 2003 en adelante, INVAP, para apalancarse, se diversificó en varios campos más: por una parte, diseñó e instaló todos los radares secundarios de aeronavegación comercial de la Argentina, y por otro empezó la construcción de radares militares de diversa potencia, tecnología y tamaño, entre ellos los meteorológicos que fue desplegando el SINARAME, o Sistema Nacional de Radares Meteorológicos para dar alertas rápidos de tormentas severas. Tras mucho esfuerzo y desarrollo, ya hay naves de la Armada y aviones de la Fuerza Aérea radarizados por INVAP, así como móviles del Ejército, y este año se produjo la primera exportación de radares aeroportuarios a Nigeria.

Radar militar móvil RPA 170, de 240 km. de alcance. Viaja en un container a cualquier sitio con algún camino, y lo pueden desplegar 2 técnicos en 2 horas.

Hubo también una síntesis sensacional de capacidades espaciales y radarísticas: los satélites SAOCOM 1A Y 1B funcionan con inmensos radares en banda C, capaces de detectar el contenido de agua en suelos y debajo de ellos, predecir rindes de cosecha nacionales y de nuestros competidores, así como de monitorear, predecir y prevenir catástrofes, como deslaves por lluvia o erupciones. Argentina fue el primer país del planeta en intentar poner un radar de este porte en un satélite de observación terrestre, y el segundo (tras Japón) en lograrlo.

El ARSAT-3 está en construcción, pero tuvo que dar varios saltos evolutivos. Como los satélites 3, 4, 5 y 6 no se construyeron por disposición del gobierno de Mauricio Macri, tiene sistemas de potencia eléctrica, antenas y motores que habrían sido los de los ARSAT 7 y 8, según la planificación de 2015. Y su ingeniería se está transfiriendo a TAI, la industria aeroespacial oficial turca, que se asocia con INVAP para mayores, es decir para vender satélites de última generación en todo el mundo.

La sociedad tecnológica entre países que no se pudo hacer en reactores en tiempos de Menem y debido a Menem, se está haciendo en satélites de telecomunicaciones. Mientras el diablo no meta la cola, por supuesto, costumbre muy del diablo en este país.

Hablando de ello, cuando Daniel Scioli perdió las elecciones frente a Mauricio Macri, los ARSAT 1 y 2, pese a su tecnología deliberadamente conservadora, de poco ancho de banda (pero en revancha, casi irrompible), estaban ganando no menos de U$ 40 millones/año. En la planificación original de 2015, cada nuevo ARSAT se construiría con el dinero ganado por sus antecesores, satélites hechos para durar al menos 15 años. A partir del ARSAT 4, el estado ya no tenía que invertir un peso más. Era una expansión virtuosa y sostenible. Nuevamente, no nos lo contaron: estuvimos ahí y lo vimos.

¿Y quién paró el ARSAT-3 -y todos los demás- y habilitó unilateralmente 24 satélites extranjeros a dar servicios sobre suelo argentino? Ese Menem rubio y con un paradójico título de ingeniero, Mauricio Macri. Cuyo Jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun, además, se empeñó en no pagarle a INVAP los radares de aeronavegación, los militares y los meteorológicos ya entregados, interrumpió todo nuevo pedido y dejó a la empresa endeudada hasta la coronilla. Macri -el heredero de un grupo económico que vivió décadas a costillas del estado argentino- bajó en 2018 a Bariloche a explicarle solemnemente a INVAP que debía ser independiente y sostenerse del mercado, sin ayuda del gobierno. Justamente él. Pero los periodistas locales lo estaban esperando…

A diferencia de las épocas facilongas de Menem, cuando a la siempre silenciosa INVAP no la conocía casi nadie y se la podía matar sin costos políticos, las cosas habían cambiado. En buena medida, gracias a los satélites de ARSAT la firma barilochense se había vuelto un especie de símbolo nacional, un equivalente industrial y tecnológico de la Selección de Fútbol.

Macri, que ya sabía que no debía pisar un estadio de fútbol, entendió que tampoco debía volver al aeropuerto de Bariloche. Incluso los medios más oficialistas se le pararon de manos, y la deuda del estado nacional con INVAP tuvo que ser pagada (tarde, poco y de algún modo).

¿Eso deja a INVAP en dónde? Los proyectos de 2015 eran muchos. Y no todos han reflotado. En 2014 estaba diseñando y testeando drones aéreos en el marco del proyecto SARA (Sistema Aéreo Robótico Argentino). Macri lo canceló. No tenemos información de que eso haya resucitado.

Nuevamente, a partir de 2016, lo que salvó a la empresa de tener que volver a dejar 1000 o más expertos en la calle fue el estado. El estado holandés, en este caso, porque en 2018 INVAP ganó por segunda vez contra Rusia y Corea del Sur la licitación por el 2do mayor reactor nuclear del mundo: el de sustitución del PALLAS en Petten, sobre el Mar del Norte. Macri aprovechó que estaba representando al país en el foro de millonarios de Davos, Suiza, para fotografiarse con la princesa Máxima y atribuirse (ambos) la hazaña.

Ejemplos de estos podemos dar muchos más. Pero la idea es ésta: los ciclos de expansión y de contracción de los RRHH de INVAP no se deben a la climatología o a la astrofísica. Dependen de que el estado nacional aproveche a esta empresa estatal para apuntalar la calidad de la oferta industrial y tecnológica del país. O de que el estado gobierne para los acreedores externos y contra la industria nacional. Resulta simple.

Entendemos que esto es muy geopolítico, muy pendular y no lo deciden ni INVAP ni Ud., lector. Nos encantaría que el actual gobierno, cuya vocación por lo nuclear y lo tecnológicamente avanzado, se terminara de definir seriamente al respecto. Mientras no lo haga, entendemos las reservas de Calderón a llamar las cosas por su nombre.

Entre tanto, aunque sólo por motivos de claridad, celebramos la definición de INVAP a favor de una línea de futuras centrales nucleares para el país: Calderón dice que debe ser el CAREM y que conviene olvidarse de las plantas diseñadas en los ’60, en las que me temo caen ambas Atuchas, la cordobesa Embalse y todo proyecto de uranio natural y agua pesada.

La planta experimental de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu, Río Negro, primera obra de INVAP, y la que en 1982, cuando se anunció su existencia al mundo, la colocó en la lista de empresas argentinas a exterminar. Hoy está parada.

Su argumento -bastante indiscutible- es que los CANDU son de diseño ajeno y poco o nada exportables. Y la Argentina debe apegarse a un tipo de central nuclear más futurista, que no quede encerrada en los límites geográficos del país, sino que sea lo suficientemente novedosa como para generar compras en el exterior.

En la panoplia local, eso es el CAREM.

O todavía lo era hace 15 años. Porque en materia de SMRs (Reactores Modulares Medianos), el probable futuro de la industria, el mundo se está llenando de ofertas bastante más disruptivas con el modelo PWR, de uranio enriquecido y moderado y enfriando a agua común a alta presión.

Detrás de este muestrario divergente hay empresas nuevas, muy fuertes y agresivas, como NuScale en EEUU, que no tiene siquiera un prototipo en construcción pero está reclutando MOUs (Memorandums of Understanding) en demasiados países. O Rolls Royce, que se propone a sustituir con sus propios SMRs las 8 grandes y decrépitas centrales nucleares británicas. Por no hablar del SMR chino de la CNNC, tan disruptivo que no usa uranio como combustible, ni se refrigera con agua.

Y eso sucede mientras el CAREM prototipo de 32 MW, un reactor propuesto en 1984, se atrasa desde 2011 en una obra civil interminable y llena de retoques que por fin la CNEA derivó a NA-SA, y ésta, con su nueva y combativa dirección, acaba de relanzar.

La eventual terminación y entrada en línea del CAREM 32, sin embargo, no garantiza que acudan clientes a comprar las versiones modulares industriales que están en planos en la CNEA. En ellas prima una planta de 4 módulos de 120 MW cada uno y 480 de potencia conjunta. ¿Por qué no se puede saltar fácilmente a ella desde el prototipo? Porque ambas máquinas serán técnicamente bastante distintas por el diseño termohidráulico.

En contraste con el CAREM, proyecto que la Argentina entretiene sin concretar y que va envejeciendo, la actual dirección de NA-SA, agrupada alrededor de José Luis Antúnez, el hombre que logró terminar Atucha II contra viento y marea, quiere volver a hacer centrales de uranio natural.

Por ahora, no puede. Está hasta las manos tratando de que la inminente Hualong-1 china de 1140 MWe a construirse junto a las Atuchas, en Lima, no se transforme en un negocio únicamente para la industria nuclear china. Asunto ya de suyo complicado. En 2014 los chinos se presentaban como «socios estratégicos», pero ahora que el país está endeudado hasta las orejas se van poniendo en vendedores puros y duros.

Dueños del 75% de la financiación de la Hualong-1, apalancan con la chequera sus pretensiones de que lo único argentino en esta planta sea la obra civil: hormigón y ladrillos. Y NA-SA da pelea no sólo en representación de los fabricantes nucleares nacionales, sino de que estamos en el negocio nucleoeléctrico desde 1974, 17 años antes que China, y somos mucho más viejos aún como exportadores de reactores y de componentes nucleares. Es casi una lucha de nuevos ricos prepotentes contra nobleza vieja y empobrecida… pero no estúpida.

Más allá de la anecdótica Hualong-1, NA-SA tiene otro proyecto muy distinto de futura central como caballito de batalla argentino: una CANDÚ de uranio natural y agua pesada, tecnología para la cual tiene preparada desde hace décadas toda su cadena de proveedores privados, agrupada y fortificada por la terminación de Atucha II, la prolongación de vida de Embalse y la inminente prolongación de la de Atucha I.

Los argumentos de NA-SA por fierros como los CANDÚ tienen la lógica de que no necesitan combustible importado (no enriquecemos uranio en Argentina, salvo a título experimental) y de que este tipo de máquinas pueden financiarse en pesos, no necesitan de experticia canadiense y pueden ser un 70 u 80% nacionales. Eso sí, difícilmente puedan ser exportables, salvo que logremos mejorar decisivamente el diseño original de la CANDU-6 canadiense.

Lo cual no es imposible, empezando por el combustible, que puede no ser uranio natural, ya que el este tipo de centrales funciona con los combustibles más insólitos. No estamos obligados a pedirle asesoramiento a los canadienses, o a hacer una copia muy mejorada de Embalse. Incluso podríamos hacer un SMR de tipo CANDU, es decir de tubos de presión. Y es la cantidad de innovaciones la que decide si eso es propio y exportable sin infringir patentes. Un abogado, allí.

INVAP hoy apunta a recuperar su rol central en el CAREM (lo tuvo entre 1987 y 2006). El difunto Cacho Otheguy, ex gerente general de INVAP, decía que de haber conservado su empresa este reactor, ya estaría funcionando. Es contrafáctico, pero a la luz de la trayectoria de INVAP, no es difícil de creer.

Antes de 2006, INVAP estaba repartida en más de 10 pequeños y anónimos inmuebles y talleres alquilados en San Carlos de Bariloche. Recién en 2008, ya con muchos reactores, satélites, radares y otros desarrollos en el haber, pudo darse el lujo de tener su primera sede.

Lo que AgendAR cree es que ni el CAREM gestionado por los barilochenses ni un CANDÚ rediseñado por NA-SA lograrían tener futuro sin alianzas con socios poderosos. Pueden ser nacionales o no. Nos interesa más la chequera que el pasaporte. Para vender un fierro nucleoeléctrico argentino, es que se necesita mucha plata y también bastante imaginación.

La COP 26 de Glasgow cambió definitivamente el porvenir de la energía nuclear: estableció que sin ella vamos de cabeza a una catástrofe climática mundial. El mercado de centrales se va a llenar de nueva tecnología y nuevos oferentes.

Se viene una «remake» de lo que los canosos de hoy en nuestra infancia llamábamos «La era nuclear». Pero en versión 2.0, con fierros más chicos, seguros, baratos, construidos en serie en fábricas, armados «in situ» y de mayor vida operativa planificada, 60 años como mínimo. Si eso no sucede, como especie nos esperan tragedias bíblicas.

INVAP, empresa nada locuaz (por conveniencia) acaba de hablar, cosa rara: a través de uno de sus puntales más importantes, Tulio Calderón. Bariloche empieza, finalmente, a mostrar sus cartas.

Pero mañana, martes 16 de noviembre, a las 18:00 horas y por Zoom, la Fundación Excelencia desplegará las ideas de la actual dirección de NA-SA respecto del futuro nuclear argentino, y escucharemos lo que diga al respecto José Luis Antúnez.

Ambas son empresas del estado: INVAP es una SE, NA-SA es una SA. Ambas tienen no sólo pergaminos, sino mucha obra, y una resiliencia enorme. En que hablen claro, y peleen lo que deben pelear y acuerden lo que deban acordar, el país se juega 71 años de luchas, frustraciones y logros tecnológicos en el área nuclear.

Y en ese paralelogramo de fuerzas, nuestras industrias metalúrgicas, metalmecánicas, eléctricas, electrónicas y de montajes e ingeniería deciden su futuro.

Daniel E. Arias