Aumenta la alarma global ante la variante Ómicrom ¿Obligará a desarrollar nuevas vacunas?

Hasta ahora la efectividad de las vacunas existentes contra cuadros graves y hospitalizaciones resistió, pero la nueva variante plantea un horizonte incierto frente a la necesidad de adaptar los fármacos, la velocidad a la que pueda hacerse y los intereses comerciales e inequidades que pueda generar.

Cuando en diciembre de 2020 la variante alfa hizo acto de presencia, los fabricantes de vacunas no tardaron en reaccionar: Uğur Şahin, director ejecutivo de BioNTech, aseguró que era «muy probable» que la vacuna de Pfizer funcionara contra alfa pero que, de ser necesario, podría actualizarse «en seis semanas».

Algo similar pasó con beta: aunque Moderna también defendió que su vacuna resistiría, sí anunció, al igual que Pfizer, que estaba trabajando en dosis adaptadas contra ella y llegó a compartir resultados positivos. Desde entonces los fabricantes siguieron investigando cómo adaptar sus vacunas contra variantes, existentes o hipotéticas.

La historia se repitió con delta. En el verano de 2021 Pfizer anunció que en agosto comenzaría un ensayo clínico con una dosis de refuerzo adaptada contra esta variante, a pesar de insistir de nuevo en que esta no sería necesaria. «El primer lote ya fue fabricado», aseguró la empresa en una nota de empresa. Hasta la fecha no se volvió a saber de este estudio enfocado en la que todavía es la variante dominante del planeta.

En estos días, cerca del final del año, El Centro Gamaleya presentó un estudio que , afirma, demuestra la protección duradera de su vacuna, la Sputnik V  frente a la variante Ómicron.

Y ahora que ómicron amenaza con amargarnos este final de 2021, cabe preguntarse: ¿dónde están las vacunas adaptadas a variantes? ¿Eran necesarias? ¿Son tan fáciles de obtener? ¿Querrán las farmacéuticas fabricarlas? Y, sobre todo, ¿cambiará todo esto por culpa de ómicron o podremos capear el temporal mediante dosis de refuerzo clásicas?

¿Hace falta actualizar las vacunas?

Es una pregunta en la mente de muchos científicos desde la lejana Navidad de alfa. Las vacunas disponibles contra el Covid-19 resistieron el paso de todas las variantes, delta incluida. Sobre todo, a la hora de evitar hospitalizaciones y muertes. Además, las dosis de refuerzo permitieron recuperar la efectividad perdida contra infecciones y mejoraron la protección de los grupos más vulnerables. Pero la duda seguía ahí.

«En algún momento, inevitablemente, vamos a necesitar hacer vacunas contra variantes», advertía el virólogo de la Universidad Rockefeller de Nueva York Paul Bieniasz en un profético artículo publicado en Nature en octubre. Ahí se explicaba cómo los fabricantes se estaban preparando para una variante «peor» que delta y que, hasta ahora, todo había sido un entrenamiento. «Practicar con las variantes existentes parece una aproximación razonable», añadía el investigador.

Ómicron podría suponer el fin del entrenamiento y marcar la hora de pasar a la acción. Otro estudio publicado por Bieniasz en Nature en septiembre analizó cómo reaccionaba una hipotética variante con una veintena de mutaciones muy similares a las de ómicron. Los resultados mostraron un escape a los anticuerpos casi total en el plasma de individuos vacunados con Pfizer o convalecientes. Sin embargo, las muestras de personas que habían pasado la enfermedad y también habían sido vacunadas sí lograban neutralizar esta variante sintética.

Estos resultados hicieron temer a muchos investigadores que los primeros datos obtenidos in vitro con ómicron no serían buenos. Esto, a pesar de que los experimentos de laboratorio deben ser interpretados con cautela para no extraer conclusiones precipitadas. En estos estudios se enfrenta el plasma de personas vacunadas o convalecientes a una serie de anticuerpos para ver lo bien que estos se unen al virus. Pero, obviamente, el cuerpo humano no es una placa de Petri.

«Los datos in vitro no son extrapolables completamente a la realidad. El sistema inmunitario es muy complejo», comentaba la catedrática de Inmunología de la Universidad de Vigo, España, África González en declaraciones al COVID-19 Vaccine Media Hub. «Que los anticuerpos disminuyan algo el reconocimiento de una nueva variante no siempre tiene por qué reflejarse de forma directa en la realidad de las personas infectadas».

En los últimos días llegaron los primeros datos sobre ómicron compartidos en preprints y redes sociales. Estos, además de preliminares, fueron poco concluyentes e incluso contradictorios: mientras que los datos de Pfizer aseguran que la tercera dosis podrá con la nueva variante, otros no son tan optimistas. Algunos muestran una enorme reducción de hasta 40 veces por parte de los anticuerpos neutralizantes respecto a la variante original, otros estiman una reducción muchísimo más moderada. Mientras algunos ven una disminución considerable en comparación con delta, en otros es mucho más reducida.

La investigadora del Centro Nacional de Microbiología de España María Iglesias pide calma respecto a la miríada de datos y preprints que veremos a lo largo de los próximos días y explica estas discrepancias. «Los ensayos de neutralización [con anticuerpos] son métodos en los que influyen muchas variables, por lo que es necesario una buena puesta a punto y el empleo de varias réplicas que permitan tener un resultado estadístico fiable», comenta. En su opinión, esta complejidad es la que pudo influir en los resultados «dispares» que se observaron en los datos compartidos hasta la fecha.

Los investigadores consideran que los datos más relevantes tardarán más tiempo en llegar y nos permitirán ver cómo protegen las vacunas actuales, ya sea con dos o tres dosis, frente a cuadros graves, hospitalizaciones y fallecimientos. «No podemos olvidar que la respuesta inmunitaria es mucho más que solo la generación de anticuerpos», señala el investigador del King’s College José Jiménez.

Es por eso por lo que investigadores como el inmunólogo de la Universidad Complutense de Madrid recuerdan que «las vacunas frente al Covid-19 no protegen solo mediante la generación de anticuerpos neutralizantes, también generan linfocitos T capaces de combatir al virus«. Estos son «menos sensibles» a las mutaciones.

Por ello, y aunque la pérdida de neutralización por parte de los anticuerpos frente a ómicron se da por asumida, la mayoría de los científicos piensa que las vacunas seguirán siendo efectivas a la hora de evitar cuadros graves, hospitalizaciones y muertes.

¿Querrán las farmacéuticas actualizar las vacunas?

Desde el principio las farmacéuticas apostaron por compensar la pérdida de eficacia causada por las variantes mediante una tercera dosis de la misma vacuna, ya producida. Esto plantea la pregunta de si preferirían apostar por terceras y cuartas dosis de un producto ya fabricado antes de actualizarlo definitivamente.

La farmacéutica experta en gestión sanitaria y acceso a medicamentos Belén Tarrafeta cree que el interés comercial sí existe: «La producción de los próximos meses está ya apalabrada o vendida, por lo que no hay riesgo de que esas vacunas se queden sin vender». Asegura que, aunque hubiera que destruir dosis antiguas, «las pérdidas serían mínimas dentro del margen de beneficios que ya están obteniendo, y compensadas con precios adaptados». Además, explica que «suele ser más rentable sacar un nuevo medicamento al mercado».

De hecho, Tarrafeta considera que si llega ese momento viviríamos de nuevo una «carrera» entre las farmacéuticas por ver quién consigue antes resultados positivos para posicionarse con mayor rapidez en el mercado. Esta sería «más o menos despiadada» según factores diversos como «la urgencia sanitaria y los nuevos grupos de riesgo, que determinarán los volúmenes necesarios, el interés de adaptar la producción a la demanda y a la necesidad, y el precio».

¿Significa esto que volveremos a ver las mismas dinámicas por las que los países ricos barren el mercado? Tarrafeta opina que eso es una posibilidad. También que la nueva carrera se juegue en «ligas diferentes», con diferentes precios según la vacuna estuviera adaptada o no. «Esto generaría inequidades de acceso a vacunas mejores y peores, hasta que poco a poco las nuevas fueran imponiéndose a las antiguas».

En el peor de los casos, si hubiera una «gran diferencia de efectividad» entre las vacunas nuevas y las actuales, teme un escenario de «gran inequidad». Incluso que la industria «use su capacidad de marketing» para «vender el nuevo producto a quien lo quiera comprar a un precio más elevado, aunque el beneficio real sea cuestionable».

Aun así, cree que lo normal es que las vacunas actuales mantengan su utilidad y, por lo tanto, que haya un «período de transición» en el que ambas se administraran paralelamente tras identificar a los grupos prioritarios que deberían recibir las nuevas.

¿Llegarán las nuevas dosis tan rápido como se aseguró al principio?

Si en 2020 Sahin aseguró que las vacunas de ARN mensajero podrían adaptarse en seis semanas, con ómicron Pfizer aseguró que podría empezar a distribuir las nuevas dosis en cien días. Sin embargo, las campañas de vacunación nos enseñaron que no todo es tan rápido ni tan sencillo.

«Para que las nuevas vacunas llegaran al mercado habría que adaptarlas y tendrían que obtener una nueva autorización de la EMA o de la FDA», dice Tarrafeta. Considera que ese proceso tardaría, así como la producción a gran escala.

Empresas como Moderna señalaron a comienzos de año que podrían fabricar una vacuna adaptada contra una nueva variante en pocos meses y sin necesitar un gran ensayo clínico. Jiménez no lo ve tan claro esta vez: «Ómicron tiene 32 mutaciones en la proteína de la espícula y es posible que hubiera que hacer algún ensayo para evaluar la seguridad de la vacuna actualizada antes de su comercialización a gran escala».

Airfinity, empresa analista especializada en temas de salud, calculó que, para octubre de 2022, y en el mejor de los casos, se habrían producido unos 6.000 millones de dosis de las nuevas vacunas. A Tarrafeta esa situación le parece muy optimista y no le salen las cuentas: «Si tenemos en cuenta que hoy se producen unos 1.000 millones al mes sería el equivalente a que todos los fabricantes pudieran producir la nueva vacuna en las mismas cantidades desde abril o mayo».

Mientras tanto, el director ejecutivo de Pfizer Albert Bourla aseguró a la CNBC que hará falta «una cuarta dosis» un año después de la tercera. No especificaba si esta ya estaría adaptada contra ómicron, pero sí aclaraba que la nueva variante podría acelerar esos tiempos.

Tarrafeta espera que prevalezcan «los criterios científicos y no el márketing». Pide un modelo similar al de la vacuna de la gripe, en el que todos los agentes, desde agencias reguladoras y centros de vigilancia a la propia industria, trabajan de forma coordinada para adaptar las vacunas. «Ahí el liderazgo está en las instituciones y organismos públicos y se fabrica en función de lo que se prevé que va a necesitarse».

Todavía no sabemos cuál será nuestra relación a largo plazo con el SARS-CoV-2 y si será necesario adaptar la vacuna de forma periódica o momentos puntuales. Por eso, Tarrafeta espera que «la respuesta sea liderada por intereses de salud pública global y criterios científicos».

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Las conclusiones de esta nota, basada en la experiencia española, refuerzan el insistente planteo de AgendAR: Argentina debe desarrollar y producir localmente sus propias vacunas.

 

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