La energía nuclear ha vivido en Europa, en el último día de 2021, un apagón parcial en Berlín y un renacer en Bruselas. Alemania, que antes de 2011 tenía 18 centrales nucleares activas, cerró a la madrugada 3 de sus 6 últimas, como parte del plan aprobado para clausurar toda la producción nucleoeléctrica antes de finales de 2022. Pero, también al filo de la medianoche, la Comisión Europea puso en circulación su propuesta para modificar la clasificación de las energías verdes, a efectos de las inversiones, incluyendo en ellas la energía nuclear y el gas natural.
El proyecto legal de Bruselas otorga el reconocimiento de verde a las centrales nucleares que ya están en marcha y a las que se construyan al menos hasta 2045. Las plantas de generación de electricidad con gas también gozarán del mismo reconocimiento al menos hasta 2030.
La propuesta, previsiblemente polémica, enmendará la llamada taxonomía o clasificación de las actividades del sector energético que se consideran sostenibles ambientalmente. Nuclear y gas son clasificadas en la segunda categoría de la taxonomía, es decir, entre las que son bajas en emisiones de carbono y para las que de momento no hay una alternativa disponible.
La clasificación europea, pionera en el mundo, establece los criterios que debe cumplir una fuente de energía para ser considerada como verde, con el objetivo de orientar la inversión financiera hacia esos proyectos. Esa financiación será vital para descarbonizar la producción energética y cumplir el objetivo de reducir a cero las emisiones en 2050, fijado en el Pacto Verde de la UE. Bruselas calcula que el consumo energético supone el 75% de las emisiones de gases con efecto invernadero en territorio de la comunidad.
La Comisión aprobó en abril de 2021 el primer acto delegado sobre la base del reglamento de la taxonomía, y en ese texto se dejó fuera a la energía nuclear y al gas. A lo largo del año pasado se desató una agria batalla entre los países partidarios de incluir a la energía nuclear en la taxonomía, liderados por Francia, y los que abogaban por incorporar el gas, con Alemania al frente.
La propuesta de la Comisión busca un compromiso entre los dos bandos al incorporar ambas fuentes de energía, pero debilita la coherencia de una taxonomía que aspiraba a convertirse en un referente mundial. El malestar en el seno del Ejecutivo comunitario es de tal magnitud que la presidenta del organismo, Ursula von der Leyen, asumió la tutela del proyecto. Sin embargo, no logró aprobarlo el año pasado como estaba previsto.
Von der Leyen solo ha podido lanzar su propuesta en la última noche del año, únicamente para someterla a consultas e intentar aprobarla —si no hay una revuelta en contra— a mediados de enero. Desde ese momento, el proyecto pasaría a deliberación por parte del Consejo (en el que se sientan los 27 gobiernos), donde será aprobada salvo que una mayoría calificada de los Estados se pronuncie en contra. La presidenta de la Comisión ha buscado contentar tanto a los partidarios de la nuclear como a los del gas, lo que podría neutralizar la resistencia y facilitar la aprobación de la nueva clasificación.
La partida, de momento, no parece ganada. El vicecanciller y ministro alemán de Economía y Protección del clima, el ecologista Robert Habeck, se ha apresurado ayer a expresar su disgusto con la propuesta de la Comisión. “Etiquetar la energía nuclear como sostenible es un error con esta tecnología de alto riesgo”, ha señalado el vicecandiller del gobierno de coalición liderado por los socialistas. Habeck también ve “cuestionable” la inclusión del gas en la taxonomía. Y defiende que la apuesta para la transición energética debe centrarse en “construir la infraestructura necesaria e impulsar la producción de hidrógeno”.
En cambio, el comisario europeo de Mercado Interior, el francés Thierry Breton, declaraba en una reciente entrevista: “Cualquiera que diga que podemos conseguir cumplir los objetivos del Pacto Verde para 2050 sin energía nuclear, no está viendo la verdad porque las cifras están aquí”. Breton se abre a conceder similar reconocimiento al gas, para conseguir el visto bueno de Alemania. “Estoy empujando, en la discusión de la Comisión, para tener esta clasificación que englobará tanto la nuclear como el gas”.
Efectivamente, el proyecto para enmendar la taxonomía reconoce a la energía nuclear y al gas como fuentes de generación de electricidad bajas en emisiones de carbono y para las que no hay una alternativa ni tecnológica ni económicamente viable. El proyecto legal señala que “al proporcionar una fuente estable de suministro de energía, la energía nuclear facilita el despliegue de fuentes renovables intermitentes y no daña su desarrollo”.
El texto fija los criterios técnicos que deberán cumplir las centrales nucleares para ser aceptadas como verdes. Y dado el largo plazo con que se gestiona la inversión en ese sector, se ofrece la etiqueta de verde a las centrales cuyo permiso de construcción se expida antes de 2045.
En el caso del gas, la etiqueta verde se concederá a las plantas en funcionamiento que emitan menos de 100 gramos de dióxido de carbono (CO₂) por kilovatio hora. El umbral es mayor (270 gramos de CO₂ por kWh) para las de nueva construcción, pero siempre supeditada a que la producción no pueda cubrirse con fuentes renovables y que la planta se utilice para sustituir otra fuente de generación con mayor nivel de emisiones.
Observaciones de AgendAR:
Es necesario tener presente que este debate se refiere a las inversiones que la Unión Europea canalizará en el futuro para la transición energética. En cuanto a los países, 13 de los 27 Estados miembros tienen centrales nucleares en operación, y las cerrarán, mantendrán o aumentarán de acuerdo a sus necesidades de energía limpia.
En estos días, Finlandia enciende una nueva central nuclear en su territorio: el reactor nuclear Olkiluto 3, que se conectará a la red eléctrica finlandesa a finales de este mes de enero. Producirá aproximadamente el 14 % de la electricidad del país y tiene una potencia de 1.650 MW. Finlandia tiene actualmente cuatro reactores nucleares operativos, que en 2020 generaron casi el 34 % de la electricidad que consume.
En cuanto a Francia, no hay dudas de su posición. Ya hace un año que Emmanuel Macron afirmó “Nuestro futuro económico e industrial depende de la energía nuclear”.
En dirección opuesta se manifiestan Alemania, España y Portugal, a los cuales se une Bélgica: ha anunciado que prevé apagar sus 7 reactores nucleares de manera escalonada. Pero deja una puerta abierta: la opción de utilizar, en un futuro y si es necesario, energía nuclear de nueva generación, la cual va a empezar a investigar.
Puede resumirse esta «lucha por el alma de Europa», para emplear una expresión usada en otro contexto, señalando que, los países bastante prósperos para importar su energía de otras fuentes -como Alemania, que obtiene parte de su electricidad del gas de Rusia, de las centrales de carbón de Polonia y de las nucleares francesas- pueden escuchar los reclamos de la parte de su población que le tiene miedo a los peligros del «átomo».
Los riesgos son reales y las precauciones son necesarias, pero también es imprescindible debatirlas y comunicarlas bien. En Europa, al menos, el espacio que tenían en los partidos de izquierda los reclamos sociales tienden a ser ocupados por las preocupaciones ambientales.
Y por eso la relativa justicia social que supo tener Europa Occidental hasta los ’90 se quedó sin campeones, pero ese enroque de consignas también sucedió para mal del ambiente. Al menos si tomamos como vara la rampa de emisión de carbono de Alemania desde que decidió cerrar sus centrales nucleares.