EL Estado Mayor Conjunto (EMC) del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, acaba de anunciar que compran un MANPAD (o misil antiaéreo portátil de corto alcance). Es el Saab RBS 70 NG, bueno para la defensa terminal contra helicópteros y cazas de ataque: hasta 8 km. de distancia, el atacante “iluminado” por el cono de luz láser del apuntador tiene un 95% de chances de ser derribado.
No parece haber modo humano de estorbar esa intercepción, porque es visual y activa. Las bengalas protectoras, o el lanzamiento de chaff (tiras de aluminio) pueden engañar a un sistema «fire & forget» con un misil buscador de infrarrojo, o a un misil que emite autoguiado por radar.
Sin embargo, sólo la lluvia, el humo y la niebla, al mermar la línea visual entre el operador, el proyectil y el blanco, pueden inutilizar parcial o totalmente este Saab. Que el derribo (o el intento) ocurran de día o de noche no cambia nada, porque el blanco y el misil son iluminados por un emisor láser infrarrojo por el operador.
95% de intercepciones exitosas. Ésas son las cifras que da Saab, a la que naturalmente no le creemos una palabra, como no lo hacemos con las fanfarrias de ningún fabricante de armas, por muy sueco y serio que sea.
Pero aquí esa efectividad (rarísima) la certifican los únicos usuarios locales de una versión más vieja (e inferior) de lo que se compra hoy. Con el RBS 70 “de vieja generación” los Infantes de Marina argentinos tuvieron dos décadas de experiencia real, y nunca pidieron el libro de quejas.
“Real” significa que en cada curso anual de entrenamiento, los alumnos con mejor puntaje disparaban uno o dos cohetes de combate, no modelos de prueba. Y últimamente lo hacían con participación de veedores civiles y con militares de las otras dos fuerzas. Hicieron prácticas reales, un par de disparos por año todos los años desde principios de siglo, hasta agotar su stock en 2020. Cosas de la pobreza, algo que empieza a remediarse con el FONDEF, el fondo intocable para reequipar a las FAA.
Disparar este sistema lo puede hacer un único soldado, pero las 3 partes del mismo (trípode de apoyo, apuntador láser y el proyectil) suman 87 kg., de modo que se necesitan 2 y mejor aún 3 tipos robustos para cargarlo, y llevar al menos unos tiros de repuesto.
Los operadores están a salvo de la violenta potencia del motor de combustible sólido: al misil lo saca de su tubo o «canister») un primer motor de arranque de poco empuje, que lo escupe a unos 50 metros de distancia. Antes de que el proyectil empiece a caer se activa automáticamente -con un bruto pero inofensivo fogonazo- el motor de vuelo. La secuencia de arranques del primer y el segundo motor es rapidísima.
A diferencia de los MANPADS buscadores de infrarrojo, como el mítico Stinger de Raytheon, (que tantos aviones y helicópteros de ataque soviéticos bajó en Afganistán), estos Saab agarran tránsito de venida, de pasada y de escape.
Si la llegaba del Stinger a los mujahiddines afganos en 1986 fue un “game changer” que desequilibró una guerra estancada y terminó con la ocupación soviética al destruir su superioridad aérea de los invasores sobre los guerrilleros, el uso de algo aún mejor y distinto por nuestras tres fuerzas regulares elimina su desventaja cuando se las ataca por aire.
Ante todo, ya no es necesario que los aviones deban exhibir la tobera, emisora de gases a más de 500 grados y por ende de luz infrarroja ante el apuntador del misil. Y eso porque si el atacante ya te sobrevoló, oh defensor, probablemente estés muerto.
Con este sistema sueco, más activo que pasivo, el avión queda dentro de un cono de iluminación infrarroja, y si el piloto no se sale del mismo, está frito.
El cono de láser infrarrojo que emite el RBS 70 NG es invisible: los helicópteros o cazas de ataque a infantería, generalmente aparatos no muy sofisticados, raramente tienen cómo detectarlo. El misil en cambio opera gracias a detectores de infrarrojo en su parte trasera, y navega automáticamente para situarse siempre en medio del cono láser infrarrojo: trata de navegar siempre dentro de la zona de mayor intensidad de iluminación.
RBS-70 NG disparado por infantería. Detalle importante: el único soldado que expone el cuerpo es el operador sentado en el trípode. Sobre éste se monta la pesada consola emisora del cono de láser infrarrojo con que se ilumina al avión o helicóptero. El piloto no se entera, y si lo hace, es raro que las contramedidas habituales (maniobras evasivas, disparo de bengalas o de chaff) le permitan escaparse. La lluvia o la niebla quizás sí.
De suyo, esto implica una ingeniería motriz nada convencional y bastante milagrosa: las toberas del motor de vuelo del misil están en el medio de su fuste y disparan sus gases calientes “en chanfle”, para no afectar los sensores situados en la cola.
Obviamente, lo más seguro para los operadores es enganchar al atacante de flanco o de frente: desde los 200 metros del sitio de disparo hasta 8 km. de distancia y hasta a 5 km. de altura, no hay grandes posibilidades de que ese aparato volador se escape.
El riesgo de los operadores se limita al del apuntador, el único que exhibe el cuerpo y su precaria instalación de tiro y guiado. Puede estar perfectamente solo, haciendo equilibrios y apuntando su consola de apuntamiento sobre la cual se montó el canister del proyectil, una unidad sellada que sólo abre el propio misil al eyectarse con su motor de arranque. Los que cargaron con las piezas hasta ese emplazamiento oculto son invisibles. Preferentemente también robustos, como para incluir varios varios canisters, cada cual con su correspondiente proyectil.
El grupito en general suele estar bajo redes de camuflaje, que los suecos, magnánimos, te venden sin cargo adicional con otros artículos adjuntos (herramientas y manuales) en una especie de “Cajita Feliz” de McDonald’s. Lo cierto es que esos señores/as se han vuelto francotiradores antiaéreos: ésta es una buena arma para emboscadas.
Forma anular de la explosión de la cabeza de un RBS-70 de generación anterior, generada por espoleta de proximidad, y dispersión de balines de tungsteno. Inevitable preguntarse si una carga hueca convencional, que explote hacia adelante proyectando un cono de plasma de cobre ionizado, no podría fungir de misil antitanque. Por ahora los suecos no ofrecen este «extra», y si están pensando en ello no se sabe: son suecos.
En el modelo NG, cuando el misil agotó su combustible (en 3 o 4 segundos) ya alcanzó Mach 2, es decir está lejísimos y volando a 2469 km/h: ningún caza de ataque tiene esa velocidad. Aún sin más propulsión, este proyectil todavía puede volar y hacer maniobras bastante acrobáticas varios kilómetros más por pura inercia, aunque “sangrando” energía (es decir perdiendo energía cinética, en la parla aviadora) con cada cambio de rumbo.
El 5% -teórico, no certificado, al menos aquí- de posibilidades de escape del piloto está en esos segundos finales de vuelo inercial, cuando cada maniobra hace que el proyectil se vaya frenando. Si no alcanzó su blanco al empezar a caer, estallará en el aire inofensivamente. Todo eso de creerle a Saab (no es lo nuestro) y a nuestros Infantes de Marina (a quienes damos más crédito) y a los ingenieros aeronáuticos civiles que conocemos personalmente desde hace años y que vieron funcionar el sistema (y confiamos bastante en ellos).
Detalle interesante: se vuelven imposibles los episodios de “fuego amigo”. En nuestra historia antiaérea los protagonizaron las baterías de armas de tubo de los aeródromos de Puerto Argentino y de la pista de Pucarás de Darwin, y derribaron al menos a 2 aviadores argentinos al confundirlos con Harriers británicos (sin sobrevivientes).
Para impedir estos eventos, el Saab RBS 70 NG tiene un IFF, o “Identifier Friend or Foe”, un pendorcho que los ingleses desarrollaron en 1940 y los salvó durante el verano de 1941 cuando la Batalla de Gran Bretaña.
Con el IFF se evitan despegues o disparos innecesarios, y sobre todo derribos a manos de amigos de intenciones tan buenas como su puntería, pero cortos de tiempo para decidir qué hacen. Con este IFF un pulso de radiofrecuencia emitido por la consola “interroga” a un transpondedor a bordo del avión que está en la mira. Si hay una respuesta matemáticamente correcta, el avión o helicóptero es propio y el lanzamiento del misil queda automáticamente bloqueado. Si el medio aéreo atacante no “recuerda el password”, es enemigo… y boleta. Probablemente.
La interrogación y la respuesta son asuntos automáticos y toman centésimas de segundo. Las actores humanos involucrados en este apasionante drama no se enteran.
La espoleta de proximidad radarizada del misil se activa a 30 metros del blanco y hace explotar una carga hueca de 1,1 kg. de algún «high explosive». Es un escopetazo deliberadamente anular de balines de tungsteno. Este material, con su densidad de 19,5 g/cm3 y su dureza de 9 unidades Mohs, valores muy superiores a los de casi cualquier otro metal, atraviesa aviones de “composites” plásticos o de duraluminio, o incluso sus turbinas de acero, como si fueran de papel.
Respecto de la puntería, y con el sistema anterior al NG, “a 3 kilómetros de distancia, los cursantes de Infantería de Marina le pegaban a lo que quieras”, me dice uno de los veedores civiles, refiriéndose siempre a blancos estáticos. Eso para diferenciar «lo que quieras» de «lo que haría falta en realidad». ¿Cosas de la pobreza?
No exactamente. La Argentina podría tener ya blancos móviles transónicos, pero recordaremos que el desarrollo del Blanco Aéreo de Alta Velocidad o BLAAV, movido a turbina, fue uno de tantos desarrollos de INVAP detenidos por el gobierno del ingeniero Mauricio Macri, porque molestaba funcionarios de gobierno de tres ciudades: Londres, Port Stanley y Washington.
Y es que no habría costado mucho transformar el BLAAV, parte de una familia mayor y diversificada de drones llamada SARA (Sistema Robótico Aéreo Argentino) en un misil crucero de 1000 km de alcance lineal y velocidad transónica.
De modo que, con el repeluz del caso, debemos confiar en los suecos, pero confiamos un poco más en algunos de los 15 países que han comprado el RBS-70 versión vieja o versión NG, y lo probaron contra blancos verdaderamente móviles, veloces y evasivos. Nuevamente, cosas de la pobreza, pero no todos los países pobres sufren de una recurrente sumisión perruna ante la OTAN.
Una de las cosas que se puede hacer con un MANPAD sueco y un poco de ingenio criollo. El 4×4 IVECO de la izquierda tendría un radar de INVAP capaz de alimentar de información a través de un Data Link inalámbrico encriptado a esta batería de corto alcance, pero también a otras de rango medio y largo, y distribuídas en sitios alejados. Ellas te ven, vos no las ves.
ooooo
Comentario de AgendAR
Como datos positivos de la noticia del EMC, el principal es que no sólo lo que se acaba de comprar el Ministerio de Defensa pinta bueno, sino que el modo de adquisición supera la anarquía según la cual cada fuerza armada hace la suya con sus compras. Fue lo habitual hasta muy hace poco.
Otro dato positivo adjunto: la plata viene del FONDEF, el fondo para la defensa propuesto por el ex ministro de esa cartera Agustín Rossi, y aprobado por el parlamento en 2021. El FONDEF va a porcentaje del PBI, y además creciente, y el propio PBI se está recuperando con fuerza de la paliza secuencial del endeudamiento y la pandemia.
Aún si volviera al gobierno un partido muy subordinado a la OTAN, tendría que tomarse el trabajo de voltear una ley con un decreto (es anticonstitucional), y pagar un precio político que nos aseguraremos de que sea alto.
Así las cosas, con un presupuesto casi asegurado y quizás creciente para que las FFAA se vayan reequipando, resucita –en realidad, nace– el planeamiento militar de la república. Quien haga decrecer a ajustazos clásicos el PBI se ganará, por vez primera, el odio militar, porque impacta sobre el FONDEF.
Pero el descontrol de compras anterior a 1983, fogoneado por la rivalidad entre las tres fuerzas (que tan cara nos salió en Malvinas), y más aún por las coimas pagadas por los proveedores externos, todo eso quedó muy desacreditado en la guerra de 1982.
La anarquía en las compras fue tan nociva como el desarme unilateral que siguió desde 1983 hasta que llegó el FONDEF. Peor, quizás, porque nos creíamos re-poderosos, pero éramos propietarios de submarinos que no se sumergían armados con torpedos que no funcionaban, de cazas de ataque que tras despegar 3 tenía que volver al menos 1 a base con problemas, y los otros 2 arreglarse sin radar, sin misiles y con bombas de la 2da Guerra, de un portaaviones tan estragado de motores que no pudo lanzar sus cazas por falta de viento, de 8 cazas navales embarcados de los cuales 5 tenían quebradas las raíces alares, y así podríamos seguir.
El FONDEF todavía no liquida la pobreza militar argentina: por ahora la mitiga, la organiza y le da un método. Y mientras funcione nuestra vieja pero no muy robusta democracia, expone las compras del MinDef a escrutinio público, lo que le da chances a la industria nacional. Si se logra generar una cadena argentina de proveedores de defensa, estos se «chivarán» tanto como los militares con cualquiera que se meta con el FONDEF, o que trate de volverlo un mero engrasador de importaciones. Precario, sí, pero bien encaminado.
El Saab RBS 70 NG puede ser el primer paso hacia algún sistema antiaéreo y antimisil “multicapa”. Éste debería ser capaz de combinaciones de distintos radares, sistemas de comunicación tipo Data Link encriptados, y de baterías de misiles y armas de tubo capaces de garantizar derribos también a media y larga distancia, hasta a algunos centenares de km. de distancia.
Esto es algo que la Argentina, con sus 2,78 millones de km2 continentales y su millón de km2 de Zona Económica Exclusiva (ZEE) marina, necesita mucho más desesperadamente -perdón, aviadores- que algunas decenas de nuevos aviones tripulados de caza. Sin negar que nuestra repúbica necesita estos con bastante premura si no quiere sufrir MÁS pérdidas territoriales.
Desde 1982, el Reino Unido nos quitó 1,65 millones de km2 de dominios marinos alrededor de los 3 archipiélagos (el de Malvinas, el de Georgias y el de las Shetlands), donde antes pescábamos sin pedir permiso. Esto se hizo bajo el paraguas de los Acuerdos de Madrid y las negociaciones Foradori-Duncan, nada de lo cual tiene el sello de una aprobación parlamentaria, aunque sí el silencio del que calla y otorga.
Y la calle de esto ni se entera, y nos sale entre U$ 5 y 14 mil millones/año de lucro pesquero cesante según quién y cómo cuente. Pero si hubiera más pérdidas de soberanía, por ejemplo en el caso de un eventual conflicto con Chile, podrían ser sobre dominios terrestres, es decir provincias.
Teniendo radares propios y buenos (los de INVAP) y un país rico en recursos humanos en informática, aquí ya existe el núcleo de una orquesta antiaérea diversificada con medios mayormente propios. Aunque de eso incluso las FFAA, históricamente reticentes a la tecnología propia, todavía no se entera mucho. Pero altos oficiales recientes, como el citado general de brigada Juan M. Paleo, del Ejército, o el brigadier Xavier Isaac de la FAA, parecen excepciones notables. Hay una nueva generación, y ésta no come vidrio.
Como datos dudosos, en el comunicado del EMC no hay mención de cuántos MANPADS se compraron en total, o a qué precio. Sabemos que eso no se estila en ningún país, pero no nos gusta.
Como dato negativo, la adquisición es “llave en mano”: de fabricación local bajo licencia, ni mu. Ésta observación no es mala leche de AgendAR: la mitiga una hipótesis: es dudoso que los suecos transfieran esta tecnología. Los EEUU sí transfirieron la fabricación de sus Stinger a EADS, de Alemania, y a TAI de Turquía.
Si valen datos de terceros (y no los estamos certificando, son muy contradictorios), Brasil pagó U$ 1,2 millones por cada sistema RBS-70 NG, pero según una fuente respetable compró sólo uno, y la República Checa, U$ 2, 7 y compró 16. Lo cual no cierra ni a patadas.
Los componentes fijos del sistema de Saab NG, es decir “New Generation”, son el trípode del apuntador, su consola y el tubo hermético que contiene al misil, cuyas tapas anterior y posterior lo protegen de la lluvia y sólo saltan debido al disparo. El equipo terrestre para todo tiempo, y muy durable: puede disparar muchos misiles NG (ignoramos el límite, si lo hay).
Sin embargo, los componentes de tierra viejos, como los que todavía tiene la Infantería de Marina, no pueden disparar los nuevos misiles NG, de mucho mayor alcance (8 kilómetros contra 5) y de mayor techo (5 kilómetros contra 3). Son los únicos actualmente en producción. Esto valió el siguiente comentario de un ingeniero aeronáutico cordobés especializado en armas: “¡Suecos culiaus…!”.
Si queremos fabricar un sistema equivalente, tendremos que hacer mucha ingeniería inversa. Sucede que el apuntamiento de este MANPADS de Saab es, en la definición del mismo ingeniero, “tecnológicamente ingenioso, a prueba de cualquier interferencia humana, y muy complejo”.
Como segundo dato negativo, en el Ministerio de Defensa pre-macrista de Nilda Garré y la matemática Mirta Iriondo se propuso el plan de ir construyendo desde abajo un sistema multicapa de intercepción misilística con componentes nacionales, tanto misilísticos como de armas de tubo. Al menos en esta comunicación, Paleo no da a entender en absoluto que aquella propuesta, vieja (como de 2013), haya sido siquiera leída. ¿Se traspapeló? Nunca hubo acuse de recibo.
El punto cero de un sistema multicapa sería la fabricación local de misiles “bobos”, es decir sin sistema alguno de guiado, hechos con caños de aluminio de 70 cm. de diámetro, muy tipo 2da Guerra Mundial. Son un ítem baratísimo, pero no para intercepción antiaérea sino más bien para lo contrario: ataque a tierra o a barcos DESDE aviones o helicópteros armados de coheteras de disparo múltiple.
Estos misiles tan de morondanga todavía sirven, porque vienen en salva y con que alguno pegue, basta y sobra. Eso lo podría testificar el capitán de la fragata HMS Argonaut, C.H. Layman. El 21 de mayo de 1982, en la madrugada del desembarco británico en Malvinas, su nave fue sorpresivamente atacada con cañones y disparos de coheteras Zuni por el entonces teniente de navío Owen Crippa, quien apareció desde atrás de un cerro como salido de la nada. Ambos, Layman y Crippa, se sorprendieron mucho, pero el último más.
“La hice mierda”, dijo Crippa de la Argonaut al aterrizar su liviano Macchi M239. Pero exageraba: sólo la dañó lo suficiente como para que aquella tarde la fragata estuviera casi indefensa ante varios ataques de aviones Skyhawk A4, más cargueros y veloces que el mínimo Macchi.
Los Skyhawk, viejos de solemnidad (diseñados cuando la guerra de Corea), le surtieron al barco dos bombas bobas de 450 kg. (lo único más primitivo son piedras y troncos). Pero lo dejaron más como habría querido Crippa. Primitivo no significa inefectivo.
Los cohetes bobos como el Zuni son un ítem básico bastante indispensable. En el caso argentino, amén de su utilidad específica todavía vigente, permitirían retomar habilidades perdidas en el manejo de distintos combustibles sólidos y explosivos hasta lograr alcances medios y largos.
Desde esta base de bajo valor agregado se puede escalar a tres sistemas de guiado: por infrarrojo, por radar pasivo o semiactivo y por televisión. Son todos más primitivos, o al menos más factibles de interferencia o engaño mediante bengalas o «chaff» que la maravilla sueca que acabamos de adquirir.
El chaff consta de paquetes eyectables explosivos de tiras de aluminio, flotantes e insustanciales, pero cualquier radar las confunde con aviones sólidos. Las bengalas y el chaff son señuelos: uno multiplica las aparentes turbinas, el otro los aparentes aviones.
Pero en caso de guerra y si se nos acabó la magia vikinga, otros de nuestros misiles antiaéreos buscadores de infrarrojo o de ecos de radar podrían ser ítems de fabricación local. No habría que perder millones de dólares tratando de conseguir algunos cohetes de falsos vendedores, como nos pasó con los Exocet en 1982.
El «compre nacional» garantiza que si la guerra dura más que unos pocos días, las armas están aquí. Si hemos perdido provincias, al menos podemos tratar de recuperarlas.
El arma decisiva de la Argentina por ahora es más bien de contraataque. Sirve para terminar guerras, no para empezarlas.
Se llama Industria Argentina.
Daniel E. Arias