INVAP y la CNEA exportan sensores solares -tecnología espacial- a la Unión Europea

Un tipo original de propulsión para cohetes y satélites.
Un tipo original de propulsión para cohetes y satélites. (Imagen cortesía TSS)

Argentina le vende a Europa algo de su tecnología espacial: sensores solares gruesos (SSG). Es la primera vez que nuestro país exporta componentes espaciales, y logró hacerlo porque además de estar en precio, tienen buen «historial de vuelo»: no fallaron en ninguno de los 4 satélites SAC y 2 SAOCOM de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, y tampoco en los ARSAT-1 Y 2 de esa empresa de telecomunicaciones del Estado argentino.

Un «sun sensor», como se lo llama en la industria, es un componente chico dentro del costo total de casi cualquier satélite, y va más bien como «back up». Se usan varios en casi cualquier satélite, porque la redundancia es el sistema de seguridad más efectivo, aunque sume peso. Cosa que no importa tanto en una pieza tan chica y liviana.

¿Cómo funciona un «sun sensor»? Hay que ver qué pasa si no funcionan. Si no encuentra la posición del sol, lo más probable es que un satélite que perdió su «actitud» respecto de sus tres ejes -cosa que sucede bastante a menudo, y por muchas causas- no logre recuperar su orientación. En ese caso sus antenas perderán contacto con las estaciones terrenas que lo controlan, y el aparato tampoco logrará bajar a Tierra sus imágenes, si es de observación, o transmitir su información, si es de telecomunicaciones.

En esa instancia los satélites de órbita baja ya no tienen cómo usar los «thrusters» que les permitan mantener su altura orbital, porque la computadora de a bordo no logra diferenciar el «arriba» del «abajo». A la larga o a la corta vuelven a entrar a tumbos en la atmósfera donde se destrozan e incineran.

Hay otros destinos más raros: los grandes y altos satélites geoestacionarios de telecomunicaciones, cuando se desorientan, se transforman en «zombiesats»: siguen en órbita, pero son incontrolables y un peligro para satélites vecinos, no tanto por las colisiones como por su capacidad de interferir las comunicaciones si siguen emitiendo microondas.

Cuando un satélite pierde su actitud -e insistimos, sucede hasta con los mejores aparatos y dirigidos por los mejores ingenieros orbitales- los «sun sensors» restablecen el orden. Son los que inician el proceso automático de autorecuperación. Captan la dirección del sol, y activan automáticamente los «thrusters», microcohetes de posicionamiento, o las ruedas de inercia, hasta que el satélite vuelve a apuntar con sus antenas con exactitud a su estación terrena.

Recuperado ese contacto, el satélite está salvado, se investiga qué sucedió y la misión prosigue. No es imposible que alguien en la estación terrena descorche un champú y convide, al menos si ya salió de guardia.

Este equipamiento fue diseñado y construido por el Departamento de Energía Solar de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) e INVAP, y probado ambientalmente por el Centro de Ensayos de Alta Tecnología (CEATSA), copropiedad de INVAP y ARSAT. El cliente europeo lo destinará a satélites en órbita baja (LEO, Low Earth Orbita), probablemente de observación.

Esta pequeña venta importa no tanto como sustitución de importaciones, o como indicio de que la fabricación de satélites en Argentina empieza a tener su propia cadena de proveedores. Nada de eso oculta el hecho de que la mayor parte de los componentes satelitales argentinos debe importarse, aunque el diseño de sistemas y la integración del aparato sean nacionales.

Lo importante es que la industria espacial mundial es muy competitiva, pero por lo mismo también muy colaborativa. Explicación: si estás fabricando un componente que logra buen «historial de vuelo» y a precio razonable, alguien va a venir a comprártelo para bajar sus propios costos. Y eso justamente porque la industria es tan competitiva.

No es improbable que a la larga esto suceda con otros componentes más complejos y más caros que hoy se diseñan y fabrican en Argentina: las computadoras de vuelo, por ejemplo. Pero todavía deberán pasar más años y más misiones espaciales bien concluídas para que se exporte alguna, o algunas.

Lo importante es que ahora el país vuelve a sentarse en una mesa donde se intercambian partes. Habiendo entrado al ruedo por la puerta chica y sin hacer ruido, nos vamos volviendo proveedores de componentes espaciales. No es inevitable, ojo. En 2015 todavía teníamos una propuesta europea pendiente para desarrollar «thrusters» en común, pero se cayó en 2016 cuando el ARSAT-3 fue cancelado.

De modo que la noticia es que estamos intentando nuevamente construir una una industria compleja. Puede volverse importante mientras no pinten idiotas a cancelar satélites. Ese aquí podría ser también un accidente frecuente, con o sin recuperación. Y es que no todos los países saben ubicar bien la dirección del sol.

Daniel E. Arias