De Malvinas a Ucrania: la guerra robótica

UN MISIL INESPERADO -PERO ESPERABLE- MOSTRÓ QUE EL MAR NEGRO NO ES UN LAGO RUSO. ALGO PARECIDO SUCEDIÓ EN MALVINAS.

Daniel E. Arias

Foto de la agencia turca Anadolu: una fragata de la flota rusa del Mar Negro al auxilio del crucero Moskvá, que arde al fondo tras el impacto de al menos dos misiles ucranianos Neptuno.

Hace exactamente 40 años, el 1ro de Mayo de 1982, el crucero británico HMS Glamorgan fue averiado en hélices y timón ser horquillado por dos bombas de 1000 libras que le surtieron los IAI Dagger de la Fuerza Aérea. Pero lo más importante le estaba por llegar.

Reparado en altamar y regresado al rol de cañoneo nocturno, el Glamorgan fue la pesadilla periódica e impune de nuestros colimbas durante dos meses, hasta que el 12 de junio, a sólo dos días de la rendición argentina, la Armada y el Ejército le armaron una emboscada misilística. Se salvó por muy poco de irse al fondo, en buena medida por la baquía de los Brits en el control de daños.

Según el Reino Unido, el Glamorgan fue la única nave de la Task Force en “comerse” un Exocet argentino y seguir a flote. Según la Argentina (la polémica sigue en pie), hubo otra que también zafó del naufragio: el portaaviones HMS Invincible.

En Ucrania, el mes pasado hubo otra emboscada parecida pero a mayor escala y con mayores consecuencias geopolíticas. El 14 de abril a la mañana ocurrió el hundimiento del crucero misilístico Moskvá, núcleo de la flota rusa en el Mar Negro. Alrededor de las 20:00 de la noche anterior había sido misileado por una batería móvil del Ejército Ucraniano desde algún lugar tierra adentro de la costa de Odessa.

Ucrania usó entre 2 y 4 exponentes de una “remake” local del viejo misil naval soviético KH-35. La OTAN lo llamaba en joda “Tomahawksky”, por ser copia fiel del vetusto y eficaz Tomahawk estadounidense.

A su copia de esa copia Ucrania la renombró “Neptuno”, un misil crucero del que hasta el 19/04 casi nadie sabía casi nada pero este mes se hizo súbitamente famoso.

 

Neptuno con aletas recién desplegadas y la unidad de lanzamiento todavía pegada. Cuando se desprenda, toma la posta un motor turbofan atmosférico que le da su alcance de casi 300 km.

Mide 5,05 metros y se propulsa con un jet turbofan que le da unos 1000 km/h. A diferencia del Exocet MM38 con el que en 1982 sacudimos al Glamorgan, el turbofan respira oxígeno atmosférico en lugar de cargar algún agente oxidante en el combustible. Eso le da mayor alcance: es subsónico, pero llega a unos 280 km, contra los 42 km de alcance del Exocet viejo.

El Neptuno pesa 870 kilos (de los cuales 145 kg. se los lleva la cabeza explosiva de fragmentación), tiene varios perfiles de vuelo posibles y radar semiactivo para apuntamiento terminal. Nada tan nuevo ni tan sofisticado para estos tiempos, pero funciona bien. La ingeniería inversa tiene tradición y futuro en esa parte del mundo. En el mundo, en general.

Ucrania dice que antes del hundimiento del Moskvá, el 3 de abril un primer Neptuno había dañado a la fragata rusa Admiral Essen. Eso Rusia lo niega. Para el caso, tampoco admite el ataque al Moskvá. Según Moscú, el crucero habría tenido la delicadeza de incendiarse y hundirse espontáneamente, sin ayuda alguna del enemigo.

Rusia no podía ignorar la existencia de este misil: Ucrania lo exhibe en salones de armas desde 2015, e Indonesia firmó un MOU (Memorandum of Understanding) por su compra. Hoy ese cliente debe estar felicitándose por los efectos destructivos del Neptuno incluso si no pega, y aún más, si no se lo dispara. A fecha de su empleo contra el Moskvá, dos países más que no dan sus nombres estaban haciendo pedidos.

Pero las entregas se atrasarán: a dos días del ataque, la Marina Rusa le surtió 5 vengativos misilazos a Vizar, la planta de producción del Neptuno en Vyshneve, inmediaciones de uno de los aeropuertos de Kiev.

2. Emboscadas navales desde Malvinas al Mar Negro

 

Un Unimog enganchado para llevar en marcha atrás el carretón 1 con las dos canastas de Exocet de la ITB rumbo a la playa de Hooker’s Point. Atrás, el carretón 2 con el grupo electrógeno alemán.

Con algunas reservas, la emboscada misilística del Moskvá recuerda a la del 12 de Junio de 1982, cuando la Armada Argentina le embocó un inesperado Exocet MM38 mar-mar al crucero británico HMS Glamorgan.

Lo hizo desde Hooker’s Point, un escondrijo costero, con la hasta entonces secreta ITB (Instalación de Tiro Berreta), cuya construcción ha ganado tanta admiración y elogios acrítico-patrióticos hacia la Argentina, sobre todo en Argentina (ver este video).

Compartimos los elogios, con reservas.

Las reservas: el Glamorgan sobrevivió, no era un activo capital, la guerra ya estaba perdida y nuestra rendición sobrevino 48 horas después, pero lo realmente malo es que la ITB, aquella indescriptible batería costera fuera una pieza única, improvisada e irrepetible.

La ITB es consecuencia de una cadena previa de decisiones de las 3 fuerzas de NO tener un misil crucero propio e interfuerzas, para así poder llenar el carrito de compras de cada fuerza en el supermercado de la OTAN. Si ésta quiere.

En cambio el Neptuno es un tozudo desarrollo tecnológico que, poco sofisticado o no, copiado o no, le tomó 5 años de trabajo a 5 empresas de defensa ucranianas.

La ITB surgió del cancelamiento de desarrollos tecnológicos locales viables, como el misil Martín Pescador. De toda acusación de autonomía tecnológica e industrialismo, la Armada Argentina se declara inocente fundacional y vocacional. Por eso mismo, como artillería de costas, la ITB fue –como admite su nombre- demasiado berreta y tardía como para cambiar el juego malvinero.

El contexto del Mar Negro es bien diferente. Heredera del sistema educativo y las plantas aeronáuticas y astilleros soviéticos, Ucrania no rifó ese patrimonio ni decidió volverse un edén extractivo-financiero y un desierto industrial. Sorprendentemente, tiene el puesto décimosegundo entre los estados exportadores de armas.

A ese escalón bajó desde el noveno, que detentaba en 2015. Y bajó únicamente por el furioso autoconsumo actual de su propio armamento en su propia guerra. Al igual que Israel pero en un grado menor, Ucrania no podía depender de hoy amigables, mañana andá a saber, proveedores occidentales de sistemas de armas. Eso la vuelve un exportador.

Esa república, sin pergaminos ni antecedentes para ello, hoy la OTAN la nombró campeona de la democracia representativa contra la autocracia rusa. Con ese aval precario está comprando tecnología bélica avanzada y pesada a la OTAN, sin límite de crédito y sin preguntar los precios. Lo que no se entiende es que Rusia, que debería conocer tan bien a ese país como cualquier metrópolis a una provincia secesionista o excolonia, según quien mire, se haya dormido en los laureles de su superioridad tecnológica.

Sea por los Neptunos de cosecha propia ya entregados a la Marina Ucraniana, o por cualquier otro misil de crucero importado y de mayor alcance, el Mar Negro ya no es un lago ruso.

La inteligencia naval rusa no deslumbra. El Moskvá (ver después) no estaba en aparentemente ningún grado de alerta. Vladimir Putin, hombre de la vieja KGB soviética y del FSB, su organización sucesora, no es el primer espía que llega a presidente de una superpotencia: George Bush padre tuvo similar recorrido desde la CIA. Pero sus excolegas le mentían menos.

Este hundimiento deja 1 muerto declarado, 27 desaparecidos, 396 evacuados a salvo, y en el fondo del mar, apenas a 55 metros de profundidad, a una de las cuatro naves capitales de Rusia. Como todo gran incendio con mucho cable eléctrico ardiendo, el del Moskvá podría dar lugar a bastantes muertes ulteriores por neumonitis química, secundaria a la aspiración de humo tóxico. Sobre esto, cero noticias.

El catamarán de salvamento submarino ruso Kommuna, un enorme barco construído en tiempos del zar Nicolás II, zarpó de Sebastopol y ya está operando en el sitio del naufragio, probablemente para recuperar armas, radares, sistemas de encriptación y quizás cadáveres. No debe ser muy grande el stock de Neptunos en Ucrania o se reserva para presas de mayor puntaje, porque este fósil flotante está muy expuesto a más ataques y por ahora, no los recibe.

3. Historias de la Argentina pre-radárica

A izquierda, Luis Torelli y Antonio Shugt, en 1982 dos veinteañeros de ingeniería electrónica de la Universidad Nacional de la Plata. A derecha, muchos años, ascensos y condecoraciones más tarde, su jefe, el entonces capitán Julio Pérez.

Una comparación reveladora entre ambas emboscadas (la del Glamorgan y la del Moskvá) muestra el diferente uso del radar por parte del atacante: en 1982 la Argentina fue a la guerra con la 3ra potencia aeronaval del planeta sin haber fabricado jamás un radar. Lo dicho: Dios libre a nuestros almirantes de fabricar nada.

Pero para programar desde tierra la navegación de los Exocet MM38 desmontados del destructor ARA Seguí hizo falta que se juntaran tres cabezas fierreras en un galpón.

La más conocida es la del entonces capitán de navío Julio Pérez, una de esas rarezas intelectuales que la línea de mando más cuartelera y cuadrada de nuestra tres armas solía sepultar en CITEFA (Centro de Investigaciones Tecnológicas de las Fuerzas Armadas), donde los dejaban jugar a desarrollar sistemas de armas que luego jamás se construían. Lógico: no fueran a estorbar negocios de importación, o enojar a la OTAN.

Pérez, antes de volverse un “Exocetólogo” en el 37 del Boulevard Montmorency, sede parisina de Aérospatiale, había sido uno de los creadores del misil antibuque argentino filoguiado Martín Pescador.

Este fue un raro proyecto interfuerzas con la Fuerza Aérea y el Ejército al que la Armada le puso unos desganados morlacos en los ’60 y ’70 del que se bajó no bien lo hizo la Aviación. Y ésta se fue con la excusa de que los barcos no serían jamás “su business” específico. La profecía, parece, tampoco. Más información, aquí.

Las otras dos cabezas en la conversión a misil terrestre del Exocet marino MM38 fueron dos laderos civiles de Pérez, los ingenieros electrónicos Luis Torelli y Antonio Shugt, veinteañeros egresados de la Universidad Nacional de La Plata. Ya eran baquianos en misilística gracias al programa Martín Pescador, pero se iniciaron en los misterios del misil francés en el mismo curso de capacitación en París que atravesó su jefe, Pérez.

Con la Flota de Mar refugiada de los submarinos ingleses en Puerto Belgrano, la Marina era el arma políticamente más cuestionada por su inacción. Debía hacer algo inesperado y espectacular sin arriesgar barcos.

Recibida esa orden, Pérez, Shugt y Torelli se encerraron 3 días con 2 Exocet MM38 en un hangar de puerto Belgrano. Allí con cables, cinta aisladora, soldadura y circuitos impresos de anaquel comercial, improvisaron la primera computadora de tiro misilístico diseñada en el país.

40 años después, sigue siendo también la única.

Este desprolijo sistema de apuntamiento tomaba datos de posición de blanco de un minúsculo radar francés RASIT del Ejército, con apenas 2 kW de potencia y 30 km. de alcance.

La ITB tenía al menos tres “procesadores húmedos”. Me explico: se necesitaban tres humanos (Pérez, Torelli y Shugt) que tradujeran, calculadora en mano, los datos cartográficos cartesianos del radar a un pseudolenguaje analógico que iban inventando, hecho de ajustes de reóstatos y potenciómetros, algo digerible y almacenable por el navegador inercial del misil francés. Estamos hablando de programación en un mundo pre-digital.

La batería tenía que ser móvil y desplegable en cualquier costa desierta. Por ello incluía un grupo generador eléctrico alemán de los años ’30: había pertenecido a los reflectores de una batería antiaérea de Puerto Belgrano. Por el peso del motor, debían ser unos reflectores tremendos.

Interminables pruebas y errores después empezaron a arrimar algunos resultados tabulables, hasta que se consideró que aquel rejunte podía funcionar. Entonces se subió todo a un par de carretones capaces de cargar 5 toneladas cada uno. Cada misil pesaba casi 800 kg., sin su canasta. De modo que con 2 canastas y una rampa de despegue armada con caños soldados, se llenó el primer carretón. Lo más masivo eran los equipos periféricos, que iban en el dos.

Ambos carretones se subieron a dos Hércules en la Base Aeronaval Espora, y tras esquivar los radares de la Task Force bajaron 4 horas más tarde en la BAM Malvinas, la Base Aérea Militar vecina de Puerto Argentino.

Tras ser remolcados por el único camino isleño libre de turba y barro (el que conecta la BAM con la ciudad) los carretones terminaron en un galpón de una estancia costera sobre Hooker’s Point, una saliente vecina del istmo que conecta la pista aérea con la capital isleña. Era el 31 de Mayo.

La ubicación secreta de una batería misilística costera igualmente secreta, precaria y de corto alcance.

Pérez viajó con los equipos, pero Shugt y Torrelli no fueron de la partida: eran personal civil, defecto irremediable. Prefiriendo galones a pergaminos, la Armada los reemplazó por los tenientes de fragata Edgardo Rodríguez y Mario Abadal. El Tte. de Corbeta (RE) Carlos Ries Centeno, un ex infante de Marina, operaba el RASIT.

De noche se sacaban los carretones y se ensamblaba el conjunto, escondido del mar tras una línea de médanos, a unos 300 metros de las rompientes. La maniobra requería mucha musculosa y joven soldadesca de Ejército y al menos una grúa.

Pérez prefería que cada componente (generador, radar, computadora de tiro, canastas lanzamisiles, radio para comunicarse con el radarista de la BAM Puerto Argentino) estuviera alejado de los otros. Eso le complicaba la vida al operador de la grúa y a los técnicos tirando y empalmando cables coaxiles bajo la lluvia o la nevisca para interconectarlos.

El trabajo se parecía un poco al de “los plomos” en los recitales de rock de los ’70, los forzudos que lidiaban antes y después del evento con aquellos parlantes y amplificadores gigantescos. Pero la idea era exactamente no sonar, es decir no morir todos debido al impacto de un misil antirradar Shrike.

 

La Skyguard, buen ejemplo de mala ingeniería que mata a su dueño, aunque se haya comprado a Suiza. Arriba la antena del radar, y metro y medio debajo, el alojamiento de los operadores.

Exactamente eso sucedió el 3 de Junio con el módulo director de tiro Skyguard de una batería antiaérea de cañones Oerlikon de la Fuerza Aérea en la BAM Malvinas. Si mira críticamente la foto, Ud. se pregunta quién firmó aquella compra: el habitáculo móvil de comando tiene la antena de radar montada en el techo.

Esa antena está literalmente pidiendo un misil antirradar, y los operadores trabajaban un metro y medio debajo. En ese habitáculo las esquirlas de un Shrike acribillaron como un enorme escopetazo al teniente Alejandro Dachary, el sargento Pascual Blanco y los soldados clase 62 Oscar Daniel Diarte y Jorge Alberto Llamas.

Si Ud. cree que en AgendAR rompemos demasiado los hipocondrios con nuestra obsesión por reconstruir la industria argentina de defensa, piense que esa improvisación criolla, la ITB, era menos suiza pero también menos suicida. Los errores de diseño son inevitables.

Lo evitable es comprar los ajenos.

(Continuará mañana)

Daniel E. Arias