Sebastián Campanariopublica los fines de semana notas amenas sobre aspectos no convencionales de la economía. Reproduimos ésta, que analiza con agudeza y una mirada fría, «invernal», el desarrollo de algunas tecnologías de moda: la computación cuántica, la inteligencia artificial, la Web3, las criptomonedas… Se la recomendamos:
«A veces no hace falta un gran evento (un asteroide, una mega erupción volcánica, una cruda edad de hielo) para explicar la extinción de una especie.
Las teorías más recientes sobre la desaparición de los neandertales (los últimos representantes vivieron en Gibraltar hace solamente 28.000 años) no apuntan a un choque con los “homo sapiens superiores” (como se creía hasta ahora) sino a una sucesión de pequeñas causas (endogamia, cruce de ciertos umbrales de poca población) que, combinados con la dinámica de la complejidad, derivaron en la extinción final.
Umberto Eco dijo una vez que “para cada problema humano hay una respuesta clara, fácil, plausible y equivocada”. Con las tecnologías de moda ocurre lo mismo: ¿qué pasa si les sobreviene un “invierno” pero no por una disrupción drástica, sino por una sucesión de pequeñas decepciones, problemas de timing, desinterés, etcétera?
A la par del entusiasmo generado en el último año con los avances de la computación cuántica, que conllevan la promesa de computadoras millones de veces más rápidas que las actuales en el mediano plazo, varios científicos discuten la factibilidad de un “invierno cuántico” si no se logra resolver el problema del “ruido” con los qubits y todo queda en pronóstico incumplidos.
Chris Jay Hoofnagle y Simon Garfinkel exploraron este escenario en un ensayo reciente para Cambridge University Press. No hay “meteoritos” ni ninguna catástrofe, sino, como en el caso de la extinción de los neandertales, pequeños puntos de quiebre que alimentan un círculo vicioso de deterioro y desinterés por parte de los inversores.
Los autores citan a uno de los máximos pesimistas en este terreno, Mikhail Dyakonov, un profesor de física que da clases en Francia, quien dice que “nunca tendremos una súper computadora cuántica”, y deberemos conformarnos con algunos dispositivos “extremadamente caros” para realizar algunas tareas específicas, operando en entornos de cientos de grados bajo cero.
Habrá, eso sí, usos provechosos de la dinámica cuántica en telecomunicaciones y otros sectores (algo que ya sucede), pero no una “supremacía” sobre la computación tradicional. Un problema de este campo, remarcan Chris Hoofnagle y Simson Garfinkel, es que hay tanto secretismo y encierra tanta complejidad que tal vez tardemos mucho tiempo en darnos cuenta de que “el invierno cuántico” efectivamente se aproxima.
La tecnología que está más acostumbrada a largos “inviernos” y vaticinios agoreros es, sin duda, la inteligencia artificial (IA). Especialistas como Gary Marcus, Yann LeCun, Filip Piekniewski y Geoffrey Hinton, vienen poniendo énfasis en las promesas incumplidas (aquí el caballito de batalla es el de la no invasión de vehículos automanejados, que supuestamente debía estar desplegada para esta época).
En la serie Juego de Tronos los inviernos son impiadosos y pueden durar hasta diez años. Los historiadores de la tecnología están acostumbrados a un fenómeno parecido con la inteligencia artificial: en forma cíclica, el campo produce etapas de excitación, burbujas que se pinchan y largas mesetas de desilusión. Ocurrió en los 60: a fines de esa década había un miedo tan grande a la automatización de empleos como el de hoy (se puede advertir en los diálogos de la serie Mad Men sobre la etapa dorada de la publicidad), y algo similar ocurrió en los 80 y principios de los 90.
Para Piekniewski, un investigador polaco especializado en IA, como en Juego de Tronos en la tecnología de moda también “el invierno se aproxima”.
Para LeCun, un científico francés considerado una de las máximas autoridades en el campo de la IA, hubo mucha exageración por parte de distintos actores –algunos, verdaderas celebridades– en relacionar los avances en este terreno con algo parecido al cerebro humano.
“La primera parte de un ‘sigmoide’ –una función matemática con forma de ‘S’– también parece una dinámica exponencial, pero en algún momento es probable que alcance un límite –económico, social, físico–, toque un punto de inflexión y se sature. Soy optimista por naturaleza, pero también realista”, dijo Le Cun en una entrevista.
En paralelo con la explosión del último año, el terreno de la denominada Web3 (mundo cripto, internet basada en protocolos descentralizados, etcétera) también sufre el embate de escépticos que hablan de exageración de las promesas y de inversiones infladas.
Las críticas de más alto perfil fueron las de Elon Musk y las del ex CEO de Twitter Jack Dorsey, pero recientemente un programador menos conocido fue más “al hueso” y planteó dudas más profundas y con mayor vuelo técnico. David Rosenthal es un veterano del sector tecnológico (fue el cuarto empleado que tuvo Nvidia) que afirma que los productos cripto “tienen raíces profundas en la cultura libertaria de Silicon Valley, que se basa en ignorar las externalidades, y esta no es la excepción”.
Rosenthal hace énfasis en el gasto energético (solo el de Bitcoin equivale a todo el consumo anual de los Países Bajos) y no lo convence el argumento de que se usarán energías alternativas: “Para empezar, casi no se está haciendo; el mundo tiene déficit de energía y no está claro que la sociedad vaya a tolerar para siempre este desperdicio de hardware y energía”, explica.
El programador también remarca que los esfuerzos de descentralización (por ejemplo, en minería de criptomonedas) están condenados al fracaso, porque las tecnologías de información tienen economías de escala (y dependencia del sendero) que hacen que pocos jugadores se queden con la mayor parte de los beneficios. Y también es muy crítico con los aspectos de seguridad, especialmente en los entornos de Ethereum, de finanzas descentralizadas y contratos inteligentes en general.
Rosenthal aclara que no tiene dinero invertido en cripto (¡como si hiciera falta!), pero ahí hay un buen punto: es difícil encontrar “observadores neutros” tanto en IA como en computación cuántica o Web3, porque hay muchos incentivos a exagerar optimismo por parte de quienes invierten en proyectos asociados.
Hay una posibilidad intermedia entre los extremos marcados por el optimismo de los incumbentes y de los fondos de inversión y el pesimismo de los expertos mencionados. Puede ser que, en efecto, los avances tecnológicos tarden más de lo previsto en llegar, pero que incluso así siga siendo buen negocio involucrarse, porque aún hay mucho para explotar sobre lo ya descubierto.
Esta es la visión de tecnólogos como Andrei Vazhnov y Marcelo Rinesi. Por ejemplo, uno de los booms económicos recientes de la inteligencia artificial anclado en el reconocimiento de imágenes, está basado en una tecnología que se inició en Toronto, Canadá, en 2012. El ciclo de inversiones tarda en aprovecharlo varios años. En este caso, si se aproxima, el invierno podría ser benigno, con temperaturas agradables para seguir asomando la cabeza a las tecnologías de moda.»