En un tiempo tan lleno de problemas urgentes, es mejor reservar un sábado para tratar ideas audaces, que encaran otro tipo de problemas, los que tendremos que afrontar durante décadas. Reproducimos esta nota de Sebastián Campanario:
«La canción infantil del “mamut chiquitito que quería volar” podría tener su adaptación para concientizar sobre el cambio climático a “decenas de miles de mamuts gigantes sintetizados en laboratorio que querían capturar dióxido de carbono de la atmósfera”. No rima mucho, pero es más actual.
Aun para el “presente de ciencia ficción” que vive la biotecnología la noticia de los US$ 75 millones que levantó la startup Colossal Biosciences llamó la atención: la firma creada por el genetista de Harvard George Church planea traer a la vida a miles de “elefantes árticos” (así los llaman) a partir de ADN conservado de mamuts congelados y de elefantes asiáticos. La idea es que caminen en la tundra de Siberia, Canadá y Alaska y demoren el calentamiento global por distintas vías.
La noticia, de hace dos mes y medio, logró colar por unas horas la discusión sobre el cambio climático en una agenda informativa que por entonces estaba tomada, a nivel global, por la invasión de Ucrania y, a nivel local, por la fragilidad macroeconómica y el acuerdo con el FMI.
A principios de 2020 todo hacía suponer que, por fin, el debate por el calentamiento planetario iba a tomar el centro de la escena: en el Foro de Davos de enero de ese año todos los discursos de funcionarios y grandes fondos de inversión se focalizaron en la agenda climática. Pero a las pocas semanas estalló la crisis del Covid y dejó al clima en segundo plano por un tiempo largo. Cuando la epidemia aflojó, llegó Ucrania a la mesa de prioridades.
La pandemia fue un “experimento natural” único y a gran escala para medir cuál es el costo real de reducir sustancialmente las emisiones de carbono.
“La realidad es que, detrás de estos actores del momento (Covid y Ucrania, y en la Argentina la crisis económica), el cambio climático sigue en el fondo acumulándose y evolucionando”, cuenta Elisa Belfiori, especialista en economía del cambio climático de la Universidad Di Tella.
Para la economista, hay dos factores que describen la urgencia de esta agenda: “Primero, el calentamiento global es un proceso acumulativo. La vida promedio de una tonelada de carbono que emitimos es de 300 años y un 20% de las emisiones quedan en la atmósfera para siempre. O sea que el incremento en la temperatura global continuará aunque bajemos las emisiones a cero. El segundo factor es el de las ‘no linealidades’ del sistema climático. Hay tipping points: puntos de quiebre o umbrales sin retorno, que, si se los pasa –como la meta del Acuerdo de París de mantener todo por debajo de los 1,5-2 grados Celsius sobre el nivel previo a la revolución industrial–, pueden traer consecuencias catastróficas”.
Además de quitarle protagonismo y urgencia al clima, la pandemia del Covid tuvo otra interacción fundamental con este tema: fue un “experimento natural” único y a gran escala para medir cuál es el costo real –en términos de desaceleración– de reducir sustancialmente las emisiones de dióxido de carbono. “En 2020 bajaron un 6%, la mayor caída desde la Segunda Guerra, y esto estuvo asociado a un freno sin precedente en la actividad económica por las cuarentenas y restricciones a la movilidad. Para cumplir con la meta de París hace falta que esta baja se sostenga año tras año de acá a 2030″, explica Belfiori.
Queda menos tiempo
Hoy, con la guerra entre Ucrania y Rusia hay quienes ven una oportunidad para la agenda verde, con los embargos al gas y al petróleo rusos y con la búsqueda acelerada de los países ricos de reemplazos de esta energía por fuentes alternativas más sustentables. Pero no todos son tan optimistas: con el Covid también se habló de una “recuperación verde” con estímulos fiscales concentrados en sectores bajos en carbono que al final no sucedió: cuando bajaron las restricciones, se rebotó al nivel de emisiones prepandemia.
La urgencia de la situación se refleja en el mundo de las startups y de los fondos de riesgo, con más dinero yendo hacia los proyectos clitech (de tecnología del clima). Un reporte de PwC contabilizó en 2021 un aumento de 210% en inversiones de riesgo en proyectos de clima sobre el año anterior, con iniciativas sensiblemente más importantes (el promedio de tratos se cuadruplicó).
Para la consultora, el sector vivió un “año caliente” y las ideas están madurando. La proporción de fondos de venture capital (capital de riesgo) para proyectos de clima subió del 6% del total al 14%.
Los “gigacornios” son firmas que consiguen “secuestrar” emisiones de CO2 por una gigatonelada al año, a la vez que son un negocio viable.
El sector que más dinero recibe es, por lejos, el de transporte y movilidad sustentable. Hay tres grandes avenidas para las startups: las que se dedican a mitigar o remover emisiones, las que ayudan a que nos adaptemos al impacto del cambio climático y las que buscan entender y medir mejor lo que está sucediendo en este terreno.
A nivel global, ya hay 78 “unicornios” (empresas con un valor de más de US$ 1000 millones) de clima. En el sector se acuñó otro término: el de los “gigacornios”: compañías que consiguen “secuestrar” emisiones de CO2 por una gigatonelada al año a la vez que son comercialmente viables.
Con el tamaño del desafío y la urgencia de la agenda, muchos proyectos se vuelven más radicales. Los fundadores de Wonder, una startup argentina que busca hacer crecer “cuero” en el laboratorio a partir de una mezcla de hongos y del residuo de la uva malbec, tuvieron antes un emprendimiento de relojes hechos con materiales reciclados. “Nos dimos cuenta de que la cantidad de reciclado no llega a compensar la producción de plástico, que crece más rápido, y apuntamos a una solución más a la raíz del problema”, cuenta Martina Uthurralt, fundadora del proyecto sobre un desarrollo de las investigadoras del IPROBYQ (Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos Rosario), Diana Romanini, Rocío Meini y Adriana Clementz.
Hoy, el sector de la moda e indumentaria es el segundo más contaminante del planeta (solo superado por el petróleo) y la ganadería también se lleva una parte importante de las emisiones y de la ocupación de tierras habitables en el planeta.
Para Belfiori, de Di Tella, el cambio climático sigue su curso y su magnitud aumenta, a pesar de los problemas que invaden el corto plazo. “No hay manera de postergar la agenda”, remata.
¿Qué queda para la Argentina y sus urgencias macroeconómicas y sociales? Para la economista, “pensar en no depender del gas natural en los próximos años es difícil” y que “más probable parece ser que debamos enfrentar la escasez de energía y precios altos”. Agrega: “En la Argentina, la captura de carbono a través de agricultura sostenible le permitirá compensar emisiones más difíciles de recortar en el corto plazo, como las del consumo de energía en hogares y trasporte, o las de la ganadería”.
El riesgo de perder el tren (eléctrico, en este caso) es afrontar las sanciones comerciales que los países ricos empezarán a promover, con penalidades tarifarias, y caer en un “default ambiental”. Habrá que llamar al rescate, entonces, a los gigacornios o a miles de mamuts sintetizados por Colossal para caminar la Patagonia.»