(Es curioso, pero es el corresponsal de La Nación en EE.UU., Rafael Mathus Ruiz, que no debe simpatizar con la postura que expresó ahí Alberto Fernández, el que hace una crónica breve pero refleja la toma de posición y el contexto. Página 12, más cercana al oficialismo, reproduce partes del discurso, y luego habla de la fiesta posterior con Julia Roberts, Di Caprio y los Clinton).
«LOS ÁNGELES.- Fue un mensaje que se desvió del libreto de la Cumbre, y sacudió el ambiente del primer encuentro formal de los líderes regionales. Alberto Fernández fue uno de los últimos en ingresar al plenario de la Cumbre de las Américas, y uno de los últimos en irse, luego de brindar un áspero discurso que se ganó titulares globales.
Fernández llegó a la sala del plenario del centro de convenciones de Los Ángeles junto a Santiago Cafiero, Sergio Massa, Jorge Argüello, Gustavo Beliz y Carla Vizzotti. Se tomó varios minutos para recorrer los pocos metros desde la puerta hasta el escritorio con un cártel que decía: “Argentina”. En el camino, se sacó fotos y dialogó un rato con el presidente de Chile, Gabriel Boric. Se sentó justo cuando el anfitrión, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se paraba detrás del atril para abrir el encuentro.
El mensaje que brindó Alberto Fernández unos minutos después dio la nota saliente en la primera cita de los líderes que viajaron a Los Ángeles. Antes de sus palabras, que leyó, hablaron Biden y los líderes de Belice, Panamá, Paraguay. Cuando llegó su turno, Fernández se paró, caminó hasta el atril con el discurso en la mano, pasó delante de Biden y su vicepresidenta, Kamala Harris, a quienes saludó asintiendo la cabeza, y habló a la región. Lo hizo en nombre de la CELAC, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, pero dejó varios aguijones en clave doméstica.
El escenario era atípico para una cumbre de líderes. A diferencia de otras citas, no hubo una mesa redonda, símbolo de igualdad entre pares. Estados Unidos dejó de lado ese formato tradicional: montó un escenario con dos pantallas gigantes y un atril con el logo de la Cumbre en una de las gigantescas salas del centro de convenciones de Los Ángeles.
El escenario estaba rodeado de altas cortinas azules para achicar el espacio y darle un poco más de intimidad, color y calidez. Las delegaciones se acomodaron frente al atril, sobre una tarima organizada como un anfiteatro griego, con cuatro hileras de sillas y escritorios, cada uno con el nombre de un país.
Como si fuera un reflejo de la distancia reinante entre Washington y la región, Biden y Harris, los anfitriones, se sentaron alejados, frente a la tarima y de las delegaciones, al lado del escenario, un diseño que pareció más acorde al de un aula con alumnos y profesores que al de un encuentro de líderes. Harris ofició de maestra de ceremonias, tomando el micrófono para convocar a los oradores.
De entrada, Fernández habló de lo que Biden y la Casa Blanca no querían hablar: las ausencias, y la no invitación a Cuba, Nicaragua y Venezuela, tres regímenes considerados por dictaduras, que, de acuerdo a las reglas del foro, deben ser excluidas. El único que había dicho algo al respecto hasta ese momento fue el Primer Ministro de Belice, Johnny Briceño, quien tildó de “incomprensible” las exclusiones. “La Cumbre le pertenece a todos los americanos”, dijo. Fernández fue en la misma línea.
“Definitivamente hubiésemos querido otra Cumbre de las Américas. El silencio de los ausentes nos interpela”, dijo Fernández, quien después cargó contra el “bloqueo” a Cuba y Venezuela, un término que utilizan en la isla para hablar del embargo y las sanciones.
La acusación de usar a la Organización de Estados Americanos (OEA) como “un gendarme que facilitó un golpe de estado en Bolivia” pareció desatar un murmullo en una sala donde reinó en todo momento un diplomático silencio, y los aplausos se caracterizaron por su tibieza. Biden lo escuchaba atentamente, lapicera en mano. Harris siguió el discurso de la misma manera que siguió al resto de los mensajes: sin moverse, recostada en su silla.
Detrás de ambos, el asesor de Biden para América latina, Juan González, de fluida relación con el embajador Argüello y con Beliz, escribía en una libreta pequeña mientras Fernández hablaba. Luis Almagro, a quien Fernández pidió sacar de la OEA, estaba sentado casi al final de la tarima, acompañado por sus colaboradores.
Al finalizar, Fernández se quitó sus lentes, y al regresar a su lugar se acercó a saludar a Biden, quien se puso de pie, y a Kamala Harris. Hubo un apretón de manos y un intercambio de sonrisas. El siguiente orador fue el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres.
Luego le tocó cerrar a Biden, quien tomó nota de las críticas por las ausencias. “Empezamos fuerte”, dijo Biden al cerrar el plenario tras el discurso de Fernández y el secretario General de la ONU, Guterres. “Y a pesar de algunos desacuerdos relacionados con la participación, en las cuestiones sustanciales lo que escuché fue casi unidad, uniformidad”, completó.
Biden dejó la sala rápidamente para ir a su reunión bilateral con el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Unos minutos después del final, Fernández seguía charlando con otros líderes y tomándose fotos, antes de regresar con la comitiva a su hotel.»
Agregamos a esta interesante crónica que, cuando concluyó la presentación del presidente argentino, el presidente Biden le aseguró que «estaba ansioso» de poder concurrir a la próxima sesión de la CELAC que se hará en Buenos Aires a fin de año, a la que Fernández le había invitado.