Argentina asume la presidencia del Grupo de Proveedores Nucleares – Qué es y para qué sirve

Este Grupo de Proveedores Nucleares (N.S.G. – Nuclear Suppliers Group), 48 países, que producen y exportan tecnología nuclear para fines pacíficos, será presidido por el Embajador Gustavo Ainchil.

Del encuentro participaron la Cancillería, la Autoridad Regulatoria Nuclear y la Comisión Nacional de Energía Atómica.

 

Comentario de AgendAR:

Como diplomático, Gustavo Ainchil tiene el mismo cuño que Rafael Grossi, actual director del Organismo Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas (OIEA): la Dirección de Asuntos Nucleares y Desarme (DIGAN) fundada en la Cancillería por el embajador Adolfo Saracho en 1984.

Saracho se planteó tres objetivos para la DIGAN:

  • promover la venta de tecnología nuclear argentina, entonces incipiente,
  • evitar que esta actividad le generara problemas diplomáticos a nuestro país con el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y su ley fundamental, el Tratado de No Proliferación (TNP),
  • e incomodar diplomáticamente, a través del llamado «Grupo de los Seis», liderado por Suecia y la India, la rampa de construcción y despliegue de misiles nucleares de EEUU y la URSS.

Esos dos países, garantes últimos del TNP, en 1986 acumulaban respectivamente 23.317 y 38.107 cabezas nucleares. Obviamente, esto le quitaba toda credibilidad al TNP, llamado entonces por el embajador argentino Julio César Carasales como «el desarme de los desarmados». La Argentina y Brasil entonces eran parte de una cantidad bastante numerosa de países renuentes a firmar ese documento, no sólo por su asimetría fundacional sino por los resultados concretos: sus presuntos adalides proliferaban a lo bestia.

En 1982, durante la Guerra de Malvinas, el Reino Unido desplegó armas nucleares antisubmarinas que no tuvo necesidad de emplear, porque Argentina tenía un único submarino operativo, el San Luis, al que no le funcionaban ni la computadora de tiro ni los torpedos. Pero el RU es un garante del TNP, y además del Tratado de Tlatelolco, al que Argentina adhería, y que declara a América Latina y el Caribe zona libre de armas nucleares. Miralo al garante…

Con ese antecedente del RU pero deseosos de impedir una escalada armamentista nuclear regional, como la de la India y Pakistán, Brasil y Argentina se hicieron un TNP aparte: un sistema cerrado de controles recíprocos de materiales nucleares, el ABBAC. En el ocaso de los gobiernos militares en Sudamérica, el ABBAC fue el puntapié inicial de una serie de acuerdos económicos regionales: el Mercosur. La DIGAN de Saracho fue la semilla del Mercosur.

Los «Mercoescépticos» abundan, y pueden decir que ese acuerdo nunca hizo nada por Uruguay o Paraguay, y que según funciona hoy parece diseñado por la Volkswagen y Ford. Distintos rábulas diplomáticos trataron de desvirtuarlo con un Tratado de Libre Comercio con la UE redactado… bueno, por la UE y para la UE, y enteramente secreto, por si las moscas. Por ahora, siguen participando.

Pero a la Argentina y Brasil sí les ha servido en decenas de rubros. En el campo nuclear, ha permitido cosas antes impensables: que Brasil nos vendiera uranio enriquecido para hacer el primer núcleo de la central nuclear compacta CAREM, y que nosotros le vendiéramos a Brasil la ingeniería básica del Reactor Multipropósito Brasileño. Los libros de la historia reciente lo ignoran, pero es imposible negarle a la DIGAN esa paternidad.

En una cancillería como la nuestra, cuyas embajadas son frecuentemente premios consuelo a políticos averiados o en desuso, la DIGAN inauguró otra tendencia: la del profesionalismo extremo. Saracho reclutaba a los veinteañeros más brillantes del ISEN (Instituto del Servicio Exterior de la Nación), la escuela de diplomáticos del Palacio San Martín, y los mandaba a estudiar materias al Instituto Balseiro de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), y a INVAP. Era un año entero en Bariloche, y una formación completa en las bases y los detalles de la tecnología nuclear pacífica… y la otra.

Los «Saracho boys» de la DIGAN hoy peinan canas. También la lista incluye algunas «girls» atraídas por la DIGAN (hoy la dirige la ministra María Lorena Capra). Y aunque cada cual que pasó por ahí tiene sus particularidades políticas, son personas que saben perfectamente qué materiales y cuáles tecnologías nucleares son proliferantes, y las que son únicamente de uso pacífico, y las que están en el medio.

Son gente que hoy está alcanzando el apogeo de su carrera, y dos de ellos son Rafael Grossi, hoy director del Organismo Internacional de Energía Atómica, y ahora Gustavo Ainchil, que hasta 2023 presidirá el NSG (Nuclear Suppliers Group, Grupo de Proveedores Nucleares).

La DIGAN cambió de rumbos durante el menemismo, inevitablemente, y con Guido Di Tella en la Cancillería, firmó el TNP sin siquiera advertirle a Brasil, que se vio obligado a firmar también, rechinando los dientes, y para no quedar aislado diplomáticamente.

El control recíproco cerrado del ABBAC dio paso a el control recíproco pero además controlado por el OIEA desde Viena, lo que va perfectamente a contramano de su sentido original: adhesión al desarme pero con una diferenciación muy clara respecto de los proliferadores reales. Y desde entonces todo el mundo finge que no cambió nada, lo cual es, de algún modo, parte de la vida diplomática en todo lugar y todo tiempo.

El NSG hoy tiene 48 miembros, y de ellos hay pocos que realmente tienen el know-how o la industria suficientes para alimentar un programa nuclear independiente, por muy pacífico que sea. Muchos de sus integrantes son más bien CLIENTES de tecnología dual, que en muchos casos tiene destinos nada nucleares: la industria química, la de materiales y aleaciones especiales, e incluso la farmacéutica y la petrolera.

En ese marco el NSG actúa como una especie de oficina de «clearing»: autoriza y desautoriza ventas sobre la base de listas larguísimas de ítems de fierros o sustancias totalmente proliferantes, o aquellas cosas que podrían serlo. Esos datos se cruzan con la performance diplomática del comprador y del vendedor ante los ojos del Consejo de Seguridad. Si tenés un problema de imagen con la OTAN, o con China o Rusia, ni vendés ni te venden nada dudoso. Tal es el organismo que durante un año presidirá nuestro compatriota Ainchil.

Que Grossi y Ainchil hayan llegado adonde llegaron no habría sido posible sin un cambio fortísimo de postura de la Cancillería entre 1950 y 1990, y desde 1990 hasta hoy. El asunto que le importa a AgendAR es si esto le sirve o no a la Argentina y a su industria, sobre lo que diremos algo al final de este comentario.

Nos reservamos la opinión sobre el TNP y el Consejo de Seguridad. Vamos a los números fríos: la cantidad de cabezas nucleares de EEUU y Rusia bajó dramáticamente desde 1986 a 2022. Hoy son apenas (!!) 3708 y 4447respectivamente, según la Federation of American Scientists. Otro organismo que echa agua bendita sobre estas cuentas es el SIPRI, el Stockholm International Peace Research Institute. OK, las damos por buenas.

Creemos que ese desarme no ha sido obra del TNP sino de la desaparición de la URSS en 1991, y de los casi treinta años subsiguientes de dominio mundial monopolar de los EEUU. Hoy que Rusia y China desafían en el comercio y en la diplomacia ese «súbitamente viejo nuevo orden», las armas nucleares de los miembros del Consejo de Seguridad empiezan nuevamente a multiplicarse.

Por otra parte, el número de armas atómicas existente a fecha de hoy alcanza y sobra para borrar a la Humanidad de la faz del planeta por causas climáticas posteriores a una guerra nuclear incluso limitada a (por ejemplo) la India contra Pakistán. Es el escenario de oscuridad, frío e interrupción de la fotosíntesis por la inyección duradera de hollines en la estratósfera, el llamado «invierno nuclear». Hoy hay menos armas que en los locos ’80, pero serían mucho más precisas y eficaces en el arte de transformar ciudades enteras en humo, y al planeta en una bola de hielo.

Por otra parte, el TNP no parece haber limitado mucho el número de países con esa capacidad: durante y después de la firma casi universal de ese documento, Israel, Sudáfrica, la India, Pakistán y Corea del Norte se añadieron informalmente   la lista de propietarios de armas nucleares. Sudáfrica sigue siendo el único caso de un estado que las tuvo, y las destruyó públicamente ante inspectores del OIEA, cuando el régimen del gobierno racista del appartheid fue sustituido por el gobierno de Nelson Mandela, en 1990. (*)

Vamos a otros números que nos atañen mucho más como país: cuando Argentina no había firmado el TNP, había logrado exportar dos reactores nucleares a Perú y uno a Argelia, y sufrido un boicot comercial de uranio enriquecido que nos decretó EEUU, y que pudimos sortear gracias a la URSS… y desde 1983, gracias a nuestra planta de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu. Es testimonial por sus capacidades, y hace años que está en estado vegetativo. Pero nos permite comprar uranio enriquecido con tal de que no la revivamos, modernicemos o ampliemos.

Después de la firma del TNP, sin embargo, Argentina logró venderle reactores nucleares a Egipto, Australia, Holanda y Arabia Saudita. ¿Recibió presiones? Sí, muchísimas, bajo la mesa y francamente sucias, pero nadie se atrevió a declararle abiertamente boicot, y nuestro país logró concretar todas esas operaciones internacionalmente bastante ruidosas. Y y ya que estaba sacó del mercado de pequeños reactores a competidores muy poderosos como Canadá, Alemania y Francia. Quién lo iba a decir…

De modo que no es de extrañar que Grossi y Ainchil estén adonde están: como país nuclear, proyectamos una imagen que excede totalmente nuestra importancia económica y política en el orden mundial. Que sin duda es sumamente criticable pero es lo que hay, y del que hemos logrado ser algo más interesante que meras víctimas.

Por el momento, se nos considera el mejor oferente de reactores nucleares de fabricación de radioisótopos y de formación de personal. Por algo nos invitan al G20 o el G7. No es como ganarse la lotería o el premio Nobel, pero uno no llega a esos sitios por vender mucha soja o muchos minerales. Alguna vez construimos nuestras propias centrales nucleoeléctricas, y si podemos eso, podremos exportarlas. Y eso se sabe, aunque aquí no demasiado. Somos un caso bastante raro.

No podemos probarlo, pero suponemos que nada de esto habría sido posible sin diplomáticos expertos en asuntos atómicos. Son un recurso humano rarísimo en Latinoamérica, salvo en la muy profesional Itamaraty. Vaya esto como homenaje al embajador Adolfo Saracho, que nos dejó para siempre en 2017, sin dejar de tejer y destejer en favor de su país hasta el último minuto, aunque ya estaba muy jubilado y muy enfermo.

Desde 1984 la trinchera cambió mucho, pero muchos de los discípulos de Saracho siguen en ella. Ainchil es de esos.

(Daniel E. Arias

*: Una corrección técnica a esta nota: Un país autorizó la destrucción de un importante «stock» de armas nucleares que poseía como parte de la entonces Unión Soviética, después de su disolución: Ucrania. Sospechamos que hoy está arrepentido.