Daniel Bes. Homenajes a un argentino de la generación nuclear

Daniel Bes cuando recibió el Kónex de Platino, cuando era un jovencito con pipa, en 1983

Este es un homenaje personal a un argento respetado en medio planeta. Es el físico nuclear especializado en “sociología de los nucleones” –según su propia definición- Daniel Bes. Quien en junio cumplió ’90 y sigue trabajando. En un país desconcertado, que hoy no sabe muy bien qué hacer con los físicos nucleares que formó a costa de un esfuerzo colectivo enorme.

La historia personal de Bes resume un poco la historia científica mundial de la segunda mitad del siglo XX, y no poco de la historia argentina.

Ser físico nuclear en países como el nuestro –no son tantos- viene con más desarraigos de los que suele soportar el bocho humano. Por no abundar, los incluyo tácitamente en la trayectoria de vida de Bes, que viene siendo larga, atípica y altamente móvil. Los físicos nucleares «top» viajan casi tanto como los tenistas de alto ranking, y también por fuerza, pero raramente en primera clase.

Bes se doctoró en Física en la UBA en 1960. Fue investigador y docente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA, y también en la UTN, en la Favaloro, en el CONICET, obviamente en la CNEA y no tan obviamente en el Niels Bohr Institute de Copenhague.

Trabajó también en la Carnegie Mellon y la Estatal de Minnesota, en EEUU. Y como algunos otros personajes fundacionales de la CNEA, pasó años en 2 de los grandes laboratorios estadounidenses de física nuclear: el Oak Ridge y el de Los Álamos.

Bes estuvo también en el Centro Internazionale de Fisica Teorica de Trieste, Italia, y es miembro titular de tres academias: la Nacional de Ciencias Exactas, la de Ciencias de América Latina y la 3rd. World Academy of Science. En marzo de 2021 fue nombrado Investigador de la Nación por el presidente Alberto Fernández.

En estas idas y vueltas, Bes publicó más de 140 trabajos en revistas internacionales, fundó y codirigió otras como Ciencia Hoy, doctoró a cantidad de tesistas, sus libros se tradujeron hasta en japonés y sustituyó a los dos premios Nobel Aage Bohr y Ben Mottelson en la dirección del Nordic Institute for Atomic Physics (NORDITA) mientras ellos iban a por el Nobel.

En sus pagos, cosechó premios como el Kónex de Platino y el Bunge y Born. Como a nuestro Jorge Luis Borges en literatura, a Daniel Bes el Nobel le ha sido esquivo, y suponemos que con alguna injusticia: sus dotes un poco descomunales como organizador y docente lo han hecho de la clase de científicos que se corren la cancha entera y la pasan al goleador en el área: es más un Mascherano que un Messi.

En el NORDITA de Copenhague trabajó entre 1956 y 1959, antes de doctorarse en la UBA, y siguió haciéndolo a distancia hasta 1962, cuando entró al célebre Departamento de Física de la UBA de Juanjo Giambiagi.

Pero los vikingos no lo querían largar: a mediados de 1964 volvió a Copenhague para reemplazar –como ya se dijo- a Bohr (hijo) y Mottelson en el métier de doctorar a físicos escandinavo,s mientras esos dos peleaban por el Nobel con su modelo atómico. El área chica del Nobel debía estar complicada, porque los premiaron recién en 1975.  En cuanto a Bes… ¿Mascherano, dijo alguien?

Sin embargo Bes es demasiado argentino y siempre vuelve al pago, aunque le cueste algún palo. Hablando exactamente de palos, en julio de 1966 Onganía decidió romperle la cabeza a la cúpula científica argentina, en ‘la noche de los bastones largos’, y Bes fue de los centenares que renunciaron a su cargo en protesta, y emigró a EEUU. “Definitivamente”, pensaron todos sus contemporáneos, según lo bien que le fue allí.

Pero Bes es más argentino que el ombú. En 1971, a sólo 5 años de los palazos de Onganía y todavía durante el mismo gobierno militar pero en su retroceso (ya de presidente estaba el general Lanusse), Bes volvió para entrar a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).

En la CNEA tenía aún vigencia una tradición fundacional según la cual a nadie le importa tanto de qué tribu política vengas, sino con qué currículum, y si sos mejor en investigar, desarrollar, enseñar o dirigir, o algo de todo eso junto. Lo otro también cuenta, pero menos.

Eso en el mundo académico criollo era una rareza, y una que le dio a estabilidad y solidez a todo el Programa Nuclear a través de gobiernos muy distintos. Para ponerlo en números: entre 1950 y 1983 el país tuvo 19 presidentes, algunos muy incompatibles con el antecesor y/o el sucesor. En el mismo interín, la CNEA tuvo 3 presidentes, uno peroncho, otro liberal, otro procesista, y todos alineados, sin mayores bandazos de línea, manteniendo casi el mismo programa científico, tecnologico e industrial.

Y en esos primeros 33 años al Programa no lo jodía nadie, porque manejaba asuntos estratégicos y lo hacía de un modo absolutamente experto y con resultados asombrosos en lo tecnológico, industrial y diplomático. Ni siquiera a Onganía se le habría ocurrido romper cabezas en la CNEA. Y la institución transitaba por el caos político argentino como una absorta vaca sagrada avanza por el estrépito de un mercado de esos que pinta Kipling. Porque es sagrada.

Entrados los años ’60, eso le permitió a la CNEA salir de su etapa académica e ingresar a la industrial, como cuenta el Dr. Mario Mariscotti, ex gerente de Investigación y Desarrollo de la casa, físico e historiador.

La etapa industrial se materializó como adquisición exitosa de las primeras centrales nucleoeléctricas, la de la Planta Industrial de Agua Pesada, la exportación, primero desde la CNEA y luego desde INVAP, de pequeños reactores de ingeniería propia, el logro de plena autonomía en combustibles de reactores y centrales. En esos tiempos el Instituto Balseiro de Bariloche se volviera la unidad académica de referencia en física nuclear para el país y la región, por encima incluso de las universidades nacionales de Buenos Aires, Córdoba y La Plata.

Durante los ’70 y hasta promediando los ’80, detrás del de la India, el argentino fue el Programa Nuclear más dinámico del Tercer Mundo: se entiende que Bes quisiera volver. En la CNEA de 1971 se habían reagrupado muchos de sus ex colaboradores. Su vida pasó a supervisar ensayos en los reactores del Centro Atómico Constituyentes o correr para no perderse el avión y dar clases en Bariloche.

Allí las dos únicas carreras entonces eran Física Nuclear e Ingeniería Nuclear. Sumándolas, no juntaban medio centenar de estudiantes. Pero ese puñado era lo mejor de las universidades nacionales, y siempre había algunos primos chilenos, peruanos y brasucas, en cuyos países esas carreras de grado y sus posgrados no existían aún.

Esa gente formada aquí en su juventud volvió a sus países para detentar cargos en el área científica. Y ello en parte explica los dos reactores vendidos a fines de los ’70 a Perú, o la ingeniería básica del RBM (Reactor Brasileño Multipropósito) que compró hace poco Brasil. El resto es trabajo de INVAP, el mayor éxito de la CNEA en transformar su conocimiento de lo nuclear en desarrollos, fierros, exportaciones y prestigio.

Los físicos nucleares en formación aquí corren con ventajas respecto de la región: tienen 4 pequeños reactores construidos por la CNEA en los Centros Atómicos Constituyentes, Ezeiza, Bariloche y en las Universidad Nacionales de Córdoba y de Rosario. A esto a fines de los ’70 se añadió el TANDAR, el acelerador lineal de iones pesados, un equipo de experimentación único en el Hemisferio Sur, y que nuevo hoy valdría alrededor de US 280 millones.

Esa máquina, alta como un edificio de 10 pisos, la puso el mentado Mariscotti cuando dirigía I&D en la CNEA, y lo hizo para formar a más físicos argentinos, y atraer a los de la región.

Lo de Mariscotti fue un modo de mitigar la dependencia externa en formación de recursos humanos en Física Nuclear, y también de evitar su drenaje: cada vez que un físico nuclear argentino hace un posdoctorado afuera, las chances de que reciba ofertas de trabajo a las que no se puede negar son muy altas. Bes, el que siempre volvía pese a todo, podría hablar días enteros de ello.

Ya peinando canas, cuando la Universidad Favaloro fundó su carrera de Ingeniería en 1998, el decano fue Bes, físico de nucleones, es decir mecánico cuántico, si se quiere, pero tan ingeniero como yo bailarín. Y es que venir de esa Shangri-La académica del Instituto Balseiro te pone alfombra roja para cargos muy altos en la docencia de las ciencias duras y sus aplicaciones. Se da por sentado que vas a saber organizar una carrera nueva.

En el caso de Bes, la leyenda (verdadera) de que fue discípulo de Niels Bohr, y de que vivió en su casa para organizar el NORDITA ayuda no poco a que sea tan conocido en su mundo, y en el mundo. Y es que esa enorme casona burguesa tiene su leyenda, también verdadera.

Es la casa donde Niels Bohr (padre), judío y en plena ocupación alemana de Dinamarca, convenció a su ex alumno Werner Heisenberg, en 1943, de que los obstáculos tecnológicos para manipular la recientemente descubierta fisión del uranio 235 eran imposibles de remontar. Si Bohr creía o no en eso, es difícil saberlo, y si Heisenberg le creyó o no a Bohr, también.

Lo cierto es que Heisenberg fue, con Albert Einstein y el propio Bohr, uno de los 3 físicos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Y también es cierto que durante la guerra formaba parte de la Uranverein, la sociedad de físicos alemanes que trataba, sin éxito, de descular cómo hacerle una linda bomba atómica al Führer. Cuando le tocó timbre a Bohr, en 1943, difícilmente haya sido sólo para hacer sociales con su viejo maestro y mentor.

El de arriba  es Niels Bohr en 1965, ya de 80, frente a su enorme caserón del cual en 1943 se tuvo que rajar, no sólo por judío sino por haberse negado a darle ideas a Heisenberg sobre cómo fisionar átomos de uranio 235 en cadena. Bohr se obstinó en repetir que tecnológicamente era casi imposible, y que tomaría décadas. Tal vez hasta lo creía y todo.

Luego de ese probable y fracasado intento de Heisenberg de reclutar a su ex profesor, Bohr fue alertado por la Resistencia danesa que los de la Gestapo iban a por él y su familia. Con ayuda del espionaje británico, se rajó clandestino a Suecia en un bote, y de ahí, escondido en el compartimiento de bombas de un pequeño y velocísimo bombardero Mosquito, a Escocia, de allí a Inglaterra, y de allí a EEUU.

Bohr salió con lo puesto, y con el tiempo justo. Y tuvo la suerte de que no los interceptara la Luftwaffe: las instrucciones de los pilotos ingleses eran, en tal caso, abrir las compuertas y dejarlo caer, como una bomba humana. Los Mosquito lograban volar a casi 9000 metros. Bohr pudo también haberse congelado, o morir de hipoxia, pero no podía terminar vivo en manos de los alemanes. En todo caso, de ese detalle tan bomba de su viaje, Bohr se enteró mucho más tarde.

Cuando llegó por fin a EEUU y pudo ver el Proyecto Manhattan (al que no se unió), Bohr entendió por qué él se había vuelto demasiado importante. Allí estaban decenas de sus colegas y pares europeos, mayormente judíos, tratando de que los Aliados llegaran a la bomba antes que Alemania. Y comprobó que reuniendo centenares de físicos nucleares «top» de toda América y Europa y entregándoles toda la tecnología que pidieran y las que desarrollaron ellos mismos, el intratable átomo de uranio 235 se estaba por volver algo capaz de dividirse a voluntad, en forma controlada o explosiva, y así dividir la historia humana en antes y después.

Perdón por la salida del  tema, que es Bes. Era inevitable para ilustrar un punto crucial: un físico nuclear de primera línea tiene un valor agregado inmenso. Es una carambola de billar a demasiadas bandas, y por eso son pocos los países que producen gente así. Además de un talento individual y una voluntad férrea, para formar un gran físico nuclear se necesita un ecosistema educativo e industrial poderoso, sofisticado, motivado y equipado. Así se obtiene un maestro de maestros.

En la calle, nadie entiende cómo piensa un jugador de estos, ni de qué va «la sociología de los nucleones». Pero uno que la domina y en el entorno adecuado, a veces termina inventando cosas que cambian el mundo, mucho o poco, o forman discípulos que también pueden cambiar el mundo, o al menos su país, cosa que -como argentinos egoístas- nos importa más. Un jugador así se conserva. No se entrega a nadie.

Pero se lo puede desperdiciar de muchos modos: Dinamarca, después de todo, cosechó tres Nobel con sus físicos nucleares (Bohr padre, Bohr hijo y Mottelson), y aunque llegó a tener operativos tres reactores de investigación, los cerró en uno de tantos ataques de ecologismo que afligen a los europeos del Norte, que -no es el caso de Suecia o Finlandia- se jactan de carecer de toda central nucleoeléctrica.

El invierno de 2022 tal vez les cambie las ideas.

A casi 80 años de aquella escapada de Niels Bohr y a sus 90 de nacido, Bes se obstina en vivir en su propio país tratando de soldar entre sí cuatro eslabones de una cadena que lo desencaje del endeudamiento permanente y de la exportación de naturaleza cruda, en la que se enterró hasta los ejes a fines de los ’80.

Esa cadena todavía existe. Se hizo pegando la ciencia pura, la aplicada, la tecnología y la educación, tarea actual de Bes. Terminar de forjarla es como la octava tarea de Hércules, por ahora incompleta. Y también algo que la CNEA viene tratando de cerrar desde los ’60, uniendo a la cadena un tractor: la industria.

La cosa no viene fácil.

Daniel E. Arias