Miguel San Martín, trabaja en la NASA hace 37 años: «Argentina puede poner un satélite en Marte»

El ingeniero argentino fue el orador principal del encuentro “Migración de Ideas”, organizado por la Fundación Balseiro.

SAN CARLOS DE BARILOCHE.– Los Loew, Jorge y Elisabet, y sus hijos (Gregorio, Monique y Sebastian), llegaron a Buenos Aires desde París el 1°de enero de 1940 escapando del nazismo, pero encontrarían su “lugar en el mundo” en Bariloche.

La belleza de esa naturaleza todavía agreste los embrujaría a tal punto que los llevaría a comprar un terreno de dos hectáreas y media frente al lago Nahuel Huapí, donde construyeron una casa y plantaron un bosque idílico. Casi un siglo más tarde, de regreso en Europa y tras la muerte de los padres y la hermana, los Loew no quisieron que esa propiedad, que llamaron “Las Golondrinas” y en la que junto con los árboles vivía su infancia, se transformara en otro emprendimiento inmobiliario, y decidieron donarla a la Fundación Balseiro para que albergue talleres de pensamiento, escuelas de avanzada y encuentros que promuevan el diálogo entre “la ciencia, la tecnología y el resto de la cultura, la educación y el arte”, destacó Carlos Balseiro, presidente del consejo directivo de la Fundación y profesor titular del Instituto que lleva el nombre de su padre, José Antonio Balseiro, su primer director.

Carlos Balseiro, en la apertura del ciclo «Migración de ideas»

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Así surgió “Migración de Ideas” (www.migraciondeideas.org), un ciclo destinado a informar,  inspirar e integrar diferentes visiones, y cuya primera edición se realizó el último fin de semana. Estuvo destinada a analizar el presente y el futuro de la industria espacial, y el papel al que puede aspirar el país en el escenario internacional.

Tras recorrer en un documental la rica historia local en la materia, que se remonta a los años 40, cuando se realizaron las primeras pruebas de cohetería, que continuó en los 60, cuando el país se convirtió en el cuarto del mundo en enviar seres vivos a alturas suborbitales y recuperarlos con vida (el ratón “Belisario”, el mono “Juan”), y que se consolidó en 1991 con la creación de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), tres destacados protagonistas del rubro intercambiaron reflexiones: Josefina Peres, gerenta de Proyectos Satelitales de la Conae, Gabriel Absi, gerente del área espacial de INVAP,  y David Vilaseca, vicepresidente del área de Investigación y Desarrollo de la compañía Satellogic.

Todos destacaron que tal vez faltan inversores, pero los recursos humanos que se forman aquí son excelentes. “Tenemos una materia prima de lujo, ya que los jóvenes egresan del Instituto Balseiro, de la Universidad Nacional de La Plata o de la UBA con conocimientos que son equivalentes a los de una maestría”, dijo Peres. Y agregó que esto representa un beneficio, pero también presenta un “efecto adverso”, ya que hay una gran demanda de formación que se adquiere en la actividad espacial desde el sector privado e incluso desde otros países que los tientan con altos sueldos: “Hoy la Argentina tiene cuatro satélites en órbita.  Eso es una vidriera importante. Nos vienen a buscar. Hasta se puede trabajar para el extranjero en forma remota”.

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Vilaseca destacó que “No es fácil encontrar profesionales con la entrega y la vocación que tienen los graduados argentinos. Esta es un área de trabajo en crecimiento que en el país se puede escalar y ofrece una enorme oportunidad para el futuro”.

Por su parte, Absi subrayó que, después de haber surgido como una compañía nuclear, Invap tuvo que trabajar mucho para ingresar en el área satelital. “Creo que no éramos conscientes del salto tecnológico que teníamos que dar para desarrollar satélites de comunicaciones. Algunas empresas de la competencia decían que no lo íbamos a lograr, pero lo hicimos. Y no me refiero solamente a Invap, sino también a la Argentina.  Hoy, el Arsat I y el Arsat II están dando servicio y eso nos puso en la prensa del mundo. Llegamos hasta acá porque en el país hay una gran capacidad. Después de haber visitado otras empresas incluso en el Primer Mundo, creo que no tenemos nada que envidiarles, ni en la infraestructura ni en los profesionales”.

Uno de los salones de «Las golondrinas», la residencia donada a la Fundación Balseiro

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El orador principal de la jornada fue Miguel San Martín (el ingeniero argentino que hace 37 años trabaja en la NASA y tuvo a su cargo el sistema de guiado, navegación y control de descenso en el planeta rojo de los vehículos robóticos Pathfinder, Opportunity, Curiosity y Perseverance), que también coincidió: “La capacidad existe –dijo–. Cuando hacés un satélite de la complejidad del Saocom y el Arsat, ya está. Es la misma tecnología que se necesita para poner una nave en órbita en Marte. Habrá que introducir ciertos retoques, porque es una misión distinta, pero si pudieron hacer el primer paso, el segundo es mucho más pequeño. Incluso muchas de las naciones que mandan una misión a Marte lo que hacen es tomar uno de los satélites de órbita terrestre y lo modifican. Así que pienso que la Argentina tiene la capacidad.

Ahora, la gente puede decir que el país tiene otros problemas más importantes en los que debería invertir el dinero y en eso no me meto. Pero incluso los Estados Unidos tienen muchas otras necesidades económicas. Pero si uno no guarda una cantidad de dinero para hacer este tipo de cosas, para el futuro, no solamente no va a resolver los problemas más acuciantes, sino que va a crear otros nuevos. Y creo que si la Argentina pusiera un satélite en órbita en Marte, el mundo lo notaría. Hasta se podría justificar la inversión desde el punto de vista propagandístico. Es una forma de decir: ‘Acá estamos’. Es mi opinión”.

El lago Nahuel Huapí, desde «Las Golondrinas»

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A Marte, ida y vuelta

San Martín, en la actualidad jefe de ingeniería de la Sección “Guía de Control” del Jet Propulsion Laboratory, ostenta un récord notable: ciento por ciento de descensos exitosos en Marte. Todos los vehículos robóticos en los que intervino cumplieron sus misiones de forma impecable y más.

El Mars Pahfinder, que aterrizó el 4 de julio de 1997 dentro del módulo que lo transportaba, permitió analizar la atmósfera, el clima y la geología del planeta. Habían transcurrido veinte años desde que las naves Viking (que fueron la chispa que encendió su pasión por la exploración espacial cuando era todavía adolescente y pasaba las vacaciones en la chacra de su familia, en Villa Regina, Río Negro) habían descendido en el planeta rojo, e iniciaron una serie de exploraciones marcianas con rovers cuyo último exponente, el Perseverance, llegó en 2021 y está recolectando muestras que se espera poder traer de regreso a la Tierra para comienzos de la próxima década.

“Hay varias razones por las cuales queremos investigar Marte, pero al vez la más importante es averiguar si hubo vida –contó durante su presentación–. Hay consenso en la comunidad científica de que la probabilidad de que nuestro planeta sea el único en el que surgió la vida es baja. Y Marte es un lugar perfecto para estudiar esa hipótesis, porque hace cuatro mil millones de años era muy parecido a la Tierra: era un planeta húmedo, con ríos y océanos.

Por supuesto, estamos buscando vida microbiológica, pero si diéramos con una evidencia de que allí existieron microbios, sería uno de los descubrimientos más grandes de la historia, porque sugeriría que probablemente haya vida en todo el universo. Hay otros planetas en el Sistema Solar que nos permitirían explorar esta idea, pero están un poco más lejos”.

El rover Perseverance

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Ya hace varias décadas que se está estudiando el planeta rojo con este fin. Se encontraron huellas de que hubo agua, y de que existieron otros elementos [claves para la vida], como fósforo, nitrógeno y compuestos orgánicos simples. Por eso, el próximo paso es concretar la misión en la que está trabajando San Martín, la Mars Sample Return Mission, prevista para 2028 y cuyo principal objetivo es recoger las muestras que está reuniendo el Perseverance y regresar.

La razón por la cual queremos traer esas muestras a la Tierra es simple –explicó San Martín–: para poder decir que hubo vida en Marte, la evidencia tiene que ser realmente muy sólida. Y eso no se puede hacer llevando instrumentos allá;  es mucho más productivo traer un poquito de Marte a la Tierra, donde tenemos todos los instrumentos habidos y por haber en universidades y centros científicos. Es un proyecto tan grande que los Estados Unidos lo está desarrollando en colaboración con la Agencia Espacial Europea”.

Todos los elementos que intervienen en la Sample Return Mission

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El Perseverance (similar al Curiosity) tiene el tamaño de un auto pequeño y pesa una tonelada, pero tiene la capacidad de tomar muestras del suelo y encapsularlas. “La idea es que tome dos de cada una: una parte queda en el vehículo robótico y las otras, cuando llegan a un cierto número, las deposita en la superficie”, detalló San Martín. Es decir, que va a preparar una especie de backup para el caso de que ocurra algo con el rover o haya que aventurarse a un terreno más riesgoso. “Es la filosofía de ‘más vale pájaro en mano’, porque el vehículo se puede romper en cualquier momento –dijo San Martín–. Además, para preparar la tecnología necesaria para enviar seres humanos, el Perseverance lleva un experimento para hacer oxígeno a partir de dióxido de carbono”.

Miguel San Martín

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En la Mars Sample Return Mission, San Martín tiene a su cargo nuevamente el sistema de descenso, que se pone a prueba durante los llamados “siete minutos de terror”, ya que los lugares más interesantes desde el punto de vista científico son en general los más peligrosos. En el caso del Delta elegido esta vez, sus características lo hacen muy promisorio, pero también presentan varios desafíos. “Llevamos una cámara y una computadora para procesar imágenes –explicó el ingeniero y miembro de la Academia Norteamericana de Ingeniería–. Tenemos dos mapas. El algoritmo de a bordo, automático, saca una foto y la compara con uno de ellos para determinar dónde se encuentra el vehículo con una precisión de diez a 20 metros. El otro le permite buscar cuál es el lugar seguro más cercano”.

Otra novedad de este programa fue el uso de cámaras de ingeniería (no para usos científicos). “Por primera vez, pudimos ver cómo se abre un paracaídas en Marte –contó San Martín–. Habíamos hecho experimentos de apertura en la Tierra, pero nunca allá. ¡Fue un placer! El sistema funcionó ‘al pelo’ y  eligió el lugar correcto… aunque está rodeado de sitios que hubieran significado un 100% de fracaso”.

Miguel San Martín, durante su exposición

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Episodio dos: la Odisea

El “episodio dos” (el regreso), es igualmente desafiante y nunca antes hecho en la historia de la humanidad; baste con mencionar que exige hacer despegar un cohete desde otro planeta. El Plan A, es que el Perseverance lleve las muestras recolectadas hasta el lanzador, éste las transporte hasta la órbita marciana y allí se encuentre con la nave que emprenderá el viaje de casi un año que las traerá a la Tierra.

“En el caso de que Perseverance ‘se muera’, vamos a utilizar dos helicópteros similares al Ingenuity, que nos sirvió para probar la tecnología –detalló San Martín–. Una vez puestas en el Mars Ascent Vehicle, éste las pone en órbita marciana, va al rendez vous con el orbitador, y se las entrega para que las traiga. Como se puede ver, es extremadamente complicado. No solo hay que tomar la canasta con las muestras, sino también colocarlas en otro contenedor y esterilizarlo, porque el temor es traer un organismo extraterrestre. La probabilidad de eso ocurra es ínfima, pero las consecuencias serían tan enormes que se puso una gran cantidad de trabajo en asegurarse de que no ocurra. Al mismo tiempo, también hay que tener cuidado de que no se contaminen las muestras marcianas con vida que llevemos nosotros desde acá”.

El módulo de descenso ingresa a la atmósfera terrestre, pero no lleva un paracaídas (“se estrella, pero no se rompe… esperemos”, bromeó el científico). A continuación, se toman las muestras y se llevan a un lugar seguro para procesarlas y distribuirlas a diferentes equipos científicos del mundo para que las analicen.

«Three forks», en Marte, y la barda de Villa Regina

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“En esta misión hay varias cosas que se harán por primera vez –subrayó San Martín–: tendremos el primer lanzamiento desde otro planeta, para lo cual tendremos que llevar un cohete; será la primera vez que se realizará un encuentro en Marte entre dos objetos o naves espaciales; y será también el primer viaje ida y vuelta a Marte”.

Por cierto, el Perseverance hará este mes el primer depósito de muestras. En 2027 se lanzará el orbitador europeo, y el Sample Return Lander, que es el que tiene el cohete y los dos helicópteros, despega en 2028 y aterriza en 2031. “La idea es llegar cuando haya pasado la época de las tormentas de polvo en el planeta rojo, que harían muy peligroso no solamente aterrizar, sino también la operación de recolección de muestras –afirmó San Martín–. Así que el viaje será mucho más largo: dos años en lugar de ocho meses. El Earth Return Orbiter toma las muestras y vuelve para 2033”.

Un detalle singular de esta historia de película es que la NASA ya eligió el lugar donde el Perseverance depositará los primeros cilindros con suelo marciano. Se llama Three Forks y es una pequeña elevación que, al verla a la distancia, a Miguel San Martín lo retrotrae a su infancia. “Sentí que me estaba haciendo acordar a algo –confesó al proyectar las dos imágenes en la pantalla de la presentación–. Después me di cuenta de que era igual a la barda [la ladera] de Villa Regina que estaba  frente a la chacra familiar. ¡Son iguales!”.

Nora Bär

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