AgendAR abre esta nota de TELAM con un mensaje discordante: no queremos UN satélite como el SABIA-Mar. Queremos al menos CUATRO.
Al Mar Argentino, nada infinito en recursos pesqueros o en su capacidad de tolerar aguas servidas urbanas, hay que vigilarlo desde el espacio y hacerlo con «alta tasa de revisita» (en «espacialés», con un monitoreo lo más constante que se pueda). ¿Por qué? Porque viene protagonizando crisis locales a repetición.
En 2001, las flotas pesqueras de altura estuvieron arrumbadas dos o tres años en distintos puertos por prohibición estricta: durante los ’90 y como resultado de los tratados pesqueros con la Unión Europea, esas flotas dominadas por España habían destruido -muy ayudadas por la pesca pirata ilegal- los stocks de las especies más valiosas: la merluza hubbsi, el calamar Illex argentinus, el langostino.
En 2002 el vaciamiento del mar dejó entre 30 y 40.000 trabajadores argentinos en la calle, entre personal embarcado y fileteadores en las plantas de procesamiento costero. Los medios no se dieron por aludidos: en la crisis general de 2001 los despidos y cierres industriales eliminaron millones de otros puestos de trabajo en otras industrias nada marítimas.
Creemos que una constelación de satélites ópticos del tipo SABIA-Mar puede ayudar bastante: detectan lo mismo que convoca a las flotas pesqueras legal e ilegal, el color verde de la clorofila A del agua que indica floraciones de fitoplancton, la base de las cadenas tróficas marinas. Donde hay fitoplancton, hay peces, y donde hay peces hay pescadores, y allí es donde hay que concentrar los escasos recursos de vigilancia de la Prefectura y de la Armada.
Por su parte, las ciudades ribereñas, con su hábito de descargar aguas residuales con poco o ningún tratamiento, fueron creando de modo cada vez más habitual episodios de «mareas rojas». Éstas son floraciones masivas de algas unicelulares, básicamente diatomeas y dinoflagelados neurotóxicos. Eso sucede básicamente durante los meses calientes del año, si el agua está hiperfertilizada de nitratos y fosfatos orgánicos, en general cloacales.
En las playas bonaerenses se trata de no hablar del tema. Pero de tanto en tanto las aguas se ponen repentinamente marrones o rojizas, las olas empiezan a desembarcar peces muertos, y el mar se llena de aguavivas diminutas de picadura dolorosa, «las tapiocas», Liriope tetraphylla para los científicos, o las mucho más intimidantes y visibles «aguavivas de la cruz», Olindias sambaquiensis.
No son especies invasoras: hay más de 100 tipos de medusa residentes en nuestras costas, pero rara vez fueron un problema hasta que los cambios en la calidad del agua provocados por los municipios empezaron a provocar picos de crecimiento poblacional de ambas especies. Son fenómenos transitorios, y las causas pueden estar en ciudades bastante lejanas, si la corriente costera viene desde ellas. Pero le han traído mala fama a los balnearios del Sur de la provincia de Buenos Aires, paradójicamente, los menos contaminantes por su menor población, tanto estable como veraniega.
Sin embargo, de acuerdo a vientos, temperaturas y cantidad de turistas en las ciudades circundantes, las mareas rojas suceden erráticamente en las playas más tilingas y cercanas al AMBA, como Cariló o Mar de las Pampas. Están cercadas a Sur y Norte por ciudades grandes y de gran impacto hídrico.
El fenómeno es bastante peor en las costas patagónicas. Las mareas rojas hace 10 años mataron a 116 ballenas francas en el Golfo Nuevo, y este año, al menos 30. Las ballenas se alimentan de zooplancton contaminado por la ingestión de fitoplancton neurotóxico, quedan paralizadas y se ahogan. No se habla mucho de ello: además del símbolo de la región, las ballenas francas son su gran recurso turístico.
Pero además las mareas rojas pueden matar gente que se alimente de mejillones, ostras y otros bivalbos expuestos a las diatomeas y dinoflagelados neurotóxicos. Eso significa que mientras dura el fenómeno y varias semanas después, esta rama de la industria pesquera también deja gente en la calle.
Paradójicamente, esto sucede a orillas de la ciudad con mayores y mejores instalaciones de tratamiento y reaprovechamiento de aguas cloacales, Madryn, que se jacta de tener impacto cero sobre el Golfo Nuevo. Eso evidentemente no sucede. Como la población urbana está casi íntegramente conectada a la red cloacal y ésta al sistema de tratamiento, los dedos señalan a las plantas de fileteo pesqueras y a su costumbre de «baipasear» sus plantas propias de tratamiento (gastan electricidad) y de volcar al mar en forma clandestina las tripas, cabezas, colas y aguas residuales de su operación industrial.
Esto es algo que sucede constantemente en Mar del Plata, donde según sople el viento el aire apesta a pescado podrido en toda la ciudad. Ni hablar de Puerto Deseado, Santa Cruz, donde las potentes corrientes de marea, de hasta 7 nudos, no logran evitar que pase lo mismo.
En 1991 la cloaca de la planta de Pescasur, que desaguaba en el fondeadero de la Prefectura Naval Argentina, acidificó el agua de esa pequeño muelle de un modo tan bestia que en pocos meses se comió a la altura de la línea de flotación el casco de acero naval de un guardacostas. Hubo que desguazarlo, por irreparable.
Pero en Madryn las cosas son peores: el intercambio de aguas entre el Golfo Nuevo y el Atlántico es bajísimo (algo así como el 10% de su volumen por año): no hay corrientes de marea ni estacionales que logren diluir el problema. El Golfo Nuevo es un concentrador de contaminantes orgánicos. Si como trabajo práctico se quisiera diseñar una geografía costera especialmente vulnerable a mareas rojas, la combinación del Golfo Nuevo con Madryn y sus pesqueras ganaría concursos.
En 2017 la población rionegrina se movilizó en masa para rechazar la instalación de una central nuclear Hualong-1 en Sierra Grande, y la consigna de muchos manifestantes era salvar a las ballenas (¿de qué?). Paradójicamente, las ballenas francas australes, Eubalaena australis, monumento natural viviente según la ley Ley N°23.094 de 1972, no se mueren por efluentes radioactivos. Se mueren por las prácticas ilegales de una de las industrias extractivas que, por su creciente extranjerización (ayer española, hoy china), se ha vuelto de las más descontroladas del país a fuerza de un fenómeno óptico-nutricional: la generación de vista gorda.
Lo cual atenta contra el desarrollo de otra de las industrias que más necesitamos: el turismo receptivo. Los turistas prefieren las ballenas vivas.
Lo dicho, en AgendAR no queremos UN satélite como el SABIA-Mar para poner orden en el Mar Argentino. Queremos al menos CUATRO, para mejorar una tasa de revisita que bajará inevitablemente sobre la esperable, debido a la nubosidad costera y el hecho de que un satélite óptico no produce imágenes en sus pasadas nocturnas.
Y añadimos dos SAOCOM más para añadir a la flota existente (el 1A y el 1B). Con sus radares en banda L, llueva, truene o brille el sol, los SAOCOM serán excelentes para detectar manchas de petróleo en el mar, y determinar su origen. Esto puede ser importante cuando entren en explotación -si lo hacen- los yacimientos marinos profundos de la Cuenca Argentina Norte, frente a Buenos Aires y Río Negro.
Perdón si la introducción a la noticia fue larga, pero los problemas también vienen desde largo. Satélites marinos dedicados a medir fotosíntesis marina hay pocos, y sólo sus dueños deciden adónde apuntarán sus cámaras. La vigilancia desde el espacio con aparatos propios puede ser el principio de muchos cambios. Como dijo Conrado Varotto cuando fundó la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales), la Argentina es un país espacial.
Y no tiene más remedio que serlo, si quiere seguir siendo un país.
Daniel E. Arias
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«Profesionales del sistema científico-tecnológico compartieron tres días en el Centro Espacial de la CONAE para conocer más sobre el nuevo proyecto espacial nacional, cuyas aplicaciones servirán para avanzar en los estudios que realizan en diversas zonas del país, como Puerto Madryn, Mar del Plata, Bariloche y la ciudad de Buenos Aires.
Del 23 al 25 de noviembre, se llevó a cabo la reunión con la comunidad de usuarios regionales de la Misión SABIA-Mar de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), en el Centro Espacial Teófilo Tabanera (CETT), en Falda del Cañete, Córdoba. El evento convocó a profesionales que se desempeñan en instituciones del sistema científico-tecnológico de la Argentina y de la región, cuyas actividades se verán fortalecidas por el uso de la información que proveerá el nuevo proyecto satelital de la agencia espacial argentina.
El Satélite de Aplicaciones Basadas en la Información Ambiental del Mar (SABIA-Mar) tiene como objetivo el estudio de los mares a nivel global, especialmente en las regiones costeras de la Argentina y Sudamérica, hasta los 650 km mar adentro, además de incluir a las aguas interiores. Brindará información valiosa para los ámbitos científico, productivo y de toma de decisiones.
El encuentro contó la participación de Raúl Kulichesvky, director Ejecutivo y Técnico de la CONAE, y de Laura Frulla, gerenta de Observación de la Tierra. Martín Álvarez, Jefe de Proyecto de la Misión SABIA-Mar, y Carolina Tauro, investigadora principal de la Misión SABIA-Mar, a cargo del Equipo de Ciencia, destacaron que el nuevo satélite argentino se focalizará en nuestra región y que permitirá monitorear las costas argentinas y sudamericanas con una muy buena resolución espacial, de 200 metros, generando información única, que hoy no existe, sobre el Mar Argentino. El equipo de Ciencia de la Misión expuso los avances y detalles del desarrollo de algoritmos, aplicaciones y productos de valor agregado.
Además, el evento contó con amplia participación de profesionales de diversas áreas e instituciones del sistema científico-tecnológico nacional, como el CONICET, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto Nacional del Agua (INA), la Prefectura Naval Argentina (PNA), el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE), el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Instituto Antártico Argentino (IAA), el Instituto Argentino de Oceanografía (IADO), el Centro Nacional Patagónico (CENPAT), la Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas (AIC) y el Instituto Geográfico Nacional (IGN). También estuvieron presentes las universidades nacionales de Córdoba (UNC), Luján (UNLU), La Plata (UNLP), San Martín (UNSAM), del Sur (UNS) y General Sarmiento (UNGS), y empresas como INVAP y Satem, junto a representantes de Brasil, Uruguay, Panamá, Colombia, Estados Unidos e Italia. Durante las tardes se desarrollaron sesiones de discusión e intercambio de ideas entre los participantes presenciales y virtuales, sobre temas de relevancia para los productos y la comunidad usuaria.
Producción, conservación y ambiente
Las principales aplicaciones de la Misión SABIA-Mar están orientadas a monitorear la productividad mediante el estudio del color del mar, que se relaciona con la composición del agua bajo parámetros que incluyen, por ejemplo, la concentración de la clorofila-A, el pigmento más abundante que poseen las algas en el océano. Esta variable se vincula con el contenido del fitoplancton, el primer eslabón de la cadena alimentaria del mar, por lo que es un indicador directo de la presencia y distribución de los peces.
Mariano Sironi, director científico del Instituto de Conservación de Ballenas, participó de la reunión de la comunidad SABIA-Mar, para conocer más sobre las aplicaciones del satélite que podrían ser útiles para su programa de investigación sobre la ballena franca austral en la Península de Valdés, Chubut.
Sironi explicó que una de sus líneas de trabajo es generar conocimientos sobre la dinámica poblacional a través de la foto identificación de los individuos. En este sentido, consideró que la información satelital podría ser valiosa ante eventos de mortandad de ballenas, como el que sucedió este año en la zona, cuando murieron 30 cetáceos (26 adultos y cuatro juveniles) intoxicados por una floración algal nociva. Hace 10 años allí se registró un evento similar, que provocó la muerte 116 ballenas, de las cuales 113 eran crías, también por la ingestión de microtoxinas.
Los satélites podrían servir para monitorear el mar y predecir o detectar las floraciones letales. “Si bien no podemos advertir a las ballenas que dejen de comer, la información provista por SABIA-Mar podría sernos útil en la organización del trabajo, para estar mejor preparados ante el alerta de que se va a producir un evento similar al de este año. También para evitar intoxicaciones humanas, alertando sobre el peligro de ingerir mejillones”, explicó Sironi.
“Para determinar las causas de muerte de las ballenas hemos utilizado mapas de clorofila-A, hasta ahora con imágenes de Aqua-MODIS. Esta herramienta nos sirve para observar cómo cambian las condiciones del mar en diferentes temporadas y relacionar las concentraciones de clorofila-A con eventos de mortandad”, dijo el investigador, y señaló que con el nuevo satélite de la CONAE los beneficios serían mayores: “Lo más valioso es el hecho de tener contacto directo con los responsables científicos de la misión. Esto nos permite acceder a la información que necesitamos en tiempo real, proveniente de los profesional que más nos pueden ayudar a interpretar los datos”, afirmó.
También provenientes de la provincia de Chubut, participaron de la reunión Gabriela Williams, investigadora adjunta en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR), y Nora Glembocki, personal técnico de teledetección marina del CENPAT, quienes colaboran en un estudio para el monitoreo de la calidad del agua en el Golfo Nuevo, en particular en la Bahía Nueva, cercana a la ciudad de Puerto Madryn.
Además de tomar muestras del agua y analizar variables ambientales, sus estudios se nutren de 20 años de información satelital, obtenida a partir de las misiones de ocean color MODIS-Terra de la NASA, y Sentinel-3, de la Agencia Espacial Europea (ESA). “Evaluamos si hubo un deterioro de la calidad del agua de la bahía, considerando el gran crecimiento que tuvo la ciudad de Puerto Madryn en las últimas décadas”, explicó Williams.
En relación a las mejorar tecnológicas de la misión SABIA-Mar, consideraron que la resolución espacial del satélite va significar un aporte para su investigación. “Nos va a permitir trabajar un poco más fino con datos satelitales costeros”, dijo Glembocki, y agregó que la frecuencia en la obtención de datos también significa una mejora significativa. Otro aspecto que valoraron es la posibilidad de continuar, a partir de información de un satélite nuevo, con la serie temporal de datos que sirven de base a sus estudios. “Valoramos poder venir al centro espacial de la CONAE y poder hablar directamente con los jefes del proyecto y sus técnicos. Incluso esperamos que en algún momento ellos también puedan venir a Puerto Madryn para hacer mediciones en conjunto”, dijo.
Más aportes a la ciencia
El satélite SABIA-Mar demorará 99 minutos en dar una vuelta completa a la Tierra y repetirá el paso por la misma traza cada 9 días. Dese la Estación Terrena de Tolhuin, Tierra del Fuego, se podrá establecer contacto seis veces por día, en promedio, y desde la Estación Terrena Córdoba, se podrá contactar tres veces por día.
Desde el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE), Ana Dogliotti, investigadora independiente de CONICET, trabaja en la validación de imágenes satelitales y colaboró en el desarrollo de algoritmos que se aplicarían en la misión SABIA-Mar, en particular el relacionado con la turbidez. Tras participar de la reunión organizada en el CETT, consideró que la nueva misión argentina va a generar beneficios para la Argentina y Sudamérica. En este sentido, destacó las “mejoras en la resolución espacial sobre la zona costera argentina y la revisita. No hay otro satélite para la región que cuente con esa combinación de revisita y resolución espacial”.
Además de enfocarse en el desarrollo de algoritmos, Dogliotti también utiliza las imágenes para sus investigaciones. “Por ejemplo, luego de desarrollar el algoritmo en turbidez, apliqué esa información para analizar variaciones anuales e interanuales en la turbidez del Río de la Plata -con una serie de 15 años de datos MODIS- y su relación con el fenómeno del Niño”, indicó.
Además consideró que, al tratarse de una misión espacial argentina, puede tener un contacto directo con los profesionales de la CONAE, interactuar y generar un feedback que facilita su trabajo. “Esta reunión que estamos realizando también es muy útil para conocer los estudios de otros profesionales que se enfocan en temas similares, e incluso planificar posibles colaboraciones a futuro”, dijo.
Por su parte, Vivian Lutz, investigadora del CONICET con lugar de trabajo en el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero en Mar del Plata (INIDEP), investiga el ambiente marino y los componentes del plancton, con estudios in-situ e información satelital.
“Utilizamos imágenes satelitales para optimizar el diseño de las campañas de investigación. Durante la campaña también las empleamos para elegir lugares de muestreo donde encontramos un fenómeno en particular, como manchas de color del océano, que se relacionan con la concentración de clorofila-A”, ejemplificó. “También usamos las imágenes luego de la campaña para observar qué pasa alrededor de la zona donde tomamos las muestras”, añadió.
“Hasta ahora venimos utilizando imágenes provistas principalmente por la NASA o la Agencia Espacial Europea. Es muy bueno poder aportar otra plataforma desde la Argentina, que va a ser de utilidad principalmente para nosotros, investigadores locales, porque va a tener una resolución espacial muy fina, entonces nos va a dar una imagen más nítida, aunque también va a colaborar con el contexto global”.
Aguas interiores
Ayelén Sánchez Valdivia, becaria doctoral de CONICET en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA), en Bariloche, Río Negro, se concentra en el estudio de la calidad del agua de los lagos del Parque Nacional Nahuel Huapi y su relación con el cambio climático, para lo cual utiliza herramientas de teledetección y datos de campo.
“Usamos las imágenes satelitales para desarrollar algoritmos para estimar el carbono orgánico disuelto”, explicó, y subrayó importancia de que la Argentina desarrolle una nueva misión espacial, para aportar al conocimiento de nuestro país y de la región.
“La misión SABIA-Mar nos va a permitir ampliar el área que estamos estudiando en la actualidad, para llegar a otras zonas y lagos a los cuales se dificulta mucho acceder con las campañas de campo”, sostuvo. Además señaló que, en particular, el nuevo satélite va a beneficiar sus trabajos por sus características espectrales y el ancho de las bandas. “Estos aspectos nos van a permitir estudiar mejor la característica espectral de la materia orgánica”.