El azar tiene un enorme rol en el deporte profesional y competitivo, en el que se combinan dosis de complejidad y estrategia.
En un curso reciente sobre la matemática del Mundial, el matemático Pablo Groisman relató una idea aparentemente contradictoria: que el equipo que tiene más chances de ganarlo es muy poco probable que efectivamente se consagre campeón.
No, no mencionaremos cuál es ese equipo en este Mundial de Qatar, porque los científicos no tienen cábalas, pero sí “costumbres qué respetan”, como dijo una vez el enorme Carlos Salvador Bilardo en relación con sus hábitos, tics y manías. La mayoría de los pronosticadores le asignan a ese equipo una chance de no más de 25% de levantar la copa, o una probabilidad de no más de 75% de no ganarla, que es exactamente lo mismo.
De eso se deduce que lo más probable es que el equipo mejor rankeado (al menos, en los números) no gane el Mundial, sino que el campeón sea cualquier otro y ninguno en particular. De ahí se desprende la naturaleza aparentemente contradictoria de la idea explicada por Groisman.
Números como esos reflejan el enorme rol que juega el azar en el deporte profesional, en particular en el fútbol competitivo, que combina iguales dosis de complejidad y estrategia.
La complejidad –asociada a la física del movimiento de cuerpos y pelotas interactuando con otros eventos (¡como los cantitos de cancha!)–, introduce componentes azarosos similares a los presentes en la predicción del clima: el fútbol involucra fenómenos altamente “no lineales”, que dependen de ínfimas variaciones en sus condiciones iniciales, como la posición exacta del pie al momento de ejecutar un tiro libre, que a su vez interactúa con el estado del césped donde se ubica la pelota, entre muchas otras cosas.
La estrategia introduce iguales dosis de azar en el fútbol profesional. Es muy posible que la final sea jugada por equipos experimentados, que cuentan con las principales figuras del deporte.
Contraintuitivamente, es en estos “duelos de titanes” cuando el azar adquiere un rol preponderante, porque las diferencias estratégicas entre esos equipos se netean, a diferencia de lo que ocurriría si uno de estos equipos superprofesionales jugase contra un combo amateur de compañeros de oficina, donde la derrota de uno de esos equipos ocurriría casi en forma cierta, con intervención virtualmente nula de cuestiones aleatorias.
Pero las cuestiones estratégicas introducen azar en el fútbol de una forma más sutil. Lo fortuito juega un rol crucial en la correctamente llamada “lotería de los penales”, donde la fría letra la ciencia dice que ni los arqueros ni los pateadores deberían seguir ninguna estrategia que su contrincante pueda adivinar de antemano.
Es decir, el azar es un componente clave en las definiciones por penales. Contra lo que el folklore del fútbol cree, los datos que surgen de mirar y analizar miles de penales en partidos profesionales confirman la conjetura de la matemática, más allá de los “papelitos” y otros rituales previos a su ejecución.
En forma independiente de lo narrado en el párrafo anterior, el azar no deja de ser una forma elegante de referirse a la ignorancia.
Seguramente haya habido elementos fortuitos en el épico segundo gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial de 1986, y difícilmente exista una receta confiable para repetir tamaña proeza, con la que sueñan todos los chicos y chicas de barrio. Pero relegar la genialidad a la bolsa del azar es improcedente. Que no sepamos cómo explicar la genialidad no significa que no debamos hacerlo, mucho menos que neguemos su existencia o dejemos de admirarla.
Algunos dirán que este será el mundial de los datos y los algoritmos, como si la revolución de big data e inteligencia artificial no hubiese abandonado hace ya más de 10 años su “coto” de nerds y científicos duros, para invadir todos los aspectos de la vida cotidiana, incluso el deporte.
Exactamente lo mismo se dijo del mundial de Rusia en 2018, cuando ninguno de los potentes métodos de machine learning de las principales consultoras daban como ganador a Francia.
Lamentablemente, la capacidad predictiva de estos algoritmos en relación al fútbol no avanzó ni un centímetro, en el mismo sentido en que fenómenos como la irrupción de Donald Trump en la política, la guerra de Ucrania o el valor del dólar aún resultan esquivos a la lógica de los datos, porque “is veri dificul” como decía el entrañable Carlitos Tevez.
En un recordado debate sobre la esencia del azar, Albert Einstein dijo “Dios no juega a los dados”. Y tiene razón: en relación con el enorme espacio que ocupa el azar en los mundiales, más que a los dados, Dios parece jugar al fútbol.
Walter Sosa Escudero