Las consecuencias económicas de ser el país sede del Mundial, y el país que se queda con la Copa

(Aclaramos que esta nota de Esteban Lafuente fue escrita más de 3 semanas antes de la Final. Todo bien con el análisis económico, pero la emoción colectiva… no es medible).

Cada cuatro años, el Mundial de Fútbol paraliza a decenas de países alrededor del planeta. Se trata, posiblemente, del acontecimiento deportivo más relevante y convocante de la actualidad, que, a fuerza de goles, horas de televisión y millones de dólares construyó una maquinaria de negocios infinitos que excede el plano de los deportes.

Y, mientras los fanáticos de cinco continentes seguirán con atención el recorrido de la pelota y el resultado de sus equipos, los efectos de la Copa del Mundo de la FIFA también llaman la atención de investigadores y académicos, que buscan determinar el impacto económico del torneo y los potenciales beneficios que obtiene el campeón.

Según estudios recientes, ganar un Mundial genera efectos positivos concretos, más allá de la gloria deportiva y del cheque que recibe el equipo ganador, que en el caso de Qatar 2022 será de 42 millones de dólares.

Eso es, al menos, lo que concluye una reciente investigación del economista Marco Mello, de la Universidad de Surrey, que en su paper titulado A kick for de GDP: the effect of winning de FIFA World Cup (Un puntapié para el PBI: el efecto de ganar la Copa del Mundo) concluye que el país ganador de un Mundial experimenta un incremento de su producto bruto interno (PBI) de 0,25 puntos porcentuales en los dos trimestres posteriores a que su equipo se consagre campeón.

Utilizando herramientas de la econometría, el autor del trabajo coteja la evolución del nivel de actividad de los países de acuerdo con datos de la OCDE desde 1961 a la actualidad, y advierte una tendencia común en seis países que lograron levantar el trofeo dorado desde 1962 hasta hoy (Brasil, Alemania, Italia, Francia, Inglaterra y España).

“El PBI muestra un acelerado crecimiento en los primeros dos trimestres después de ganar una Copa del Mundo de la FIFA”, concluye el analista, aunque advierte que salir campeón tiene “solamente un efecto positivo de corto plazo sobre el crecimiento”.

Al desarmar los factores que, según la investigación, sostienen esta aceleración en el crecimiento de la economía, el autor advierte que ese impacto se debe a “un incremento en las exportaciones”, que tienen, en promedio, un desempeño 6,2% superior a la tendencia previa en el primer trimestre posterior a que el país obtiene el campeonato, mientras que la dinámica de la inversión no tiene “efectos estadísticos significativos”. Pero, al mismo tiempo, esa mejora en el flujo de divisas y el saldo de la balanza comercial, aunque acotado en el tiempo, tiene un efecto concreto que impulsa el nivel de actividad en la economía.

Entre los casos más significativos, el autor incluye a Brasil en 2002, y asocia al triunfo del equipo de Ronaldo y Rivaldo en el Mundial de Corea y Japón con un mejor desempeño en el comercio internacional de la economía de nuestro país vecino.

“Ese efecto, posiblemente, resulte del mayor interés internacional que disfruta un país después de ganar la más renombrada de todas las competiciones de fútbol del mundo”, advierte el paper, que plantea que un argumento similar es esgrimido por los organizadores de los Juegos Olímpicos (también se disputan cada cuatro años) para intentar convencer a países de recibir a esta cita deportiva.

¿Y el país organizador?

 El autor encuentra un impacto positivo en el país campeón, pero sostiene que no existe un efecto económico considerable en los organizadores del torneo. Y son múltiples los reportes y papers académicos que dan cuenta de este punto.

En el caso de los Estados Unidos en 1994, que no realizó gran inversión en estadios y utilizó instalaciones existentes, los autores Baade y Matheson concluyeron que las ciudades en las que se jugaron partidos registraron pérdidas de 9300 millones de dólares de aquel entonces, cuando se había esperado un efecto positivo neto de 4000 millones de dólares, en la previa del campeonato mundial.

El gasto que realizan los países organizadores para el desarrollo de un Mundial y para la construcción o puesta a punto de las instalaciones (estadios, infraestructura) es un punto que envuelve de polémica a cada torneo. El de este año, en Qatar, será el más costoso de la historia, con desembolsos estimados en más de 229.000 millones de dólares por parte del gobierno de ese país asiático, que debió construir siete nuevos estadios, muchos de los cuales quedarán sin uso luego de la Copa del Mundo.

Son nuevos casos, esos últimos, de una lista que recuerda al Soccer City, de Johannesburgo, o a los brasileños de Manaos (Arena da Amazonia) o Brasilia (Mané Garrincha), que luego de 2014 quedó en estado de semi abandono y hasta fue utilizado como plaza de estacionamiento de colectivos.

Algunas investigaciones académicas destacan el efecto de recibir el Mundial en el sector del turismo (que tiene incidencia en actividades de servicios, hoteles, transporte), y esa es la apuesta de Qatar, un país sobre el que existen severos cuestionamientos por cuestiones referidas al respeto por los derechos humanos. Hubo, en tal sentido, investigaciones y denuncias por las condiciones adversas de trabajo para los obreros inmigrantes. Y es un país donde, por ejemplo, la homosexualidad es considerada ilegal.

Efectos cercanos

Más allá de los efectos macro de ganar la final de un Mundial –que en esta edición no fue a mediados de año, sino que se desarrollará en diciembre, justo días antes de la Navidad–, la realización de un torneo tiene efectos micro y cotidianos que se repiten cada cuatro años, y que están asociados fundamentalmente a cambios de hábitos de consumo, motivados por los encuentros para ver los partidos, en familia, entre amigos o en la oficina.

“El Mundial genera un montón de eventos vinculados a los servicios. Nos juntamos a ver el partido, compramos una picada, traen cerveza y demás. Se genera un movimiento especial que no ocurriría si no fuera por el Mundial”, describe el economista Andrés Borenstein, de la firma Econviews.

Además de rubros directos, como la venta de la camiseta de la selección, también se ven afectados otras áreas como los televisores: el Mundial genera una ocasión para renovar la tecnología y se cambia la estacionalidad de las ventas, con más operaciones que las habituales en los meses previos al torneo de fútbol.

Al mismo tiempo, se modifican horarios y dinámicas en el trabajo. “Es cierto también que hay que licenciar personal, sobre todo en las empresas más chicas, que paran todo para ver los partidos. Hay gente que trabaja menos por el Mundial, pero muchas de estas empresas que paran, si están trabajando a full, después recuperan”, concluye el economista.

VIALa Nación - Esteban Lafuente