Con Daniel Arias, columnista estrella de AgendAR, nos conocimos y empezamos a apreciarnos -con algunas reservas- en el tiempo de los blogs, ese experimento en comunicación que fue sobrepasado por twitter (y que puede volver a florecer si Elon Musk sigue haciendo tonterías).
Pero empezamos a colaborar recién en 2016, en la primavera (?) macrista, cuando Daniel estaba empeñado en lo que parecía una quijotesca campaña para que el diplomático argentin Rafael Grossi llegar a ser el Director del Organismo Internacional de la Energía Atómica. Profesionalmente, tengo alguna experiencia en campañas. Sé que las quijotescas a veces funcionan mejor que las del «caballo del comisario». Y también que los resultados a veces no son los que Don Quijote esperaba.
La cosa es que sus notas empezaron a aparecer en mi blog personal, y se fueron transformando en una historia del desarrollo atómico en la Argentina, los logros y los condicionantes geopolíticos. Que alguna vez se transformará en un libro, en un estilo menos informal.
Me parece que en este verano porteño, mientras planeamos como seguirá la relación de AgendAR con sus lectores en este año de decisiones, empezaremos a publicar esta saga. De lo mucho que se hizo, de lo mucho que no se pudo hacer, y que señala lo que podemos hacer, si nos decidimos.
A. B. F.
ooooo
Cómo abrir cuatro cajas de pandora, ser aplastado por INDIRA GANDHI, JIMMY CARTER, RAÚL ALFONSÍN, CARLOS MENEM, DOMINGO CAVALLO, sobrevivir para contarlo… y contarlo
- Para despertar a Mr. Magoo
(septiembre 29, 2016) La hago corta: este año nos jugamos una bolsa de U$ 80.000 millones de dólares de tecnología nuclear contra Corea del Sur. ¿Tengo su atención, lector?
El partido se juega en Riyadh, viene empatado, se dirime a penales, y si el presidente Macri sale de su nirvana, podría designar al Messi Atómico Criollo –un fenómeno diplomático llamado Rafael Grossi-, y éste a su vez podría darnos un shot definitorio. Subrayo el uso del potencial: esto sería como ganar la lotería dos veces.
Para explicar a Grossi, a quien habré visto por última vez en 1986, tengo que irme a tiempos de sus bisabuelos, como a 1950. Desde entonces que el Programa Nuclear Argentino fue, y todavía es, el mayor intento en la historia sudamericana de construir una economía del conocimiento. Su historia, llena de aciertos y errores, de arremetidas y agachadas, de gigantes coloridos y de villanos sórdidos, ya abarca tres generaciones de frustraciones y triunfos, con más de estos que de aquellas. Y no ha terminado, acaso su mayor triunfo.
Sus mismas fortalezas (técnicas) lo hacen vulnerable (políticamente). Ha sido el único programa nuclear pacífico del Tercer Mundo que abrió una tras otra “las cuatro cajas de Pandora” del átomo: logró dominar el ciclo de combustibles, el reprocesamiento de combustible quemado, la fabricación de agua pesada y el enriquecimiento de uranio.
En 1943, por fabricar agua pesada a uno lo bombardeaban, sin importar bajas civiles. En 2003, por una acusación (falsa) de estar enriqueciendo uranio, los EEUU invadieron Irak.
En cambio nuestro programa nuclear desafió obstinada pero tranquilamente el orden establecido por la división internacional del trabajo. Y por sus éxitos pasó las de Caín, ganó más de lo que sufrió, fue profeta en tierra ajena y pordiosero en la propia, y pese a todo sigue ahí. Lo raro es que tras tanto esfuerzo no nos haya vuelto una subpotencia tecnológica, como Corea del Sur. Tan extraño como que siga vivo.
Nuestro status actual, el de “podría ser potencia”, es peligroso. Hemos ganado demasiadas licitaciones en reactores. Tenemos la primera central compacta del mundo en construcción. Somos un tábano en el lomo de demasiados estados nucleares.
Cuando se obra como hemos obrado y tal vez sigamos obrando, desde afuera llueven las acusaciones de “proliferante”, o en casa brotan rarísimas coyundas de ecologistas y neoconservadores para enterrarte en vida. Algo así le ha sucedido un programa nuclear más rumboso –pero mucho menos enraizado- que el nuestro, el brasileño. Y ahí quedó.
Estas cosas van con el oficio: hay apretar las muelas y seguir. Cuando uno ya construyó una industria atómica y su cadena de proveedores calificados, además del rédito más obvio –energía relativamente barata y con factores de disponibilidad del 90% o más-, los “spin offs” son múltiples y diversos. En nuestro país, van desde satélites, radares, drones, agricultura de precisión y medicina nuclear hasta nanotecnología. Retroceder desde allí un proyecto de “país mascota agrícola-financiera” supone brutos costos políticos hasta para el vendepatria más sotreta: se cierran plantas, se pierden negocios, puestos de trabajo y plata a espuertas, se sigue importando gas “al puro gas”, el país se brota aún más de apagones, de piquetes y de pobres. Y ni hablemos de mantener el capital más crítico: los recursos humanos.
Si Macri lo propusiera hoy, Rafael Grossi sería casi inevitablemente el próximo director general del OIEA. Pero los tiempos para hacerlo se terminan. ¿Exactamente cómo podría ayudar Grossi encumbrado en el OIEA al Programa Nuclear Argentino? Como hipótesis de mínima, podría “pisar la pelota” y evitar o retrasar que Argentina le ponga el gancho a nueva legislación internacional “made in USA” capaz de embarrarle aún más la cancha a la industria atómica nacional.
Hipótesis de máxima: ignoro los límites y probablemente también Grossi. Sería como tener un papa argentino en un “boom” mundial del catolicismo, porque la economía, obligada por el desastre climático, hídrico, biológico, alimentario y sanitario causado por los combustibles fósiles, está en un renacimiento nuclear a paso forzado, con sus focos más activos en el Lejano y el Medio Oriente.
Grossi en OIEA es tener relaciones “face to face” con los 168 países adherentes, mantener el primer puesto que la Argentina ya tiene en reactores multipropósito, y apalancar las primeras ventas del CAREM, la minicentral de potencia compacta que inaugura un mercado totalmente nuevo. Imposible saber cuál es su techo.