La saga de la Argentina nuclear – IV

El tercer capítulo de esta saga está aquí. Y conste que este texto fue escrito en 2016. Pero lamentablemente mantiene vigencia en tanto Argentina no tiene clara sus prioridades y sus posibilidades en el escenario internacional.

IV. El país que se autoapuñala por la espalda

onu

( 01 de Octubre 2016) Hay otra discusión de fondo respecto de nuestro perfil como país nuclear. ¿Aumentamos nuestra masa muscular y trepamos de categoría? ¿Nos volvemos un welter? ¿Es imposible? ¿Para un país que vino derrotando casi sistemáticamente en reactores a EEUU, Rusia, Francia, Canadá, China y Corea? ¿O en nombre del colonialismo mental de nuestra dirigencia, nos cortamos una pierna y bajamos a peso mosca?

Más allá de la primogenitura por un plato de lentejas que nos ofrece Fukushima-san, hay otro obstáculo en la candidatura de Grossi: la canciller Susana Malcorra quiere ser la próxima Directora General de la ONU, lo que en sí no es malo. Si lo es que haya proscripto la candidatura de Grossi en OIEA: por alguna causa, la funcionaria cree que Argentina no podría tener dos cargos directivos en Naciones Unidas. El mundo la desmiente: Brasil dirige la FAO y la OMC simultáneamente, sin haber dejado jamás de tratar de meterse a codazos en el Consejo de Seguridad, el poder real de la ONU.

Malcorra ya salió poco airosa de dos “straw pullings”, y sigue en carrera ya casi sin chances. Del tercero, celebrado el 26-09, salió con 7 votos favorables, 7 adversos y una abstención. Eso la pone en 4to lugar tras el portugués Antonio Gutierres, con 12, 2 y 1 respectivamente. Pero con tal de esquivar el letal veto británico -que terminaría con sus expectativas- la canciller está lanzando comunicados con el vicecanciller británico, Alan Duncan, donde otorga al RU términos inútilmente complacientes ante la pesca y la exploración petrolera ilegales de los “kelpers”. Y todo a cambio de nada para la Argentina, casi al estilo de Guido Di Tella, fuera de los ositos de peluche.

Esto hoy le causa espasmos gástricos a los aliados radicales del macrismo. Por lo demás, hay una dosis de “wishful thinking” en creer que el RU dejará acceder al Secretariado General de la ONU a alguien que tiene al menos un pasaporte argentino. “Roma traditoribus non praemiat”.

Peor aún: ese sillón no vale semejantes agachadas. Es un sitial decorativo, en el que se sigue un libreto escrito (a codazos y peleándose por el lápiz) por las potencias que ensayaron sus bombas de hidrógeno antes de 1968: EEUU, Rusia, China, el RU y Francia, autodenominadas “Consejo de Seguridad”.

Eso marca una diferencia enorme con la dirección general del OIEA, un organismo más tecnológico donde la Argentina, por su historial exportador, tiene tela real para cortar.

Como prueba conceptual de lo irrelevante que resulta el cargo de Secretario General para el país de origen del secretario, cuando Kofi-Annan encabezó la ONU no parece haber podido hacer mucho por su Ghana nativa, como tampoco Bouthros Gali por Egipto o Javier Pérez de Cuéllar por Perú. Ban Ki-Moon no es ninguna excepción: cuando asumió en 2007, Corea del Sur ya tenía casi tres décadas como potencia industrial. Ban Ki-Moon no cambió la historia, y menos la de su patria.

Hay que admitir que para un estado sin desarrollo nuclear propio, la dirección del OIEA es también irrelevante. El egipcio Mohammed ElBaradei se ganó un Nóbel de la Paz en 2005 desde ese puesto, pero lo único que hizo avanzar el status de la industria nuclear de su país fue el poderoso reactor ETRR de Inshas, cerca del Cairo. Comprado en 1996 a la firma barilochense INVAP, para más datos.

Sin embargo, otra cosa que demostró ElBaradei es que el OIEA también puede ser irrelevante –o hacer historia, según se elija ver- incluso cuando la dirige un hombre honesto como él. En 2003 y tras cuidadosas inspecciones de Irak, el egipcio se atravesó en la proa de los EEUU y eximió a Saddam Hussein de toda sospecha de haber resucitado su programa de armas.

El presidente George W. Bush se encogió de hombros e invadió Iraq de todos modos: ¿acaso necesitaba motivos? Él tenía los Marines y Hussein, mucho petróleo. Los EEUU perdieron aproximadamente 5000 hombres, Irak vió morir un número indeterminado entre 150.000 y 1 millón de sus habitantes, contempló la destrucción de sus bibliotecas, universidades, clases profesionales y medias, el país arrojó a los caminos o a los mares a 4 millones de emigrantes desesperados, desapareció como estado y hoy es cuna de organizaciones terroristas subnacionales, como el ISIS.

Y respecto de las armas nucleares de Hussein, ElBaradei tenía razón: no existían. Ahora tampoco existe Irak.

ElBaradei es una prueba conceptual de que, en lo personal, “garpa más” dirigir el OIEA como lo hizo siempre Yukyo Amano: dejando hacer todo y haciendo nada.

Falta saber qué puede hacer un argentino honesto por la Argentina, país nuclear, desde la dirección general de ese enmarañado reñidero vienés. Tal vez no sea mucho, tal vez sea  muchísimo, tal vez sólo bastante. No lo sabemos porque nunca sucedió.

Los centenares de empresas criollas de tecnología, de universidades, de agencias científicas y de personalidades que este semestre firmaron solicitadas para que Macri proponga a Grossi de una vez por todas hablan de muchas expectativas. Es lógico. Tras la odisea que fue la terminación de Atucha II, en nuestro país hay unos 130 proveedores nucleares nuevos, categoría PyME o mayor. Y el “study case” favorito de todos, INVAP, empresa nuclear, espacial y pública, desde 2006 a hoy pasó de facturar U$ 30 a U$ 200 millones/año. Pero si se exportara el CAREM, habría negocios para los gigantes locales con divisiones o empresas nucleares: Pérez Companc, IMPSA y Techint. Por favor, alguien “inter pares” que despierte a Macri. O a su padre.

Grossi a cargo de OIEA es un gran sigo de interrogación. Como dijo Niels Bohr, es difícil hacer predicciones, especialmente sobre el futuro. Pero podemos tratar de imaginarlo mirando la historia nuclear argentina, tan atípica. Son muy pocos los países que pueden producir un diplomático tan extraño como el mentado Rafael Grossi.

Daniel E. Arias