El undécimo capítulo de esta saga está aquí.
Soles de bolsillo, segunda parte
Si se quieren fusionar átomos más pesados, la repulsión magnética entre protones crece en flecha. ¿Fusionar litio, como quiso Richter? Por lo que se sabe hoy, eso no lo hacen ni siquiera otras estrellas mucho mayores que el sol, capaces de sintetizar helio en carbono, carbono en nitrógeno, nitrógeno en oxígeno, y así hasta llegar al hierro, para entonces explotar en supernovas. Por puro impacto neutrónico, algunas de ésas bestias gigantes de color azul fisionan (inversa de “fusionan”) litio, en el calor demoníaco de sus atmósferas.
Pero la tentación de dominar la síntesis de elementos más pesados a partir de otros muy livianos siempre fue urticante: fusionando sólo 0,5 gramos de deuterio se podrían obtener teóricamente 500 MW. Eso explica que hoy, además del NIF, existan laboratorios monstruosos como el ITER, un “confinador magnético” en Cadarache, Francia, y otro ejemplo de “Big Science”.
Pero el que le mata el punto a todos los tokamaks es el EAST (Experimental Advanced Superconducting Tokamak, or HT-7U) de China, que este enero de 2022 logró mantener un plasma de deuterio y tritio fusión a 120 millones de grados Celsius durante 1086 segundos, casi 18 minutos.
Allí en los tokamaks se lucha con repulsión magnética contra la repulsión magnética. Para que los núcleos de deuterio y tritio, todos positivos, no se repelan entre sí, se los amontona y comprime con un campo magnético positivo aún mayor, generado por unos electroimanes que te la cuento incrustados en las paredes de una cavidad toroidal llamada genéricamente “Tokamak”. Los de la Academia de Ciencias de China han desarrollado, como ya se dijo, unos electroimanes híbridos, en parte superconductivos y en parte sólo conductivos, pero capaces de generar campos magnéticos de 42 Tesla, 14 veces más potentes que los de un resonador magnético de usos médicos.
Tokamak, contra lo que creen muchos etnólogos, no es una palabra sioux ni designa un hacha de guerra. Es el acrónimo ruso de la descripción técnica de este género de pendorchos para estrujar plasmas de hidrógeno. El ITER lo bancan los siguientes estados y bloques de estados: Unión Europea, India, Japón, Rusia, Estados Unidos, Corea del Sur y la propia China, que acaba de reafirmar que está en el club de los diablos occidentales, pero también que tiene un aparato más lindo en casa.
¿Resultados? En éste y anteriores emprendimientos de tokamaks y «stellarators» (una derivación de los tokamaks), algunos ya decomisionados y olvidados, los “papers” sugieren que siempre faltan diez años más de inversión. Lo dicho: el fin principal de toda organización es defender su presupuesto, y los científicos no son una excepción.
Y es siempre así desde 1947. Se van a cumplir 70 años de “sólo faltan 10 años”: habría que celebrar ese aniversario de nada. La timba avanzó, sin embargo. Se ha vuelto más colaborativa, sofisticada y cara.
Pero, sorprendentemente, en el caso China, algo más efectiva. No me extrañaría que el EAST, sin ayuda alguna de EEUU o de Europa, en esta década logre sostener una fusión durante horas, y que los chinos ya estén diseñando, previsores, algún sistema de enfriamiento del sistema que derive calor desde el plasma hacia una turbina electrógena. Y aún si logran llegar ahí con un prototipo, nada garantiza la viabilidad económica de los tokamaks como noción. Como suele decir Abel Fernández, el dueño de AgendAR: el que viva, lo verá.
¿Se puede criticar a Perón, en su optimismo cincuentoso por no poder predecir tan laborioso y frustrante futuro energético para la fusión? Sinceramente, ni ahí. En los ’50 todo era posible: finalizaríamos el siglo con colonias humanas en la Luna y Marte, y viajaríamos a ellas con cohetes atómicos. Hasta los automóviles serían atómicos.
No fue pensando en automóviles que dos de las mentes más creativas del extinto Programa Manhattan, particularmente el húngaro Edward Teller y el polaco Stanislaw Ulam, ya estaban trabajando en la posguerra inmediata para crear un sol artificial, aunque transitorio. Y en 1949 tuvieron éxito.
Eso si «éxito» es la palabra acertada. Lo que lograron Teller y Ullam es la bomba de hidrógeno, que usa una bomba atómica de fisión como detonador, y comprime inercialmente alguna mezcla de uranio y deuterio con un aplastamiento de rayos X. Desde hace 74 años vivimos con la multiplicación de ese tipo de armas y somos, potencialmente, otra especie más en extinción.
La bomba termonuclear, de fisión-fusión, cambió la naturaleza de la guerra sin haber sido usada nunca. Podría -y todavía puede- eliminar a la humanidad en un par de pasos: primero, una guerra relámpago (en todo sentido), con un intercambio de a lo sumo dos o tres horas de duración de algunos miles de misiles termonucleares.
El segundo paso es largo: la muerte por hambre y sed de los muchos sobrevivientes en un planeta sometido a un largo «invierno nuclear», con el sol oscurecido por una estratósfera contaminada de hollín emanado de ciudades que ardieron como fósforos, y décadas de temperaturas congelantes a nivel del suelo, casi sin fotosíntesis vegetal ni lluvias. No es necesario que se extinga biológicamente la especie para que se extinga la civilización. La civilización existe porque tenemos cerebros, manos, estados-nación y sobre todo (y es mucho más importante) una biosfera.
Y sin embargo, precisamente porque la bomba de hidrógeno borra toda diferencia de destino entre ganadores, perdedores y meros espectadores, ha logrado impedir varias veces que los conflictos regionales escalen a una Tercera Guerra Mundial. Las naciones odian la derrota, pero odian más la extinción. Y hoy, con la guerra de Ucrania a la vista, pese a las huevadas truculentas de la prensa de la OTAN y a los exabruptos de Vladimir Putin toda vez que pierde alguna batalla, al parecer la bomba H sigue evitando un conflicto global. Paradójico, ¿o no?
El próximo capítulo habla de ese artefacto, la bomba H, entre otras cosas. Lo que sea por seguirlo alegrando, lector.
Daniel E. Arias