La saga de la Argentina nuclear – XVI

El decimoquinto capítulo de esta saga está aquí.

Épocas fáciles de idealizar: ¿por qué la plácida sonrisa del Tío Sam?

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En 1957 Dwight Eisenhower crea simultáneamente el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y la política “Átomos para la Paz”.

Para entender la plácida sonrisa con que el Departamento de Estado veía nuestro despliegue nuclear entre 1950 y 1967 no alcanza con su benevolencia hacia “La Libertadora” del almirante  Isaac Rojas, ese Nelson criollo tan afecto a cañonear puertos y bombardear plazas. Tampoco alcanza con la relativa simpatía simpatía que tuvo después el Tío Sam por “la Revolución Argentina” del general Juan C. Onganía, como llamó el susodicho a su golpe de estado.

Nuevamente, hurtaré de Hurtado. Detrás de la sonrisa de los EEUU había una política sagaz y consistente, pero hoy impensable y olvidada.

“…El programa Átomos para la Paz, promovido por el presidente norteamericano Eisenhower desde fines de 1953, fue decisivo. Programa polivalente, concebido como instrumento de lo que Eisenhower llamó “guerra psicológica”, Átomos para la Paz se propuso, entre otros objetivos, que la industria norteamericana fuera la primera en establecer vínculos comerciales con los estadios iniciales de los programas nucleares de los países en desarrollo. Como explica Medhurst (1997: 588), “una vez establecida, la tecnología norteamericana sería difícil, sino imposible, de sustituir”.

Añadido de 2023: Como podrá observar, oh lector, con nosotros a Ike Eisenhower no le salió bien el tiro con nosotros. A la Tierra de los Libres y Hogar de los Valientes, según su himno, sólo le hemos comprado uranio enriquecido hasta que nos hicieron boicot en 1981 por venderle dos reactores a Perú, es decir entrometernos comercialmente en lo que ellos llaman «su patio trasero».

Nuestras instalaciones nucleares importantes son alemanas, canadienses o suizas, pero hoy podrían decirse mayormente argentinas. Es que a esta altura del partido las hemos reparado, rediseñado y mejorado tanto que su ingeniería se ha nacionalizado mucho, pero nos falta escala industrial como para poder fabricar todos sus componentes aquí a precio internacional cuando se deteriora alguno. Casos concretos: los gigantescos generadores de vapor originales de la central cordobesa de Embalse los reemplazaron entre IMPSA y CONUAR. Pero cuando se dañó una bomba del circuito primario de Atucha II, hubo que adquirir otra nueva en Alemania.

Y pese a todo esto, desde 1981 somos exportadores nucleares, el más exitoso del mundo en pequeños reactores multipropósito. En 2006 entregamos a Australia el OPAL, de Sydney, considerada la mejor planta de radioisótopos en el planeta. Estamos diseñando algo mucho más potente para Holanda en Petten, y terminando el RA-10 de Ezeiza, que le sacará el título de «mejor del mundo» al OPAL tal vez una década o dos. Y eso nos coloca en una posición envidiable pero peligrosa. ¿Por qué? Ante todo, por envidiable, justamente.

Nadie se hace riquísimo exportando reactores multipropósito, por lo mismo que tampoco fabricando báculos papales: es un mercado de nicho y con poca renovación. Ser «primus inter pares» en él es peligroso porque da demasiado prestigio sin garantizar una cantidad equivalente de poder económico y diplomático.

Explico más. En contraste con la Argentina: ¿cuánto hace que EEUU no exporta una central de potencia? Más o menos desde 1981. ¿Y cuándo no hemos hecho puré a los oferentes estadounidenses en una licitación de reactores? La única en que nos ganaron fue en Tailandia, allá por los ’90, en una licitación con caballo del comisario. Últimamente, cuando hay alguna compulsa honesta, los autodenominados americanos ya no aparecen. ¿Qué tal? «La vida te da sorpresas», como dice Rubén Blades.

Sin embargo, nuestro éxito en lo nuclear será precario hasta tanto construyamos un único modelo de central de potencia argentina. Desarrollarla «en flota» para el mercado eléctrico interno puede ser la única manera de darle pie a las industrias argentinas metalmecánicas, electromecánicas, electrónicas e informáticas proveedoras de componentes para vivir del Programa Nuclear, en lugar de recibir pedidos ocasionales y poco repetibles. Es lo que siempre quiso tratar de lograr Jorge Sabato. Por ahora, no sucedió. ¿Puede suceder?

Sigue Hurtado, ahora citando a “Jorjón” Sábato: “La Argentina se integró al programa Átomos para la Paz y el 29 de julio de 1955 firmó un acuerdo de cooperación con los Estados Unidos -idéntico al firmado por otros 25 países entre 1955 y 1961- el cual sostenía que este país suministraría el uranio enriquecido para los futuros reactores de investigación argentinos. El objetivo del programa nuclear argentino durante estos años era la instalación de reactores de investigación y el acceso a toda la ayuda técnica y financiera extranjera que fuera posible.”.

El artículo completo de Hurtado se encuentra en Revista iberoamericana de ciencia tecnología y sociedadversión On-line ISSN 1850-0013, vol.7 no.21 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./dic. 2013. Vale la pena.

La política de Eisenhower hacia los «emergentes nucleares» se terminó en 1974. EEUU hizo lo diplomáticamente imposible por hacer quebrar a la Atomic Energy Commission of Canada Ltd., (AECL), proveedora de 49 centrales CANDU (como Embalse) en 7 países, porque independizaba a sus clientes de tener que comprar uranio enriquecido a EEUU o a la UE. AECL efectivamente fue a quiebra en 2011. Los programas nucleares independientes del Tercer Mundo, la clientela típica de AECL, han perdido su independencia: importan todo, no desarrollan nada propio.

Si hemos necesitado a Rafael Grossi en el OIEA es porque, por las causas expuestas, hoy la situación para países como la Argentina hoy es MUY distinta y más peligrosa. Entre otras cosas, porque -a diferencia de en los ’50 y ’60, casi no quedan países con pretensiones de independencia tecnológica, como la Argentina.

Mañana lo explico más.

Daniel E. Arias