Satelites espías

Even «Jolly» Rogers, ex comandante de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, le preocupa una guerra espacial. «El conflicto existe en un continuo que comienza con la competencia y acaba desembocando en un conflicto a gran escala como el que se está viendo en Ucrania», afirma. Estados Unidos, añade, ya «compite activamente con Rusia y China por la libertad de acción y el dominio del espacio. Y está evolucionando muy rápidamente».

Así que el 26 de enero del año pasado, el ex mayor de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. constituyó True Anomaly, Inc para «resolver los problemas de guerra orbital más desafiantes para las Fuerzas Espaciales de EE.UU.», según tuiteó posteriormente.

«Jolly Roger» es el nombre de la bandera pirata popularizada por Hollywood, una calavera con dos tibias cruzadas. El exgeneral Jolly Rogers no es exactamente un pirata sino un corsario, es decir un pirata corporativo con patente de guerra de un gobierno, en este caso el de los EEUU, y un área de operaciones será la LEO, Low Earth Orbit, la órbita baja de la Tierra, entre los 200 y 1000 km. de altura. Allí ocurre casi toda la acción espacial humana, tanto la económica como la militar.

La privatización de la guerra no es un fenómeno exclusivamente estadounidense sino una tendencia de la economía moderna, que terceriza todo: las milicias privadas como el grupo Wagner, que hoy sirve al Kremlin, o Titan Corp., Kroll y Blackwater, contratistas habituales de la OTAN. Tercerizar la guerra es más barato para el estado contratante que tener una milicia regular de intervención como la Legión Extranjera de Francia, o el ubicuo US Marine Corps. La logística la paga -generalmente por izquierda- el país contratante, y el contratista le permite no hacerse cargo de las jubilaciones de los combatientes, o de sus heridas y enfermedades contraídas en acción.

Pero sobre todo, permite evadir parte del descrédito nacional que ocasionan los daños a infraestructura y las frecuentes masacres de civiles en las guerras por recursos naturales o por mercados. Son esas decenas de países muy pobres que el general Charles De Gaulle llamaba genéricamente el «Tercer Mundo», sin exclusión del «Segundo Mundo» que son los países de desarrollo mediano, como Ucrania y buena parte de los socios orientales recientes de la OTAN. Nosotros mismos pintamos en esa categoría.

Jolly Rogers sólo llevará la privatización de la guerra a alturas del mundo donde todavía no había llegado, pero donde los daños materiales a infligir al enemigo son militarmente muy redituables.

Lo está demostrando Elon Musk, cuya empresa Space-X desarrolló el Falcon X y el Falcon Heavy, los cohetes de acceso a LEO más baratos del mundo. Lo hizo durante década y media con contratos de su gobierno, y por una plata con la que la NASA o el club de contratistas caros llamado ULA (United Launch Alliance) no habría logrado gran cosa.

Significativamente, sin los satélites de Starlink, que Musk ya desplegó por miles desde sus Falcon, las Fuerzas Armadas Ucranianas no tendrían capacidades de observación o de comunicaciones. Rusia les reventó a misilazos demasiadas antenas de Internet, y les llenó el frente de grandes defensas antidron. Sin Musk, Vlad Zelensky estaría en el horno.

Visto el trabajo de Musk, Rusia y China deben tener sus propios Jolly Rogers estudiando el negocio de interferir o destruir los satélites de países de la OTAN. Proyectos de guerra orbital los hay desde los ’50, pero la tecnología para volver la LEO un campo de batalla tiene algo más de una década.

Musk piensa llevar Starlink a por lo menos 30.000 satélites de poca vida útil y fácil reposición. Sus detractores en Occidente son muchos: una constelación semejante disminuye la oscuridad nocturna en todo el globo, desorienta a los animales migratorios, amenaza la actividad de unos 4000 astrónomos basados en Tierra. Pero fundamentalmente, en caso de inevitables impactos entre satélites, generará cantidades inmanejables de basura espacial metálica que viaja a entre 9 y 30 km/segundo.

Esto es condenar a la industria espacial pacífica a costos brutales de aseguramiento, y ya significa un riesgo de vida para las estadías y viajes espaciales tripulados. La International Space Sation (ISS) recibe dos o tres impactos por día de basura submilimétrica desde hace década y media y contando, por ahora sin daños irremediables o muertos a bordo.

Según un expediente presentado ante la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de Estados Unidos, True Anomaly se está preparando para su primera misión orbital. En octubre, la empresa espera lanzar dos naves espaciales Jackal (Chacal) de «persecución orbital» a bordo de un cohete SpaceX a la órbita terrestre baja.

Los Jackals no llevarán armas, ojivas ni emisores láser, pero serán capaces de realizar operaciones de proximidad (RPO), es decir, maniobrar cerca de otros satélites y dirigir sobre ellos una batería de sensores. Esto podría revelar los sistemas de vigilancia y armamento de sus rivales, o ayudar a interceptar comunicaciones. Pero también interferirlas con emisiones electromagnéticas, asunto casi imposible de llevar a cabo desde gran distancia.

En su primera misión, denominada Demo-1, los Jackals se limitarán a espiarse uno al otro, utilizando propulsores, radares y cámaras multiespectrales para acercarse a unos cientos de metros. Si todo va bien en ese coreografiado tango orbital, Rogers prevé desplegar miles de naves espaciales autónomas al servicio del Pentágono, controladas por un equipo de operadores humanos y por  Inteligencia Artificial «para perseguir a los adversarios allá donde vuelen y proporcionar las herramientas para su liquidación», palabras de Rogers.

Esas herramientas empiezan por entender qué tecnologías están desplegando los adversarios de Estados Unidos en el espacio. «Pero va a ser necesaria una defensa activa», afirma Rogers, actual CEO de True Anomaly. «Si te tomás en serio el trabajo de defensa y protección del dominio, tenés que tener la capacidad de realizar las funciones conjuntas de maniobra y fuegos». Aunque «fuegos» parece referirse a armas de energía cinética, como cañones y misiles, en el contexto espacial la expresión por ahora describe acciones de interferencia, guerra electrónica y ciberataques.

Nada en el sitio web de True Anomaly sugiere que esté desarrollando sus propias armas ofensivas. ¿Acaso de esas cosas no se encarga DARPA, la agencia estadounidense de desarrollo de sistemas avanzados de inteligencia y guerra? Rogers aspira a ser un contratista del Pentágono como ya lo es Musk, o como lo es el Colorado Grobocopatel en el campo argentino: el tipo no inventó ni fabrica los fertilizantes, los pesticidas ni los laboreos, pero los compra y vende a precio mayorista. Y hecho el trabajo, se va y vos, el contratante, no tenés que despedir o enterrar a nadie.

Sin embargo, en una serie de mensajes del verano pasado, Rogers tuiteó: «Inutilizar tácticamente naves espaciales enemigas puede ser la diferencia entre la destrucción de todo un Grupo de Portaaviones o su supervivencia… Y hay muchas formas de destruir naves espaciales que no arruinan el medio ambiente. Al fin y al cabo, (los satélites) no son más que computadoras en órbita». Vamos, los ecologistas…

La OPR en sí no es nada nuevo. En un informe del pasado septiembre, la Secure World Foundation, una fundación privada que promueve soluciones cooperativas en el espacio, detallaba docenas de operaciones militares de OPR en órbitas geoestacionarias (GEO) y bajas desde la Guerra Fría. En la mayoría de ellas, naves espaciales estadounidenses, rusas o chinas se acercan a los satélites de la otra parte, presumiblemente para ver qué aspecto tienen o para pispear sus comunicaciones.

Hacer esto con un satélite geoestacionario enemigo no es fácil: orbitan sobre puntos fijos del ecuador terrestre a alturas de 35.786 km., promedio. Hay que subir mucho, y hacer maniobras de posicionamiento y «amarre» muy perfectas. La Argentina, tras navegar desde órbita de transferencia hasta GEO a sus satélites ARSAT 1 y 2, sabe lo difícil de este asunto. Ahora, lo de navegar a menos de los 70 km. fijados como límite de seguridad de otro satélite GEO sin llevárselo puesto, eso es mucho peor.

Los GEO suelen dedicarse a telecomunicaciones y en menor medida, dada su gran altura de vuelo, a observación militar o meteorológica a escala hemisférica. Para espiar, interferir o destruir un GEO hay que poder operar a esa altura. A pesar de que viaja a la velocidad de la luz, cada instrucción suministrada tarda más de un segundo o segundo y medio en subir hasta el satélite atacante, y cada «feedback» visual, otro tanto en recibirse en Tierra. Imaginate pilotar un avión con esas demoras visuales y de comandos, y eso en el espacio aéreo abarrotado de un aeropuerto gigante, y no estrellarte contra tus otros colegas en vuelo. Lo dicho: este baile no es para cualquiera.

También están surgiendo usos pacíficos de la OPR, como satélites LEO que pueden reparar o traccionar, como grúas, a satélites averiados para sacarlos de órbita, o limpiar la basura espacial peligrosa, que es toda, de cualquier tamaño y en cualquier altura orbital.

La Fundación Mundo Seguro ayuda a dirigir una organización llamada Confers que está estableciendo normas técnicas voluntarias para la OPR comercial. True Anomaly es uno de los 60 miembros de Confers. «Si algún día queremos hacer cosas como limpiar la basura espacial, tenemos que desarrollar estas tecnologías», afirma Brian Weeden, director de planificación de la fundación.

Es genial: una empresa destinada a generar basura espacial como ni siquiera la puede lograr Elon Musk poniendo sus autitos en órbita, o abarrotando la misma con decenas de miles de sus satélites Starlink, como autitos chocadores, ganará plata también por limpiarla. Esa Fundación es una sucesora perfecta de La Hermandad de la Costa, el reducto pirata en la Isla Tortuga. ¿Quién compra el ron?

Sin embargo, True Anomaly es la primera startup de OPR centrada explícitamente en el mercado militar, afirma el hombre con sobrenombre de bandera pirata. El último trabajo de Rogers para el gobierno fue dirigir equipos dentro del Mando Espacial de EE.UU. que planificaban cómo y cuándo desplegar sistemas espaciales militares defensivos y ofensivos.

Él y sus cofundadores, Dan Brunski, Tom Nichols y Kyle Zakrzewski, también ex oficiales de las Fuerzas Aéreas y Espaciales, «conocían el problema mejor que nadie, lidiaban con las limitaciones de la tecnología en el día a día y se sentían frustrados por esas limitaciones», afirma Rogers. En lugar de esperar a que un gran contratista industrial de defensa se pusiera manos a la obra, decidieron resolver el problema ellos mismos. El despliegue de armas espaciales por parte de los rivales de Estados Unidos, dice, «está mucho más cerca de lo que la mayoría de la gente piensa».

No sé la mayoría de la gente, pero AgendAR piensa que este negocio empezó hace un par de décadas, al menos. Sólo que no se sabe.

En ello se parece a las operaciones militares de fondos marinos: espiar, interferir o arrancar cables de fibra óptica suboceánicos, civiles y militares, e incluso reventar activos de infraestructura como los dos enormes gasoductos Nordstream, que llevaban gas ruso a Alemania por el fondo del Mar Báltico. Sólo que las operaciones de combate de fondo no parecen estar privatizadas… aún. Es más caro darle un submarino de titanio capaz de bajar a kilómetros de profundidad a un privado, que dejar que lo opere la misma Armada que lo mandó a construir, y que lo conoce mejor.

Según los registros de la US Security Exchange Commission, True Anomaly ya ha recaudado más de 23 millones de dólares de inversores. Esto incluye una inversión en diciembre de Narya, una empresa de capital riesgo cofundada por el senador estadounidense JD Vance, un republicano de Ohio de tendencia MAGA (Make America Great Again, el lema de Donald Trump). Rogers dice que True Anomaly no tiene afiliación política. Y es cierto. Trump tampoco: privatizó un partido preexistente, que es otra cosa.

La empresa acaba de alquilar una fábrica de 35.000 metros cuadrados en los suburbios de Denver (Colorado). Además de fabricar los satélites Jackal, los ingenieros de True Anomaly están diseñando un sistema de control basado en la nube para integrar agentes autónomos y operadores humanos, utilizando motores de juegos comerciales como Unity.

De ese modo, van a crear aplicaciones interactivas en tiempo real y desarrollando software de física de alta fidelidad para ayudar a los Jackals a maniobrar en el espacio. Dicho con respeto, yo no le pondría un mango a un empresario que confunde la órbita baja real con un videogame. Salvo que cambie de rubro y venda videogames.

True Anomaly ya ha solicitado una marca que cubre, entre otras cosas, hardware y software para «sistemas orbitales de imágenes espacio-espacio, proximidad de encuentros y adquisición de objetivos». Bien de su país, don Rogers: primero lo patenta, y luego si puede lo desarrolla.

«La diferencia de True Anomaly es que parece presentar su satélite más como un sistema de persecución que como un sistema de obtención de imágenes o de inteligencia», afirma Kaitlyn Johnson, subdirectora del Proyecto de Seguridad Aeroespacial del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. «Esto me preocupa porque podría causar una escalada involuntaria. Especialmente con los antecedentes del fundador en las Fuerzas Aéreas, nuestros adversarios podrían interpretarlo como una empresa dirigida por militares que empezaba a buscar esta capacidad.»

Astutísima, la Kaitlyn. A esta chica no se le puede mentir.

El primer reto de la empresa podría ser mantener intactos sus propias computadoras en órbita, como llama Rogers a los satélites, con cierto reduccionismo nerd. «La OPR cooperativa ya es difícil», afirma Johnson. «Podés verlo en las simulaciones de Astroscale y Northrop con sus satélites de servicio, que llevaban años en desarrollar una maniobra sencilla entre satélites».

Una misión OPR cooperativa de la NASA en 2005 llamada DART fracasó cuando la nave espacial funcionó mal, se estrelló contra su satélite objetivo y fue destruida. En realidad, parece haberse tratado de un ejercicio de intercepción por impacto disfrazado de error de navegación. Todavía hay basura en órbita de ese choque, y no quieras ver la mala prensa que se ligó la NASA en todo el planeta. Dicho sea de paso, es curioso que una nave de intenciones inocentes se haya llamado DART (en castellano, dardo o flecha).

Las misiones de persecución de satélites adversarios pueden ser mucho más arriesgadas aún, afirma Johnson: «No tienes los mismos datos procedentes del otro satélite. Tal vez no dispongas de los diagramas y diagnósticos de cómo es el satélite para saber con qué te vas a encontrar».

Cualquier colisión en órbita puede generar muchos miles de trozos de basura espacial, cada uno de los cuales podría dañar otros satélites, creando aún más desechos. A los investigadores les preocupa que la escalada de basura orbital acabe desencadenando una cascada catastrófica conocida como el Síndrome de Kessler. Es algo que ya existe desde hace más de una década, y va empeorando: el futuro llegó hace rato, como dicen los Redondos. Pero Jolly Rogers, con toda candidez, afirma que la prevención de colisiones es una posibilidad. «Estamos comprometidos a actuar de forma responsable y sostenible en el ámbito espacial».

Sí, ponele.

Rogers no es ajeno al riesgo. Antes de crear True Anomaly, fundó y dirigió un fondo de cobertura de criptomonedas llamado Phobos Capital («phobos» en griego significa miedo). Ahora sí que me siento seguro. Y antes de eso, constituyó una empresa llamada 3720 to 1, Inc, una referencia a las probabilidades de que Han Solo navegara con éxito por un campo de asteroides en El Imperio Contraataca. Ése era el cálculo probabilístico de aquel robot dorado de aquella película, C-3PO, antropomórfico y de fines ceremoniales, y hablaba siempre excusándose y con un acento «very British». Y pensar que yo antes le tenía miedo a Musk…

Tras el lanzamiento del cohete de SpaceX en octubre, quedará mucho más claro si la empresa de satélites de Rogers tiene más probabilidades de éxito o si se trata sólo de otra obra de ciencia ficción.

Como país espacial que es la Argentina, con satélites carísimos en vuelo como los SAOCOM-1A y 1B de la CONAE en órbita polar baja, concordamos en que Jolly Roger no es ajeno al riesgo.

Ese cretino debería estar preso y es más bien un riesgo para ajenos.

Artículo original de Wired, mechado con algunas intervenciones corrosivas de Daniel E. Arias