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Los trabajos de los “scholars” que acabo de citar, concienzudos como son, minimizan el efecto de “la marca país” sobre nuestros militares.
Después de la paliza del ejército prusiano contra el francés, el general Julio A. Roca había trocado los viejos dioses militares argentinos por los nuevos, y era tan pro-prusiano que para mejorar la oficialidad del Ejército Argentino trató de importar “llave en mano” una Escuela Superior de Guerra dirigida por el general Arent y un grupo de oficiales alemanes. Resultado: la prensa porteña lo hizo pedazos. Resultado del resultado: cauto retroceso en Haussschuhe (chancletas).
Pero las ideas a Roca no se le iban de un día para otro, como tampoco él del poder. ¿Acaso no se decía que cuando Roca no era presidente, la Argentina tenía dos?
Como resultado, durante la carrera armamentista con Chile de fines del siglo XIX, la Argentina llegó a tener 734 cañones y morteros de diversos calibres, la artillería más fuerte de Sudamérica. Eso sí, todos Krupp.
Al general José Félix Uriburu sus propios conmilitones, germanófilos ellos mismos, lo llamaban “von Pepe” por su germanofilia integral. Fabricaciones Militares, que hacía pólvoras y armas portátiles e incluso artillería de calidad, la fundó el general Manuel Savio, durante la presidencia de Castillo, en 1941, para garantizar que aquí no faltaran fusiles Máuser 1909.
Este «Gewehr» particular era muy preciso, letal y a prueba de barro, arena y golpes, pero, ya entonces en 1941, irremediablemente obsoleto por su excesivo peso y su bajo volumen de fuego. La propia Wehrmacht trataba de desplegar como alternativa el STG 44, un rifle más compacto, con un cartucho más corto, menos potente y capacidad de fuego semiautomático y automático.
Pero FM siguió fabricando balas de Mauser 7,65, un calibre algo más reducido que el alemán ya que nuestros soldados son mas chiquitos. Pero Mauser, porque al Ejército no le cambiás las ideas de un día para otro. La adopción del FAL 7,62 mm. es tardía. El FAL es una copia belga del STG 44, algo inferior al original, y tardía, adoptada aquí en 1958. Evidencia de que Alemania había perdido la guerra (por lo cual el STG44 no se fabricó nunca más).
A comienzos de los ’60, el soldado argentino todavía usaba el casco con visera y amplio faldón perimetral de protección para cuello y nuca con el cual la Wehrmacht terminó la 1ra Guerra y peleó toda la 2da Guerra. Era un excelente casco, en realidad. Si era alemán era bueno, punto. Alles war gut Deutsch!
En cambio a los canadienses, los militares argentinos jamás les habían comprado ni jarabe de arce (con justa razón, es horroroso, aquí se prefiere el vino). A lo sumo, allá por 1931 la Armada les había comprado castores vivos a los canadienses, para soltarlos y que se multiplicaran en Tierra del Fuego y con tanto éxito que hoy, lejos de ser la base de la peletería fueguina, son una plaga intratable que destruye el bosque de lenga y ñire. En suma, que en 1967 la historia del comercio bilateral argentino-canadiense cabía en la parte de atrás de una estampilla, y sobraba lugar.
Y donde los “scholars” se equivocan fiero también es en lo de Siemens. En 1967 todavía esa multinacional no se había comprado la KWU, la firma de ingeniería nuclear que se disponía a inaugurar Obrigheim, la primera NPP alemana (entró en línea en 1969). De modo que el lobby que pudo haber por parte de KWU, empresa entonces nueva y sin raíces en Argentina, lo ejerció realmente no la SIEMENS, tan poderosa sobre empresas públicas como ENTEL o SEGBA, sino el mismísimo gobierno de la República Federal Alemana sobre el de Onganía. Aquella fue una venta entre estados.
Todas las ventas nucleares lo son.
Ornstein y el radioquímico Dr. Jaime Pahissa Campá, que tuvieron acceso privilegiado al proceso licitatorio, concuerdan -muy contra mi parecer, pero entre mi opinión y la suya es mejor la de ellos- en que el hombre que definió la opinón de Onganía fue su Ministro de Hacienda, Adalbert Krieger Vasena, y por argumentos económicos.
Roberto Ornstein, como conté, tiene 88 años, se jubiló hace añares y concurre imperturbablemente –siempre ha sido imperturbable- dos veces por semana a la sede central de la CNEA “a dar una mano con la documentación, y para editar la revista”, todo gratis, por supuesto. Hasta la creación de la DIGAN y aún años después, manejó en forma impecable la diplomacia de la CNEA ante la Organización Internacional de Energía Atómica, y está asociado a la primera exportación argentina de reactores, los dos de Perú (el RP-0 y el RP-10). Confiesa que le da cierto escozor ir “a la Sede” y no reconocer tanta cara nueva. Lógico, faltan casi todas las de otros tiempos.
(Esto fue escrito hace más de 7 años. Hoy Roberto, que no llegó a los 95 por días, es otra cara más que falta).
Jaime Pahissa Campá, de ingenio filoso, sonrisa diabólica y antiguo campeón olímpico de tiro, es uno de los primeros discípulos del fundador de la radioquímica argentina, Seelmann Eggebert y un especialista en “back end” (qué hacer con el combustible quemado, tan lleno de problemas y de oportunidades). A Pahissa le gustan los whiskies “single malt”, las armas finas, los temas malditos, las frases espectaculares y levantarse tarde, en ese orden o el inverso. Acaba de cumplir 86, dirigió la Asociación Argentina de Tecnología Nuclear, da conferencias chisporroteantes de brulotes y no se pierde un evento nuclear.
(Don Jaime sigue asistiendo a eventos, pero con no poco trabajo).
Son fuentes que coinciden con las académicas en este asunto de la opción alemana: KWU ganó virtualmente regalando Atucha I: faltó que nos pagaran por aceptarla.
Tengo otra mucho más divertida, pero quienes me la pasaron allá por 1987 eran miembros de la Dirección de Centrales Nucleares (DCN), dirigida entonces por Bernardo «Becho» Murmis, sabatianos que habían perdido a su “condottiero”, el Jorjón Sabato, y enfrentaban en minoría al triunfante profeta de lo alemán en la CNEA, Jorge Cosentino.
Y esa versión no me la pueden ratificar por la sencilla razón de que mis testigos y fuentes también se murieron de viejos. De modo que aprovecho que yo aún sigo vivo y la catalogo como otra “leyenda urbana” de las muchas que genera el crepitante internismo de la CNEA. Si la traigo aquí es sólo porque da una buena idea de la intensidad de aquellos enfrentamientos.
Según la tal leyenda, ante el inminente triunfo de la canadiense AECL en el proceso licitatorio de 1967, los Cosentinistas se trajeron de Alemania a último momento y sin hacer ruido a quién sino el mismísimo presidente de la República Federal Alemana, el democristiano Heinrich Lübke, quien ya había estado por estos pagos en 1964 para charlar con don Arturo Illia, y con otra agenda muy distinta.
El hombre -sigue la leyenda- se reúne secretamente –gran comitiva de ambos lados- con Onganía y Quihillalt, y dispara: “Ofrecemos una KWU de uranio natural a sólo U$ 105 millones, con 100% de financiación al 4% anual y 4 años de gracia”.
Aceptado que el presidente de la RFA todavía hoy es una figura decorativa en un estado donde manda el Canciller, o Primer Ministro. ¿Pero un presidente alemán pasando incógnito por Ezeiza y sin ser notado por los medios? Epa. He mirado los diarios porteños de aquel momento, y no dicen nada de Lübke. ¿Estaba disfrazado? Adiós, Lübke. Ud. nunca volvió a la Argentina, peor para Ud., no sabe lo que se perdió.
Pero aunque viniera de boca de otro funcionario, el ofrecimiento fue tal cual el descripto.
En la versión no apócrifa de esta historia, de verdadero queda sólo una mesa larga con las delegaciones argentina y alemana mirándose impasibles sobre decenas de tazas de café, en una habitación llena de fatiga y de vehementes nubarrones tabacales. Todo el mundo tiene acidez (el café de la CNEA es abominable) y todo el mundo está harto, pero nadie lo demuestra… mucho.
La oferta era un regalo en serio. Pero Quihillalt se habrá acordado de que el caballo de Troya también lo fue, y no era el único nuclear que había leído “La Ilíada” y “La Odisea”: la gente de la vieja Armada tenía su cultura clásica. E incluso entre aquellos funcionarios nucleares menos marítimos o helenizantes, ya se sabía que la primera dosis de un “dealer” va gratis: el problema son las que siguen. Y que este PHWR alemán no era un experimento, pero sí un prototipo. Inevitablemente, hasta ir arrimando a una disponibilidad cercana al 80%, daría bastante trabajo.
Además, estas centrales alemanas PHWR tenían esa rareza (cara) del recipiente de presión desmesurado, que delataba su origen de PWR a uranio enriquecido y agua liviana, reconvertido a uranio natural y agua pesada. Justamente, la pieza más cara de la máquina…
Para que tenga una idea, oh lector/a: a la hora de bajar las 470 toneladas del recipiente de presión de Atucha I en el puerto de Campana e irlo subiendo por carretera desde el nivel del Paraná hasta la central en construcción, en lo alto de una barranca, la empresa de transporte pesado Román le tuvo que fabricar “ad hoc” un carretón de 320 ruedas.
Esto es estrictamente verdad fáctica. Ni una rueda menos. Pero lo que sigue es «hearsay», y no puedo citar a las fuentes porque mi médium no trabaja los viernes. De modo que prosigo, pero con alto peligro de estar repitiendo otra leyenda urbana nuclear, o macanazo atómico, si se quiere.
Esto del recipiente de presión desmesurado, y conocer que araba con bueyes sabatianos capaces de dar buenas cornadas, habilitó a Quihillat a justo pataleo: “Queremos empezar a pagar la central sólo cuando ya esté crítica, al 100% de potencia y vendiendo electricidad a la red”, gruñó. Tras algunas horas de protestar y mucho fumar, los alemanes suspiran y asienten. “Además, queremos rediseñar el circuito primario –se envalentona Quihillalt- “Con un solo generador de vapor, como proponen Uds. en este plano, la central es insegura”, les soltó.
Gauchos verfluchte Dämon! ¡Esa es una pieza carísima! Los ingenieros de KWU se habrán sentido heridos en el honor: una centralita tan chica, tan mínima, tan nimia, tan poca cosa, debía tener un único generador de vapor, y según las herramientas de cálculo, sería muy segura. Hein? Sin embargo, la objeción criolla era inobjetable: duplicando los sumideros térmicos (y los generadores de vapor son eso), disminuía el peligro de sobrecalentamiento y derretimiento del núcleo si uno de ellos hacía kaput.
Dampferzeuger kaput? Diese Argentinier sind verrückt! ¿Joderse un generador de vapor? Eso jamás sucedió en la historia nuclear, objetó Edhard Gaedtke, gerente de KWU, tratando de disimular que otro alemán había sugerido que estábamos todos chiflados, pero lo que dijo lo dijo con una convicción kantiana. Y además, el costo se iba al mismísimo grosse Teufel, porque son piezas artesanales, llenas de muchos túbulos con soldaduras exquisitas. Tras semanas de discusiones circulares, ríos de café ácido y gran picazón binacional de ojos en la niebla tabacal, el componente en discusión fue duplicado y el precio original quedó intocado. Y la CNEA rediseñó el primario junto a la irritada KWU. Eso me contaron.
Sólo que en NA-SA (Nucleoelectrica Argentina SA, la operadora-diseñadora-constructora de centrales estatal) me dicen con alguna irritación que el diseño original alemán traía dos generadores de vapor, qué te pasa Arias, ¿estás loco o pensás que los alemanes lo estaban?
Lo otro que el Sabatismo no digería era el 35 % de participación nacional. “Alles gut”, dijeron los alemanes, “Se llevan toda la obra civil. ¿Contentos?”. “¡Nicht, canejo! ¡Somos un país mit eine schöne industrie! ¡No nos vamos a contentar con poner cemento, varillas de fierro y albañilería! ¡Queremos hacer los componentes electromecánicos!”.
“Sie sind alle verrückt!”, pensaron por centésima vez los alemanes, mirándose desconcertados. ¿Tantos locos en una institución que no era psiquiátrica sino nuclear?
Y así siguió la cosa. Que ya llevaba meses.
La gente de KWU a la larga aceptó casi todas las interminables objeciones argentinas, se encogió de hombros y finalmente un día empezaron a juntar sus papeles para, con gran alivio, irse. Entonces Quihillalt se puso malevo y exigió a la KWU armara “una cajita feliz”, aumentando la oferta con un reactor de investigación gratis (sic).
A los que duden de si esto es cierto o no, estimad@s lector@s, les presento el RA-4, activo desde 1971 en la Universidad Nacional de Rosario, y continúa.
Qué caro nos salió ese caramelito…
Daniel E. Arias