La responsabilidad del apagón es de Transener. El papel de las centrales nucleares

La caída del Sistema Argentino de Interconexión, problema de la red de transporte, más exactamente de Transener SA, es resueltamente ajeno a los generadores. Cómicamente, algunos medios -entre ellos la TV Pública- durante las horas iniciales del apagón le colgaron la culpa a las dos centrales nucleares salidas de línea, Embalse y Atucha I. Nada que ver. Pero nada de nada.

Entre ambas nucleares suman alrededor de 1000 megavatios instalados del total de casi 10.000 que se desconectaron automáticamente para proteger sus máquinas de la inestabilidad de la red. Digamos que en este caso las nucleares son casi una nota al pie. Pero no son el 10% del problema. El problema es 100% de distribución, y de la distribución se hace cargo (es un decir) Transener SA.

Una salvedad: representando menos del 5% de la capacidad instalada de generación, las nucleares argentinas producen normalmente el 10% de la electricidad anual, y a veces más. Eso porque son las máquinas más robustas del sistema, con un factor de disponibilidad que orilla el 90% y lo excede (Embalse llegó alguna vez al 98%). Es casi el doble de la disponibilidad de las máquinas térmicas. La otra es que si hay tres años seguidos de sequía, sabemos que las nucleares siguen generando a capacidad nominal, a diferencia de las hidroeléctricas sobre el Paraná, el Uruguay y el Limay.

En este brete, sin embargo, las máquinas nucleares tardarán algo más que las otras en reconectarse. Dependen de la electricidad de red para el funcionamiento de las bombas que refrigeran los núcleos de sus reactores. Es una opción deliberada.

Un neófito podría pensar que podrían autoalimentarse de la misma electricidad que generan, como quien vuela tirándose de los pelos. Pero la sensatez ingenieril prefiere que esa potencia electromotriz venga de afuera. Si hay problemas en la red, no sólo no se puede depender de la electricidad ingresante, sino tampoco en poder inyectar en la red la que sale del turbogrupo.

Como medida de protección de la turbina y de las bombas de refrigeración, la central nuclear entonces se desconecta. Todas las centrales se desconectan: lo hacen también máquinas térmicas e hidroeléctricas, para no perjudicar sus turbinas. Esto sucede en fracciones de segundo y en el caso de las atómicas, la desconexión la ejecuta un sistema informático que además da orden de arranque instantáneo a los generadores diésel de reemplazo. Estos dan la electricidad para que las bombas sigan refrigerando el núcleo. Éste, en términos térmicos, no llega a enterarse de que afuera de la central se armó un tremebundo despiole de redes.

Pero el núcleo sí se entera en términos neutrónicos: el sistema de protección dispara, junto con la desconexión con la red, un segundo mecanismo de seguridad: la caída de barras de cadmio dentro del núcleo. Este material absorbe el superávit de neutrones libres que garantiza la reacción en cadena, de modo que ésta se exingue en segundos. Atucha 1 se desconectó a los 800 milisegundos de detectada la anomalía en la línea de 132 kilovoltios que le llega desde Zárate.

¿Por qué desconectarse? Ya se dijo, pero explico más: no es cuestión de seguir generando calor en el núcleo, sino de refrigerarlo lo que haga falta -pueden ser días, semanas, meses- hasta que los problemas de red desaparezcan y llegue la orden de reconectar la central nuclear al sistema nacional. En una desconexión corta y automática, la central queda en «parada caliente», con el refrigerante a más de 100 grados Celsius. En una más prolongada, se prefiere ponerla en «parada fría».

Aún así, el arranque no se puede hacer a toque de botón. Una central nuclear no es un generador eléctrico auxiliar de supermercado. Mientras hay superávit de neutrones, el núcleo está relativamente limpio de un contaminante salido de la fisión del uranio 235, que es el Xenón 135. Este radioisótopo del Xenón absorbe neutrones con avidez, exactamente como las barras de control, sólo que con mucha mayor efectividad.

Según la lógica, el Xenón 135 debería impedir la reacción nuclear. Pero en operación normal la inmensa cantidad de neutrones libres que genera el reactor en funcionamiento lo mantiene a raya: en marcha a potencia nominal, la máquina genera Xenón 135, pero lo destruye bastante más rápido de lo que lo genera, de modo que la potencia se regula únicamente con las barras de cadmio, sacándolas un poco del núcleo o entrándolas un poco. Es como regular la velocidad de un auto no con el acelerador, sino con el freno.

Sin embargo en un «scram», o enclavamiento, o apagado en emergencia como el que ayer experimentaron Atucha I y Embalse, el Xenón 135 se acumula durante las horas subsiguientes al abrupto «stop» de la central. Pero se va autoeliminando: tiene una vida media bastante corta, de algo más de 9 horas, y se transforma en Cesio 135, que no estorba la reactividad. Superado cierto umbral, se puede pasar a puesta en marcha.

Resumiendo: en NA-SA en estos momentos están midiendo los niveles de Xenón 135 en las tripas de ambas centrales, y sólo tratarán de devolverlas a línea cuando este gas haya desaparecido casi enteramente. Recién entonces Atucha I y Embalse volverán al ruedo, primero a potencia reducida y luego a plena.

¿Tiempo para ello? A ojo de mal cubero, no menos de dos días desde el «scram». El restablecimiento de la red eléctrica seguramente empezará antes por las centrales térmicas y las hidroeléctricas, y hay como 9000 MWe a reconectar paso a paso, viendo si la red no sigue haciendo pavadas, la gente de CAMMESA, la mayorista de electricidad, tiene para entretenerse.

Así como también los argentinos de a pie que, con el apagón y la ola de calor, ahora están perdiendo desde la comida en las heladeras hasta días de trabajo y también la salud. Todos estamos entretenidísimos. Transener no te deja aburrirte.

Porque todo esto tiene nombre. Tanta radioquímica nos lleva a la política energética. Es imposible no recordar el Día del Padre de 2019. Se apagó toda la Argentina, y la caída de red afectó incluso a Uruguay y Chile. El origen de ese black-out histórico fue que durante años Transener, que al parecer nos tiene de hijos, se negó a apuntalar físicamente el cruce aéreo sobre el Paraná de una de las tres líneas de alta tensión (LATs) que llegan al AMBA desde una enorme unidad remota de generación, la central «hidro» de Yacyretá. Cuando se cayó ese tramo troncal, toda la red se inestabilizó y se armó una cascada instantánea de desconexiones de generadores que excedió los límites del país.

Los problemas de red, ya que éste del 1 de marzo de 2023 ha sido exactamente eso y no un problema de generación, emergen básicamente de su tendido.

El Sistema Argentino de Interconexión (SADI) es todavía muy lineal. Lo integra un abanico de tramos larguísimos de líneas de alta tensión (LATs) que van desde una unidad generadora remota a un sitio de demanda. Por caso, las hidroeléctricas del Comahue, o las del Atuel en Mendoza, o la de Yacyretá en Corrientes, o las térmicas sobre el Paraná, cuya electricidad se consume en el AMBA.

El tendido eléctrico repite la forma del viejo tendido ferroviario inglés y rodovial: todo va a parar a la Región Centro, pero hay pocas conexiones transversales que formen una verdadera malla. Comentario inevitable: la nuestra es una red muy unitaria y no muy federal, y eso la hace técnicamente muy precaria.

Esas pocas LATs transversales que se hicieron a principios de este siglo suman 4500 km. de LATs nuevas, las garpó el estado y las mandó a hacer Julio DeVido como ministro de Néstor Kirchner. Desde las privatizaciones, fue el único intento de «mallar» la red, volverla una imbricación de anillos. El capital privado en esto de robustecer la red prefirió abstenerse. Poner plata no es su negocio.

Con una estructura mallada, la red resiste mejor la súbita inestabilidad de la caída de un tramo troncal, como la que causó en este caso un incendio de pastizales, algo tan normal en un verano con fortísimas olas de calor.

¿Por qué un mayor mallado impide la propagación en cadena de una caída de red? Porque hay vías alternativas: la electricidad logra llegar desde A a B aunque el camino más corto esté interrumpido. Sencillamente toma desvíos laterales. La inversión en LATs de mallado nos ha venido salvando de muchos problemas, pero desde tiempos de Néstor Kirchner la inversión en mallado de redes no se volvió a repetir. Incluso con los tarifazos entre 2016 y 2019, que generaron mucha plata. Que fue a parar vaya a saber adónde.

Desde su privatización por Carlos Menem, el mercado eléctrico argentino está dividido en tres niveles: generación de energía, transporte y distribución domiciliaria. Desde entonces, el negocio básico de los concesionarios de los tres niveles es cobrar sin invertir, mientras el Ente Nacional de Regulación de la Electricidad se sume en la contemplación de algún nirvana, que para ello lo hizo Menem. Por ello, hay insuficiencias crónicas en los tres niveles: de generación, de transporte y de distribución. Desde hace… ¿ya 30 años?

Cómo pasa el tiempo…

Pero éste black-out, como aquel apagón padre y madre del Día del Padre de 2019, es todo de distribución, y tiene nombre. Y para sorpresa de nadie, empieza con Trans.

Daniel E. Arias