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Se va el COCO, llega el cuco y entra a matar gente
Tras desencadenar la primera hiperinflación argentina desde 1889 y matar a unas 1500 personas con sus comandos parapoliciales, el caótico gobierno de Isabel Martínez Perón cayó. Desde el 24 de marzo de 1976 hasta el 10 de diciembre de 1983 reinó “El Proceso”, dictadura de una ferocidad desconocida hasta entonces, superior a la máxima imaginable. Mató al menos a 30.000 compatriotas, inventó una guerra sin sentido, la perdió sin honor, y le infligió a la Argentina destrozos económicos, sociales, educativos, geográficos e incluso militares de los que 40 años más tarde no logra recuperarse.
En todo sentido, Menem o Macri, campeones en esto de transformar un país en un mero lugar, no habrían sido posibles sin El Proceso.
Y esto se combina con un asunto que Sábato mentó desde el comienzo: iniciar un programa nuclear es firmar un pacto con el diablo, por ese incómodo asunto de los residuos radioactivos.
Lo que no nos imaginábamos eran cuántos diablos más venían con ese diablo de los residuos radioactivos. En 1976 las patotas y grupos de tareas del proceso y el diablo del que habló Sábato se unieron para destruir a algunos de los mejores cerebros del Programa Nuclear. Entre ellos, el elenco que se ocupaba de darle un destino racional a los residuos.
La CNEA, tan en ebullición intelectual, vivió en asambleas donde valían lo mismo los votos de obreros, técnicos, administrativos y profesionales, durante los gobiernos peronistas desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 24 de marzo de 1976. Entonces, con el nuevo gobierno golpista, llegó el vicealmirante Carlos Castro Madero –un físico en reactores de la casa- y “reimplantó el orden”. Y a lo bestia.
¿Pero qué orden? Desaparecieron 17 integrantes de la casa y 4 egresados del Instituto Balseiro, además de lo cual fueron secuestrados, desaparecidos, torturados y “reaparecidos” 12 nucleares más. Hubo, de yapa, unos 160 despidos, 200 según otras fuentes. Hubo hasta un desaparecido que, tras su desaparición, fue despedido por faltar al trabajo…
El análisis de las listas de desaparecidos y el caos de estas operaciones indican no sólo un cambio cualitativo en la crueldad, sino toda una variedad de represores distintos entre sí y con bastante disparidad de objetivos.
Como se dijo ya muchas veces, la CNEA prosperó como refugio de científicos y tecnólogos bajo el paraguas de la Armada, que la dirigía y la protegía de sí misma, pero controlada indirectamente por oficiales del Ejército, que no le tenían un gramo de confianza a la Armada. En esto no hay novedad: en su competencia por el poder, Marina y Ejército han sostenido varios enfrentamientos extraordinariamente sangrientos desde los ’50. Lo raro es que hubieran logrado funcionar pacíficamente en la CNEA desde 1950 hasta 1976, y bajo autoridad abiertamente naval.
La represión del 28 de marzo de 1976 en la CNEA marca no sólo el fin de la protección al personal, sino el comienzo de choques entre Marina y Ejército. Agravado porque -diferenciados en general por su conocimiento técnico y su orientación política- se evidencian al menos dos bandos distintos dentro de la Armada, y otros tantos dentro del Ejército. En ambos casos, no es imposible entrever un quinto actor externo, desdibujado en bambalinas, pero infaltable: la CIA. El escenario, 46 años después, sigue siendo muy entreverado.
Peinando fino, sobre 21 apellidos de los que no volvieron jamás, 10 son judíos: hasta ahí, nada sorprendente. Apesta al tradicional antisemitismo de nuestros canas y milicos. Tener un apellido judío llevó las chances de supervivencia de los nucleares secuestrados a cero. De hecho, ninguno de los 12 reaparecidos tiene apellido judío.
La JP y la izquierda en sus distintas fracciones ligaron duro sin denominación de orígenes nacionales. No desaparecías por ser judío, pero sí por peroncho de izquierda, o simplemente zurdo. A recordar: la CNEA estaba llena de zurdos fundacionalmente. Era el único sitio del país donde los fachos, que en este lugar del mundo mandan seguido en el ambiente científico y académico siendo nulidades absolutas en términos intelectuales, los dejaban investigar en paz. Ese reparo daba réditos tecnológicos, industriales y diplomáticos. Jamás nadie, ni el propio general Juan Carlos Onganía, se hubiera imaginado una «Noche de los Bastones Largos» en la CNEA.
Sin embargo, hubo un área nuclear especialmente devastada, sin distingos políticos o de familia, y fue “Repro”, es decir el laboratorio llamado Procesos Radioquímicos bajo dirección de Santiago Morazzo (que sobrevivió), donde también revistaban el técnico químico Carlos Calle y Domingo Quilici, a quien ya nombré por su participación dirigente en la construcción del primer reactor de formación de personal en el Teherán del Shah.
Y lo que puede desconcertar al más pintado es la conducta que tomó el contralmirante Carlos Castro Madero ante la devastación de esta área de la CNEA. Todavía sigue siendo indescifrable.
Un poco de historia previa. Bajo orden directa y personal del propio Perón en su tercera presidencia, Morazzo investigaba desde 1968 sobre cómo recuperar radioisótopos físiles (los varios del plutonio, otros transuránidos, y el uranio 235 sin quemar) a partir del combustible quemado por reactores y centrales.
Se venían quemando las cejas con las vueltas del proceso extractivo PUREX en el pequeño laboratorio de Ezeiza, llamado PR1, donde habían logrado reprocesar 0,5 g. de plutonio a partir de combustible gastado del contiguo RA-3. El PR-1 era muy chico, más una mesada de laboratorio que una habitación propiamente dicha.
El ambiente de «Repro», sin embargo era conocido en todos los pasillos, y resultaba electrizante: al salir del trabajo cotidiano, sus dirigentes científicos se iban cada tarde desde Ezeiza a Sede Central, en Av. Libertador frente a la ESMA, para transformar hallazgos químicos en línea política, verbigracia, lograr el apoyo de Presidencia de la CNEA. Había que convencer a muchos con prestigio y/o con mando.
El paso siguiente sería más importante: el laboratorio PR2 exigía su propio edificio, dado que la idea era llegar a algo más de una decena de kilos de plutonio. Nadie quería hacer una bomba de plutonio, y habría sido imposible con el «mix» de isótopos de un reactor, con poco plutonio 239 y demasiado 240, 241 y 242, especies excesivamente reactivas y por ende, militarmente inútiles. Esa masa era la mínima para testear en combustibles del tipo «óxidos mixtos» de uranio y plutonio. Obviamente, esto era imposible sin el visto bueno del contraalmirante Pedro Iraolagoitía, nuevo presidente de la CNEA desde 1973.
Iraolagoitía estudió largamente las enormes carpetas presentadas por Morazzo, Calle y Quilici, y dió luz verde, no sin consulta previa con el presidente Juan D. Perón. Esto significa que al menos antes del 1ro de julio de 1974, cuando murió Perón, «Repro» era un proyecto oficial de las presidencias del estado nacional y de la CNEA, aunque todavía medio huérfano de plata y de sustento legislativo.
Debido a ello, cuando terminaban de hacer campaña sobre Presidencia y el directorio de la CNEA, para reclutar apoyo y gente, Morazzo, Calle y Quilici se tomaban algún bondi hasta el Congreso de la Nación. Allí se reunían hasta deshoras con grupos de diputados y senadores, aunque al día siguiente había que levantarse a las 05:00 o por ahí y tomarse la combi temprano hasta Ezeiza.
Lo dicho, la CNEA generaba personajes así, oscuros patriotas que se deslomaban por el país con naturalidad y a cambio de cero fama y ningún privilegio. Trabajólicos Anónimos, los llamo. Todavía existen.
La intención de esta gente treintañera era juntar votos en ambas cámaras y para que el PR2 tuviera respaldo legislativo, una ley marco especial que lo protegiera de interferencias de los EEUU. Como se ve, no hubo el más mínimo intento de clandestinidad. El edificio estaría en el Centro Atómico Ezeiza y tendría grandes y llamativos sistemas de seguridad radiológica.
Las 40 personas metidas en este asunto eran en buena medida peronchos. Por nucleares, sabían bien, particularmente desde el bombazo de Indira, que el desarrollo de esta tecnología en Argentina chocaría de frente con la política externa de los EEUU. Pero también con la del resto del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y de yapa, contra la de un nuevo “lobby” dentro del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) llamado entonces “El Club de Londres”, hoy Nuclear Suppliers Group.
A la gente de “Repro” lo del respaldo legislativo les resultaba imperioso: no se podría avanzar mucho en un terreno tan minado con el único paraguas de una orden presidencial, para más inri verbal y reservada, por más que hubiera venido indirectamente de Perón a Morazzo vía Iraolagoitía. Ninguno de ambos viejos, Perón o Iraolagoitía, era eterno.
De yapa, la tercera presidencia de Perón venía borrascosa por fuera y por dentro. El ministro de Bienestar Social, José «El Brujo» López Rega, era sin disimulos el jefe máximo de la Triple A, el comando parapolicial que venía matando gente de a 2 o 3 por día, ya andaba probándose las pilchas de su jefe en vida de éste. Y el propio líder no derramaba salud o liderazgo.
Hacía falta una ley nacional “paraguas” para que, sucediera lo que sucediera en la presidencia de la Nación y /o de la CNEA, en esta política de Reprocesamiento no hubiera vuelta atrás. Esa mezcla de científico-tecnólogo y militante se daba fácil en la CNEA. Ya lo dije: fue impronta fundacional y creo que incluso hoy, tras tantos porrazos, sigue abollada pero vigente.
Añado un link a un artículo de Alejandra Dandan salido en 2015 en Página 12. Creo contribuye a entender el estado de cosas con «Repro» cuando le cayó encima la furia del Proceso. Está aquí.
Daniel E. Arias