La saga de la Argentina nuclear – L

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FATE CIFRA: POSTALES DE AQUELLA ARGENTINA POSIBLE

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El hombre y la obra: el astrofísico Carlos Varsavsky y las Microcifra 10 científicas, que en 1975 ya se exportaban a Europa. Como concesión -indebida- a los EEUU, usaban punto decimal en lugar de coma.

Necesitados de nuestra baquía en informática y sobre todo, en formar infomáticos, en 1987 los brasileños le hicieron a Manolo Sadosky la propuesta de la ESLAI, la Escuela Latinoamericana de Informática, para ir formando una mejor base de profesionales en el subcontinente entero.

Como les sucedía con los asuntos atómicos, estos nuevos primos en el Mercosur tenían plata y la gastaban a espuertas en abrir y ampliar sus universidades «estaduales». Ya empezaban a cosechar ingenieros, y buenos.

Pero necesitaban muchos más y eran esclavos de su pasado: les faltaba un siglo entero incubando un sistema educativo público de excelencia de punta a punta. Sadosky era Mariano Acosta + UBA, matemático, físico e informático. Varsavsky era Nacional Buenos Aires + UBA, astrofísico por una parte, y organizador industrial experto en prospectiva. Los propios ingenieros Madanes, una luz para la política y los negocios, tenían la UBA tatuada en el mate, y jamás, ni desde chicos, habían pisado un aula privada.

En consecuencia eran gente muy polivalente y de un nacionalismo nada declamatorio.

La historia de CIFRA entre 1969 y 1976 todavía eriza la piel. Bajo protección aduanera puesta por Aldo Ferrer durante la presidencia del general Roberto Levingston, y con Julio Broner, líder de la entonces potente Confederación Económica Argentina(CGE) aquellos Madanes estaban inventando otra Argentina.

Con tecnología 100% salida de la Universidad de La Plata, sin pagar un dólar de royalties a ningún consultor externo, los Madanes acababan de fundar ALUAR en Madryn. La idea era transformar bauxita importada -en aquel momento, desde Jamaica- en aluminio nacional en lingotes. Lo quería la Fuerza Aérea para su Fábrica Militar de Aviones de Córdoba, por si había pesto con vecinos hacia el Oeste por rediseño de mapas. También vendría bien duraluminio criollo por si pintaba boicot de proveedores externos de aeronaves militares completas (como sucedió).

Como reducir bauxita a metal es un proceso electrolítico que consume barbaridades de energía, a ALUAR el presidente militar Agustín Lanusse, siguiendo planes anteriores, le construyó la central hidroeléctrica de Futaleufú, en la lejana cordillera, y un electroducto de 330 KV (kilovoltios) que cruzaba 550 km. de la estepa chubutense.

Fue una inversión majestuosa: la pared del dique mide 120 metros de alto y 600 de espesor en la base, y el cierre capturó 4 lagos preexistentes (el Situación, el Quiñe, el Epu y el Cula) y los unificó en uno sólo de 9200 hectáreas, que se llama Amutui Quimey (ningún chubutense lo llama así) y tiene profundidades de hasta 245 metros.

La caída de agua generada es de 120 metros y alimenta 4 turbinas Francis, con 472 MW instalados totales, que producen regularmente 2900 GW hora anuales. En los 70 eran cifras muy «guau», pero hoy que no lo son tanto, queda claro que «El Futa» es quizás el más perfecto de los lagos hidroeléctricos argentinos: poca superficie pero bastante potencia, y lo alimentan lluvias que no son infalibles pero sí muy generosas. El cauce se tiende entre las isohietas de 1500 mm/año al Este, y de 3000 mm/año al Oeste. Sin población en esas orillas abruptas, el agua sigue tan cristalina como hace medio siglo.

ALUAR, 550 km. hacia el Este, salvó a Madryn de evaporarse demográficamente. Cuando se instaló la firma, la ciudad no tenía ingresos, salvo la pesca. Conservaba 7000 habitantes y los iba perdiendo por el clásico patagónico: ciudades de chicos y de viejos: los jóvenes se van al norte a trabajar o a estudiar, y los que terminan una carrera, no vuelven ni a palos. Alguna gente en Madryn se ganaba la vida gracias el buceo recreativo, que da sus morlacos, pero sólo en verano.

Se instaló ALUAR, bien al modo de los viejos Madanes, y se dió vuelta la ciudad: se llenó toda de ingenieros, técnicos y obreros calificados, que además cambiaron la educación pública porque muchos se pusieron a dar clases en escuelas y colegios. Se crearon las primeras carreras de la Universidad de la Patagonia Austral, Biología e Informática. Se instaló el CENPAT, instituto del CONICET. Madryn de pronto empezó a absorber juventud y laburantes: en 1980 ya tenia 22.000 habitantes, en 1991, más de 45.000, hoy anda por los 124.000. Estimados, Madryn es irreversible.

Volvé, Aldo Ferrer, y llevate esta foto. Tu obra.

Lo increíble es esto: todavía en 1993, el 99% de la electricidad se la “bebía” la inmensa ALUAR y con el 1% restante, sobraba para iluminar Trelew y Madryn. Con esas humoradas de la historia argentina, tan militar e impredecible, aunque fue la Fuerza Aérea la que fogoneó la creación de la represa de Futaleufú y la instalación de ALUAR, luego jamás le pidió «dural», es decir aleación aeronáutica de aluminio, para los aviones argentinos (los Guaraní, los Pucará, los Pampa), cuando todavía le quedaban ganas de diseñar y construir.

¿Pero acaso no fue un militar, Perón, quién en 1950 fundó la CNEA para lograr la fusión del litio? 73 años más tarde, nadie logró ese objetivo en el resto del planeta. Es más, nadie se lo propuso. Pero en la fisión del uranio, tanto más banal pero tecnológicamente peliaguda, la institución estuvo activa e hizo bastantes otras cosas interesantes… Si no las conoce, no está solo. La Argentina suele vivir en un termo cuando se trata de entender sus pequeñas victorias tecnológicas. Pero si tiene tiempo, puede leerlas en esta saga.

Sin aluminio aeronáutico, de todos modos el país se llenó de cerramientos, autopartes y matricería de otras aleaciones de aluminio, con empresas constructoras en algunos casos fundadas a pie de ALUAR. La bauxita, una arenilla violentamente roja, viene a Madryn, puerto aceptablemente profundo y abrigado, desde el país que la tenga más en precio: Australia, China, la India o Guinea, no importa.

Importa mucho más la energía que requiere transformar esos médanos escarlatas desembarcados en Madryn en aluminio metálico, algo que casi permite definir un lingote de ese material como electricidad congelada. Pero lo más importante, por lejos, es que la tecnología de la gigantesca planta se hizo y luego se rehizo aquí, en una universidad pública, sin consultoras gringas. Todavía más importantes aún fueron las decenas de fábricas de artículos de aluminio que surgieron en el país como consecuencia de ALUAR, y las miles de personas que emplean.

Cuantimás, que el aluminio es un elemento versátil: con aluminio se puede hacer desde estructuras fijas y móviles, desde edificios a aeronaves, pero también automóviles, vagones de tren ultralivianos, artefactos de consumo como televisores de pantalla plana, notebooks, cables de alta tensión, estructuras de cohetes y hasta combustible sólido de cohetes, y altos explosivos también. Dadme aluminio y os daré una industria nacional más o menos diversificada y compleja. «Tecnológicamente densa», como decía Aldo Ferrer.

Pero dadme también una burguesía con gente como Ferrer y aquellos Madanes.

En el cenit de su poder económico, político e intelectual, aquellos Madanes y los discípulos de Sadosky hicieron de CIFRA uno de los 10 mayores fabricantes de calculadoras del mundo.

Leyó bien. Y la firma, conste en actas, no era un armadero fueguino: tenía tecnología propia integrada verticalmente: impresoras, memorias, carcazas… ¡CIFRA diseñaba sus propios chips con sistemas CAD en 1970! ¡Y los fabricaba, junto con los “leds” de las pantallas, en una planta de 1400 personas!

¡Y qué velocidad de innovación! De 1973 a 1974, las CIFRA pasaron de tener 150 circuitos integrados a sólo 7, y mayor potencia de cálculo.

Aquellas máquinas -no todas- tenían una impecable belleza y no había modo de romperlas. Literalmente hidrolavaron y rasquetearon del mercado nacional a Olivetti, IBM y Phillips, para luego inundar el latinoamericano hasta el Río Grande. Mientras en casa CIFRA era dueña del 50% de las ventas, en México, capturó el 30% en las barbas mismas del Tío Sam. Los mexicanos las adoptaron como al tango. En la orilla norte del Río Grande, Texas Instruments miraba con cierta preocupación. Me imagino a los representantes mexicanos pensando: «Ya les cruzaremos el mero río, pinches gringos cabrones…».

El único mercado donde las “multis” del Hemisferio Norte le lograban armar una especie de Línea Maginot a CIFRA era… je, je… Brasil. ¿Cómo nos iban a olvidar, los primos, cuando se armó el Mercosur? Habíamos sido su pesadilla más cercana.

En 1975 las CIFRA ya cruzaban el Atlántico rumbo a dos países de Europa, gracias a la “MicroCifra”, la segunda calculadora de bolsillo de la historia después de la Hewlett Packard 35, y la primera con capacidad de operaciones científicas y financieras. Aquí copó la región de movida, para leve desconcierto de Japón, que estaba llevándose puesto el resto del planeta con cuatro marcas nuevas, al menos en este ramo: Casio, Canon, Sharp y Sanyo. Nuestro país les resultaba indescifrable. En todo sentido.

Cuando se quisieron acordar, los Madanes tenían 400 distribuidores en Argentina, unos 100 más afuera, y las maquinitas criollas pintaban hasta en la República Federal Alemana. El 30% de la producción se exportaba. El 15% de las utilidades se invertía en Investigación y Desarrollo.

La craneoteca de FATE Electrónica tramaba ya la serie 1000, una proto-PC de escritorio, todavía sin teclado gráfico o pantalla independiente. Ahora el rival a barrer era IBM y el nicho computacional, el de las máquinas “mainframe”.

La FATE 1000 tenía el tamaño de una máquina de escribir y la potencia de cálculo de una IBM 370, la cual en comparación, por tamaño y forma, era como una heladera adosada a un piano. La maquinita criolla intentaba una revolución conceptual: la transformación de la computadora como bien de capital en otro de consumo.

Y ahí quedó.

En la búsqueda de ese cambio de paradigma, la CIFRA 1000 no llegó a enfrentarse jamás con IBM. Tampoco pudo batirse con un adversario aún más elegante, avanzado y temible, un artilugio modular ya dotado de tres periféricos muy «game changer»: pantalla, teclado y mouse, arquitectura que dos hippies de nombre Steve y apellidos Jobs y Wozniak respectivamente, le afanaron a un gran competidor y pergeñaron en un garaje de Los Altos, suburbio de Los Ángeles.

Hoy el lugar es sitio histórico: fue la cuna de la Apple II, que vendió unas 6 millones de unidades y cambió la historia de Jobs, Wozniak y el mundo. Obvio que con enormes ayudas directas e indirectas e incluso encubiertas de las agencias federales de innovación tecnológica militar pero dual, como la DARPA. Pero los creyentes de Silicon Valley prefieren la leyenda de que Apple nació por partenogénesis y en un pesebre. Bueno, un garage, es lo mismo.

La Apple II y la CIFRA 1000 coincidían en ser aparatos difíciles de imaginar para los ingenieros en sistemas, y casi amigables para los tecnonabos que moriremos sin saber un comino de programación. Jobs y Wozniak sacaron su producto sin el respaldo financiero e industrial de Madanes, pero en un ecosistema económico y tecnológico de inmensa potencia: el californiano. De la DARPA y otros ríos subterráneos de dólares federales ya hemos hablado. Los milagros con ayuda gubernamental son más fáciles.

A aquellos Madanes fundadores, en cambio, se les estaba incendiando el país. Carlos Varsavsky se tuvo que rajar a los EEUU cuando en 1977 mataron a su sobrino David, y con muchas amenazas de muerte encima. Murió allí, en los EEUU, como lo que había sido antes de su momento CIFRA: un radioastrónomo académico.

Jobs dejó este mundo en 2011 sin haber siquiera oído de la marca CIFRA. El diseño de la ya antideluviana 211 tenía ese minimalismo “cool” de Apple. Pero esa firma tan cotizada en bolsa nunca pasó por el Rodrigazo y trascartón, por el industricidio traccionado a genocidio de aquel otro hijo de su madre, para quien era lo mismo producir aceros o caramelos.

Hablo de aquel esquelético señor con apellido de hoz y guadaña de Parca, quien con su apertura unilateral de aduanas, de chupaderos y de financieras exterminó no sólo a miles de personas y empresas, sino también la noción misma de capitalismo tecnológico en Argentina.

Lector@s, no me fumé nada raro. Cualquiera que se acerque a los 70 pirulos vio y usó las máquinas CIFRA. Quien conserve alguna, que la cuide: son objetos de culto en Internet.

Cuando en 1978 las primeras Apple II llegaron a la Argentina sin pagar tasas aduaneras gracias al Doctor Joe, y más como chiche de ricos que otra cosa, los restos mortales de la planta de FATE Electrónica en Victoria, conurbano Norte de Baires, fueron comprados por la firma electrónica japonesa NEC.

Para su entierro. Para aterrizar, los japoneses estaban desmalezando la pista, como quien dice.

Pero quién nos saca la copa del Mundial 78, ¿eh?