La saga de la Argentina nuclear – LI

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EL GRAN COMUNICADOR NOS PINCHA EL SALVAVIDAS

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El Gran Comunicador Ronald Reagan y su gabinete, todos en actitud natural. 

Tras la Guerra de Malvinas, un alto oficial de la Marina de los Estados Unidos con una “papa” irremediable de páncreas, en su agonía le pidió perdón a su oncólogo y amigo: había debido pasarle a la Royal Navy la posición del ARA Belgrano, posteriormente torpedeado y hundido por el submarino HMS Conqueror.

La historia viene a cuento. Tras otro torpedeo seguido de hundimiento, el de CIFRA, nave insignia de la electrónica argentina, perpetrado sucesivamente por Celestino Rodrigo al destruir el mercado interno y luego por José Martínez de Hoz al abrir las aduanas, el presidente Ronald Reagan también nos hundió también la balsa salvavidas: Brasil.

En 1986, los primos brasucas nos habían remplazado como potencia informática regional. Su país era el 6° mercado mundial de hardware y software. Con no poca envidia, uno veía computadoras brasileñas en todos los aeropuertos de los primos, pero también en las oficinas públicas y las empresas privadas. Era bastante impresionante.

Y era un poquito esperanzador: fogoneados por el Secretario de Ciencia de la Argentina y las cámaras empresarias paulistas y paranaenses, los vecinos se habían asociado a nosotros en la ESLAI, la Escuela Latinoamericana de Informática. Les interesaban nuestros recursos humanos y nuestra capacidad de reproducirlos. Perdidas nuestras industrias electrónicas, capaz que con la ESLAI al menos salvábamos eso, los cerebros y la fábrica de los cerebros en informática. Podía ser un huevo desde el cual resucitar.

En medio del auge informático brasileño, el 15 de agosto de 1986, según información ya desclasificada por EEUU, Ronald Reagan reunió su gabinete para encarar un próximo “encuentro cumbre” con su contraparte brasileña, Jose Sarney.

Esta reunión terminó con toda esperanza de un Mercosur Informático.

Trato de resumirla:

William Casey, el director de la CIA, tildó al nuevo presidente brasileño de izquierdista, un crítico de la política de EEUU hacia Cuba y hacia Angola, opuesto además al régimen racista de Pretoria (pilar militar yanqui en África), y de yapa renuente a aplicar los programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional. El espía en jefe de la CIA también acusó a Sarney de estar desarrollando vínculos comerciales con la URSS y de proponer una “Zona de Paz en el Atlántico Sur”, es decir, la exclusión de la 4° Flota de la Armada estadounidense en el área. Sarney incluso acababa de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba.

El Vicesecretario de Estado, John Whitehead, abundó con que Brasil generaba centenares de asuntos irritantes en lo económico: estaba armando lío en la última ronda de los acuerdos de tarifas GATT, ignoraba abiertamente a los acreedores del Club de París y copiaba sin pagar patentes farmacológicas estadounidenses…

El almirante John Pointdexter, consejero de seguridad de la Casa Blanca, sopesó la seriedad del caso: Brasil, dijo, aunque el estadounidense de a pie no tiene la más peregrina idea de ese país, ocupa la mitad de Sudamérica, ya era la 8° economía del mundo por tamaño, y su PBI registraba un crecimiento del 8% anual, entonces el mayor del planeta (sí, más alto que el de China entonces). Whitehead dejó caer que con semejante rampa de crecimiento a Brasil le sobraba dinero y que no tenía que pedirle nada al FMI, lo cual era (sic) un verdadero problema.

El Secretario de Defensa, Caspar Weinberger, opinó que los brasileños fabricaban muy buen armamento y se lo vendían a cualquiera, incluyendo países a los que EEUU había decretado el boicot en materia de armas. Y además, que los brasileños seguían negándose a firmar el TNP, o Tratado de No Proliferación de armas nucleares. Y que podían tener algún proyecto “non sancto” a este respecto.

Entrando en materia informática, el attaché comercial Clayton Yeutter le explicó a su presidente que los brasileños creían –erróneamente- poder competir con los EEUU y Japón. Dejó claro que la “reserva de mercado” con que Brasil amparaba su desarrollo en TICs le estaba costando a los exportadores estadounidenses hasta U$ 1000 millones/año (hoy serían U$ 2800 millones) en lucro cesante. En su opinión, se podrían quebrar tales barreras aduaneras gravando en represalia las exportaciones agroindustriales y las manufacturas brasileñas a EEUU. Sólo había que aplicarles el artículo 301. Añadió Yeutter que la cancillería brasileña le había advertido que eso significaría una crisis, y la posibilidad de que Sarney levantara unilateralmente su reunión con Reagan. Todo era posible. Los brasileños tenían la pelota, y debían contestar en 10 días.

Fiel a la imagen que dejó de sí mismo, Reagan no tenía idea de nada de lo dicho, ni siquiera de que Brasil a la sazón tuviera 130 millones de habitantes. Pero estaba interesado en saber si el exdictador militar Joao Baptista Figueiredo seguía vivo, y en ese caso, si se llevaba bien con Sarney.

No, no se llevaban, le contestaron.

Impertérrito, el Gran Comunicador confesó a su gabinete que Figueiredo le había regalado un caballo de salto fantástico, cruza de pura sangre y de Hannaford alemán, capaz de salvar vallas de 6 pies y 9 pulgadas. Y siguió dando detalles del caballo.

Yeutter y los demás presentes esperaron un buen rato a que Reagan terminara sus apreciaciones equinas. Luego remataron los detalles prácticos del “meeting” Reagan-Sarney y de cómo manejar su comunicación a los medios, y también echaron pestes de la prensa yanqui, siempre crítica. Los curiosos pueden leer aquel documento desclasificado aquí:

Luego sucedió un encuentro muy libreteado entre Reagan y Sarney, sin sobresaltos, el 9 de septiembre de 1986. Sin embargo, el 13 de noviembre, El Gran Comunicador anunció sorpresivamente unas tasas mortíferas sobre U$ 107 millones de exportaciones brasileñas de frutas, jugos, cueros, calzado, carnes e incluso aviones de Embraer. Por circuitos más oficiosos, Yeutter le hizo saber a Sarney que del total de compras yanquis a Brasil que se caían, sumando otros ítems, en realidad era de U$ 700 millones (equivalentes a U$ 1915 millones de hoy).

Las cámaras industriales de Sao Paulo enloquecieron.

El New York Times explicó que la ofensa principal brasileña había sido su renuencia a importar el sistema DOS de Mycrosoft “por tener sistemas operativos propios superiores”. Habida cuenta de cómo funcionaba el DOS, era imposible que los primos mintieran. Pero el presidente Sarney reculó en chancletas y cambió la ley informática de 1984, dando fin a un despegue industrial rampante de 8 años. Ahí fue cuando tras habernos torpedeado el barco, los EEUU nos pincharon la balsa.

Hoy Brasil en informática es la sombra de lo que fue, un importador neto. El hardware y el software no figuran en absoluto en los 15 primeros renglones de exportaciones brasucas de valor, aunque sí los aviones (puesto # 10) y los motores tipo turbojet (puesto #15).

Es sorprendente la autoridad de Bill Gates en estas tierras.

El asunto es que la informática es una industria pintada para un país con buenos recursos humanos y ni un mango para invertir en fierros, como la Argentina. Ninguna otra industria saca tantos conejos de tan módica galera como ésta. Para hacer software exportable casi toda la inversión es en personas y sueldos: un equipo de diseñadores, otro de testeadores para eliminar «bugs», y un tercero para terminar de exterminarlos cuando el programa sale al mercado y aparecen los problemas escondidos.

Es un proceso parecido al de la creación de un antibiótico o una vacuna, pero sin gastos de planta farmoquímica o biotecnológica, ni de estudios carísimos de fase para el licenciamiento. No estás condenado al éxito pero si sos bueno en informática, exportás y cobrás a lo grande. 

La ESLAI funcionó entre 1986 y 1990 en el casco de la vieja estancia que sorprende a los visitantes del bosque remanente del Parque Pereyra Iraola, a 40 km. de Baires y a 10 de La Plata. Copió, no sin mucha discusión previa (las universidades argentas y brasucas estaban llenas de antinucleares) el modelo de funcionamiento del Instituto Balseiro de la CNEA: becas que cubrían alojamiento en el sitio, comida y un estipendio de viajes y salidas, inmersión total en el estudio, y unos exámenes de ingreso tan bravos que sólo los pasaba el 15% de los aspirantes.

La carrera de especialización duraba unos dos años, el cuerpo de profesores era binacional, como el alumnado, pero además había profesores visitantes de las universidades e industrias informáticas de Francia e Italia. El alumnado nunca excedió las 60 personas, y aunque la exigencia era demoledora, a fuerza de dedicación exclusiva y motivación económica lograba egresar el 90%. Y a casi todos esos les fue BIEN.

Los exalumnos y exprofesores hoy son todos canosos y tienen impresionantes trayectorias en las empresas privadas y reparticiones públicas informáticas de Brasil y de Argentina. Es difícil leer sus recuerdos de la ESLAI sin recordar que el Balseiro fue cuna de las industrias tecnológicas más diversas de nuestro país, nucleares, espaciales, petroleras y sigue la lista.

Copio el testimonio del Dr. Hugo Scolnik, profesor invitado de la ESLAI, nuestro mayor criptógrafo, y jefe de seguridad informática del mayor data center de la Argentina: el de la empresa estatal de telecomunicaciones ARSAT.

«Comenzando porque el modelo que tomó,  discutido en su momento, fue el del Instituto Balseiro. Las clases eran intensivas, los alumnos tenían alojamiento permanente en un ambiente muy tranquilo y se generaban vínculos de amistad muy buenos. Tuvo la contribución de docentes de Argentina y del exterior, que estuvieron presentes trayendo ideas muy interesantes sobre la enseñanza de la informática. Un ejemplo de esas ideas fue diseñar los algoritmos en pseudocódigo y después había ficheros donde tenías en cuenta si ese pseudocódigo lo querías implementar en C, Fortran, Pascal o lo que fuese, tenías una ficha que te decía cómo hacerlo. A la gente se le abrió bastante la cabeza con este tipo de propuestas para no estar tan dependientes de un determinado lenguaje y encontrar un modo más general de resolver los problemas. En definitiva, de la ESLAI fueron surgiendo algunas personas que después tuvieron muchísima influencia en la enseñanza de la computación o en la creación de empresas de software».

Scolnik dixit.

En otras palabras, eso era una jabonería de Vieytes, un multiplicador de divergentes bien formados e informados, la clase de gente que puede estorbar ventas cuando llega a áreas de gobierno o a la dirección de grandes empresas, un granito de arena en el ojo de cierta firma estadounidense que ya venía monopolizando el mercado mundial de PCs con productos berretas pero caros.

Fue arribar Carlos Menem a la presidencia y el Dr. Raúl Matera a la Secretaría de Ciencia y Técnica, y ambos cerraron la ESLAI en octubre de 1990. Es notable la urgencia con que procedieron, a apenas 9 meses de sus nombramientos. Debían estar muy motivados.

Una historia de ESLAI contada por la UBA, aquí.

No alcanza con una masa crítica de expertos para fundar una industria innovadora. Tiene que haber una voluntad estatal de sostenerla y defenderla, y eso tal vez (sin garantías) haga que pinte capital privado y se juegue por ella. La ESLAI suministró expertos, sin llegar a una masa crítica, pero le tocaron malos tiempos tanto para la electrónica brasuca, trascartón del exterminio de la nuestra a cargo del Doctor Joe.

Si alguien cree que insinúo que un país que deja la tecnología nuclear, la aeroespacial, la electrónica, la informática y las biociencias en manos extranjeras tiene toda la vocación de evaporarse como estado-nación, la respuesta es: “Sí”. Somos prueba semiplena.

Sin embargo, para volver al carozo atómico de esta saga, conviene recordar por qué nos negábamos a firmar el TNP, y hasta teníamos un acuerdo tácito con Brasil para que ninguno de ambos países lo hiciera. Pero nunca fuimos proliferadores nucleares, pese a que en 1967 el propio presidente militar brasileño Artur da Costa e Silva literalmente nos empujaba a ello.

Da Costa e Silva no pudo embretarnos en una carrera de armas porque teníamos la pelota nuclear tan dominada en materia de tecnologías civiles, que podíamos darnos el lujo de ignorarlo.

Pudo pasar lo mismo con la electrónica, durante la increíble pero breve aristía de CIFRA, y luego pudimos habernos montado gracias a la ESLAI sobre el impresionante momento de gloria de la informática brasileña. Pero nos bolearon ese segundo caballo también. Y lo hicieron siempre y desde adentro los garcas propios, no los ajenos.

Y todavía cantamos: en 2021 el software se consolidó como tercer rubro exportador, con U$ 6442, un 7,4% de las ventas (declaradas) del país. Hay 455.000 puestos de trabajo, más o menos el 7,4% del empleo privado nacional. Servicios informáticos sumó 129.000 empleos. Y eso pese a que el cuentapropismo (los pibes que trabajan en negro y cobran en el exterior) le resta U$ 1800 millones a las cuentas. No es brillante, dábamos para mucho más. Y sin embargo, qué resiliencia…

Ésta no es una saga tanguera. Llama a resucitar industrias que, mientras en la Argentina sigan existiendo la educación pública en ciencia y tecnología, todavía son posibles. Los recursos humanos son la base necesaria, nos dice el sentido común.

Necesaria pero no suficiente, nos dice la historia.