El Servicio Meteorológico Nacional duplicará la cantidad de radares meteorológicos entre este año y el que viene. La empresa rionegrina INVAP será la responsable de fabricar e instalar los 10 nuevos radares de diseño nacional que permitirán cubrir el 70% del territorio nacional para mejorar la eficiencia de los pronósticos de corto plazo.
Una cosa a tener en cuenta es que los radares en esta red que se viene construyendo, con avances y retrocesos, desde 2014, sustituyen a una red meteorológica previa: la de Ferrocarriles Argentinos. Cuando estos tenían alrededor de 48.000 km. de ramales que sumaban unas 2400 estaciones, cada jefe de estación debía tomar tres veces por día la medición de temperatura, humedad absoluta y relativa, dirección y velocidad de viento, presión atomosférica, y cantidades de lluvia, granizo o nieve si los había. Estos datos, y observaciones generales, eran transmitidos en tiempo real a la sede del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) por telégrafo.
Suena primitivo y a locomotora de vapor, pero funcionó bien hasta 1995, cuando tras los cierres de ramales de Arturo Frondizi (4000 km) y los del Proceso (10.000 km), se privatizaron los 31.113 km. restantes, y los nuevos operadores, además de cerrar ramales secundarios y estaciones a troche y moche, se sacaron de encima toda responsabilidad con el SMN en las que no clausuraron.
El despliegue ferroviario medido en 1954, año de apogeo del tren argentino, permitía predicciones sobre la base de mediciones constantes y de una resolución geográfica bastante alta, al menos desde la línea Roca a San Carlos de Bariloche hacia el Norte. Allí, desde el Río Negro hacia la Quiaca, estaba el país de las líneas de trocha ancha y mayor densidad demográfica. De allí hacia el Sur, en cambio, la medición era más «a la que te criaste», porque la estepa patagónica tenía sólo tres redes ferroviarias de trocha angosta, desconectadas una de otra, con pocos trenes, pocas estaciones, y éstas muy alejadas entre sí. Un meteorólogo, allí…
La catastrófica inundación de Santa Fe Capital, el 29 de abril de 2003, fue en parte consecuencia de la desaparición de esta red meteorológica primitiva. Desde comienzos del verano de 2002, los climatólogos de la Carrera de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad de Buenos Aires, con la Dra. Inés Camilloni a la cabeza, alertaban de calores y lluvias demasiado altas en la inmensa cuenca de este río normalmente exiguo.
Durante todo aquel verano los satélites meteorológicos ópticos (el SAC-C argentino y muchos de otros países con los que la CONAE comparte información) insistían en que la alta cuenca del Río Salado del Norte estaba cubierta de nubes de tormenta. Pero ni el SMN ni el Instituto Nacional del Agua (INA) tenían una idea precisa de cuánta agua se había acumulado. Cuando el INA se llamaba todavía INCyTH (Instituto Nacional de Ciencias y Técnicas Hídricas), tenía vigilada la cuenca -considerada peligrosa- con una red de estaciones batimétricas. Pero en 1989 habían sido clausuradas por los recortes de presupuesto científico decretados por el gobierno de Carlos Menem.
Esa cuenca no muy lluviosa tiene la misma superficie que las islas británicas, y cuando el agua baja toda de golpe hace desastres. No fueron graves cuando la gran avenida de 1973 porque entonces no existía el terraplén del viaducto Santa Fe-Rosario. Pero en 2003 sí existía, y su puente sobre el Salado tenía un vano de 17 metros de ancho, no lo suficiente como para para dejar pasar una inundación de padre y madre. Esa obra mal diseñada actuó como un dique.
Entre el 22 y el 24 de abril cayeron 1400 mm. de lluvia, uno sobre el otro, en la cuenca media del Salado. El INA pidió audiencia con el gobernador Alberto Reutemann para que éste dinamitara puente, cosa que Reutemann se negó a hacer, y máxime en medio de su campaña por la reelección. No tenía paciencia con «científicos locos».
El dúo de satélites SAOCOM 1A y 1B, que opera en radar en banda L, hubiera ayudado no poco para que el gobernador entendiera que no estaban tan locos. Ambos satélites pueden mirar a través de las nubes con sus microondas de 23 cm., sin importar si es de día o de noche, y medir el grado de anegamiento del suelo por detección de la altura de la napa. Predicen con bastante fiabilidad en qué momento las cosas se pueden ir al demonio.
El proyecto SAOCOM fue presentado en 1998 a pedido del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y la Secretaría de Agricultura de la Nación. El objetivo era tener información predictiva de suelos, aguas y vegetación, así como prevención de catástrofes, o al menos su manejo una vez sucedidas.
Pero los SAOCOM estaban atrasados, algo que debe estar misteriosamente asociado a que la Comisión Nacional de Actividades Espaciales venía, como siempre, con un presupuesto miserable. Salieron al espacio entre 2018 y 2019, con VEINTE AÑOS DE ATRASO.
La catástrofe de 2003 se hizo esperar menos. El 25 de abril el Salado bajó con todo, fue atajado por el dique del talud de la autopista Santa Fe-Rosario, formó un lago que fue creciendo en dirección Norte y a lo largo de tres días al Oeste de la ciudad. El 29 de abril el lago entró de golpe por el club de Golf y el hipódromo, los barrios chetos donde el terraplén Pueyrredón tenía un coronamiento deliberadamente bajo para dar mejores vistas hacia el río. En dos horas, en el Sur del casco céntrico el agua llegó a 4 metros de profundidad. Muchos de los ahogados eran enfermos postrados que no pudieron escapar.
Ocurrió una «flash flood», o inundación relámpago típica de alta montaña, en una de las llanuras más chatas del país y del planeta, novedad mundial. Reutemann, expeditivo, cerró la cuenta en 23 muertos, pero hubo de 27 a 160, según quién cuente, y unos 60.000 evacuados en 457 centros de refugiados. El Lole fue sólo el último, no el único: ninguna de las muchas autoridades nacionales y provinciales que fueron montando de a poco las bases de este asesinato hídrico en masa cantó «esta inundación es mía».
Es más, Reutemann ganó su re-elección navegando de noche el casco urbano con su lancha particular, y ayudando a bajar a inundados de las azoteas de sus casas… seguido por lanchas con las cámaras de la televisión local. La solidaridad garpa, cómo no.
Esta disgresión nos lleva de nuevo al SINARAME (Sistema Nacional de Radares Meteorológicos), proyecto que surge en 2000, cuando se suspenden los pagos para la compra de imágenes de satélites meteorológicos estadounidenses y europeos. Si hay que arreglarse sin eso, cuantimás sin ningún satélite radar y sin siquiera las viejas estaciones de tren, al menos tengamos datos generados desde tierra, dijeron en el SMN. Y con radar, que funciona de día y de noche, con nubes o sin ellas. Es más, detecta y mide nubes.
Éste es un país gigante, 2,78 millones de km2 continentales, el 9no del mundo en superficie. Para hacer los pronósticos del tiempo también se usan algunos satélites geoestacionarios estadounidenses, rusos, chinos, indios, canadienses, japoneses, coreanos y europeos. No así nuestros ARSAT 1 y 2, dado que ocupan todo su ancho de banda en telecomunicaciones.
Pero como aparatos plenamente meteorológicos, otros «geo» extranjeros están fijos sobre la vertical de algún punto ecuatorial y a 35.786 km de altura, es decir a dos diámetros de la Tierra de distancia de la Tierra. Con semejante altura son buenos para dar información hemisférica, de sistemas meteorológicos de gran escala.
Aún así, la meteorología concreta, aunque inscripta en eventos de tamaño continental o aún mayores, suele constar de sucesos bastante locales y a veces a contramano del marco general. De modo con su altura, los satélites meteorológicos geo dan poca resolución en lo geográfico, y en lo meteorológico son incapaces de mirar el interior de las nubes o lo que pasa bajo las mismas. Sucede con todos los satélites sistemas ópticos.
En cambio, los radares terrestres pueden dar información sobre qué nube tiene granizo, lluvia y en qué cantidades, con la limitación de que cada uno puede cubrir un área relativamente limitada. Otro cantar es cuanto se despliegan muchos radares «en red» y solapando entre sí las áreas de cobertura, como un panal continuo.
Los RMA cuentan con una capacidad de detección estandarizada de ecos de lluvia. Detectan el movimiento de partículas líquidas o sólidas en la atmósfera, cuando las ondas de radiofrecuencia emitidas por el radar rebotan en ellas. En general lo hacen en un círculo de hasta 240 kilómetros de radio en derredor al radar: por muy alta que sea la torre del mismo, las tormentas a mayor distancia quedan ocultas por la esfericidad de la Tierra, bajo la línea del horizonte.
No así las muy severas, con sus cúmulonimbos de más de 15 kilómetros de altura, cuyas abruptas cumbres son visibles para un radar a más de 400 km, sobresaliendo del horizonte. Si ves una tormenta a esa distancia y viene hacia vos, tenés unas 10 horas para mitigar el impacto, y va a ser bravo.
Los RMA son de tipo Doppler, como cualquier radar meteorológico, y pueden calcular la dirección y velocidad de movimiento de partículas -de lluvia, de hielo o de ceniza volcánica- a una distancia de hasta 120 kilómetros. La velocidad horizontal, en acercamiento y alejamiento del radar, y la vertical, especialmente en ascenso, dan una idea de la energía de un fenómeno rotativo como una tormenta típica, de la cantidad de calor que la fogonea en su base, y de si ésta puede generar tornados.
La fuente de energía de las tormentas son el calor del suelo y el del aire, y su humedad relativa. En tiempos de recalentamiento global, las tormentas empeoran en todos lados, y las llanuras argentinas, sede hoy de las 4 megalópolis mayores del país, no son una excepción. Las ciudades de gran densidad edilicia y escasa superficie verde, como el AMBA, potencian las tormentas porque el asfalto y el cemento almacenan calor solar, a diferencia de las zonas arboladas.
Un árbol urbano grande, como un plátano o un jacarandá de esos de 80 años, puede evaporar hasta 400 litros de agua por día, y al hacerlo baja la temperatura en torno hasta 4 o 5 grados. Pero no hay intendente que resista la tentacion inmobiliaria de transformar áreas verdes en torres y shoppings, y esto explica las temperaturas diurnas del AMBA: son hasta 10 grados Celsius superiores a las de localidades rurales vecinas en el mismo paisaje y sistema climático, y a la misma latitud.
Este notable efecto de «isla de calor» de nuestras megalópolis es combustible para desastres. Sobre todo cuando una masa estática y superficial de aire caliente, húmedo e inestable es embestida por un frente de aire frío oriundo de la Patagonia.
En el llamado «frente de turbonada» por los aviadores el aire frío y denso baja en rachas violentas, como cataratas atmosféricas, y el caliente, húmedo y poco denso sube en forma de espiral. Ese tremendo combo de movimientos verticales lo dispara el diferencial de temperatura, y llega a velocidades de centenares de kilómetros por hora.
En su ascenso, la turbonada de nubes llega hasta los 12.000 metros de altura, donde se deslindan normalmente la tropósfera y la estratósfera, y ahí se desparrama como la cabeza de un yunque. Pero si las corrientes en ascenso tiene suficiente energía, siguen viaje 2 o 3000 metros más, hasta regiones muy heladas del cielo. El resultado son lluvias y granizadas apabullantes, y vientos muy complejos en tierra.
El SMN fue fundado en 1872. La peor tormenta porteña de su breve historia tuvo lugar el 4 de abril de 2021 en el AMBA, incluída la CABA y su conurbano Oeste. Mató directamente a 27 personas, dejó 893 heridos, volteó centenares de árboles que aplastaron gente, autos y destechó, anegó o destruyó miles de construcciones. Sumando más miles aún de autos aplastados o arrastrados por la corriente y 79.760 árboles derribados que cerraron alrededor de 1400 calles, las pérdidas económicas anduvieron en el orden de los U$ 40 millones.
La novedad de aquella tormenta del 4 de abril es que formó 4 tornados, dos F1 y dos F2 en la escala Fujita. Pasaron sobre el tejido urbano como 4 motosierras, con huellas de 1,5 a 3 km. de ancho y recorridos de 50 a 70 km. Meses más tarde, todavía había barrios sin electricidad o agua en el Oeste bonaerense, y años más tarde, las 4 huellas de los 4 tornados eran todavía visibles desde cualquier avión.
Dentro de los tornados, los vientos llegaron hasta los 258 km/h, cifra que perfora el techo del segundo grado de la escala Fujita y llega al tercero. Incluso cuando ocurrió el primer huracán del Atlántico Sur en tiempos históricos, el de Santa Catarina, el 12 de marzo de 2005, éste fue letalmente destructivo en Brasil y Uruguay, pero al AMBA le pegó sólo de refilón, y no llegaron a medirse vientos semejantes.
Aquella mañana de 2012, a las 06:30, el SMN avisó de tormentas severas en la Pampa Húmeda y el AMBA, y a las 11:30, emitió un alerta específico para CABA y el Gran Buenos Aires. Esperaba algo grave, pero no semejante grado de desastre. La línea de tiempo no ayudó: el frente frío entró en la megalópolis recién a las 20:00 horas, cuando el cemento y el pavimento habían acumulado todo el calor solar posible.
¿Habría cambiado las cosas en 2012 el tener radares meteorológicos? Los alertas del MSN habrían sido más largos y más asertivos, pero -nuevamente, como sucedió con la inundación de Santa Fe Capital en 2003- la respuesta de los políticos siempre es más política que técnica. La cuestión para una repartición de bajo grado en el tótem estatal, como el SMN, pasa por ser tomada en serio por los gobiernos nacional, provincial y municipal.
La información más precisa, más predictiva y más larga ayudaría a que las autoridades se pongan las pilas, al menos si están pensando en ser reelegidas, podría pensar el lector con cierta lógica. Claro, si se olvida de 2003, de Santa Fe Capital y de Reutemann.
Dicho de otro modo, si son autoridades que tuvieron que poner algo de su sobolyi en el despliegue de la red (plata, terrenos, sistemas de comunicaciones), lo más probable es que se tomen las advertencias del SMN o del INA en serio. El no poner un mango en ciencia y una educación científica medible en números negativos explican que los grandes ajustadores sean grandes negacionistas. Por una u otra vía, y también por ambas, la sórdida cáfila de brutos y de turros que mandan a los científicos a lavar los platos y jamás se hacen responsables de muertos, heridos o pérdidas.
Entre 2016 y 2018, el gobierno de Mauricio Macri «acostó» a INVAP con una deuda impaga de radares militares y meteorológicos, hasta que la empresa barilochense estuvo a punto de quiebre. Pero el escándalo en las provincias y municipalidades donde se iban a instalar los RMA, sitios donde gobernas e intendentes estaban esperando su radar, lo hizo recular. Se pagó la deuda (en pesos y devaluada), INVAP se salvó por cuarta o quinta vez en su historia, y los RMA se siguieron fabricando.
En la volteada de 2012, el único radar que cubría el AMBA era el de Ezeiza, un Galileo Gematronik que estaba más cerca del arpa que de la guitarra. Pese a las dos alertas severas del SMN no hubo una movilización previa de las Fuerzas de Seguridad y de Defensa para disminuir la circulación de gente, lo que explica que en las congestionadas autopistas de los accesos Oeste y Sur tanto auto haya salido volando.
El gobierno de CABA se negó a suspender el segundo día de festival de música Quilmes Rock en el estadio de River, pese a que Núñez es un barrio muy bajo, de tierras rellenadas a pie de barranca, proclive a inundaciones, y con cables eléctricos caídos, a electrocuciones. Vamos las bandas…
Un radar meteorológico tiene una vida útil de unos 20 años pero se le pueden hacer actualizaciones que la extienden hasta los 60 años. “Al estar fabricados en el país tenemos la ventaja de que los expertos están acá, entonces podemos hablar con ellos y vamos desarrollando mejoras. De hecho, un problema actual que afecta a todo el mundo es la interferencia por distintos instrumentos, como los routers de Wi-Fi, que emiten señales que interfieren con los radares meteorológicos», le dijo a TSS Pedro Lohigorry, coordinador de Pronósticos Inmediatos del SMN.
«Si ahora van a la página del SMN -añade el experto- y ven una imagen de radar van a ver unas líneas en forma radial que salen y son las interferencias, y ahora INVAP está trabajando en un filtro para evitarlas. Ese filtro se va a implementar primero en el RMA0 y es parte de un ciclo de mejora continua en donde ellos mejoran su producto, que es el radar meteorológico, para después poder salir a venderlo al mundo. Y nosotros tenemos datos de mejor calidad”,
Los radares dan información de muy corto plazo, cuatro horas en el caso de un RMA aislado. Pero también es data muy confiable porque capta datos de una tormenta en tiempo real. Sin embargo, cuando se trata de una red de radares por cuyas áreas solapadas de cobertura va abriéndose paso una tormenta, las alertas pueden ser mucho más largas, precisas y evolutivas. Y es que la velocidad de avance de un frente frío rara vez supera los los 40 km/hora.
En el transporte, estos datos valen oro. «Hace poco hablaba con un colega que trabaja en Aerolíneas Argentinas-relata Lohigorry- y me contaba que la información del RMA le permitía ver si un avión llegaba a destino antes que la tormenta o no, y por lo tanto decidir si puede despegar o si va a tener que ir a un aeropuerto alternativo. Eso genera beneficios que a veces es difícil de ver y explicar”.
Pero por explicar nos pagan. Con las velocidades vertiginosas de ascenso y descenso de aire dentro de un «frente de turbonada», los aviones chicos y medianos pueden sufrir «de aplauso» (quebradura de ambas alas por la raíz, hacia arriba), y los grandes y más potentes pueden darse vuelta y estrellarse, faltos de sustentación alar, aplastados contra el suelo por el talonazo de una «cortante», o racha descendente.
Los pilotos se toman muy en serio la información de los radares meteorológicos.
Si los políticos ponen plata en ellos, probablemente también.
Ubicación de los radares meteorológicos
En la Etapa 1, se instalaron radares meteorológicos en Bariloche (Río Negro), y en Córdoba capital, mientras que en la Etapa 2 se instalaron en Río Grande (Tierra del Fuego), Neuquén capital, Mercedes (Corrientes), Resistencia (Chaco), Las Lomitas (Formosa), Termas de Río Hondo (Santiago del Estero), Bernardo de Irigoyen (Misiones) y Bahía Blanca, Mar del Plata y Ezeiza (Buenos Aires). Para la Etapa 3 se sumarán los de Bolívar (Buenos Aires), que ya tiene construida su plataforma de hormigón, Villa Reynolds (San Luis), Las Lajitas (Salta), Tostado (Santa Fe), Chamical (La Rioja), Alejandro Roca (Córdoba), Ituzaingó (Corrientes), Las Grutas (Río Negro), y Santa Isabel (La Pampa).
Además, hay 3 radares del INTA en Santa Rosa (La Pampa), Pergamino (Buenos Aires), y Paraná (Entre Ríos), aunque todavía quedarán sin cobertura de radar las provincias de Santa Cruz y Chubut. “Estamos aumentando un 30% la cobertura de radares meteorológicos que van a estar instalados en la zona centro y norte del país, que es donde más prioridad hay en cuanto a cantidad e intensidad de las tormentas”, explicó Lohigorry.
En otros países de la región, como Brasil, se utilizan radares meteorológicos pero no forman parte de un sistema nacional centralizado como el SINARAME. Algo similar pasa en Colombia y Venezuela, adonde también están aislados por provincia y dependen de diferentes organismos. Uruguay y Chile no tienen radares aunque están en tratativas para adquirirlos. Paraguay tenía uno en Asunción pero hace un tiempo que está fuera de servicio.
“Hay tormentas que tienen un desarrollo que empieza en otros países, por lo que el hecho de que ellos tengan un radar nos permitiría verlas con más anticipación. Tener radares en la frontera es un beneficio para ambos países. De hecho, hay radares argentinos que cubren territorio de países vecinos y el radar de Asunción cubría parte de Formosa”, agregó Lohigorry.
A señalar: las tres grandes tormentas mencionadas en este artículo sucedieron todas en días muy calurosos de Otoño.
Estamos en Otoño.
Matías Alonso / Agencia TSS, con agregados de AgendAR