En los papeles, el hidrógeno verde se convertirá en las próximas décadas en el pilar clave de la descarbonización de las economías. La proyección es que este vector renovable desplace a los combustibles fósiles en rubros como la industria, el transporte y la calefacción, entre otros.
Sin embargo, en agosto de 2023, en el aquí y ahora, el mercado del hidrógeno limpio es prácticamente inexistente. Casi todo el hidrógeno que se produce en el mundo -dedicado exclusivamente al uso industrial, es «gris», es decir, se produce a partir de gas natural.
«El hidrógeno gris es barato (entre 1 y 2 euros por kilogramo), no obstante, agrava el reto de mejorar la sostenibilidad medioambiental. El hidrógeno verde, en cambio, utiliza electricidad renovable para alimentar la electrólisis que divide las moléculas de agua en hidrógeno y oxígeno. Como el hidrógeno verde no requiere combustibles fósiles, es una mejor solución a largo plazo para ayudar a descarbonizar las economías. Sin embargo, el hidrógeno verde -que actualmente cuesta entre 3 y 8 euros/kg en algunas regiones- es bastante más costoso que el gris», explica Carlos Fernández Landa, responsable de Energía de PwC España, sobre los problemas económicos del hidrógeno limpio.
«Hoy en día, cuando se trata de producir hidrógeno verde, los números están en nuestra contra», resume Adithya Bhashyam, analista de hidrógeno de BloombergNEF.
No en vano, según los datos de Hydrogen Council, una asociación global compuesta por gigantes del petróleo, la industria y la energía (BP, Shell, TotalEnergies, Engie), el 95% de las inversiones europeas se encuentran en estado de planificación. Solo un 5% ha saltado de los papeles al terreno. «Preocupa la falta de maduración de los proyectos», reconoce esta organización.
Los científicos, en tanto, suman problemas técnicos a la ecuación económica: la ineficiencia de este vector a la hora, por ejemplo, de trasladarlo, hasta el 80% de la energía invertida, según una reciente de otra organización especializada, Hydrogen Science Coalition.
Las expectativa política y empresarial es que los costes de producción bajen de forma abrupta para 2030, proyectando «economías de escala» y «más políticas de apoyo».
Lo cierto es que el dinero público no para de fluir. Los subsidios se han cuadruplicado en los últimos dos años hasta superar los 280 mil millones de dólares, según la última actualización de BloombergNEF.
Estados Unidos lidera las ayudas estatales, contempladas en su Ley de Reducción de la Inflación, con una oferta de 3 dólares por kilogramo de hidrógeno verde, mucho más barato que en el resto del mundo.
Los subsidios europeos son, por el momento, alrededor de un 27% más bajos y se distribuyen entre numerosos programas nacionales de subvenciones.
«Las tecnologías para producir y utilizar hidrógeno probablemente se abaratarán a nivel mundial debido a la demanda estadounidense», augura esta agencia.
En España, las subvenciones forman parte de la política energética del Gobierno, que aspira a que el país, por su potencial en energía renovable (solar y eólica) se convierta en el principal «hub» europeo.
Las ayudas abarcan proyectos de transporte, como la fabricación de un «avión hipersónico», pese a que los primeros resultados de financiaciones en este rubro son decepcionantes.
Semanas atrás, el gobierno de Baja Sajonia (Alemania), el primero en todo Europa en operar trenes de hidrógeno, decidió abandonar el proyecto por «malos resultados».
Ecologistas en Acción, confederación de más de 300 grupos ecologistas distribuidos por pueblos y ciudades de toda España, lleva denunciando desde hace meses del fuerte «lobby político en las instituciones europeas» para avanzar a ciegas con el hidrógeno verde.
El temor de esta agrupación, fundado en los datos de la realidad, es que Europa y España estén a las puertas de «proyectos energético fallido que va a ser pagado por la ciudadanía».
Uno de sus miembros, Jesús Samperiz, publicó días atrás un artículo titulado «De la burbuja de las renovables a la burbuja del hidrógeno».
El experto denuncia que «seguir avanzando, en un crecimiento desordenado, sin tener en cuenta la necesidad de abastecimiento presente y futuro, pone en riesgo el mantenimiento en las próximas décadas de importantes bienes y servicios para la población».
Y agrega: «Una falta de definiciones claras junto a una planificación defectuosa desde las administraciones públicas, hacen que sean los agentes económicos y las grandes empresas energéticas, las que determinen dónde y para qué se instala una u otra energía. Esto es lo que está sucediendo ahora con el hidrógeno, aparentemente verde, donde empresas como Enagás o Repsol se están posicionando para aprovecharse del esfuerzo económico europeo y captar ingentes cantidades de dinero público para mantener en pie unos sectores productivos reacios a asumir los cambios profundos que la emergencia climática exige».
A su juicio, «sustituir el consumo de hidrógeno proveniente de la energía fósil por hidrógeno verde es un proceso que no ha sido estudiado en todas sus dimensiones y alcances».
«Grupos financieros y empresariales, bajo el epígrafe de la «colaboración público-privado», están tomando posiciones para recabar fondos públicos y convertir la transición ecológica en una nueva oportunidad de negocio», concluye.
Andrés Actis