Una carrera de obstaculos. Que sigue despues del 20 de Noviembre

Un argentino que hoy tiene 34 años pasó toda su mayoría de edad -prácticamente toda su vida laboral- con una inflación anual por arriba de los dos dígitos. Desde 2006 no vive con tasas de un dígito. Hoy la población por debajo de 34 años se estima en más de 25 millones de personas, más de la mitad de la población total de nuestro país. Toda una generación de estudiantes y trabajadores que crecieron con la idea de que la inflación puede ser un fenómeno normal, tolerable, con el que es posible convivir.

La inflación es un gran desordenador de la economía. Está relacionada con la pérdida de competitividad y con un menor crecimiento económico. Obstruye los proyectos de inversión de las compañías, erosiona el ingreso de los trabajadores (por sobre todo el de los informales), jubilados y pensionados, genera distorsiones de precios relativos (muchos bienes se atrasan y otros se disparan muy por encima de la media) y dispersión de precios (podemos pagar el mismo bien a muy distinto precio en una misma cuadra sin tener idea si es caro o barato).

Hay un dato conocido, pero anormal. Por eso vale la pena repetirlo: nuestra economía no crece desde el año 2011 en términos netos. Para darnos una idea, economías muy cercanas a la nuestra como la chilena o la uruguaya tuvieron un ritmo de crecimiento del 2,5% o 3% promedio anual, mientras que el nuestro permaneció estanco.

Un par de preguntas retóricas antes de seguir: ¿es normal vivir así? No. ¿Se puede cambiar? Sí. ¿Es fácil? No. Sigo.

La inflación es un fenómeno que fue erradicado en los países más desarrollados en la década de los 80 y en economías emergentes -en particular en América Latina- en los años 90.

Trivia. ¿Cuántas veces Argentina tuvo más de 130% de inflación interanual, como el mes pasado? Solamente en cuatro episodios (que algunos se sostuvieron en el tiempo). Luego del Rodrigazo en 1975, durante la crisis de la deuda de 1982, y las dos hiperinflaciones de 1989 y 1990. En todos aquellos procesos se intentó salir con diferentes planes de estabilización: “la Tablita” en el 79, el “Plan Austral” en el 85 y con el Plan de Convertibilidad. Solo uno fue duradero, el resto fracasó en el corto o mediano plazo.

Es fácilmente argumentable que la situación macro empeora año a año: la inflación sigue subiendo, la pobreza alcanzó más del 40% y las reservas netas del Banco Central se encuentra en niveles negativos de casi 8.000 millones de dólares con una deuda comercial que supera los 55.000 millones de dólares y una brecha cambiaria que tocó 200% hace pocos días. Además, los niveles de déficit fiscal nacional (primario, antes de intereses) rondan en torno al 3% del PBI mientras que la capacidad de financiamiento tiende a 0 ya que el nivel de riesgo país supera holgadamente los 2.500 puntos. Esto se traduce en que tomar préstamos para el gobierno representaría un costo de 30% anual en dólares.

Que el cuadro total sea malo no quiere decir que la situación sea igual para todos. Hoy muchos sectores se benefician de estas inconsistencias. Hay programadores que trabajan para el exterior y aprovechan la brecha cambiaria. Hay empresas que pueden acceder al dólar oficial y otras que trabajan a destajo para proveer de insumos a aquellas compañías que antes accedían libremente a importaciones. El problema es que se agigantan las distorsiones, la discrecionalidad y la distancia entre la economía más formalizada, con estudios superiores, de la economía más informal con trabajos de menor productividad devorada por el crecimiento de la inflación.

Al igual que en otros momentos de nuestra historia, gane quien gane, necesitamos un plan de estabilización.

Un reciente trabajo de los economistas Gabriel Palazzo, Martín Rapetti y Joaquín Waldman mapea 46 planes de estabilización en América Latina en los últimos 50 años. Los planes de estabilización que son llevados adelante de manera exitosa tienen muchos beneficios para la sociedad: baja la inflación, se reduce la volatilidad del tipo de cambio y la economía crece a un ritmo muy superior al de los programas que no logran sostenerse en el tiempo. Sin embargo, del total de programas estudiados solamente 12 lograron reducir la inflación de manera duradera. Primera lección: un plan exitoso no es fácil de conseguir.

El resto de los aprendizajes que nos deja el trabajo es que los planes de estabilización parten de ajustes fiscales previos, que les permiten alcanzar un superávit para aumentar su capacidad de éxito y lo mismo ocurre con el tipo de cambio. Sube el tipo de cambio oficial y la entrada de dólares se incrementa respecto de los dólares que se van (por la caída de importaciones) dejando una balanza comercial positiva. Si los intereses de la deuda en dólares son bajos, entonces la cuenta corriente total se sostiene de manera favorable. Este tipo de cambio que una primera instancia queda “alto” tiende a fijarse, tratando de setear expectativas y a reducir su volatilidad. A medida que el año pasa y los precios se reacomodan al alza, el tipo de cambio se atrasa en consecuencia.

El intento de seguir como estamos hoy por mucho tiempo implicaría encarar una aventura ya conocida en nuestra historia y difícil de sostener. Siempre hay una buena excusa para no decir que no es un buen momento para lanzar un programa de estabilización, pero la historia demuestra que hay muchas razones para sí hacerlo.

¿Qué podemos esperar hacia 2024?

No todo son malas noticias. El frente externo en este caso nos juega a favor. A pesar de la suba de la tasa de interés de Estados Unidos que tiende a apreciar el dólar a nivel global y perjudicar el precio de los commodities que exportamos, estos últimos aún se mantienen con valores relativamente altos. Y, a pesar de una cosecha de trigo más complicada de lo esperado, se espera que el año próximo haya ingresos por US$13.000 millones más solamente del agro, contrarrestando parcialmente la sequía de este año.

Por su parte, el impulso de Vaca Muerta y el gasoducto que reduce la necesidad de importación de energía traerán buenas noticias desde ese frente. Esto permite dar colchón a la suba del tipo de cambio. Si bien el actual es insostenible, no se necesitaría de una devaluación tan brusca como lo sería en un contexto de menor ingresos de divisas, donde la cuenta corriente seguiría siendo negativa. Incluso los grandes pagos de deuda de títulos públicos comienzan recién en 2025, dándole algo más de aire al 2024. Alerta: en 2021 hubo entrada récord de dólares y el Banco Central perdió reservas sin parar. Es decir que, por más dólares que entren, si el programa consiste en sostener todos los cepos y una brecha cambiaria alta, difícilmente puedas acumular un solo dólar y la situación no mejoraría.

La opción más probable para la transición tal vez sea un esquema de desdoblamiento cambiario con un tipo de cambio oficial comercial y otro financiero para ciertos pagos de servicios. Incluso donde el pago de la deuda comercial se haga a un tipo de cambio más elevado que el actual, incumpliendo la promesa vigente.

En términos de resultado fiscal y a diferencia de otros momentos de la historia, las provincias encuentran sus cuentas fiscales sanas. El problema hoy se encuentra en el gobierno nacional. Ambos candidatos hablan de alcanzar un equilibrio fiscal lo antes posible. Uno propone un ajuste de 15% del PBI del gasto asignado a ciertas partidas del presupuesto que no se corresponden con su ponderación (como mucho alcanzaría 6% del PBI en caso de hacer todo lo que pretende) mientras que otro habla de alcanzar 1% de superávit primario, por ahora con dos premisas: subas del impuesto inmobiliario rural y una revisión de todas las partidas conocidas como gasto tributario, como el régimen de Tierra del Fuego y regímenes de exenciones de Ganancias a jueces, entre otras. Estas medidas por sí solas no alcanzarían para lograr el objetivo.

Otro de los lugares que podrían ser centro de la escena recaudatoria apunta a la informalidad económica. Hoy la informalidad laboral se encuentra en niveles superiores al 40%, mientras que la brecha tributaria en el IVA (entendida como la recaudación potencial menos la recaudación efectiva) se encuentra por encima del 34% y entre los guarismos más altos de la región. Aunque no hay demasiadas estrategias planteadas para hacerlo.

El tiro en el pie del actual ministro ocurrió con la nueva ley del impuesto a las ganancias que anula del pago a la cuarta categoría, probablemente una de las razones que contribuyó a su buen resultado electoral, pero un dislate económico, dado que el consenso económico mundial ya saneó la discusión de que es uno de los impuestos más deseables por su progresividad. Quizás el problema habría que buscarlo en la caída del salario real de más de 20 puntos en los últimos cinco años más que en la existencia del tributo. Esta medida, en conjunto con la devolución del IVA, podría aumentar el déficit en casi 1,8% del PBI para el año próximo.

Cualquier camino de normalización de la economía dependerá de una palabra tan intangible como necesaria: la credibilidad. Como sentenció el economista Guillermo Calvo, una misma medida de política económica genera resultados muy diferentes dependiendo de si la población le cree al gobierno o no.

Santiago Bulat

Comentario de AgendAR:

En este portal hemos defendido desde hace muchos meses la necesidad de un plan de estabilización. Y antes que empezara este proceso electoral, mucho antes que estuvieran definidos los actuales protagonistas, dijimos que se empezaba a elegir quien aplicara ese plan.

Pero hay un hecho que los analisis economicos no suelen contemplar: para aplicar un plan de estabilización o cualquier otra medida, primero hay que ser elegido.

Eso lleva a otro punto, el del ultimo parrafo del articulo de Bulat: hay un deterioro evidente en la confianza de la dirigencia politica, toda ella. Asi como el resto de los sectores dirigentes.

Es asi que las medidas que se tomen deben mostrar por si mismas que han cambiado las reglas de juego.

A.B.F

VIACenital