China lanzó un gigantesco operativo para que no lloviera en Pekín durante la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de 2008, y lo logró. Al año siguiente hubo otra campaña similar, también exitosa, para evitar lluvias durante los festejos del 60º aniversario del triunfo de la revolución comunista. Y el Servicio de Modificación del Estado del Tiempo de ese país se propuso para 2025 tener controladas las precipitaciones en el 60% de su inmenso territorio, o sea en una superficie igual al doble del tamaño de la Argentina.
Con 50.000 empleados en todo el país, China tiene hoy la mayor infraestructura mundial para el control de la lluvia. En este rubro, también han logrado avances significativos varios estados norteamericanos y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Pero en este último caso, su Centro Nacional de Meteorología tiene objetivos diferentes. Con temperaturas que superan habitualmente los 45°C en EAU el bombardeo de nubes con cargas eléctricas busca provocar precipitaciones para adicionalmente refrescar el suelo en forma local.
“Recuerdo en 2015 cuando era Secretario General Adjunto de la ONU para el Cambio Climático, que estuvimos visitando China en ocasión del 70° aniversario del final de la Segunda Guerra, y pareció que organizaron todo para que el tiempo estuviera excelente mientras se realizaban los actos. Solo al día siguiente de la finalización de los eventos, cuando nos estábamos yendo, comenzó a llover”, comentó el científico húngaro-suizo Janos Pasztor, director ejecutivo del Carnegie Climate Governance Initiative (C2G), una organización con sede en Nueva York que, más allá de los proyectos referidos al estado del tiempo, busca catalizar la creación de una gobernanza efectiva para las tecnologías de modificación del clima.
La tecnología para controlar las lluvias tiene ya muchos años, pero no se trata de “crear” lluvia, sino de sembrar las nubes existentes con partículas de sal o yoduro de plata, a través de aviones, cohetes o dispositivos terrestres de difusión de humo, para que descarguen a tierra su humedad. Los científicos llevan más de un siglo estudiando estos dispositivos, pero China se está posicionando como líder mundial en esta práctica. “Lo que se logra es hacer que las nubes descarguen su humedad en determinado lugar y no en otro. De algún modo lo que se hace es ‘robar’ el agua que caería en otra ocasión u otro sitio. Por eso la polémica presentada por algunos países vecinos de China”, explicó Pasztor.
Mientras estos proyectos parecen haber sido exitosos en el manejo del estado del tiempo en el corto plazo, en todo el mundo hay estudios para trabajar sobre el clima y buscar la manera de modificar de forma más estable patrones como radiación solar y temperaturas en la tierra y en el agua.
Estas iniciativas son paralelas a los compromisos gubernamentales para combatir el cambio climático, que volverán a ser discutidos a fin de mes en la Cumbre del Clima 2023 de Dubái (entre el 30 de noviembre y el 12 de diciembre), y que apuntan básicamente a reducir las emisiones de carbono para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales, como se estableció en el Acuerdo de París de 2015.
Modificación del clima
Los expertos en modificación del clima no trabajan en cambios inmediatos sino en el largo plazo. Básicamente se dividen en iniciativas para la modificación de la radiación solar y para la remoción del dióxido de carbono existente en la atmósfera. De toda maneras, los estudios sobre la radiación solar se hallan aún en etapa teórica o experimental.
La mayoría de los planes para modificar la radiación apuntan a inyectar aerosoles en la estratósfera para que reflejen los rayos del sol hacia el espacio y no calienten tanto la Tierra.
“Una de las paradojas de la actualidad es que la Humanidad ya está inyectando aerosoles en la atmósfera con la utilización de combustibles fósiles. Y los científicos estiman que esos aerosoles reducen aproximadamente hasta un grado centígrado la temperatura del planeta. En otras palabras, si hoy se detuviera por completo la emisión de combustibles fósiles, la temperatura aumentaría hasta un grado”, explicó Pasztor.
El único proyecto que ya está en marcha para modificar la radiación solar es el de la empresa privada norteamericana Make Sunsets, que envió a la estratósfera un centenar de globos cargados con unos 10 gramos de dióxido de azufre cada balón. El supuesto objetivo de ese polvillo es reflejar los rayos del sol lejos hacia el espacio, enfriando la Tierra y mitigando temporalmente los efectos del cambio climático.
Básicamente, se imita el efecto de un volcán en erupción. Cuando en 1991 el Monte Pinatubo en Filipinas liberó unos 20 millones de toneladas de dióxido de azufre a la estratósfera, la temperatura global de la Tierra bajó en 0,4°C según el Servicio Geológico de Estados Unidos. El objetivo de Make Sunsets es por supuesto de una escala infinitamente menor.
Pero los expertos consideran que si unos cientos de aviones lograran desparramar regularmente aerosoles en la estratósfera alrededor del Ecuador, los vientos se encargarían luego de distribuirlos adecuadamente por todo el planeta y generar una especie de “efecto volcán”. El cielo seguramente se vería ligeramente más gris y se ignora qué efecto puede tener, por ejemplo, en la fotosíntesis o en la generación de energía solar.
“La situación de Make Sunsets y de otros emprendimientos en todo el mundo nos recuerdan la necesidad de contar con una autoridad planetaria que regule los proyectos de modificación del clima y que también la gente afectada pueda opinar. El impacto de actividades a gran escala para reducir la temperatura global, serán globales, sobre todos los ecosistemas y sobre todas las economías. Hasta ahora la iniciativa de Make Sunsets es de pocos cientos de miles de dólares y el impacto, si existe, es muy limitado. Pero qué pasaría si algún multimillonario decidiera lanzarse a un megaproyecto de varios billones de dólares. ¿Quién regularía su actividad?”, se preguntó Pasztor.
Por su parte la climatóloga argentina Inés Camilloni, del Programa de Investigación de Geoingeniería Solar de la Universidad de Harvard, explico una experiencia particular que se está realizando en Australia: el blanqueamiento de las nubes marinas. “El Marine Cloud Brightening (MCB) consiste en hacer que esas nubes sean más blancas bombardeándolas con sales marinas. Así tienen un mayor índice de reflexión de la luz hacia el espacio, y esto supuestamente permitiría, por ejemplo, proteger del calor la Gran Barrera de Coral”, explicó.
Además hay proyectos para modificar el impacto de la radiación solar en la superficie, por ejemplo, en Suiza y también en el Ártico. Algunos glaciares son cubiertos con láminas de plástico durante el verano para reflejar más luz solar y morigerar su derretimiento.
Remoción del dióxido de carbono
Unas iniciativas que están más directamente relacionadas con el objetivo de frenar el cambio climático y que ya se encuentran en una etapa más avanzada de concreción son las que apuntan a la remoción del dióxido de carbono existente en la atmósfera.
Por ejemplo, las empresas norteamericanas Noya o Verdox venden equipamiento para incorporar en los sistemas de aire acondicionado de los grandes rascacielos, que capturan el dióxido de carbono del ambiente.
También hay compañías que trabajan en la “mineralización del carbono” que se encuentra en el aire, convirtiéndolo en rocas o arena. Otras alternativas naturales son la plantación de árboles y algas que remueven el dióxido de carbono de la atmósfera.
Debate ético
Con tantos avances tecnológicos en la actualidad, la pregunta obvia es por qué la gran mayoría de los proyectos está solo en etapa teórica frente a la necesidad urgente de frenar el calentamiento global.
La respuesta no es económica porque, por ejemplo, tener algunos centenares de aviones esparciendo aerosoles en la estratósfera para disminuir la radiación solar, se estima que puede costar unos 10.000 o 20.000 millones de dólares, lo que es una cifra insignificante en el presupuesto global.
“Además de la falta de un sistema de gobernanza global que regule la implementación de los diferentes proyectos, aún hay mucha investigación por delante sobre los riesgos que implica intervenir en la modificación del clima”, consideró Camilloni. “Por ejemplo, la incorporación de aerosoles en la estratósfera podría llegar a ser beneficiosa en alguna región y desfavorable en otra. ¿Quién tomará la decisión de dónde se aplica un proyecto?”, advirtió.
Por su parte Pasztor coincidió con el análisis. “La verdad es que aún no sabemos qué impacto pueden tener en el largo plazo muchos de estos planes. Algunos cuestionan: ‘¿Somos dioses para intentar manipular algo tan inmenso como el clima?’ Y no se refieren necesariamente a ‘dioses’ en un sentido religioso sino en la cantidad de imponderables para los que, por nuestras limitaciones, aún no tenemos respuesta. Y creo que esos cuestionamientos deben ser atendidos”, concluyó el científico húngaro-suizo.