Alicia Dickenstein, doctora en Matemática e investigadora del Conicet, referente global en su disciplina, detalló por qué el lenguaje de los números ayuda a las nuevas generaciones a descifrar el mundo cotidiano. Además, destacó la importancia de la ciencia básica para el desarrollo del país.
La Matemática hace latir el corazón de la ciencia y es una herramienta primordial para la producción de conocimiento en las disciplinas más diversas como la medicina, la biología, la nanotecnología, la informática, la meteorología y la economía. Sin embargo, tiene mala prensa, sobre todo en las aulas.
Un niño que a los 12 años le cuesta dividir, sacar porcentajes y resolver ecuaciones no sólo tiene falencias en su trayectoria escolar, se está perdiendo de adquirir destrezas fundamentales para la vida cotidiana: deducir, razonar, estructurar hipótesis o pensar vías alternativas cuando un problema exige soluciones originales.
La doctora en Ciencias Matemáticas Alicia Dickenstein, especialista en geometría algebraica, profesora emérita de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora superior del Conicet, dedicó su vida a la investigación en matemática pura, es una entusiasta del conocimiento y enarbola un postulado que repite a viva voz: “Pensar es un placer”.
“La matemática es mucho menos abstracta de lo que parece, no se trata sólo de cálculos, es tratar de comprender cuáles son las estructuras que están detrás de lo que vemos, es sacar todo lo accesorio y entender lo que en realidad, a simple vista, quizás no se está viendo”, señala tras una serie de charlas que brindó en el Instituto de Matemática de la Universidad de Oxford, Reino Unido.
Dickenstein considera que el conocimiento matemático nos permite descifrar la realidad cotidiana y desarrollar el pensamiento crítico, nos brinda herramientas para revisar aquello que se nos da como resuelto y cuestionarlo: “Te permite pararte y mirar un poco más de lejos, por eso digo que desarrollar el pensamiento matemático te ayuda a estar más alerta”.
Esa capacidad de deducción e interpretación es un valor inestimable en la sociedad moderna y más aún en los niños y adolescentes, nativos digitales que navegan en un océano de contenidos de redes sociales y otras plataformas de información. “El pensamiento matemático hasta te ayuda a descubrir las fake news”, asegura convencida.
“Es sumamente importante estimular el pensamiento matemático en las nuevas generaciones, en los chicos, los adolescentes, y en los universitarios de cualquier carrera. Pero aún más en la escuela primaria, lograr que los niños puedan ponerse a pensar ante una situación dada ¿qué me están diciendo? ¿Lo tengo que tomar así como viene o tengo que mirar un poco más allá?”.
Laureada con el premio TWAS (The World Academy of Sciences) en Matemática 2015, el Premio Internacional L’Oréal-UNESCO 2021 “Por las mujeres en la ciencia” y el Konex de Platino 2023, Dickenstein está lejos de ser una figura distante y recluida en la academia, por el contrario, es una científica cálida y sencilla, que habla rápido y sin pausa, sus palabras fluyen con entusiasmo en cada concepto que explica con paciencia.
Con vocación de pedagoga, es autora de libros de matemática para chicos y chicas entre 9 y 13 años, escrito no sólo con una mirada regional sino global, de hecho su primer libro “Matemax” fue publicado por la American Mathematical Society en versión bilingüe castellano-inglés en 2020.
— ¿Cómo es posible transmitir las claves del pensamiento matemático a los chicos? Por ejemplo en los niños de 10 ó 12 años cuando empiezan a pasar de las operaciones básicas de suma, resta y división a la resolución de ecuaciones y situaciones problemáticas ¿Cómo trasladar el placer de pensar al ámbito escolar?
— Es importante enseñarles a los chicos cosas que les interesen porque existe un componente emocional en el aprendizaje. Si querés aprender y tenés una motivación, es más fácil incorporar el conocimiento. Creo que hay que enseñarles a los docentes también de otra manera, porque a veces les pedimos que estimulen la creatividad en los chicos, pero en muchos casos a esos mismos docentes no se les incentivó la creatividad cuando estudiaban. Es un proceso de muchos años y hay que empezar con los que educan a los que van a educar. No es un problema sólo de la Argentina, claramente si uno quiere hacer un cambio global va a llevar muchos años y es necesario empezar a planificar.
— Suele repetir que “la Matemática es para todos”, sin restricciones. ¿Cómo se estimula a las familias y al resto del entorno adulto de los niños para que los ayuden a desarrollar el conocimiento matemático que les dará herramientas para el futuro?
— Si tuviera que dar un consejo a los padres es que les tengan confianza a sus hijos, que se puede aprender matemática. “No te preocupes, que yo era malo en matemáticas”, es lo peor que los padres pueden decirles a sus hijos, porque así se desalienta el conocimiento. Existe una parte rutinaria en matemática, hay que ponerse a trabajar y hacerlo muchas veces, hay que esforzarse. Pero ocurre en cualquier disciplina que quieras aprender, si querés hacer deporte, ser artista, contador o pintor, siempre hay que sentarse y trabajar.
La matemática también tiene un lenguaje propio. Y si uno no entiende el lenguaje de la matemática, eso se convierte en una obstrucción para poder pensar. Entiendo que quizás es más difícil que otras disciplinas, pero siempre insisto con la idea de que la matemática está grabada en nuestro cerebro. Habrá quienes tengan más o menos capacidades, más o menos interés, pero la matemática es universal y es tan inherente al ser humano como hablar o escribir.
La ciencia como piedra angular de la innovación
Impulsada por la pasión que vuelca en la investigación y la divulgación, Dickenstein es una referente global en su disciplina y esa vocación la llevó a la vicepresidencia de la Unión Matemática Internacional entre 2015 y 2018. Además es miembro de la American Mathematical Society y de la Society for Industrial and Applied Mathematics.
Su extensa y prestigiosa carrera es fruto de un sistema científico que le permitió largos años de investigación en ciencia básica. “Tiene que haber una comunidad que apoye y respalde, porque hacer ciencia es un asunto social, no es algo sólo de los súper brillantes. Por eso todos los países desarrollados tienen una fuerte inversión estatal en ciencia y técnica, para desarrollar sus propias tecnologías y venderlas al mundo”, resume.
— Usted considera que hacer ciencia no está reservado sólo para las elites de mentes brillantes sino que se trata de un entramado que involucra a toda la sociedad, ¿cuál es el vínculo entre la producción científica y el desarrollo de los países?
— Todos los países desarrollados invierten muchísimo en ciencia básica. Estados Unidos, las naciones de la Unión Europea, Inglaterra, Japón, China, Corea del Sur, por citar algunos. Porque la inversión en ciencia básica es muy poca respecto a la magnitud de los resultados que vuelven a los países. Solo desde el Estado puede darse la inversión sostenida durante muchos años que es necesaria para lograr avances científicos que luego generan dinero. Solo el Estado puede hacer una inversión tan a largo plazo. Uno de los mejores ejemplos es César Milstein, que ganó el Premio Nobel de Medicina en 1984 por los anticuerpos monoclonales. Milstein contó en varias charlas que su investigación fue guiada por su propia curiosidad, no ocurrió que un inversor privado “lo puso” a producir un medicamento en seis meses. Pensar que todo tiene que ser comercial al primer minuto es de una visión muy limitada.
Otro ejemplo es Gabriel Rabinovich, quien empezó hace más de 30 años su investigación guiado por su curiosidad también, y ahora se ha embarcado en un consorcio público-privado para, a través del estudio del rol de la proteína Galectina-1, combatir el cáncer y ayudar en el tratamiento de enfermedades autoinmunes. Es decir, va a llegar un momento en que se van hacer las pruebas clínicas, pero el proceso no fue algo que sucedió de un día para el otro. Rabinovich es persona muy importante a nivel mundial en la actualidad, y esto ocurre porque en Argentina tenemos equipos de científicos muy buenos, pero hay que darles espacio y tener una visión global.
Por ejemplo, Argentina es uno de los pocos países que desarrolló una vacuna propia contra el COVID-19, que ahora ya está disponible. La ganancia que brinda a largo plazo la inversión pública en ciencia es incomparable, pero mientras tanto hay que sostenerla y eso sólo lo puede hacer el Estado.
Respecto de los tiempos de la ciencia, un ejemplo de la Matemática, es la llamada teoría de números, que en su momento era terriblemente abstracta y hoy es la base de la criptografía, de la seguridad informática. Es una herramienta matemática que en su momento era lo más teórico que te puedas imaginar y ahora es un recurso totalmente básico para la informática.
— ¿En qué proyecto está trabajando en la actualidad y cuál es el alcance de esa investigación?
— Empecé mi carrera trabajando en matemática pura, y si bien sigo haciéndolo, hace muchos años que también estoy trabajando la utilización de elementos de álgebra y geometría para entender las redes de reacciones bioquímicas que ocurren en nuestro cuerpo, es decir redes de señalización en las células. A través de la modelización matemática, intentamos predecir lo que se puede medir en el laboratorio. Esto implica que, aunque no se haga efectivamente la medición en el laboratorio, al entender la estructura, podemos predecir lo que va a pasar y es más económico entender la modelización matemática que llevar adelante el experimento. Esto es una aplicación bien práctica de la matemática.
El mundo necesita más mujeres en ciencia
En 2021, las luces del sistema científico mundial se posaron una vez más sobre Dickenstein, cuando fue distinguida con el Premio L’Oréal-UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia” por su trayectoria en Matemática. El principal objetivo del reconocimiento es visibilizar la labor de las mujeres en el ámbito científico e inspirar a las nuevas generaciones a seguir el camino de la ciencia, a pesar de la brecha de género que aún impera en muchos rincones de los claustros universitarios y laboratorios.
Gran parte de los esfuerzos de Dickenstein se enfocan en transformar la mentalidad social sobre las matemáticas, en especial, entre las jóvenes, para alentarlas a que sigan su vocación cuando quieren dedicarse a las disciplinas STEM (siglas en inglés para el conjunto de áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) como una elección de vida profesional.
Según cifras de la UNESCO, entre el 8% y el 20% de docentes de sexto grado afirman que la matemática es más fácil para los niños que para las niñas, y otro dato poco alentador señala que a nivel global el 43% de las jóvenes menores de 17 años no conoce mujeres que trabajen en tecnología. Además, en los niveles superiores, las mujeres representan solo el 34% del alumnado en disciplinas STEM y el 17% en programación.
Dickenstein destaca que, afortunadamente, por su formación tanto familiar como escolar, en su juventud no pensaba que las mujeres pudieran lograr menos cosas que los hombres, “me di cuenta a posteriori que eso tenía un valor”.
Por eso, celebra que en los últimos años el empoderamiento de las mujeres haya cambiado el escenario y disminuido las desigualdades, sin embargo advierte que aún falta camino por recorrer.
“Un ejemplo es un estudio muy interesante que se hizo hace unos años en Chile, en el que detectaron que a las chicas les iba muy bien en el examen local de su escuela pero en el examen global (nacional) con un nivel de dificultad similar les iba mucho peor. Una de las hipótesis del estudio señaló que en las familias de las jóvenes con menor desempeño, había menos expectativa de que les vaya bien. O sea que la expectativa social de cómo les iba a ir, las influenciaba en el resultado final”, resume a Infobae.
“Obviamente no es una cuestión de la inteligencia de las mujeres, es una cuestión del entorno, es muy sutil y tiene base social. Por suerte, las cosas están cambiando y espero que sea pronto. Pero todavía hay muchos prejuicios sociales por derribar”, asegura Dickenstein, que fue la primera directora mujer del Departamento de Matemática de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, entre 1996-1998, y quien sin proponérselo, marcó el camino y es fuente de inspiración para las futuras científicas del país.
Daniela Blanco y Maria Eugenia Cazeneuve