Un empresario, posible premio nobel le dice unas cosas a Milei

Antes de leer la interesante nota de La Nación que citamos abajo, conviene saber que no hay una sola galectina. ¿Qué cosa, me pregunta Ud? Vea, las galectinas son toda una nueva familia de hormonas reguladoras del sistema inmune descubiertas por el Dr. Gabriel Rabinovich, el mismo que hoy le propone un cafecito al presidente para charlar de ciencia argentina y de negocios. Las galectinas tienen acciones muy potentes, frecuentemente contradictorias. Y un potencial enorme de combatir cánceres y enfermedades autoinmunes desastrosas.

Tras identificar la primera galectina en su juventud y «por casualidad», como explica con mucha gracia en La Nación ese entonces implume becario del CONICET de la Universidad Nacional de Córdoba, Rabinovich fue buscando hacer el descubrimiento e inventario de la familia entera de las galectinas, e identificar y describir qué hace cada una, y cómo. En ello se obstinó los treinta años siguientes de su creciente fama internacional.

Como esa familia de citoquinas (hormonas inmunes) se ha vuelto el equivalente clínico de un nuevo continente a poblar y colonizar, su descubridor ya no es el único en abrir frontera. Las galectinas son una nueva fiebre farmacológica del oro. Y el descubridor de ese continente nuevo y con oro va para Premio Nobel. Y de yapa no tiene la más mínima intención de colgar la fusta, porque el inventario de las galectinas ni siquiera parece cerrado.

Lo otro que hizo de admirable don Rabinovich fue rumbear «derecho viejo» para las aplicaciones médicas en dos áreas enormes: cáncer y enfermedades autoinmunes. Así, hace una década ya estaba haciendo investigación pre-clínica y clínica (esta última es carisima), y patentando sus descubrimientos y desarrollos a nombre del CONICET y de su grupo de investigación. Porque cocodrilo que se duerme, es cartera.

Por eso la empresa que fundó es pequeñísima, pero está apuntalada por un inmenso capital intelectual de patentes valiosas. Se parece mucho a la Bioceres inicial de la doctora Raquel Chan, también investigadora del CONICET, allá por 2010, cuando la industria farmacológica nacional y algunos productores agrícolas empezaban a descubrir con asombro esa start.up académica santafecina, INDEAR. Y que ésta tenía las patentes de la soja, la alfalfa y el trigo HB4. Y que por ahora, son los únicos tres cultivos transgénicos del mundo diseñados para resistir la creciente brutalidad del cambio climático.

Fue interesante ver cómo algunos grandes capitales farmacológicos y agrícolas argentinos, más bien aversos al riesgo y al «compre ciencia nacional», hacían números y empezaban a considerar, con cada vez más asombro, que valía la pena anotarse como inversores. Y no tanto para vender commodities como para cobrar patentes a terceros países, que es lo que la vieja Monsanto ha venido haciéndole exactivamente al campo argentino con sus sojas y maíces transgénicos, esos resistentes a herbicidas de creciente mala fama, y desde 1994.

Pero a la hora de comparar daños, sequía mata malezas, aunque antes liquidó los cultivos no resistentes. Y desde hace treinta años y cada vez más, las sequías recurrentes o crónicas son la peor amenaza para la agricultura. Y no sólo la nacional, sino la mundial.

Tras las últimas secas devastadoras, la peor de las cuales duró tres años y acaba de terminar (pero no mucho), Bioceres va deviniendo en un salvavidas para el campo argentino. Pero para sus socios y el país, empujada por el desquicio climático, la empresa se está volviendo una gallina de los huevos de oro. Los cultivos de la doctora Chan se bancan no sólo la sequía, sino la inundación, que son la contracara del nuevo clima extremo. Y eso lo logran con un paquete de genes de girasol, planta resiliente, si las hay.

La conducta inteligente, para el estado nacional, sería preservar la propiedad argentina de estas nuevas empresas de investigación y desarrollo, casi todas nacidas de esa caja de herramientas que es el CONICET. Aunque hagan asociaciones acotadas con otras firmas de biociencias, hay que garantizar como sea que las patentes se sigan cobrando aquí, y que el estado haga caja y los titulares reinviertan en nuevos descubrimientos, nuevos desarrollos y nuevas patentes.

Lo que no hay que hacer es dejar que se vendan al exterior al primer apriete económico o político.

Estas firmas no son las viejas joyas de la abuela que remató Menem: son las de la nieta recién nacida.

Hace unos años perdimos, como país, a la pionera, Biosidus. Esta división biotecnológica del viejo y sólido grupo farmoquímico Sidus fue un éxito total en drogas transgénicas reguladoras del sistema inmune. Todas ellas se descubrieron afuera. Biosidus vendía genéricos de las mismas, pero con todo su bagaje de ingeniería genética y de desarrollo de fabricación reinventados aquí por biólogos moleculares de la UBA y el CONICET. Parece como venderle hielo a los esquimales, pero es un negoción.

Esta poderosa joyita argentina exportaba a lo bestia: cantidad de primeras marcas internacionales le compraban sus productos y los reempaquetaban como europeos o estadounidenses: la calidad era la misma, pero el precio les resultaba un chiste. Es el mismo business que practican exitosamente las farmacológicas de la India y de Corea hace décadas.

Esos inyectables como el filgrastim, que levantan por las nubes tu sistema inmunológico, para protegerlo del arrasamiento de una quimioterapia brava, y cuya compra te costó vender un riñón, se hicieron en Mumbai o en Baires, no en Basilea. Pero vos y tu médico de cabecera lo ignoran, y clínicamente no importa porque son lo mismo.

A Biosidus le iba viento en popa desde 1988, pero nunca la protegió el estado y se la terminó fagocitando un fondo de capitales estadounidense. Y el país ni se enteró. Ah, pero Macri…

Lo más estúpido y obvio sería negarle a Galtec, la «start up» de Rabinovich, el licenciamiento de fabricación y despliegue de sus propios descubrimientos, y de los desarrollos de los mismos.

Eso le sucedió durante casi 15 años a Bioceres con sus tres patentes HB4 «de bandera».  Nadie es profeta en su tierra. Pero si a la burocracia estable del Ministerio de Agricultura -en el caso de Bioceres- la tienen comprada las multinacionales del rubro, y sus anónimos movedores o congeladores de expedientes te niegan repetidamente el licenciamiento, y con argumentos crecientemente ridículos, las pérdidas pueden ser horrorosas. Salvo para un grupo con buenas espaldotas financieras, como finalmente las tuvo Bioceres. Y es que las patentes no son eternas. Las esperas, sí.

Pero hay otros que en estas demoras perdieron no lo que podían haber ganado, sino todo lo que tenían. Lo descubrieron en carne propia los productores criollos, con los 21.000 millones de dólares destruidos en 2023 por la super-sequía. En general no tenían ni idea de que existían la soja, la alfalfa y el trigo HB4. Tampoco de que el trigo HB4 venía siendo licenciado para siembra en Brasil, Canadá, Australia y tantos otros países… pero no en su patria, la Argentina. Que fue la última en añadirse. Y por vergüenza.

Por esa demora, miles de productores rurales afincados desde hace más de un siglo en sus lares tuvieron que cerrar y vender sus tierras.

Es predecible que la empresa de Gabriel Rabinovich tenga problemas similares para el licenciamiento de sus productos más innovadores, promisorios y disruptivos, que vienen de descubrimientos básicos (e históricos, por su importancia) del CONICET.

El mundo de la Big Pharma apostará a cerrarle acceso a Galtec al mercado local y al global, y crearle problemas de financiamiento, para tratar de comprar por chirolas las patentes o la empresa (es lo mismo). O le hará a Rabinovich todo tipo de propuestas «a las que es imposible negarse», al estilo de don Corleone.

Big Pharma es un planeta caníbal. Perro come perro. Se llama capitalismo financiero. Es difícil durar en ese juego sin protección y promoción por parte del estado propio.

Uno puede creer la fábula para niñatos según la cual Apple nació de un garage, como Jesús en un pesebre, y creció sola por voluntad del universo, que viene a ser como Dios, pero New Age. O aceptar la evidencia de que desde tiempos de Nixon, sucesivos gobiernos federales estadounidenses muy diferentes entre sí acordaron en que el Silicon Valley de California fuera una cuna financieramente hiperactiva para las start-ups locales.

El objetivo del gobierno siempre fue conseguir superioridad global en computación, telecomunicaciones e informática civil y militar. Hasta ahora, eso a los autodenominados americanos les viene funcionando.

Para pacientes de cánceres réquiem y de enfermedades autoinmunes desastrosas, la empresa de Rabinovich puede ser un salvavidas. Y si Galtec logra exportar know-how y vivir más de las patentes que de la fabricación y ventas en sí, para el estado argentino puede ser una nueva vaca lechera.

Si además de eso también logra fabricar y distribuir, Rabinovich es Edison y además Messi y  Gardel, pero dudo que se plantee este objetivo. Con ser una firma de investigación y desarrollo apalancada por sus patentes, la puede levantar en pala, y el CONICET y el país también. Y cantidad de compatriotas tendrán más chances de sobrevivir a enfermedades atroces sin pagar un ojo para comprar un fármaco argentino… pero presuntamente hecho en Denver.

Otro salvavidas y además vaca lechera podría haberlo sido la vacuna anti-covid de la UNSAM, la ARVAC: resultó endiabladamente efectiva y barata de producir. Licenciada a tiempo, es decir en 2020, aquí habría cambiado en forma decisiva la plata que el país perdió importando vacunas MUCHO más caras, y que llegaban con cuentagotas.

Habria cambiado también el destino de muchos de los más de 130.000 argentinos que murieron al cuete porque no llegaban las vacunas desde afuera. Pero desde el Ministerio de Salud se impidió que la ARVAC entrara en pruebas de fase, cosa de preservar kioskitos y kioskazos. La ANMAT, la agencia reguladora del MinSal, la aprobó recién en septiembre, a tres años de pasado lo peor de la emergencia.

Detrás de todos estos sucesos lamentables y poco mentados de tantos gobiernos distintos y sucesivos, que además de crímenes son errores, (por recordar a Alphonse Fouché), hay no sólo el menú habitual de plata espuria, y de «perro come perro».

Hay una autopercepción cultural de país absolutamente falsa.

Somos el único estado-nación del hemisferio Sur con tres premios Nobel en biociencias: Bernardo Houssay, Luis Leloir y César Milstein. Pero dado que los laureles académicos son vistosos pero de bajas calorías, lo importante es que hace rato que somos una potencia en biotecnología.

Una potencia distraída, eso sí.

El cafecito con charla que le está pidiendo Rabinovich al presidente Milei es una buena jugada de ajedrez.

Estaremos pendientes.

Daniel E. Arias

ooooo

“Charlemos un ratito y te voy a contar por qué no hay que cerrar el Conicet”, fue el mensaje que le dejó Gabriel Rabinovich al presidente Javier Milei durante una entrevista con Luis Novaresio en LN+. El bioquímico argentino de 52 años, uno de los científicos más prestigiosos del mundo y candidato al Premio Nobel, a raíz del descubrimiento de una proteína que podría ser clave para combatir el cáncer, ponderó el desarrollo de la ciencia a nivel nacional y enfocó su filosofía de vida en base a las “oportunidades”.

No hay que olvidarnos de nuestra ciencia y de nuestra tecnología porque pueden servir para reducir las desigualdades y la pobreza”, dijo Rabinovich. Allí se encargó de explicar por qué considera que el jefe de Estado se equivocó al decir en la campaña electoral que el Conicet debería ser cerrado.

El doctor en bioquímica, sostuvo que cree que el líder de La Libertad Avanza estuvo rodeado por personas que solo mostraban el lado “negativo” del instituto de ciencia argentino. “Seguramente la gente que lo rodeaba le haya comentado que es un gasto y no le haya presentado los casos positivos”, reflexionó, y añadió: “Se dicen muchas cosas. Pero en todos los lugares hay gente que trabaja más, menos, intensamente”.

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En ese sentido, el nacido en Córdoba explicó que hablaría con Milei de la misma forma que lo hizo con Néstor y Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández, para contarle que hay “jerarquizar” la institución porque “es importante para la gente”. “Si me convocara, iría y le contaría lo que hacemos y lo que hacen mis colegas. Probablemente haya estado mal asesorado”, insistió sin reproches.

Tengo mucho orgullo de mis colegas y un gran número científicos. Personas que se esfuerzan con un salario bajo. Estudiante con un idealismo enorme y que van todos lo días para dejar en la Argentina cosas nuevas. Le contaría todo eso a él y a su gente, como se lo conté a otros presidentes. Gobernar significa dar oportunidades y levantar el país”, consideró el científico miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.

Tras ello, mencionó que en la ciencia en general existe una “grieta”, pero que se cierne más sobre valores que sobre aspectos políticos. “En la ciencia hay grieta y hay muchísima gente muy fundamentalista de algunas ideas. Yo apoyo algunas de esas ideas como la salud y la educación pública”, resaltó, y se preguntó: “Si yo planteo una serie de valores a un grupo de personas sin decir mi orientación política, ¿no le darías oportunidades para que estudie a una persona que nació en un lugar desamparado? ¿No querríamos que le llega a la gente los medicamentos sin un valor tan alto? Si hablamos de eso y de oportunidades todos vamos a estar de acuerdo”.

En otro tramo de la entrevista, Rabinovich fue consultado sobre su trayectoria y el descubrimiento de la proteína Galectina. El científico formado en la Universidad Nacional de Córdoba contó cómo la descubrió y para qué sirve. Recordó que a esa proteína la halló de casualidad hace unos 30 años atrás, durante sus último tiempo como estudiante universitario, una noche que se acordó que había dejado una serie de experimentos en tubos de ensayo en la heladera de su madre, y que cuando los analizó, notó una extraña reacción que le llamó la atención.

A partir de ahí, tras un largo recorrido, que se formalizó con los análisis y verificaciones que hicieron otros laboratorios para corroborar su descubrimiento, se enfocó en estudiar las propiedades de la Galectina y con el tiempo, la posibilidad de combatir el cáncer con esta proteína generada por las células del cuerpo de forma natural.

El doctor Gabriel Rabinovich, ganador del Premio Bunge y Born 2014 a la Medicina Experimental
El doctor Gabriel Rabinovich, ganador del Premio Bunge y Born 2014 a la Medicina ExperimentalFabián Marelli – LA NACION

“Lo que hace es decodificar la información que está encriptada en la superficie celular. Sirve para frenar la respuesta inmunológica del cuerpo”, dijo en primera instancia y luego se explayó: “Cuando nos enfermamos hay un ejército de linfocitos que van a defendernos, pero llega un momento donde tienen que volver a la normalidad una vez que el virus no es una amenaza. Esta proteína sirve para eso. Para resolver la respuesta cuando ya se cumplió”.

Indicó que notaron que las células cancerígenas generan Galectina en una proporción muy superior a los linfocitos que intentan neutralizar el agente maligno y que por eso no pueden luchar y evitar la expansión del cáncer. “Vimos que los tumores cuando crecen producen más de esta proteína, en vez de 1, 100. Elimina los linfocitos antes de que ataquen a las células”, detalló el reciente ganador del Premio Konex de brillante.

Por último, se refirió a las menciones que lo catapultan a integrar el reservado grupo de argentinos que ganaron el Premio Nobel de ciencias duras: Houssay-Leloir-Milstein. “Estoy feliz, igual prefiero no pensar en eso porque me distraeríaNos falta mucho con lo que hacemos. Sinceramente -y no por ser falso o humilde- se que hay mucha gente brillante en el mundo que impactó en la humanidad con sus descubrimientos”, dijo.

“El descubrimiento de la proteína que regula el sistema inmunológico cambió paradigmas. Actualmente estamos en un proceso de llegar a los pacientes. Ese sería el gran premio. Hay un sendero muy largo desde el descubrimiento hasta que se puede transformar y generar un producto que mejore la sociedad y de más oportunidades”, señaló.

 

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