La mayor parte de los dirigentes políticos suelen pasar el tiempo sumidos en la vorágine de la coyuntura doméstica, desconociendo cuestiones vinculadas a la relación del país con el mundo, que son también determinantes en la vida de la sociedad.
Para hacer frente a esta problemática existe un servicio exterior compuesto por un cuerpo de diplomáticos profesionales, quienes son los encargados de asesorar al gobierno de turno y llevar adelante las relaciones internacionales del país.
En tal sentido, se hace una distinción entre la gestión de la política local, más inestable, transitoria, y la gestión de las relaciones con otros Estados, más estable, duradera; dejando claro así que la política exterior de un país no puede estar supeditada a preferencias personales sino que debe guiarse por el interés nacional.
Esta lógica adquiere un especial sentido cuando se trata de China. Veamos por qué. China es un país difícil de comprender. Esto se debe a que su historia no es equiparable a la de ninguna otra nación y su sociedad está fuertemente influida justamente por esa historia. Los patrones usados para analizar los orígenes de las distintas naciones, nacimientos y caídas de imperios, no son aplicables al gigante de Asia.
Para empezar, China es un país muy antiguo, y aunque suele decirse que posee 5.000 años de existencia, se cree que puede ser mucho más, ya que no hay un punto de partida ni hecho concreto que establezca su origen. De los grandes líderes que han marcado su historia desde hace milenios, ninguno se ha mostrado como fundador sino como reivindicador de los valores universales chinos, dando así la idea de un proceso continuo.
De esta forma, la sociedad china se concibió más como una civilización que como una nación, al punto que uno de los mayores expertos en sinología, Lucian Pye, describió a China como “una civilización pretendiendo ser un estado-nación”.
Tal es la incidencia del legado histórico en su pueblo que aún en la actualidad para la negociación y la toma de decisiones los dirigentes se remiten a eventos cruciales ocurridos hace miles de años o a obras clásicas de la literatura china como, entre otros, “El Arte de la Guerra”, escrito en el siglo V A.C., o “El Romance de los Tres Reinos” del siglo XIV.
Por otro lado, el funcionamiento de su sociedad, e incluso sus sistemas político y económico, está fuertemente influenciado por el Confucianismo (doctrina que data del siglo VI A.C.) así como también por su tradición imperial.
Se podría continuar citando características que hacen de China un país único, pero lo expuesto intenta dejar claro que no se puede entender a la actual China con la mirada occidental sin tener presente ese contexto cultural e histórico. Y sería un error, además, creer que se pueden transmitir valores occidentales a una sociedad con un sistema de valores y creencias tan antiguos.
Para Argentina mantener una buena relación con China es crucial por varios motivos. En primer lugar, China comparte principios coincidentes con los de Argentina en su posicionamiento internacional. Los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica proclamados por el Premier Zhou Enlai en la Conferencia de Bandung de 1955 se corresponden con los intereses argentinos, destacándose, entre estos, el principio de Integridad Territorial.
De esta forma, considerando el reclamo histórico que mantiene Argentina sobre las Islas Malvinas, encuentra en China, segunda potencia y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, a un gran aliado.
Otro principio importante para Argentina, defendido por China a pesar de su condición de potencia, es el de No Intervención en los asuntos internos de otros países. Respecto a esto, basta con echar un vistazo a su historia para corroborar que es el comportamiento que ha mantenido a lo largo de los siglos con los demás países, aun cuando China era más poderosa económica y militarmente.
Desde el punto de vista económico, lo primero que hay que decir es que en un momento en que la geopolítica adquiere un lugar central para ganar mercados, China es el segundo socio comercial de Argentina y el primero en 6 de las provincias.
Asimismo, Argentina ha cerrado acuerdos muy importantes con China en términos de tecnología y agregado de valor para el país. Entre ellos podemos mencionar la venta a China de reactores nucleares (tecnología de punta que produce Argentina y cuyo valor ronda los USD 400 millones cada uno), un acuerdo reciente para venta de componentes también de tecnología nuclear y un proyecto conjunto para la fabricación de baterías de litio en el país.
En referencia al litio, el asunto toma especial interés para China y puede ser una gran oportunidad para Argentina en tanto que el primero es el mayor consumidor y el segundo potencialmente el mayor proveedor. Actualmente, China refina cerca del 60% del litio, fabrica el 76% de las baterías de ion de litio y es el mercado número 1 de vehículos eléctricos. Argentina, por otro lado, posee la segunda mayor reserva del mineral. Esto podemos encuadrarlo en dos problemáticas que enfrenta China: la transición energética y su creciente apetito por energía.
En cuanto a la energía, se puede sumar, además, el potencial de Vaca Muerta. A su vez, Argentina es uno de los mayores productores de alimentos, y tiene como a su principal comprador en este sector también a China.
De lo dicho se desprende que Argentina se presenta como una gran solución a los grandes desafíos que enfrenta el gigante asiático de cara al futuro: transición energética, seguridad energética y seguridad alimentaria. En especial los dos últimos, cuya prioridad en la agenda del gobierno chino es tan alta que fueron incluidos en su estrategia de seguridad nacional.
Dicho de otro modo, no hay otro país que reúna las características de Argentina al punto de poder resolver a China sus temas más urgentes.
Un país que podría disputar también ese título es Australia, cuya estructura productiva es similar a la argentina (produce alimentos, litio, etc.). Sin embargo, China acaba de tener un gran conflicto diplomático y mantiene una relación equidistante con ese país debido a su alineación con intereses occidentales, sobretodo en momentos en que la disputa entre Estados Unidos y China se ha traslado al Indo-Pacífico.
Así vemos que China es una gran oportunidad para Argentina en el camino a su desarrollo. No solo es un enorme mercado para los productos del país (varias provincias chinas más que duplican la cantidad de habitantes de Argentina), sino que, además, en este momento de crisis, en donde se manifiesta oficialmente que no hay recursos para la ejecución de las obras que se necesitan, existe una inmensa cantidad de compañías constructoras chinas dispuestas a financiar los proyectos, ya que trabajan bajo esa modalidad. A su vez, Argentina ha adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, que también ofrece financiamiento para obras de infraestructura y amplía las posibilidades de comercio e inversiones.
A pesar de las diferencias de tamaño entre ambos, Argentina puede obtener grandes beneficios de su relación con el gigante de Asia, pero se hace necesario cuidar este vínculo y pensarlo a largo plazo, ya que, dada su extensa historia y su filosofía, a la hora de negociar, China suele esperar la obtención de resultados en períodos de tiempo superiores a los que estima su contraparte. En definitiva, lo que China busca es socios confiables.
Marcelo Robba
El autor es Licenciado en Negocios Internacionales de la UNR. Además es miembro de GEChina (Centro de Estudios sobre China de la Universidad Nacional de Rosario).