Donald Trump modelo 2024

A diferencia de 2016, Donald Trump ahora sabe lo que está haciendo. Su nueva campaña presidencial es más pulida, tiene más plata y está mejor organizada que su improvisada y caótica campaña ocho años atrás, cuando llegó intempestivamente a la Casa Blanca sin equipo, sin experiencia, y sin saber del todo en qué se metía. El candidato es el mismo. Trump sigue siendo Trump: siempre a la ofensiva, incansable, desatado, y empujado, ahora, por una sed de revancha que florece en cada discurso y cada posteo en sus redes. Si hace ocho años Trump era un misterio, ahora Estados Unidos lo conoce. Y, para los demócratas, sus críticos y sus oponentes, ahora representa una seria amenaza para la democracia.

“Trump tenía la ventaja en 2016 de que veníamos de dos mandatos demócratas, y nunca había ocupado ningún cargo público. Y entonces hubo millones de estadounidenses que dijeron ‘bueno, tuvo una vida picante, pero ahora es más viejo, vale la pena probarlo”, recuerda Larry Sabato, director del Centro para la Política de la Universidad de Virginia.

“La gente pensaba que la presidencia iba a cambiarlo. Bueno, él cambió a la presidencia. No creo que la presidencia lo haya cambiado en absoluto. Y esa es la diferencia; ahora sabemos qué esperar”, cierra.

Para orquestar su retorno a la Casa Blanca, Trump se rodeó de profesionales que montaron una campaña ágil, disciplinada y eficiente que demolió a sus rivales en apenas dos internas, Iowa y New Hampshire. A fines del año anterior, antes del primer voto, Trump ya corría con amplia ventaja. Esta vez, Trump arrancó como el favorito, y además logró recaudar más dinero que todos los otros candidatos, otra diferencia respecto de ocho años atrás, cuando usó su propia fortuna para financiar su aventura política.

Amo y señor del Partido Republicano, Trump ninguneó a sus rivales: lanzó sus ataques, y se negó a participar en los debates porque, en su mirada, era rebajar su estatus político. En 2016, Trump usó los debates para devorar a sus rivales, desde Jeb Bush a Marco Rubio, Ted Cruz o Chris Christie. Este año, Trump los pulverizó, y sin debatir. El gobernador de Florida, Ron DeSantis, antaño la esperanza del partido para intentar desbancar a Trump, apenas llegó a pelear en Iowa. Nikki Haley continúa, pero nadie espera que por mucho tiempo más. Hace ocho años, Trump trituró a 16 rivales. Este año, a 13. El desenlace fue el mismo. Y si hace ocho años hubo quienes imaginaron que el Partido Republicano, el Grand Old Party de Abraham Lincoln, iba a lograr contener o incluso reconvertir a Trump, la realidad fue al revés: Trump se adueñó del partido, y lo remodeló a su imagen y semejanza.

“El Partido Republicano que conocí, desde los años 50 en adelante, está muerto como un clavo. Se fue”, dice Sabato. “El partido de Bush, de Reagan, de McCain, está muerto. El nuevo partido está compuesto por trabajadores que no suelen tener título universitario, son mayoritariamente blancos, de ingreso medio. Están enojados, y saben que Trump ahora está enojado. Está enojado por otros motivos, pero su enojo representa el enojo de ellos, se identifican con eso”, evalúa.

Idilio

El idilio de Trump con sus seguidores es el hilo que une a sus campañas políticas. “Podría pararme en medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería ningún votante, ¿OK?”, lanzó Trump hace ocho años. Esa frase sigue vigente. A diferencia de 2016, Trump arrancó esta campaña con un archivo altamente polémico y un pesado prontuario judicial sobre sus hombros: 91 cargos repartidos en cuatro causas judiciales, dos en la justicia federal, una en Nueva York, por supuesto fraude en sus negocios, y otra en Georgia, por intentar revertir su derrota ante el presidente Joe Biden en la elección presidencial de 2020. El asalto trumpista al Congreso, que el propio Trump está acusado de haber incitado, su denuncia infundada sobre un fraude masivo en la elección de 2020 –la “Gran Mentira”, para el resto–, sus dos juicios políticos, las condenas que han sufrido sus exasesores o excolaboradores. Nada mordió el vínculo con su gente. Si hace ocho años Trump se dedicó exclusivamente a la campaña, este año su tiempo está dividido entre sus rallies y sus apariciones en los tribunales, que su campaña adoptó como un pilar más de su estrategia política: lejos de dañarlo, su saga judicial lo ha fortalecido, al menos con su base.

El Trump actual se muestra más radicalizado que el Trump de 2016 o el 2020. Envalentonado por su resiliencia política, Trump prometió “ser un dictador” por un día si vuelve a la Casa Blanca. Otra vez, la migración y la crisis en la frontera están en el centro de su plataforma. Sabato cree que “habrá muchas represalias” si Trump gana y vuelve al poder. Liz Cheney, portadora de un apellido ilustre en el Partido Republicano, dijo que prefiere que ganen los demócratas porque teme que Estados Unidos “camina dormido a una dictadura”.

Si llega, Trump llegará más preparado. La Fundación Heritage, el think tank ultraliberal de Washington que supo ser pilar intelectual del Reaganismo, trabaja ahora en un plan llamado “Proyecto 2025″ para “institucionalizar el trumpismo”, según dijo al The New York Times su presidente, Kevin Roberts. La génesis del proyecto es sencilla: impedir que el andamiaje del gobierno federal limite a Trump, tal como ocurrió, a juicio de sus promotores, durante su presidencia. El plan incluye el desmantelamiento de agencias federales, la centralización de decisiones y el nombramiento de miles de funcionarios y empleados previamente examinados y filtrados para instalar un ejército de leales y tener un control absoluto y un poder total sobre el poder ejecutivo. El objetivo parece ser, en términos simples, ir por todo.

“Trump desperdició la mitad del primer mandato. No sabía lo que estaba haciendo”, dice Sabato. “No tenía experiencia con el gobierno y, por naturaleza, es un poco desorganizado y no tenía a la gente adecuada a su alrededor, es decir, buenos organizadores, como los que están organizando la campaña por él este año. Ahora están haciendo lo que nunca hicieron en 2016. Así que, desde el primer día, se rodeará de verdaderos creyentes”, apunta.

Los republicanos moderados o los jerarcas militares, como Jim Mattis, su primer jefe del Pentágono, que se sumaron a su gobierno decididos a frenarlo, contenerlo y mantener encarrilada la administración federal, ya no estarán. Trump promete desmantelar “el Estado profundo”. Si retorna a la Casa Blanca, Trump volverá con trumpistas puros, y ya no caminará en un territorio desconocido.

“Va a tener todo el mandato, y sabe lo que está haciendo”, advierte Sabato.

Rafael Mathus Ruiz

VIALa Nacion